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Oraculo

Saqueador de Tumbas
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Todo lo publicado por Oraculo

  1. Ahora esta jugando, el mejor, en mi opinion, por lejos, de todos los tomb raider. Es el que tiene mas accion de los 8 que salieron Saludos y que lo disfrutes
  2. hola amigos, aqui les mando el capitulo 5: CAPÍTULO 5 El Dr Albert Gero se apresuró a atravesar el fondo de la planta de tratamiento de agua mientras se dirigía hacia el control B, en el primer sótano, varios pisos por encima. Se sentía atemorizado incluso por el resonante sonido metálico de sus propios pasos en los cavernosos pasillos. El lugar parecía frío y muerto, como una tumba, lo que, hasta cierto punto, no era una mala analogía. Pero él sabía lo que merodeaba detrás de las puertas cerradas ante las que pasaba, sabía que estaba rodeado de abundante vida, al menos de un cierto modo de vida. De alguna forma, ese conocimiento hacía que los vagos ecos causados por sus movimientos le resultaran aún más sacrílegos, como si estuviera gritando en medio de un depósito de cadáveres. Que es lo que realmente es. Aún no están muertos. Tus colegas, tus amigos… Tranquilízate. Todos sabíamos que existía esta posibilidad, todos. Ha sido mala suerte, eso es todo. Mala suerte para ellos. Él y Annette se hallaban en los laboratorios de la ciudad, finalizando la descomposición de la nueva síntesis, cuando ocurrió el vertido. Había llegado a las escaleras de comunicación de la parte trasera del B4 y comenzó a subir. Se preguntó si Smith seguiría esperando. Probablemente. Gero llegaba tarde. Le había costado abandonar su trabajo aunque fuera por un momento, y Albert smith era un hombre preciso y puntual, entre otras cosas. Un soldado. Un investigador. Un sociópata. Y quizá fue él. Quizá fue él quien provocó el vertido. Era posible. Smith sólo era leal a smith, y siempre había sido así, y aunque llevara mucho tiempo en Psycho System, Gero sabía que estaba buscando la manera de salirse. Por otro lado, echarse piedras a su propio tejado no formaba parte de su estilo, y Gero conocía a Smith desde hacía unos veinte años. Si Smith hubiera causado el vertido, sin duda no se habría quedado por ahí para ver qué pasaba. Gero llegó al final del tramo de escaleras, dio media vuelta y comenzó a subir el siguiente tramo. Supuestamente, los ascensores seguían funcionando, pero no quería arriesgarse. No había nadie por ahí que pudiera ayudarlo si algo iba mal. Nadie excepto smith, y a juzgar por las apariencias, el capitán de los MAGINIFICOS había decidido marcharse a casa. En lo alto del segundo tramo, Gero oyó algo, un sonido suave que provenía de detrás de la puerta que daba acceso al segundo nivel de los sótanos. Se detuvo un instante y se imaginó a algún desgraciado tras la puerta; tal vez estuviera golpeándose irracionalmente una y otra vez contra el obstáculo en un vago afán de salir de allí. Cuando se identificó la infección, las puertas interiores se cerraron automáticamente atrapando a la mayoría de los trabajadores infectados y a los sujetos de estudio que habían escapado. Los corredores principales estaban limpios, al menos entre las salas de control. Echó una mirada a su reloj y comenzó a subir el tramo final de escaleras. No quería que se le escapara Smith, suponiendo que aún siguiera por allí. Pero si Smith no lo había hecho, entonces ¿quién?, ¿cómo?. Todos pensaron que había sido un accidente, incluso él mismo, hasta hacía una horas, cuando Smith lo había llamado para explicarle lo del tren. Con ése ya eran demasiados accidentes. Dios sabía que había gente más que suficiente con razones para intentar sabotear a Psycho System, pero no era fácil conseguir un pase para los niveles inferiores en ninguno de los laboratorios de Winsburg. Y si… Smith había mencionado algo sobre que la compañía quería datos reales sobre el virus, no sólo simulaciones sino algo práctico; quizá lo hubieran dejado escapar ellos mismos. Podían haber enviado a uno de sus comandos para hacer saltar el corcho que no debería haber saltado nunca, por decirlo de alguna manera. O tal vez sea así como planean conseguir el virus-N. Creando todo este caos y luego colándose sigilosamente para robarlo. Gero apretó los dientes. No. Aún no sabían lo cerca que estaba de lograrlo, y no lo sabrían hasta que él estuviera bien preparado. Había tomado precauciones, escondido cosas, e incluso Annette había sobornado a los vigilantes para que se mantuvieran apartados. Lo había visto ocurrir demasiadas veces: la compañía apartaba a un científico de su investigación porque quería resultados instantáneos, y para ello se la entregaba a gente nueva… Y al menos en dos casos que conocía directamente, el científico inicial había sido eliminado, la mejor manera de que no se pasara a la competencia. Pero a mí no me pasará. Y tampoco al virus-N. Era la obra de su vida, pero lo destruiría antes de dejar que se lo arrebataran de las manos. Llegó a la sala de control que buscaba. En realidad se trataba de una plataforma de observación que compartía el espacio con el generador auxiliar de la planta, que afortunadamente se hallaba en silencio. Las luces no funcionaban, pero mientras avanzaba por la pasarela metálica vio a Smith sentado ante las pantallas de vigilancia, con la espalda recortada contra el destello de los monitores. Como hacía a menudo, Smith llevaba puestas las gafas de sol, una costumbre afectada que siempre había irritado a Gero; era como si el tipo pudiera ver en la oscuridad. Antes de que le anunciara su presencia, Smith ya había alzado una mano, sin mirar siquiera por encima del hombro, para que Gero se acercara. —Ven a ver esto. Su voz era autoritaria y urgente. Gero se apresuró a unirse a él y se inclinó sobre la consola para ver lo que tanto interesaba a Smith. Éste tenía la vista fija en una escena del centro de formación, en lo que parecía la videoteca del segundo piso. Un recluta vagaba por la sala. Era evidente que estaba infectado y llevaba el uniforme de trabajo manchado de sangre y otros fluidos. Sin duda se lo veía mojado, pero Gero no notó nada especialmente extraño en él. —No veo… —comenzó, pero Smith lo interrumpió. —Espera. Gero contempló cómo el joven recluta, un chico que nunca llegaría a viejo gracias al virus-M, chocaba con un pequeño escritorio en un rincón de la sala, luego se daba la vuelta y regresaba, tambaleándose como hacían todos los portadores, hacia los bancos de los ordenadores. La cámara lo siguió. Justo cuando Gero estaba a punto de preguntar a Smith qué estaban buscando, lo vio. —Ahí —indicó Smith. Gero parpadeó sin estar seguro de lo que había visto. Mientras volvía hacia los ordenadores, el brazo del recluta se había alargado y afinado, se había estirado casi hasta tocar el suelo y luego había vuelto a su forma normal. El proceso había durado menos de un segundo. —Es la tercera vez que pasa durante la última media hora, más o menos — informó Smith sin alzar la voz. El recluta continuó vagando por la reducida sala, y de nuevo pareció indistinguible de cualquiera de los otros condenados que aparecían en las pequeñas pantallas. —¿Un experimento del que no estábamos informados? —preguntó Gero. Pero sabía que era improbable. Ambos estaban tan al corriente de todo como cualquier otra persona fuera de las oficinas centrales. —No. —¿Mutación? —Tú eres el científico, dímelo tú —replicó Smith. Gero reflexionó un instante y luego negó con la cabeza. —Supongo que sería posible, pero… No, no lo creo. Observaron en silencio al soldado durante un momento, pero éste volvió a cruzar la sala sin que nada se alargase o cambiase. Gero no sabía qué era exactamente lo que habían visto, pero no le gustó nada de nada. En la complicada serie de ecuaciones en que se había convertido su vida, entre su trabajo y su familia, entre los desastres de Winsburg y sus sueños de conseguir crear artificialmente el virus perfecto, lo que habían visto era una incógnita. Era algo nuevo. Un crujido de estática rompió el silencio y la voz desconocida de un hombre se oyó en medio de un zumbido. —Tiempo de llegada aproximado, diez minutos, cambio. Eso tenía que ser el equipo de limpieza de Psycho System dirigiéndose hacia el tren. Smith le había dicho que estaban en camino. Éste apretó un botón. —Afirmativo. Informe cuando alcancen el objetivo. Cambio y corto. Volvió a apretar el botón, y los dos hombres continuaron contemplando al soldado desconocido, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Gero no sabía lo que pensaba Smith, pero él empezaba a creer que había llegado la hora de abandonar Winsburg. —Rebecca. La joven no contestó ni se volvió hacia él, únicamente bajó el arma. Billy deseó que hubiera algo que pudiera decir, pero supuso que sería mejor mantener la boca cerrada. La situación hablaba por sí misma: el hombre tendido en el suelo llevaba el uniforme de los MAGNIFICOS, probablemente era un amigo de la chica, y había sido infectado. Billy le concedió un momento a Rebecca, pero no pensaba que pudieran permitirse muchos más lujos. No podía estar seguro, pero parecía que el tren estaba ganando velocidad. Si estaba sin control, seguramente descarrilarían y probablemente morirían. Si alguien lo controlaba, entonces necesitaban saber quién y por qué. —Rebecca —dijo de nuevo, y esta vez la joven se volvió hacia él, sin avergonzarse de sus lágrimas. Lo miró sorprendida. —¿Te he oído disparar hace unos minutos? —le preguntó. Billy asintió con un gesto e intentó sonreír, pero no le salió. —Un bicho monstruoso. ¿Y tú? —Un perro —contestó Rebecca, y se enjugó la última lágrima—. Y… alguien a quien conocía. Billy se removió incómodo y ambos se quedaron en silencio durante un segundo. Finalmente, Rebecca suspiró y se apartó el flequillo de la frente. —Dime que has encontrado las llaves —dijo. —Algo parecido —repuso él, alzando la escopeta. —No servirá —replicó ella, y suspiró de nuevo—. Tiene cierres magnéticos, como la cámara de un banco o algo así. —¿En un tren de pasajeros? —preguntó Billy. —Es privado. —Rebecca se encogió de hombros—. Psycho System. La compañía farmacéutica. Entre el consejo de guerra y la sentencia, Billy no había prestado mucha atención sobre donde lo iban a ejecutar, pero lo recordó de repente: Winsburg, lo más parecido a una metrópolis que había en esa zona y el lugar donde la megacorporación se había instalado inicialmente. —¿Tienen su propio tren? Rebecca asintió. — Psycho System está por todas partes aquí. Oficinas, investigación médica, laboratorios… «Hoy hemos tenido noticias del laboratorio de Arklay… y nos enviarán la semana que viene para comprobar su estado.» El bosque de Winsburg, la misma Winsburg City, todo se hallaba situado en las montañas Arklay. Los pensamientos de Rebecca parecían ir en la misma dirección. —No pensarás que… —No lo sé —repuso Billy—. Y en este momento, no me importa. Aún tenemos que atravesar esa puerta. Rebecca comenzó a caminar de nuevo hacia la parte delantera del tren, luego pareció pensárselo mejor, quizá porque no quería ver a su amigo. Fijó los ojos en el suelo y habló en voz baja. —Hay un cadáver junto a la puerta, un hombre con una llave en la mano — dijo—. Puede que abra algo útil. —Espérame un segundo —le indicó Billy. Pasó ante ella y avanzó por el corredor hasta llegar al final. El decrépito cadáver de un empleado del tren se hallaba apoyado contra la puerta cerrada, era el cuerpo sobre el que la joven estaba inclinada cuando se vieron por primera vez. Y sí que tenía una llave metálica en la agarrotada mano. Billy se la cogió y la observó bajo la tenue luz. Tenía pegada una etiqueta en la que se leía VAGÓN RESTAURANTE. Qué gran ayuda, muchísimas gracias. La dejó a un lado y pasó cerca de un minuto registrando la chaqueta del cadáver. En un bolsillo sólo encontró un paquete de cartas, y en el bolsillo delantero un puñado de caramelos de menta cubiertos de borra… Pero en otro había varias llaves más cogidas a una anilla. Dos no estaban etiquetadas, pero en una tercera estaba grabada la palabra REVISOR en el metal. Billy se las guardó en el bolsillo y, después de pensarlo un momento, se agachó y con cuidado le sacó la chaqueta al cadáver. No pudo evitar una mueca de asco al notar la textura fría y esponjosa de su piel. El pobre tipo no parecía haber pillado el virus, pero una o varias personas desconocidas lo habían mordido repetidamente, del rostro y las manos le habían arrancado grandes pedazos de piel y músculo; estaba hecho un desastre. Billy regresó a donde se hallaba Rebecca, pero se detuvo antes para cubrir con la chaqueta el cadáver del MAGNIFICOS muerto. Sólo le ocultaba el rostro y la parte superior del cuerpo, pero supuso, pensando en la chica, que cualquier cosa sería mejor que nada. Cuando ella se acercó, le hizo un movimiento con la cabeza en señal de agradecimiento, pero no dijo nada. —La llave que viste era del vagón restaurante, donde ya hemos estado —le explicó, y sacó el llavero del bolsillo—, pero puede ser que éstas abran algo. Se hallaban ante la puerta que estaba señalada como la oficina del revisor. Billy alzó la llave grabada. Con un gesto de asentimiento de Rebecca, la metió en la cerradura y la hizo girar sin problemas. Alzó su arma y empujó la puerta, preparado para disparar contra cualquier cosa que no se identificara al primer segundo. No había nadie. Billy se relajó un poco y entró en la oficina. Rebecca esperó en la puerta con el arma desenfundada y miró hacia el escritorio cubierto de papeles. Comenzó a revisarlos mientras Billy registraba el resto de la cabina. —Horarios, cartas… Hay algo llamado «Manual de uso del lanzagarfios» — dijo Rebecca—. Informes de mantenimiento; una nota sobre un cierre de anillo, sea lo que sea eso; hojas de pedido para la cocina… Billy abrió el armario mientras ella seguía recitando el contenido del escritorio. Un par de letreros, postales y varias notas enganchadas en el interior de la puerta, talonarios de gastos y un maletín cerrado. Billy lo cogió y lo sacudió. Algo se agitó en el interior, pero pesaba muy poco. ¿Podría ser una llave? No era probable, pero siempre quedaba la esperanza. Examinó la cerradura con el entrecejo fruncido. No había agujero para ninguna llave, aunque en la parte superior tenía una hendidura en forma de círculo. Movió el picaporte. Estaba firmemente cerrado. Seguramente lo podría desmontar, pero era de buena calidad y posiblemente le ocuparía un tiempo que no podía perder. —Hace un momento has dicho algo de un cierre de anillo, ¿no? —preguntó. Rebecca apartó unos cuantos papeles. —Ah… Aquí. Es una nota escrita a mano; dice: «Modo de acceso a porta, cierre de anillo separado, dos partes.» ¿A «porta» qué? Billy comenzó a encogerse de hombros, y entonces sintió una oleada de excitación. ¡Al portafolios! La llave estaba en el maletín, lo presentía. Observó atentamente la cerradura y de repente recordó el extraño anillo de plata que había hallado arriba, antes de su encuentro con la cosa escorpión. Las muescas de la hendidura se parecían a las del anillo. Pero en la nota dice dos partes, y… —Eh, he encontrado un anillo en la parte trasera del tren —exclamó Rebecca. Billy alzó la mirada mientras la joven se sacaba un anillo de oro del dedo índice, y antes de que se lo entregara, supo que se trataba de la segunda parte. —Creo que hemos dado en el clavo —dijo Billy, sonriendo. Era su primera sonrisa desde… desde no sabía cuándo. En la cabina del maquinista tenía que haber una radio, y controles, y tal vez un mapa que les dijera cómo diablos salir de los bosques. Ya casi habían salido de ésta, estaba seguro. Pero no tenía ni idea. Alguien había hecho arrancar el maldito tren. Era posible que alguno de los empleados siguiera vivo, pero Smith supuso que lo más seguro era que uno de los portadores, con el cerebro hecho papilla, se hubiera caído sobre los controles. En cualquier caso, el piloto del helicóptero ni siquiera había dudado, simplemente había cambiado el momento de llegada en unos cuantos segundos. Lo habían alcanzado a tiempo; si no lo detenían, el tren se iría directo contra el centro de formación y se estrellaría, y lo último que necesitaban era llamar la atención sobre cualquiera de las áreas infectadas que se habían aislado. —Nos desplegamos ahora, cambio. Smith esperó. Podía oír el ruido del helicóptero en el fondo, incluso podía oír las cuerdas por las que descendían los hombres cortando el viento. Deseó a medias estar allí, a punto de pisar el maldito tren que avanzaba a toda velocidad bajo la noche tormentosa, con el arma desenfundada, y los enfermos andantes esperando encontrar el descanso eterno en medio de un baño de sangre y huesos. Gero le interrumpió su agradable fantaseo. Había inquietud en su voz y su actitud mientras extendía la mano para tapar el micrófono con la palma. —¿Estás seguro que esto es el virus? Quiero decir, ¿no podría tratarse de un secuestro o de… un fallo mecánico, quizá? Quiero decir, ¿sabemos sin duda que ese equipo está aquí para encargarse del tren? Smith suspiró internamente. Albert Gero era un hombre inteligente, pero también obsesivamente paranoico. Su convicción de que Psycho System quería robarle su trabajo era de una intensidad casi infantil. —Estamos seguros —respondió—. ¿Qué otra cosa podría ser, si no fuera el virus? Gero hizo un gesto con la cabeza hacia el monitor donde había visto al soldado con el brazo de goma. —Quizá algo relacionado con eso. Smith se encogió de hombros. Era una mutación, tenía que serlo. Extraña, pero no imposible. —Lo dudo. No te preocupes, Albert. Nadie de arriba sabe nada de tu precioso virus-N. —No era exactamente cierto, pero Smith no estaba de humor para consolarlo—. En cuanto al tren…, quizá el virus-M se adapte mejor de lo que pensábamos. Esa explicación no pareció convencer a Gero, lo que no era una sorpresa, porque a Smith tampoco lo convencía. Si la infección en el tren era un accidente, entonces él era la tetera de su tía Maddie, por decir algo. —La mansión, los laboratorios, el tren… ¿Quién lo habrá hecho? —preguntó Gero en voz baja—. ¿Y por qué? Uno de los comandos de limpieza los interrumpió. —Estamos abajo, cambio. —El sonido de fondo de las hélices del helicóptero había sido reemplazado por el rítmico traqueteo de un tren en movimiento. ¡Ya era hora! —Excelente —dijo Smith, y volvió a tapar el micrófono para poder contestar a Gero. —Eso es irrelevante. Lo que importa ahora es que no salga, que no se extienda más. Hay que destruir el tren. Todas las pruebas deben desaparecer. Seguro que lo entiendes, William. En eso no hay ningún problema, así que no crees uno. —Destapó el micro y habló por él—. ¿A qué distancia se hallan de la próxima bifurcación? Cambio. —A no más de diez minutos, probablemente… Smith esperó a que pasara la estática. —Repita. No lo he entendido. Cambio. Hubo un chirriante estallido de acoples, lo suficientemente alto como para doler. Smith se echó hacia atrás y vio a Gero haciendo una mueca ante el sonido… Y entonces se oyeron gritos, ambos hombres en el tren chillaron a la vez. —¡Ah, Dios! ¿Qué demonios…? —¡Jesús! —¡Sácamelo, sácamelo de encima! —¡No! ¡Nooo! ¡Noo…! Se oyeron varias ráfagas de los rifles automáticos, luego el grito inarticulado de dolor y terror de un hombre sobre ese sonido y finalmente sólo el zumbido de la estática. Smith apretó los dientes con fuerza mientras a su espalda, Gero comenzaba a farfullar presa del pánico. Al parecer sí que había un problema. Se hallaban ante la puerta cerrada. Rebecca sujetaba la tarjeta y tenía una sensación de triunfo desproporcionado en comparación con lo que realmente habían logrado. Supuso que probablemente se debía a que se sentía emocionalmente agotada. No había sido difícil, habían encontrado un par de anillos y habían abierto el portafolios. A pesar de todo, se sentía como si hubiera resuelto el enigma de la maldita esfinge. Billy le hizo un gesto para que abriera la puerta, inclinando la cabeza hacia un lado. Seguía escuchando atentamente. Le aseguró que había oído un helicóptero en el exterior cuando habían ido a buscar el anillo, y a alguien gritando poco después. Rebecca no había oído nada. Probablemente él estaba tan exhausto como ella, considerando… … considerando que estaba de camino hacia su ejecución. No empieces a hacer comparaciones. Por mucho que haya hecho para ayudarte, sigue siendo un animal, y olvidarlo te puede costar la vida. De acuerdo. En cuanto hubiera llegado a una radio que funcionara, se habría acabado esa tregua. Pasó la tarjeta por el lector y la lucecita roja cambió a verde. La puerta se abrió con un clic y Billy la empujó hacia dentro. El sonido del tren se convirtió en un rugido mientras la puerta se abría sobre una pasarela de rejilla que estaba parcialmente expuesta a los elementos. El viento y la niebla los salpicó cuando pisaron la pasarela. A la derecha había una especie de jaula cerrada con equipo que se extendía a lo largo de todo el vagón; a la izquierda sólo había un pasamanos y la violenta noche que atravesaban a toda velocidad. Delante, en otro vagón, vieron lo que debía de ser la cabina del conductor, aunque era difícil juzgar en la oscuridad. Rebecca se aferró al pasamanos cuando se dio cuenta de la velocidad a la que avanzaba el tren; realmente estaba volando sobre las vías. Oh. Rebecca se detuvo mientras Billy avanzaba rápidamente unos pasos y se agachaba junto a un hombre o una mujer. Había un segundo cuerpo a más o menos un metro del primero. Ambos iban vestidos con trajes de asalto y tenían el rostro oculto tras visores tintados. ¿SCOTLAND YARD? ¿Cuándo han llegado aquí? ¿Y por qué sólo dos? Mientras se acercaba, la joven pudo ver que ambos brillaban a causa de la baba que los cubría, la misma porquería espesa que excretaban las sanguijuelas del vagón restaurante. El uniforme, los chalecos antibalas y las piezas metálicas no llevaban ninguna insignia. No eran del departamento de policía de Winsburg City ni militares. Billy observaba la pared de rejilla metálica de la derecha. Rebecca le siguió la mirada y vio lo que parecía una tela de araña gigante hecha de hilos negros enganchada a la parte interior de la reja, de la que colgaban miles de sacos semitranslúcidos. Sacos de huevos. De las sanguijuelas. Rebecca sintió un escalofrío, y Billy se incorporó de nuevo sacudiendo la cabeza. Tuvo que gritar para que ella le pudiera oír sobre el estruendo de tren. —¡No hay nada que hacer! ¡Están muertos! Rebecca ya lo había supuesto, pero no iba a fiarse de su palabra. Pasó ante él y examinó los dos cuerpos en busca de alguna señal de vida. Notó las extrañas hemorragias que brotaban de pequeños montículos sobre la piel pálida. Billy tenía razón, y tal vez también la había tenido al decir que había oído gritos. A pesar de la lluvia, ambos cuerpos aún estaban calientes. Se incorporó, se volvió a agarrar a la barandilla y siguió a Billy hasta el siguiente vagón. Justo estaba pensando qué iban a hacer si se encontraban con otra puerta cerrada cuando vio a Billy empujar hacia dentro la puerta. Salieron de la lluvia y entraron en una cabina de maquinista relativamente pequeña, limpia y ordenada, excepto por la fina y homogénea capa de baba que cubría la consola de controles que se hallaba enfrente. Los oídos le silbaron a Rebecca por el súbito silencio cuando la puerta se cerró tras ella, pero estaba más preocupada con las numerosas luces rojas parpadeantes que cubrían la reluciente consola. Billy se acercó y contempló los múltiples paneles de control durante un momento y luego presionó sobre un teclado que se hallaba ante una pequeña pantalla. El monitor permaneció negro. Billy se volvió para mirar a Rebecca con una expresión sombría. —Los controles están bloqueados —dijo. Rebecca sacó la tarjeta magnética del bolsillo de su chaleco. No había números en ningún lado, nada que pudieran utilizar como secuencia. Se acercó a Billy, intentando no prestar atención a la lluvia que golpeaba el parabrisas y a la vertiginosa masa tenebrosa de los bosques, y apretó unos cuantos botones. Las teclas parecían bloqueadas, no se hundían completamente. Comenzó a buscar cualquier cosa con la palabra EMERGENCIA escrita encima. —Aquí —dijo Billy, y alargó la mano hacia una palanca que sobresalía de un lado de la consola. Cuando la apretó, por la pantalla del ordenador comenzaron a pasar palabras. FRENOS DE EMERGENCIA - LAS TERMINALES FRONTAL Y POSTERIOR DEBEN ESTAR ACTIVADAS ANTES DE FRENAR. ¿RESTAURAR LA CORRIENTE A LA TERMINAL POSTERIOR? Eran los controles que Rebecca había visto al final del tren. Billy apretó la tecla de activación. CORRIENTE RESTAURADA EN LA TERMINAL POSTERIOR DE FRENADO. —Gracias a Dios —exclamó Rebecca—. Hazlo ya, detén esta cosa. El tren parecía ir a una velocidad imposible. El rugido de los motores era más estruendoso que antes y parecía a punto de llegar a un volumen de paroxismo. Billy apretó la palanca. Se movió con facilidad, con demasiada facilidad, y nuevas palabras recorrieron la pantalla. LA SECUENCIA DE LOS FRENOS TRASEROS DEBE SER ACTIVADA ANTES DE QUE SE ACCIONEN LOS FRENOS. —¡Oh, tiene que ser una broma! —exclamó Billy, haciendo una mueca—. ¿Cómo que no podemos activar los frenos de emergencia desde la maldita sala de control? —Es posible que podamos, sólo que no sin autorización —repuso Rebecca—. Aunque, manualmente… He visto la terminal posterior, está fuera del último vagón. Voy para allí. Billy negó con la cabeza, mirando hacia la oscuridad que pasaba ante ellos demasiado de prisa. —No, déjame que vaya yo. No te ofendas, pero creo que puedo correr más de prisa que tú. ¿Hay por ahí un sistema intercomunicador? Te puedo llamar cuando lo haya activado. Ambos comenzaron a buscar, pero la consola estaba llena de interruptores y paneles sin ninguna indicación, tardarían demasiado tiempo en descubrir para qué servían. Rebecca comenzó a decirle que tendría que correr, y por la gran velocidad a la que parecía avanzar el tren, seguramente tendría que hacer un sprint, cuando de repente se acordó de Edward. —La radio de Edward —dijo—. La tenía antes de que… Todavía debe de llevarla encima. Billy ya corría hacia la puerta. —La cogeré de camino. —Ten cuidado. Billy asintió con un gesto y lanzó otra mirada hacia el exterior. —Estate preparada para darle a los frenos desde aquí. Tengo la sensación de que, de una forma u otra, vamos a parar muy pronto. Abrió la puerta hacia el estruendo, y salió. Los segundos pasaban lentamente. Rebecca se aseguró de que su radio estuviera funcionando y mantuvo la mano sobre la palanca de frenos mientras contemplaba la noche. El tren tomó una curva demasiado rápido, y Rebecca cerró los ojos rogando para que la máquina descontrolada se mantuviera en la vía e imaginando que sentía elevarse las ruedas para luego volver a caer sobre los raíles. Billy tenía razón, de una forma u otra, no iban a ir mucho más lejos. ¿Por qué tarda tanto? Sólo habían pasado unos minutos, pero eso ya era mucho. Agarró la radio y apretó el botón para transmitir. —¿Billy, me oyes? ¿Cuál es tu situación? Cambio. Nada. —¿Billy? —Esperó mientras contaba lentamente hasta cinco y el corazón empezaba a latirle a toda prisa. Vio que se acercaba otra curva—. ¿Billy, me oyes? ¡******! Quizá no hubiera encontrado la radio, o igual había olvidado encenderla. O algo había pasado con los controles y no los podía activar. O está muerto. Quizá algo lo haya atrapado. El tren entró en la curva, y esta vez no hubo que imaginar nada, el tren se inclinó demasiado y aceleró mientras se sacudía al caer de nuevo. Otra curva como ésa y todo habría acabado. Tendría que ir ella a la parte trasera; no había tiempo, pero tampoco tenía otra opción. —¡Ahora, Rebecca! Rebecca vio una masa borrosa a la derecha del tren, pero desapareció tan rápidamente que no supo lo que era hasta que hubo pasado: el andén de una estación. El andén de la estación, y eso significaba que lo único que quedaba delante era el lugar donde guardaban el maldito tren, y eso significaba que tal vez ya era demasiado tarde. —¡Sujétate! —gritó por la radio mientras agarraba la palanca y la apretaba con todas sus fuerzas. Algo avanzaba hacia la ventanilla frontal, una oscuridad más profunda que la de la noche. Un túnel. Los frenos chirriaban mientras el tren se lanzaba hacia la negrura y partía alguna débil barrera de la que pasaron trozos de madera volando por delante de la ventana. El tren se inclinó de nuevo, pero esta vez no recuperó la estabilidad. Rebecca oyó su propio grito junto con el chirrido del tren, que caía contra el suelo y comenzaba a deslizarse. El metal se rasgaba y saltaban chispas como si fueran unos fuegos artificiales infernales. La pared se convirtió en el suelo, y Rebecca se golpeó contra él mientras la locomotora se estrellaba contra algo aún más duro y se apagaban las luces. Continuara... Saludos
  3. Esta muy bueno el video, interesante y bien hecho por el fan Saludos
  4. Jajajaja que rareza, felicitaciones Saludos
  5. Hola amigos aqui les mando el capitulo 4: CAPÍTULO 4 La solitaria figura sobre la colina contemplaba el tren mientras éste ganaba velocidad y desaparecía entre la tormenta. Tenía el corazón rebosante de la canción que se había derramado de sus labios y vibraba con tanta dulzura en el salvaje aire de la noche llamando de vuelta a sus ayudantes. Habían cumplido su cometido. El tren estaba preparado para la inevitable cuadrilla de limpieza, que llegaría en cuanto el sol se pusiera. También habían hecho que la mayoría de infectados se perdieran por los bosques, habían cerrado las puertas y puesto en marcha el motor. Quería que fueran las sanguijuelas las que se alimentaran, no los portadores del virus, y una vez que el equipo de Pyscho System subiera al tren, no habría forma de escapar. La lluvia caía sobre las sanguijuelas mientras éstas reptaban colina arriba contestando a su llamada, a sus deseos. Las recibió con una sonrisa al acabar su canción. Las cosas iban tan bien como pudiera desear. Después de una espera tan larga, ya no quedaba mucho. Su sueño se cumpliría. Se convertiría en la pesadilla de Pyscho System y luego en la del mundo entero. —Lo primero que tenemos que hacer es detener el tren —propuso Rebecca. Billy asintió con un gesto. —¿Alguna idea? —Separémonos —contestó ella, tranquila, sorprendentemente tranquila considerando por lo que acababa de pasar—. El vagón de cabeza está cerrado. Tenemos que conseguir abrir esa puerta para llegar hasta la máquina. —Disparemos a la cerradura —dijo Billy. —Es un lector magnético —repuso Rebecca, negando con la cabeza—. Tenemos que encontrar la tarjeta que hace de llave. —He visto la oficina de un revisor… —Cerrada —informó Rebecca—. Tendremos que encontrar una por nuestra cuenta. —Eso nos puede llevar un buen rato —indicó Billy—. Deberíamos permanecer juntos. —Entonces tardaríamos el doble. Preferiría salir de este trasto antes de que llegue a donde sea que vaya. Aunque no le gustaba nada andar solo por el tren y quería aún menos que ella fuera sola, Billy no podía discutir la lógica de Rebecca. —Comenzaré desde atrás e iré hacia adelante —dijo ésta—. Tú encárgate del segundo piso. Nos encontraremos en el vagón de cabeza. Estás hecha toda una mandona, ¿no crees, pequeña?, pensó Billy, pero prefirió no decirlo. En algún momento de un futuro no muy distante, ella podría ser lo único que le impidiera convertirse en el almuerzo de alguien. —Y te pegaré un tiro si intentas cualquier cosa rara —añadió Rebecca. Billy estaba a punto de replicarle, pero entonces vio el brillo en los ojos de la chica. No estaba hablando en serio. No del todo. La joven hizo un gesto con la cabeza indicando el arma de Billy. —¿Necesitas munición para ese trasto? —Estoy servido. ¿Y tú? Con otro gesto de cabeza, Rebecca fue hacia la puerta. Al llegar allí, se volvió. —Gracias —dijo mientras gesticulaba vagamente hacia el fondo del vagón—. Te debo una. Antes de que él pudiera contestar, ella se había ido. Billy se quedó mirándola un momento, bastante sorprendido de la disposición de la joven a enfrentarse a los peligros del tren en solitario. ¿Había sido él tan valiente a su edad? Se le llama «negación de la mortalidad». Pasa cuando eres tan joven, pensó. Sí, también él había pensado que viviría para siempre. Pero que te condenaran a muerte te hacía ver las cosas de una manera ligeramente diferente. Se detuvo un instante para comprobar el vagón restaurante. Miró con asco los restos aplastados y líquidos de unas cuantas docenas de sanguijuelas mientras inspeccionaba apresuradamente detrás de la pequeña barra del bar y bajo las mesas. Había una puerta cerrada al fondo de la sala, pero una patada rápida y una ojeada le mostraron que sólo era una cabina de servicio vacía con un agujero en el techo. No se entretuvo más de lo necesario. Suponía que lo mejor que podía hacer era registrar los cuerpos de los empleados del tren. Bajó las escaleras, se detuvo un momento al final y miró hacia el extremo del tren antes de seguir. Rebecca Peer parecía capaz de cuidar de sí misma, por lo tanto, más valía que se ocupara de vigilar su propia espalda. Volvió a cruzar la doble puerta; atravesó el primer vagón de pasajeros, que seguía completamente vacío, y respiró profundamente antes de dirigirse hacia el segundo. Lanzó una rápida mirada para asegurarse de que no había nadie por ahí, y fue hacia las escaleras, sin querer mirar el cuerpo del hombre al que había matado. Ya había matado antes, pero no era algo a lo que llegaras a acostumbrarte si tenías conciencia. El olor lo alcanzó antes de llegar al segundo piso, y avanzó más despacio, respirando superficialmente. Era como agua de mar y podredumbre. Cuando llegó arriba, vio el origen del olor y tragó bilis. Ahora sabemos de dónde vienen. Había llegado a un rellano al final de las escaleras. De allí partía un corredor que giraba a la derecha unos cuantos metros más allá, y, desde el suelo hasta el techo, la esquina izquierda del rellano estaba cubierta por algo parecido a una inmensa tela de la que colgaban cientos de saquitos de huevos, como si fuera el nido de una araña. Pero esos sacos eran negros y húmedos y brillaban bajo la tenue luz de un aplique medio enterrado. Se balanceaban suavemente con el traqueteo del tren, lo que los hacía parecer casi vivos. Por suerte, estaban vacíos. Deseaba con todas sus fuerzas no encontrarse con la criatura que los había puesto. Se alejó lentamente de la esquina entelada pisando los hilos de materia brillante, que se esparcían sobre el rellano como una alfombra, mientras consideraba vagamente si, después de todo, el accidente del jeep había sido realmente una suerte. No quería morir de ninguna manera, pero un pelotón de fusilamiento, organizado y limpio, resultaba mucho más atractivo que ser devorado por un montón de sanguijuelas de formas cambiantes. No te líes, soldado. Estás donde estás. Cierto. Recorrió el corredor y se relajó un poco al ver que estaba vacío. Había dos puertas cerradas, una a cada lado del estrecho pasillo y ambas marcadas con un número. Por eso y por la lujosa decoración supuso que se trataba de cabinas privadas. Era una buena suposición. Abrió la primera puerta, la 102, y se encontró en un pequeño dormitorio bien equipado y, por suerte, sin cuerpos ni sangre. Desgraciadamente, tampoco había mucho más, aunque sí encontró un montón de artículos personales en un pequeño armario. Había papeles, un paquete de fotos y un joyero. Abrió el joyero y encontró dentro un anillo de plata de un diseño poco corriente. Parecía parte de unos de esos grupos de anillos entrelazados, con un claro dibujo hecho con muescas y giros. Como no estaba comprando joyas, lo volvió a dejar en el joyero y se dirigió hacia el otro compartimento. Cuando abrió la puerta de la 101 sintió una nueva esperanza. Allí, colocada en el suelo como un regalo, había una escopeta. Billy la recogió y la abrió. Era una Western de cañones superpuestos y cargada con dos cartuchos del calibre doce. Rebuscando, encontró un puñado más de cartuchos, pero ninguna llave de tarjeta. Cierre magnético o no, seguramente esto abrirá esa puerta, pensó, mientras se guardaba los cartuchos en el bolsillo delantero. El peso del arma le resultaba reconfortante. Estuvo tentado de ir a buscar a Rebecca inmediatamente, pero decidió que más valía acabar lo que había empezado. Había una puerta al final del corredor que seguramente llevaría al segundo piso del vagón contiguo y que además lo acercaría a la cabeza del tren. Cuanto antes se reuniera con la chiquilla, mejor. No tenía miedo de estar solo, no era eso, y ni siquiera estaba preocupado por Rebecca, aunque algo había. Eran tantos años en el servicio que, si algo había aprendido, era que estar solo en medio de un combate era la peor manera de estar. La puerta no estaba cerrada con llave y se abría a un vagón salón, vacío y muy elegante. A su derecha vio una barra de bar muy pulimentada y bien provista. Junto a las paredes se alineaban elegantes mesitas que dejaban libre una amplia extensión de suelo enmoquetado bajo unas recargadas lámparas que colgaban del techo. Al igual que en el vagón anterior, no había sangre ni cuerpos. Billy echó un vistazo detrás de la barra y luego se dirigió hacia la puerta que había en el otro extremo del salón. Sintió una extraña inquietud al cruzar el espacio abierto y apretó con más fuerza la escopeta. Cuando ya casi había llegado al otro extremo de la sala, algo se estrelló contra el techo. El sonido fue estruendoso, ensordecedor, y el golpe tan fuerte que la lámpara que se hallaba tras el bar cayó al suelo y el cristal se hizo añicos. El tren se sacudió sobre los raíles, y Billy se tambaleó y estuvo a punto de caer. Consiguió mantener el equilibrio y se volvió para mirar. En el lugar donde había estado la lámpara había una profunda hendidura. El metal estaba retorcido, y mientras Billy miraba, dos «cosas» gigantes se clavaron en el techo, atravesándolo a unos dos metros una de otra. Billy las contempló asombrado, sin saber qué estaba viendo. Las agudas piezas, grandes, cilíndricas y acabadas en punta, parecían estar divididas longitudinalmente, partidas por la mitad. Parecían… ¿pinzas? Se le hizo un nudo en el estómago. Eso era exactamente lo que eran, como las pinzas de un cangrejo o un escorpión gigante, y mientras las contemplaba, se abrieron mostrando unos bordes serrados. Las enormes pinzas se torcieron hacia arriba y comenzaron realmente a serrar el techo de acero. El sonido del metal al romperse era como un chirrido agudo. Ya había visto bastante. Se dio la vuelta y corrió los escasos metros que lo separaban de la puerta. Notó que lo cubría un sudor frío. A su espalda, el grito del metal torturado continuaba creciendo. Agarró el manillar de la puerta, apretó… Y estaba cerrada con llave. Claro. Se volvió justo a tiempo de ver al propietario de las enormes pinzas saltar a través del retorcido agujero que había hecho y bloquearle la única ruta de escape. Rebecca acababa de decidir que el último vagón era seguro cuando el perro atacó. Después de dejar a Billy, había atravesado la cocina, situada en el último vagón. Rebosaba de sangre y de utensilios culinarios caídos por todos lados, pero por lo demás estaba vacía. Rebecca estaba comenzando a preguntarse si algunos de los pasajeros y empleados podrían haber escapado, quizá cuando el tren fue atacado por primera vez. Había demasiada sangre para tan pocos cadáveres. Pero considerando el estado de los pocos pasajeros con los que se había topado, tal vez fuera mejor así. Le patinaron los pies sobre un charco de aceite mientras inspeccionaba la cocina, pero aparte de eso su búsqueda transcurría sin incidentes. La puerta que daba al resto del vagón, seguramente a algún tipo de almacén, estaba cerrada con llave, pero había una especie de trampilla a la altura del suelo con una cubierta que no le costó levantar. No le gustaba la idea de arrastrarse por un agujero oscuro, pero sólo era un corto túnel, de un par de metros. Además, le había dicho a Billy que comenzaría por la parte trasera del tren y tenía intención de ser concienzuda. Hacer bien su trabajo era algo a lo que aferrarse en medio de toda esa locura. Las víctimas del virus ya eran un gran mal rollo, y el hombre hecho de sanguijuelas… No pienses en eso. Busca la tarjeta, encuéntrala, detén el tren, consigue ayuda de verdad. Alguien que no sea un asesino convicto. Billy era su único puerto en medio de la tormenta, por así decir, y era cierto que le había salvado la vida, pero confiar en él más de lo estrictamente necesario sería una estupidez. Había tenido razón con respecto al siguiente compartimento. Después de arrastrarse claustrofóbicamente por lo que, por suerte, había sido un corto trecho, se levantó en un espacio de almacenamiento apenas iluminado por una única bombilla. Había cajas y bidones a lo largo de las paredes, la mayoría ocultos entre las sombras. Nada se movía excepto el propio tren, que avanzaba traqueteando sobre la vía. Al fondo del compartimento se encontraba una puerta con una ventana. Rebecca se acercó con el arma por delante y los brazos extendidos y vio oscuridad y movimiento al otro lado. El sonido del tren se hizo más fuerte. Se dio cuenta de que por fin estaba en el último vagón, mirando hacia el exterior. Sintió algo parecido al alivio sólo de saber que el mundo seguía existiendo allá fuera. Y llegado lo peor, siempre podía saltar. El tren iba bastante rápido, pero era una opción. Clic. Se volvió al oír el ligero sonido a su espalda y apuntó hacia la nada con el corazón golpeándole dentro del pecho. El tren seguía avanzando, y las sombras yendo y viniendo. El sonido no se repitió. Después de un tenso instante, Rebecca respiró hondo y sacó todo el aire. Probablemente habría sido una de las cajas al bambolearse. Como el resto de ese vagón —bueno, al menos el piso bajo—, el almacén parecía ser seguro. Dudaba de que hubiera una llave de tarjeta en este lugar, pero al menos podría decir que lo había registrado. Clic. Clic. Clic-clic-clic. Rebecca se quedó helada. El sonido estaba justo a su lado, y sabía qué era; cualquiera que hubiera tenido un perro lo sabría: el golpeteo de las uñas sobre una superficie dura. Movió lentamente la cabeza hacia la derecha, donde vio que había un par de cestas para perros, ambas con la puerta abierta. Y saliendo de las sombras, detrás de la más cercana… Todo pasó muy de prisa. Con un furioso gruñido, el perro saltó. Rebecca tuvo tiempo de apreciar que era como los otros que había visto, enorme, infectado y destrozado. Luego, su pie derecho se alzó en un acto reflejo. Lanzó una violenta patada y le dio a la criatura en el costado del enorme pecho. Con un horrible sonido húmedo, oyó y notó como un gran trozo del pecho del animal se hundía, la piel se separaba del músculo grisáceo y un pedazo de pellejo apelmazado se le pegaba a la suela del grasiento zapato. Increíblemente, el perro siguió avanzando como si no notara la herida, con las goteantes fauces abiertas. La atraparía antes de que ella pudiera levantar el arma, estaba segura. Casi podía sentir los dientes clavándosele en el brazo, y también supo que un mordisco de ese perro la mataría, la transformaría en uno de los muertos vivientes. Pero antes de que los dientes llegaran a tocarla, se le fue el otro pie, manchado de aceite, y resbaló. Rebecca cayó al suelo y se golpeó la cadera, pero el perro pasó sobre ella, soltando un penetrante olor a carne podrida. El perro llegó a tocarla. Llevado por el impulso, una de las patas traseras le había pisoteado el hombro izquierdo al pasar sobre ella. Su afortunada caída sólo le había regalado un segundo. Rebecca rodó sobre el estómago, extendió el brazo y disparó. Le dio al animal mientras éste se volvía para seguir atacando. El primer tiro fue demasiado alto, pero el segundo dio en el blanco y la bala le entró a la pobre bestia por el ojo izquierdo. El perro se desplomó sobre el suelo, muerto ya antes de caer. La sangre empezó a derramarse alrededor del animal. Rebecca se alejó arrastrándose y se puso en pie. La virología no era su especialidad y sólo tenía conocimientos básicos, pero estaba dispuesta a apostar a que la sangre del perro estaría caliente y sería altamente infecciosa. No tenía ningún interés en pillar lo que corría por ahí. Eso no era un resfriado común y corriente. Suponiendo que esto sea un virus, pensó, mientras miraba a la masa podrida que había sido un can. Ese misterioso virus-M del que había hablado Billy tenía tan poco sentido como todo lo demás. ¿Cómo se había extendido? ¿Cuál era su grado de toxicidad y con qué rapidez se multiplicaba en el cuerpo del portador? Se raspó la suela del zapato contra una de las perreras y esperó que el húmedo sonido de desgarro se le borrara de la memoria con la misma facilidad. De repente, vio algo brillando en las sombras. Se inclinó y recogió un pequeño anillo de oro grabado con un dibujo poco corriente. No parecía ser de oro auténtico y probablemente no valía nada, pero era bonito. Y teniendo en cuenta todo lo sucedido, se podía considerar afortunada de estar ahí contemplándolo. —Lo que lo convierte en un anillo de la suerte —dijo, y se lo puso en el dedo índice de la mano izquierda. Le ajustaba casi a la perfección. El anillo fue todo lo que encontró. No había ninguna tarjeta magnética rondando por ahí, ni nada que le pudiera ser útil. Salió un momento a la plataforma trasera e inmediatamente se quedó empapada. La tormenta era torrencial, y el tren iba a demasiada velocidad para pensar en saltar. Sintió un breve rayo de esperanza cuando vio un panel en el que ponía FRENO DE EMERGENCIA, pero unos cuantos toques a los controles demostraron que no tenían corriente. ¡Pues vaya con las emergencias! Regresó al interior mientras se apartaba el pelo mojado de la frente. Había llegado el momento de ir hacia adelante e intentar registrar los cuerpos de los hombres que Billy y ella habían matado. Por muy desagradable que fuera esa idea, no tenía muchas alternativas. No sabían si alguien estaba conduciendo el tren o si iba sin control. Fuera como fuera, tenían que conseguir controlarlo. Miró hacia el perro que yacía a su espalda una vez más antes de marcharse, por la puerta esta vez, y no pudo evitar pensar en lo afortunada que había sido y en cuan fácilmente podría haber recibido un mordisco o haber muerto destrozada. No volvería a bajar la guardia; sólo esperaba que Billy estuviera teniendo mejor suerte. ¡Dios bendito! Billy se quedó mirando con la boca abierta y el cerebro paralizado ante lo imposible que resultaba la cosa que tenía delante de él, a menos de diez metros. Podía parecerse a un escorpión, si los escorpiones crecieran hasta tener el tamaño de un coche deportivo. El monstruo que había atravesado el techo del tren era como un insecto, de unos tres metros de largo, con un par de pinzas gigantes y acorazadas a cada lado del rostro plano y una cola larga e hinchada que se arqueaba sobre su espalda y acababa en un aguijón curvado más grande que la cabeza de Billy. Tenía muchas patas, pero Billy no estaba de humor para contarlas, no mientras esa cosa avanzara hacia él, emitiendo un sonido parecido al de un motor sobrecalentado al golpear el suelo con sus articuladas extremidades. La lluvia caía a raudales por el agujero del techo. Era como una escena infernal, con la criatura emergiendo de la húmeda niebla como en una pesadilla. No había tiempo para pensar. Billy se echó la escopeta de caza al hombro, la montó y apuntó al cráneo plano y chato de la cosa. Entre el movimiento del tren y el avance rasposo y tambaleante de la monstruosidad, le llevó unos segundos asegurar el tiro, unos segundos que le parecieron eternos. La criatura se acercó, y a cada resonante paso los duros pelos de sus puntiagudas pezuñas arrancaban retazos de la elegante alfombra. Billy apretó el gatillo, y la escopeta le golpeó el hombro con suficiente violencia como para causarle un hematoma. Diana. La cosa lanzó un chillido agudo y un borbotón de un fluido lechoso salió a presión del cráneo acorazado. Billy no se detuvo a evaluar el daño, volvió a apuntar y disparó. ¡Bumm! La cosa gritó aún más fuerte, pero siguió avanzando. Billy abrió el arma, hizo saltar los cartuchos y buscó unos nuevos. Hurgó en el bolsillo nerviosamente y los cartuchos cayeron al suelo mientras el monstruo cubría la distancia rápidamente, demasiado rápidamente. Le quedaba un solo cartucho en el bolsillo. Lo agarró, lo metió en el cañón y se colocó la escopeta a la altura de la cadera. Como no sirva éste… El tiro le dio al monstruo en el centro de su desagradable rostro, a sólo un metro de donde se hallaba Billy, tan cerca que notó que el calor del residuo de pólvora le golpeaba la piel desnuda y se le incrustaba. El agudo chillido se detuvo cuando un gran pedazo irregular de exoesqueleto saltó por los aires desde la parte trasera de la cabeza del monstruo y salpicó la espasmódica cola de sangre y trozos de masa cerebral. Un temblor sacudió a la cosa, las enormes pinzas saltaron hacia fuera, abriéndose y cerrándose, y la cola aguijoneó el aire. Con un borboteante grito final, el monstruo cayó al suelo y pareció desinflarse mientras las pinzas y el resto del cuerpo dejaban de moverse. El olor que despedía, como de grasa sucia, rancia y caliente, era casi devastador, pero Billy permaneció inmóvil durante más de un minuto, esperando para asegurarse de que el bicho estaba muerto. Podía ver por dónde habían penetrado los dos primeros tiros, ligeramente a la izquierda, aunque el último había sido bueno y había descascarillado la armadura que protegía los negros ojillos. ¿Qué era aquello? Lo contempló horrorizado, sin estar muy seguro de quererlo saber. Debía de estar relacionado con los perros y los muertos vivientes, con el virus-M. El diario que había encontrado decía algo sobre que incluso pequeñas dosis causaban cambios de tamaño y agresividad… Lo que significa que este tipo debe de haberse tragado unos diez litros como mínimo. ¿Accidentalmente? Para nada. El diario también decía algo de un laboratorio. Y de controlar los efectos del virus y de que, hasta que lo pudieran controlar, la empresa estaba «jugando con fuego». Las implicaciones estaban bien claras. Quizá el virus-M se hubiera escapado accidentalmente, pero esa empresa, fuera la que fuera, sabía de antemano lo que el virus podía hacer. Habían estado experimentando con él. Pero, por el momento, lo único que importaba era que la cosa estaba muerta y que se había acabado el buscar la llave. A la porra el ir solo. Si el rey escorpión tenía hermanos o hermanas rondando por ahí, Billy quería que fuera otro quien tuviera que aguantarlos. Recogió los cartuchos que se le habían caído y cargó la escopeta. Luego rodeó con cuidado el enorme cuerpo apestoso del monstruo y fue en busca de Rebecca. Quizá ella hubiera tenido mejor suerte. Justo al entrar en el siguiente vagón, Rebecca creyó oír una arma de fuego a su espalda. Se detuvo en la puerta y se apoyó en el marco mientras contemplaba aturdida el perro muerto y escuchaba atentamente. Los truenos retumbaban en el exterior. Pasado un momento, desistió de intentar oír algo y avanzó hacia la cabeza del tren. Se movía lentamente, preparándose para ver a Edward de nuevo, y deseó haber pensado en coger una manta o algo entre el revoltijo del vagón de pasajeros. Quizá el abrigo de alguno de los muertos. Lo que era seguro es que no tenía nada más, excepto una creciente sensación de indignación hacia quien fuera que hubiera dejado escapar el virus-M y un fuerte dolor de cabeza de tanto contener la respiración. Ni llaves ni nada que pudiera servir para algo. Pensó en el cadáver del empleado del tren que había hallado en el vagón delantero, donde también se había encontrado con Edward. Quizá la llave que agarraba con su mano muerta resultara útil. Llegó a la esquina del pasillo y se obligó a doblarla, evitando el charco de fluidos que habían salido del perro muerto. Edward había desaparecido. Rebecca se detuvo en seco y se quedó observando el lugar. El segundo perro continuaba en el mismo sitio, pero un trozo de gasa roja y unas cuantas salpicaduras sangrientas era todo lo que indicaba que el cuerpo de Edward también había estado allí. Eso y el penetrante olor a putrefacción. Una brisa fresca y húmeda entraba por las ventanas, pero el hedor era demasiado fuerte para que pudiera con él. Todo pareció moverse a cámara lenta cuando miró hacia abajo y vio huellas sobre la sangre del perro. Las siguió con la mirada. Las marcas de botas eran manchas rojas alargadas, como si quien caminara estuviera borracho o… enfermo. No. No le había encontrado el pulso. El tiempo se ralentizó aún mas. Finalmente alzó la mirada del suelo y vio el borde de un brazo desnudo; alguien a quien no podía ver estaba justo al final del corredor. Alguien alto. Alguien que calzaba botas. —No —exclamó, y Edward se apartó de la pared y quedó a la vista. Cuando la vio, sus resecos labios se abrieron y dejó escapar un gemido. Avanzó rígidamente hacia ella, con la cara gris y los ojos en blanco—. ¿Edward? Él continuó avanzando, tambaleándose, rozando la pared con el hombro empapado de sangre, los brazos colgando sin fuerza a los costados y el rostro vacío, sin rastro de inteligencia. Era Edward, era su colega, pero Rebecca alzó la pistola, dio un paso atrás y le apuntó. —No me obligues a hacerlo —dijo, mientras una parte de su mente se preguntaba cuan parecido a la muerte era el estado en que el virus sumía a sus víctimas. Debe de haberle reducido el ritmo cardíaco… Edward gimió de nuevo. Parecía desesperadamente hambriento, y aunque sus ojos casi no se distinguían bajo la nube blanquecina, Rebecca alcanzó a verlo como para entender que eso ya no era Edward. Él se tambaleó, acercándose. —Descansa en paz —murmuró Rebecca, y disparó. La bala le perforó un limpio agujero en la sien izquierda. Lo que había sido Edward permaneció completamente inmóvil por un instante, sin que desapareciera su expresión embotada de hambre, y luego se desplomó sobre el suelo. Cuando Billy la encontró, unos minutos después, Rebecca aún seguía allí, apuntando con la pistola al cadáver de su amigo. Saludos
  6. Concuerdo totalmente con vos, da muchisima pena y lastima esa actuacion saludos
  7. esta muy bueno Lara Valentina, segui asi Saludos
  8. Realmente no se sabe si estan en la web, yo los esuve buscando pero no los encontre. Tambien es ilegal bajarselo,no queda otra(y hacer lo correcto) de comprarlos. Ademas esta mejor tener encuadernados que imprimirlos o leerlos d ela Pc Saludos
  9. Realmente esta excelente, te felicito Bartoli tenes una mano increible para escribir. Y te felicito por las mas de 6000 visitas que tuviste, sigue asi Saludos
  10. Te podria recomendar mi relato del secreto de las piramides y la Hora cero que empece a postear Saludos
  11. Oraculo

    TR Adaptaciones

    Muy bueno Izan, esta excelente Sigue asi amigo Saludos
  12. Aqui mando el ultimo capitulo del volumen CAPITULO V: ¡LA DECLARACIÓN DE GUERRA DE ATHENA A ZEUS! TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Tras el último ken de Aioria de Leo, sólo queda una inmensa nube de polvo en el templo. Seiya y Shun saben que Aioria ha muerto en su último ataque contra Acteón de Eros, así que deciden que la mejor manera de honrar su memoria es seguir al siguiente templo. Justo cuando están por abandonar el templo, oyen una voz que les dice: -“¡Esperen! No irán a ninguna parte hasta que me derroten”. Los santos voltean y con asombro ven a Acteón de Eros, quien ha salido ileso del ataque de Aioria.Shun le dice a Seiya que se vaya y que como decidieron antes, él se quedará a combatir solo. Acteón les dice que a él no le importa si Seiya se va o no. Ya que cree que al ser santos de bronce no tienen oportunidad en contra de los Dioses y olimpianos de Zeus. Seiya se despide de Shun y le dice que lo estará esperando para juntos derrotar a Zeus. Shun contesta que no importa lo que pase jamás deben mirar hacia atrás. EN LAS AFUERAS DEL TEMPLO... Shiryu y Gad de Odiseo están por iniciar su pelea. Shiryu le dice a Gad que vengará a Milo. Gad le responde que cortar la “Auriga de Odiseo” fue un milagro que no se volverá a repetir, por lo que no tiene oportunidad de vencerlo. El olimpiano amenaza a Shiryu con atacarlo con su “Golpe de Saeta”, a lo que el santo de bronce comenta que los ataques en segundas ocasiones no surten efecto en un santo. Gad se enfurece ante tales palabras y dispara su mortal ken... Shiryu sale volando por el golpe, el olimpiano se siente victorioso; pero... para su sorpresa, el santo de Athena cae de pie y sin ningún rasguño. Gad se pregunta que como le hizo Shiryu para soportar el ken a lo que éste le responde:-“Es verdad, tu ken es muy poderoso. Pero cuando me atacaste, yo me protegí de tu patada con mi escudo de Dragón”. Shiryu le explica que el escudo de Dragón es el más poderoso de todos y no cualquier ataque lo daña. Además de que le hace saber que no volverá a usar ese ken de nuevo, porque tiene la pierna rota. Gad cae de rodillas al darse cuenta que su kamei está cuarteado y el hueso de su pierna roto. El santo de Athena le dice que le dará tiempo para que se cure la pierna antes de seguir el combate, ya que no quiere tener ventaja. El olimpiano se levanta. Shiryu siente como el cosmos de Gad se eleva más y más... -“Tú lo pediste Dragón, ahora sentirás en carne propia mi más terrible ken, el ¡“Cortador de Acero”! ”. Exclama lleno de ira Gad. Todo el lugar se cubre de una luz intensa que al disiparse deja ver a ambos contendientes, Shiryu, que ha salido ileso al igual que su escudo del ataque... y Gad que ha perdido su brazo derecho, y no sólo eso, también su kamei ha sido cortado. El olimpiano ahora sabe que Shiryu no es un santo de bronce común y corriente. Para empezar, ¿Cómo es que pudo entrar al Olimpo sí no es un Dios ó porta un kamei? Además, ¿Qué pude tener su brazo que ha sido capaz de cortar tanto la auriga como su kamei? Shiryu le responde explicándole que la razón por la que ha podido entrar al Olimpo, es porque está usando la armadura bañada en sangre de un Dios, en cuanto a como fue capaz de cortar la auriga y el kamei de Odiseo, es sencillo, lo que pasa es que en su brazo derecho habita el espíritu de ¡“Excalibur”! la espada sagrada que corta lo que sea. Gad ahora comprende como fue que Shiryu logró cortar la auriga y su kamei, pero aún así no se da por vencido. Por el contrario, se prepara para atacar nuevamente. Shiryu le dice que no está dispuesto a pelear con un hombre que ya tiene un pie en la tumba. El olimpiano le pregunta de qué está hablando, pero al ver su cuerpo lo entiende... De las heridas hechas por la “Aguja Escarlata” de Milo, está brotando toda la sangre de Gad; el cual cae inerte al momento. Shiryu sabe que debe apresurarse, así que se dirige hacia el primer templo donde combaten Shun y Acteón de Eros... MUY LEJOS DE AHÍ. En una habitación dentro del templo del Cielo se encuentra Athena. Junto a ella están Eduardo de Zeus y su emisario, Laertes de Hermes. Saori ha vuelto en sí. Zeus la saluda. Athena lo cuestiona sobre quien es él. A lo que contesta el Dios: -“Yo soy Eduardo de Zeus, el emperador y soberano de todos los Dioses”. -“Entonces tú eres la reencarnación de Zeus. Tu objetivo es la destrucción de la humanidad, ¿No es así?”. Cuestiona Saori. -“Así es, los humanos se merecen el castigo que les daré. Lo que sufrirán no será más que las consecuencias de haber sido inútiles y desaprovechados. Sin embargo no sólo destruiré a los humanos, si no que reconstruiré el Universo. Tú y yo fuimos elegidos por dos seres omnipotentes, somos Dioses. Por eso es que a pesar de que eres la Diosa protectora de la Tierra, te salvé.” Y lo que te propongo es que no trates de detenerme y te unas a mí en esto. Lo que te estoy pidiendo es que me ayudes a exterminar a la raza humana actual, y hacer una nueva a seme-janza de nosotros, los Dioses”. Exclama Zeus. -“¡¡No!! ¡Cómo crees que voy a permitir tal atrocidad! Yo soy Athena, y junto con mis santos detendremos tus malignos planes. Te lo juro por mi vida.”. Responde tajante Athena. -“No sé porque sabía que rechazarías mi propuesta, así que me preparé muy bien. ¡Laertes, ahora!”. Dice Zeus. De entre las sombras de la habitación aparece Laertes de Hermes, uno de los Dioses del Olimpo que están al servicio de Zeus. Él cual comienza a tocar una hermosa melodía con su flauta que hace a Saori entrar en una especie de trance. -“Muy bien, escúchame Athena ; con ésta égida que te voy a poner estarás bajo mi control y quieras o no me ayudarás a eliminar a toda la humanidad y a establecer mi utopía como en la era mitológica.”. Exclama Zeus. El señor de los Dioses ordena a Laertes despertar a Athena. Saori despierta. -“¿Y bien Athena? ¿Aceptarás mi propuesta?”. Cuestiona Zeus a Saori. -“Sí, mi señor Zeus. Con gusto le ayudaré a exterminar a los inútiles humanos”. Contesta ésta. -“Así está mucho mejor”. Dice victorioso Eduardo de Zeus... (Nota : En la mitología griega, la égida era una especie de vestimenta que Zeus le entregó a su hija Athena, cuando le dio la responsabilidad de dirigir el reino de la Tierra. Y la Diosa la portaba siempre debajo de su armadura en todas las batallas.) Saludos
  13. Hola amigos aqui les mando el capitulo 4 CAPITULO IV : ¡ EL RUGIDO FINAL DEL LEON DORADO ! TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Aioria acaba de recibir un poderoso golpe de Acteón de Eros. No obstante aún no se rinde. Acteón reta a Aioria a tratar de utilizar su máximo poder para derrotarlo. SEGUNDA CIUDADELA DEL OLIMPO. Cástor y Pólux se presentan ante Saga. Éste se encuentra sorprendido de saber que su maestro tiene un hermano gemelo. Los hermanos Dioscuros preguntan a Saga si está asombrado de que sean dos los antiguos santos de Géminis. Saga les advierte que aunque sean dos, aún así los vencerá. EN LAS AFUERAS DEL PRIMER TEMPLO DEL OLIMPO. Los santos de bronce están por entrar en el templo de la Armonía y Paz Universal. Shun les pide a Seiya y los demás que al entrar al templo, lo dejen y se vayan al siguiente, ya que ha decidido pelear ahí solo. Seiya le dice que no importa lo fuerte que se hayan vuelto, los enemigos que les esperan en los templos son los más temibles que se han encontrado. Por lo que no lo puede dejar pelear solo contra el Dios guardián del templo. Shun les comenta que en el tiempo que vivió la vida normalmente al lado de Ikki, le hizo una promesa; la cual era que si alguna vez estuviera amenazada la paz de la humanidad, tendría que pelear con todo su poder y que no importa que enemigo enfrentaría por sí mismo sin la ayuda de nadie para demostrarle que aún sin él, nunca se daría por vencido. Seiya, Shiryu y Hyoga están de acuerdo con él y le dan su palabra de dejarlo combatir solo como lo desea. TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Aioria libera su terrible ken “Relámpago de Voltaje” en contra de Acteón de Eros, sin embargo el Dios lo atrapa con una sola mano. Acteón le dice que si ese fue el ken más poderoso que tiene entonces ahora verá lo que es un verdadero ken de poder... Es el ¡“Pentagrama Cósmico”!. El santo dorado es atrapado por un gigantesco remolino de pentagramas musicales, cuyas notas atraviesan una y otra vez su cuerpo provocándole heridas. Acteón está asombrado por la resistencia de la armadura de Leo que no ha sufrido daño alguno tras el ataque. No obstante Aioria si se encuentra malherido... Aioria decide usar su última técnica, aunque sabe que en el estado que se encuentra, puede costarle la vida. Se levanta y enciende su cosmos... Acteón lo felicita por poder aún elevar su cosmos, pero que él con un pequeño esfuerzo podría opacar su cosmos. La lucha entre los dos cosmos empieza, siendo el de Acteón el más poderoso, sin embargo, Aioria no se rinde y aumenta aún más su cosmos. MIENTRAS TANTO NO MUY LEJOS DE AHÍ... Seiya y los demás sienten los dos enormes cosmos chocar, e identifican uno de los cosmos como el de Aioria. Por lo que se apresuran a llegar a ayudarlo. PRIMERA CIUDADELA DEL OLIMPO. La batalla entre Milo de Escorpión y Gad de Odiseo, continúa. Milo ha decidido utilizar su técnica “Aguja Escarlata”, para derrotar a Gad. Así que arremete en contra del olimpiano con todo su poder, pero Gad lo esquiva fácilmente. Gad se burla de Milo, pero éste le dice que se mire bien antes de burlarse. En efecto, para sorpresa de Gad, Milo logró alcanzarlo en cinco ocasiones. El olimpiano reta a Milo hacerlo otra vez. El santo ataca de nuevo, y Gad lo vuelve a evadir; pero nuevamente es alcanzado por las agujas de Milo. Gad no puede creer como es que el santo dorado lo ha estado tocando y lo reta una vez más... El resultado es el mismo. Milo le advierte a Gad que ya ha recibido catorce agujas, y si le asesta la última morirá sin remedio. Así que debe elegir entre rendirse o morir. Gad sólo ríe y le dice que sus agujas son un truco de niños y que le demostrará lo que es un verdadero ken, su poderoso... ¡“Golpe de Saeta”! El santo dorado se prepara a recibir el ataque, pero confiado en que derrotará a Gad. Milo no intenta eludir el ken y es irremediablemente alcanzado por Gad, cuyo cuerpo asemeja a una flecha. Gad da una carcajada al ver el cuerpo del santo de Athena estrellarse contra los escalones de la entrada del templo. Sin embargo, Milo aún vive y le dice que no se alegre tan rápido ya que en el transcurso del último ataque, logró atravesarlo con la última de sus agujas... ¡“Antares”! El olimpiano dice que el “Antares”no le hizo el menor daño, así que como Milo sigue vivo a pesar de su ataque, ahora le cortará la cabeza usando su auriga. La auriga es lanzada por Gad y cuando está por cortar la cabeza de Milo, cae al suelo cortada en dos ante los ojos atónitos de Gad. En eso de la entrada del templo de la Armonía y Paz Universal, aparece la silueta de alguien que se aproxima a Gad y Milo. -“¿Tú? ¿Acaso puede ser posible que alguien como tú haya podido cortar la poderosa “Auriga de Odiseo?”. Pregunta Gad. -“Así es, no permitiré que mueran más santos. Primero tendrás que vencerme a mí para matar a Milo. Y como ves no será fácil derrotarme. ¡Yo soy el Dragón Shiryu!”. Contesta el recién llegado... TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Los cosmos de Aioria y Acteón chocan, en un impresionante duelo. Acteón advierte por última vez al santo dorado de Leo que lo destruirá si no se rinde, pero la respuesta es la misma, Aioria no se rendirá. Acteón se prepara para atacar con su “Pentagrama Cósmico”, pero en ese instante... ¡Una cadena aparece y atrapa la mano del Dios!... Sí, así es, Seiya y Shun han llegado. El Dios los cuestiona sobre quienes son a lo que contestan que ellos son: Pegaso Seiya, y Andrómeda Shun. Aioria les explica la situación y les dice que no necesita su ayuda y que vayan al siguiente templo sin perder tiempo. Aioria se despide de ellos encargándoles el cuidado de Athena y la paz del Universo. Ahora se dispone a utilizar su última técnica: el “Rugido de Leo”. El cuerpo de Aioria empieza a girar hasta convertirse en una gigantesca esfera de energía que se impulsa a una velocidad más alta que la luz en contra de Acteón de Eros. Al ver el último ken de Aioria, Acteón comprende que el “Rugido de Leo” no es cualquier cosa y debe enfrentarlo con seriedad... Pero el Dios aún no acaba de reflexionar eso, cuando no tiene tiempo de reaccionar y es envuelto en la enorme explosión que provoca el choque del ken de Aioria... Saludos
  14. CAPITULO III: LOS GEMELOS DIOSCUROS, CASTOR Y PÓLUX. Seiya, Shiryu, y Shun han dejado atrás a Hyoga combatiendo con Altair y llegan a la primera ciudadela, donde se halla el primero de los templos, se trata del templo de la Armonía y Paz Universal donde se encuentran peleando Milo de Escorpión y Gad de Odiseo. Seiya pregunta a Milo si desea que lo ayuden a lo que éste le contesta que no los necesita y que mejor vayan a auxiliar a los otros santos dorados que han entrado al templo. TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Aioria de Leo se encuentra combatiendo a Acteón de Eros, Dios Guardián del templo. Acteón le dice a Aioria que derrotó de esa forma tan fácil a Afrodita sólo para mostrarle una pequeña parte de su poder con la esperanza de que se acobardara y huyera sin tener que matarlo sin sentido, pero ve que está dispuesto a pelear hasta la muerte. Así que no le queda más remedio que eliminarlo. -“Para derrotarte ni siquiera utilizaré mi lira, con esto tendrás”. Amenaza Acteón. El ataque lanza a Aioria contra unos pilares del templo y después se le vienen encima pesados escombros. Acteón se da la vuelta victorioso, pero en eso se escucha una voz: -“Aún no me has derrotado”. ¡Es Aioria! Quien le dice al Dios que ahora verá su verdadero poder. Eros le dice que si cree que con lo que derrotó al olimpiano Neir de Ayax, lo vencerá; está loco. Aioria empieza a encender su cosmos hasta un nivel más alto que el utilizó contra Neir, y ataca a Acteón con toda su fuerza. El Dios atrapa el ken con sus manos, pero aún así es arrastrado varios metros. Acteón felicita a Aioria por lo que acaba de hacer. Diciéndole que es un buen rival después de todo, por lo que peleará a su nivel. Después de esto se despoja de su toga y enciende su cosmos... Y a la velocidad de la luz se planta enfrente del santo de Leo y le regresa el golpe con la misma fuerza... SEGUNDA CIUDADELA DEL OLIMPO. Saga de Géminis está a punto de comenzar su pelea en contra de Vane de Pólux, el olimpiano que protege la entrada al templo de la Guerra Santa. -“Cuanto tiempo sin verte, Saga”. Exclama Vane. Saga se sorprende, y le pregunta quien es. A lo que el olimpiano le contesta que si ya no lo recuerda, tal vez si se quita la máscara lo reconozca... -“¡No! ¡No es posible! Eres... eres... ¡El Maestro Vane, el antiguo santo de Géminis!”. Dice asombrado Saga. Vane le dice a Saga que sólo está ahí para que no siga adelante. Saga le contesta que lo siente, pero no se va a detener y si es necesario peleará en su contra. Vane dice que no hay remedio, tendrá que destruirlo muy a pesar de que sea su alumno. LO QUE ALGUNA VEZ FUE EL SANTUARIO, EN GRECIA. Shion y el maestro Dohko se alistan para ir al Olimpo. Dohko pregunta a Shion si el sabe en donde está la armadura de Athena. A lo que éste le dice que tal vez se perdió durante la batalla con Hades. En eso llega Kanon a comunicarles que desea una nueva armadura ya que quiere ir a ayudar a su hermano y a los otros santos dorados. Shion le comunica que Saga ya le había pedido eso, así que Shion renovó la antiguas escamas del Dragón Marino y las transformó en la nueva y mejorada armadura de Géminis. Igual de poderosa que la de Saga. Sin perder el tiempo Kanon corre a la habitación del Patriarca por su nueva armadura. (Nota: La habitación del Patriarca, es una de las pocas cosas del Santuario que quedaron en pie. Ya que la onda expansiva de la explosión sólo alcanzó a llegar hasta la casa de Sagitario.) ORIENTE, EN ALGÚN LUGAR DE UN BOSQUE. Tatsumi y los santos de acero observan a través de la televisión el enorme cráter que quedó en lo que alguna vez fue el sitio más impenetrable del mundo, el Santuario de Grecia. Preguntándose si acaso Saori, Seiya y los demás santos perecieron en esa explosión. PRIMERA CIUDADELA DEL OLIMPO. Continúa la batalla entre Milo de Escorpión y Gad de Odiseo. Milo sufre para esquivar la poderosa y veloz “Auriga de Odiseo”, hasta que Gad le dice que aunque la esquive el puro aire que desprende la auriga es capaz de cortar su armadura de oro. Y que si no le cree es mejor que se mire su ropaje. Para sorpresa de Milo, la armadura de Escorpión tiene rajaduras. Sin embargo, Milo aún no se ha dado por vencido y planea atacar a Gad con las “Agujas Escarlatas”. SEGUNDA CIUDADELA DEL OLIMPO. Vane le da un ultimátum a Saga. Sin embargo, el santo de Géminis no está dispuesto a darse por vencido, así que el olimpiano se prepara para destruirlo. Vane le dice al santo de Athena con lo acabará con su ken llamado “Explosión de Nova”. Saga no puede eludir el ataque y queda en medio de la terrible explosión. Al desaparecer la nube de polvareda, sólo queda un Saga inconsciente en el centro de un gigantesco cráter. El olimpiano piensa que ya todo acabó... sin embargo... ¡Saga se levanta! De pronto una voz se escucha diciendo: -“No te confíes, Vane. Recuerda que él fue tu mejor discípulo”. Ambos voltean para saber de quien se trata... El recién llegado se presenta ante Saga: -“Yo soy Dagr de Cástor, y soy hermano de Vane. Sí así es, ¡Somos los gemelos Dioscuros, Cástor y Pólux ! ”. Saludos
  15. Muchisimas gracias SnowMan, muy interesante el proyecto Saludos
  16. Hola amigo aqui va el capitulo 2 CAPITULO II: ¡LA IRA DEL GUERRERO DE LOS HIELOS ! LAS CAVERNAS DE SANGÜITA. Los santos de bronce están asombrados por ver sus estatuas. En ese momento aparece Shion, quién les dice que desde tiempos inmemoriales se les esperaba en ese lugar. Ya que ellos son los santos elegidos que pelearán en la última de las batallas. Después de felicitarlos por haber pasado el reto de las cavernas, les dice que no hay tiempo que perder debe ir a ayudar a los santos dorados que combaten en el Monte Olimpo. SEGUNDA CIUDADELA DEL OLIMPO. Saga y Mu están a punto de llegar al segundo templo, de pronto un extraño les sale al paso. Él les dice que es el guardia pretoriano de la segunda ciudadela, donde se encuentra el templo de la Guerra Santa. Y su nombre es Vane de Pólux. Saga le pide a Mu que siga adelante, por que su fuerza será de gran ayuda más adelante para derrotar a Zeus. Mu acepta y se marcha sin que Vane le impida el paso. EN OTRO LUGAR MIENTRAS TANTO... Seiya y sus amigos se preparan para ir al Olimpo. En ese instante aparece ante ellos un extraño, el cual les dice que antes de ir a pelear con Zeus necesitan unas nuevas armaduras más poderosas que las que traen. Los santos lo cuestionan sobre quien es y éste les contesta que su identidad no vale la pena, que sólo está ahí para ayudar a darle más poder a los ropajes de ellos. Por lo que les trajo un obsequio, entonces les muestra una crátera la cual está llena de sangre. Seiya le pregunta de quien es la sangre a lo que el extraño contesta que lo único que tienen que saber es que... ¡Es sangre de dioses! Después de esto desaparece tan rápido como llegó. Shion comenta que no sabe quien era el mensajero, pero de lo que está seguro es que esa sangre si es de dioses; y con ella va a renovar las armaduras... TEMPLO DE LA ARMONÍA Y PAZ UNIVERSAL. Aioria y Afrodita están por iniciar su combate en contra del Dios Guardián del templo, Acteón de Eros. El santo de Leo le recuerda a Afrodita que tienen que pelear los dos juntos para derrotar al Dios. Sin embargo Afrodita hace caso omiso del consejo y ataca a Acteón con su nuevo ken: “Rosas Estelares”, pero el Dios no sufre ningún daño y el ataque del santo de Piscis vuelve en contra de sí mismo. Acteón le recuerda que aquel mortal que se atreva a levantar su puño en contra de un Dios será castigado, el poder en contra de un Dios se regresará en contra suya. Por lo tanto, el Dios de Eros se dispone a castigar a Afrodita. Así que toca una nota con las cuerdas de su lira y, el cuerpo del santo dorado es lanzado contra los muros del templo. MIENTRAS EN LA ENTRADA AL OLIMPO. Seiya y los demás santos han llegado al Olimpo, vistiendo las nuevas armaduras que reparó Shion y se encuentran frente a la primera ciudadela de los Dioses. De pronto, Hyoga descubre el cuerpo inerte de Camus de Acuario. En ese momento, Altair de Ganímedes aparece frente a ellos. Hyoga le pregunta si él mató a Camus. El olimpiano sólo asiente con la cabeza, y les advierte que no los va a dejar seguir adelante. Hyoga les dice a sus amigos que él se quedará y que ellos sigan adelante. Altair dice que no dejará que ninguno de ellos se vaya, y Hyoga le dispara un rayo frío con su dedo índice al tiempo que dice a Seiya y los otros que corran. El olimpiano repite que no pasarán, pero cuando trata de detenerlos no se puede mover, ya que un círculo de hielo está alrededor de su cuerpo. -“Ese es el círculo de hielo”. Exclama Hyoga. También le dice que entre más trate de moverse aparecerán más y más círculos a su alrededor y le será imposible liberarse. Sin embargo se lo quitará una vez que sus amigos estén lo suficientemente lejos de ahí. Altair le dice que es muy amable, pero que de todas formas él puede liberarse por sí mismo. Así que enciende su cosmos y destruye el círculo de hielo que Hyoga le había puesto... Sin tiempo que perder, Hyoga ataca a Altair con el “Polvo de Diamante” enviándolo a volar lejos. El olimpiano le dice que es mejor de lo que esperaba, sin embargo con ese poder no podrá vencerlo. Hyoga le dice que lo va a hacer sufrir poco a poco para que pague por la muerte de Camus. Enseguida el santo del Cisne se lanza sobre las piernas de Altair y se las congela, para después atacarlo con el chorro frío de su “Rayo de Aurora”, el olimpiano es elevado por los aires y cae pesadamente estrellándose contra el suelo. Altair se levanta enfurecido y le dice a Hyoga que lo acabará con lo que derrotó Camus, la “Cruz del Aguila”. El santo de Athena recibe el ataque y es estrellado contra un pilar de mármol. Altair está seguro que Hyoga no aguantó el ataque y que ha sido derrotado, pero, cuando se acerca al cuerpo de éste, Hyoga está burlándose del ken. El olimpiano no puede creerlo, y más aún cuando se levanta sin ningún rasguño en su armadura. Hyoga le dice a Altair que lo eliminará con el ken que aprendió de Camus, la “Ejecución de Aurora”. Sin embargo, Altair va a contraatacar con su ken más poderoso; “Ataque de Altair”. El olimpiano y el santo atacan al mismo tiempo, y los kens chocan siendo el de Hyoga el más poderoso golpeando irremediablemente a Altair convirtiéndolo en una estatua de hielo para después salir disparado hacia arriba y caer al suelo haciéndose mil pedazos... Saludos
  17. Hola amigos aqui arranco el volumen 3 VOLUMEN III CAPITULO I: ¡EL NOVENO SENTIDO, EL KUNDALINI! TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Ante Aioria y Afrodita se presenta el guardián del templo. El extraño les dice que es Acteón de Eros, el guardián del templo de la Armonía y Paz Universal. Los santos se asombran del impresionante cosmos que posee Acteón. Aioria le dice a Afrodita que tendrán que pelear los dos al mismo tiempo si es que quieren poder vencer al Dios guardián de ese templo. A regañadientes el santo de Piscis acepta. CAVERNAS DE SANGÜITA. Seiya se encuentra con lo que parece ser el lado negativo de él mismo, y no puede derrotar a tal adversario; por otro lado Hyoga acaba de llegar a un lugar que es idéntico a su tierra natal, Siberia. De pronto aparecen ante él Camus, Cristal e Isaac, quienes le reprochan su fracaso como santo. Mientras tanto Shiryu se encuentra cara a cara con los más terribles rivales a los que ha enfrentado, y para colmo, en el instante de verlos... ¡Vuelve a perder la vista! Por su parte, ante Shun aparece Ikki, ¡Quien tiene la intención de matarlo! MIENTRAS TANTO EN LAS AFUERAS DE LA PRIMERA CIUDADELA DEL OLIMPO. Milo de Escorpión ha inmovilizado a Gad de Odiseo, uno de los olimpianos de Zeus, para que sus compañeros pudieran seguir adelante. -“¿De manera que crees que este truco puede detenerme?”. Cuestiona sarcásticamente Gad. Milo le contesta que sólo era para que los santos dorados pudieran entrar al templo. Gad le dice que entiende, que lo hizo para que nadie interfiriera en su combate. El olimpiano ataca a Milo, pero éste se desaparece ante sus ojos. Gad está sorprendido por la velocidad del santo, y está decidido a atacarlo con todo su poder. Gad pregunta a Milo si ha oído hablar de la “Auriga de Odiseo”; éste responde que no y el olimpiano le dice que en la mitología, Odiseo, el rey de Ítaca era uno de los guerreros más poderosos al servicio de Athena y que la diosa después de su aventura en Troya y tras haber estado perdido veinte años demostrando su valor y tenacidad, ella le entregó una auriga mágica forjada por Hefestos, la cual cortaba cualquier cosa y que no importara a donde la lanzara siempre regresaría a su mano. Al terminar de hablar lleva su mano a la espalda y saca la... ¡“Auriga de Odiseo”! EN OTRO LUGAR, LEJOS DE AHÍ. Seiya no puede derrotar a su sombra ya que al atacarlo es como si golpeara un holograma y no sólo eso, con cada ataque la sombra responde con más poder y velocidad. Lo mismo pasa con los demás santos con sus respectivos rivales. Cuando están a punto de darse por vencidos, todos escuchan la voz del maestro Shion; quien les dice: -“Recuerden que en ese lugar se reflejan sus mentes, a lo que más teman hallarán. El cosmos que es activado por el proceso de respiración abre los shakras; que son los siete puntos vitales en los que el ser humano almacena energía. Pasando por los meridianos llega hasta el tope de la cabeza para terminar sublimándose. A todos aquellos que logren hacerlo se les llama: “Guerreros Kundalini”, que son los que han adquirido el noveno sentido”. Los santos comprenden que para derrotar a sus oponentes necesitan despertar el noveno sentido. El maestro Shion les dice que cuando sientan y escuchen en su corazón al noveno sentido su poder ya no será el mismo. Seiya sigue atacando a su sombra con los mismos resultados infructuosos. Sin embargo se da cuenta de que si él ataca, su oponente responde y ahora que ha dejado de atacar la sombra está inmóvil. Comprende que nunca le ganará si no se concentra y despierta los siete shakras. Seiya cierra los ojos y se concentra de pronto una luz empieza a cubrir su cuerpo, empezando en la parte baja del abdomen hasta la cabeza; y un gigantesco cosmos emana de él... El santo de Pegaso ataca nuevamente, pero esta vez su rival es destruido por el ken de Seiya. Al ser vencida la sombra, Seiya puede ver que la salida de las cavernas esta justo frente a él... Y con Shiryu... El santo del Dragón siente que no podrá vencer a sus rivales si no adquiere el noveno sentido tal y como lo dijo Shion. En ese instante recuerda que para vencer a esos enemigos necesitó hacer arder todo su cosmos hasta el punto de hacerlo estallar. Las enseñanzas de Dohko vienen a su cabeza. Cuando su maestro le dijo: -“El propósito original de la pelea, recuerda que si no tienes un objetivo por el cual tienes que ganar serás derrotado”. Shiryu piensa que en esta ocasión es lo mismo, por lo que va a aumentar su cosmos al punto de explosión y alcanzará el nivel del Guerrero Kundalini. -“Shion dijo que cuando alcanzáramos el noveno sentido lo sentiríamos desde el fondo del corazón. Ahora lo sé, ¡Estoy listo para liberar al último Dragón!”. Piensa Shiryu. Con su poder el santo del Dragón derrota a sus oponentes y obtiene el derecho a salir de ese lugar. Con Hyoga... El santo del Cisne está siendo vapuleado por Camus, Isaac y Cristal ya que no quiere pelear en contra de ellos. Sin embargo empieza a reflexionar sobre lo que siempre le aconsejaron sus maestros; que cuando estuviera combatiendo a un rival no importara quien fuera, debería de pelear con todas sus fuerzas. Hyoga se concentra en el momento en que adquirió el grandioso aire frío del cero absoluto el cual es mucho más poderoso que el de su maestro Camus. Sin darse cuenta ya no estaba en Siberia, y Cristal e Isaac habían desaparecido. Ahora estaba en la casa de Acuario combatiendo con Camus. Hyoga sabía que en lo que pensará ahí adentro se materializaría, por lo que decidió trasladarse al momento de su vida donde tuvo que usar todo su cosmos para vencer al más terrible de sus rivales, Camus de Acuario. La batalla llega a su clímax, el momento en que los dos realizaron la “Ejecución de Aurora” al mismo tiempo. Hyoga eleva al máximo su cosmos y libera su poder... En ese momento todo se cubre de luz y la salida de las cavernas aparece frente a él. Mientras tanto con Shun... Éste está desesperado por que la cadena de Andrómeda no le causa el menor daño a... ¿Ikki? El falso Ikki ataca una y otra vez sin respuesta, hasta que de pronto Shun escucha la voz de su hermano que le dice: -“Shun, escucha esto; no debes darte por vencido ya que en tus manos se encuentra el destino del Universo. Tienes que ser muy fuerte y soportar todas las adversidades hasta mi regreso. Demuéstrame que puedes derrotar a cualquier enemigo sin mi ayuda, ¡Tú sólo! ¡Adelante Shun!”. Shun comprende las palabras de su hermano y eleva su cosmos al nivel más alto, y por primera vez siente seguridad en sí mismo para derrotar a un oponente, de ésta forma alcanza el noveno sentido y grita con todas sus fuerzas: -“¡Ikki, mírame! Aquí está el mayor poder de Shun Andrómeda”. Se produce una gran explosión y al disiparse, Shun puede ver la salida... Ya afuera todos los santos de bronce se reúnen. Y descubren que en una especie de plazoleta en las afueras de las cavernas están sus estatuas... Saludos
  18. Hola amigos aqui les mando el capitulo 3 CAPÍTULO 3 Rebecca contempló a Billy salir del vagón y se sintió impotente y muy joven. Él ni siquiera miró hacia atrás, como si no valiera la pena preocuparse por ella. Y al parecer, así es, pensó Rebecca, dejando caer los hombros. No se había esperado que fuera tan…, bueno, tan atemorizador. Grande, musculoso, con unos ojos de acero oscuro y un intrincado tatuaje tribal que le cubría todo el brazo derecho. Pudo verlo porque la fina camiseta de algodón que llevaba le dejaba ambos brazos al descubierto. Tenía un aspecto duro, y después de su terrible encuentro con los casi muertos andantes, Rebecca no se había sentido capaz de detenerlo. Sin mencionar que te pilló desprevenida. Había encontrado un cadáver solitario en la parte delantera del vagón, uno de los operarios del tren, y vio lo que parecía una llave en la fría mano del muerto. Como la única otra puerta por la que salir del tren estaba cerrada, había intentado conseguir la llave; era eso o regresar a través del vagón de pasajeros. Estaba tan concentrada intentando coger la llave sin romper los rígidos dedos que no había oído acercarse al convicto, no hasta que fue demasiado tarde. Después de su encuentro, mientras regresaba a la parte delantera del vagón, se fijó en que, de todas formas, la puerta cerrada se abría con tarjeta. Fantástico. Hasta el momento lo estaba haciendo de maravilla. Se volvió y agarró la radio, dispuesta a admitir la derrota. Si pudiera conseguir que los del equipo vinieran rápidamente, ellos se encargarían de Billy. Y lo más importante, deseaba no ser la única en saber que alguna especie de plaga se había abatido sobre Winsburg. Resultaba curioso. De repente, atrapar a un asesino convicto había descendido bruscamente en su lista de prioridades. ¡Bam! ¡Bam! Incluso antes de que pudiera tocar el botón del transmisor, oyó los dos disparos en el vagón contiguo, en la dirección en la que Billy se había marchado. Dudó un momento, sin saber qué hacer, y en ese instante, una ventana estalló a su espalda. Se volvió, y en medio de los añicos de cristal vio una figura humana cayendo al suelo. —¡Edward! El mecánico no respondió. Rebecca corrió al lado de su compañero de equipo, evaluando rápidamente su estado. Aparte de una enorme herida abierta en el hombro derecho, tenía la cara grisácea por el espanto y la mirada empañada y desenfocada. Todas las partes expuestas de su cuerpo estaban cubierta de contusiones y abrasiones. —¿Estás bien? —preguntó Rebecca, mientras abría su botiquín de campaña y sacaba un grueso parche de gasa. Rompió el envoltorio y se lo aplicó sobre el hombro a su compañero mientras pensaba con una sensación de abatimiento que no le serviría de mucho. A juzgar por la cantidad de sangre que le empapaba la camisa, seguramente tenía la vena subclavia seccionada. Se sorprendió de que siguiera con vida, y más aún de que hubiera tenido fuerzas para saltar por la ventana. —¿Qué ha pasado? Edward giro la cabeza hacia ella, parpadeando lentamente. Su voz estaba crispada por el dolor. —Peor que… No podemos… Rebecca aguantó la venda con firmeza, pero ya estaba casi empapada. Edward necesitaba un hospital inmediatamente, o no lo resistiría. La voz de Edward sonó aún más débil. —Ten cuidado, Rebecca… —dijo trabajosamente—, el bosque está lleno de zombis… y monstruos… Rebecca comenzó a decirle que no hablara más, que no malgastara sus fuerzas, cuando otra ventana estalló a su izquierda, cubriéndolos a ambos de fragmentos de vidrio. Dos figuras gigantescas entraron saltando a través del marco vacío. Una desapareció por la esquina del pasillo y la otra se volvió hacia ellos. Zombis y monstruos. Un perro, era un perro enorme. Pero no era como ninguno de los perros que había visto en su vida. Podría haber sido un doberman en algún momento, pero al ver las fauces abiertas goteantes de saliva y los pedazos de carne y músculo que le colgaban de las ancas, Rebecca se dio cuenta de que también «eso» estaba infectado por la enfermedad que había acabado con los pasajeros del tren. No sólo tenía aspecto de muerto, sino que parecía destruido, con una película roja sobre los ojos y el cuerpo apedazado como un mosaico enloquecedor de piel mojada y tejidos sanguinolentos. Edward no sería capaz de protegerse. Rebecca se alzó lentamente y dio un paso atrás, alejándose del agonizante mecánico. Tenía la pistola en la mano, aunque no recordaba haberla desenfundado. Oyó al segundo perro jadeando por el corredor, fuera de su vista. Apuntó al ojo izquierdo del animal y por primera vez comprendió el verdadero horror de esa enfermedad, fuera ésta cual fuera. Su enfrentamiento con los pasajeros casi muertos había sido terrible, pero tan aturdidor que casi no había tenido tiempo de considerar lo que significaba. Pero al ver a la monstruosa bestia de patas tiesas que tenía delante, cuyo gruñido se iba alzando hasta convertirse en un penetrante aullido de hambre, se acordó del perro de su infancia, un peludo labrador de color negro llamado Donner, se acordó de cuánto lo había querido, y se dio cuenta de que eso probablemente había sido alguna vez la mascota de alguien. Igual que esa gente a la que había disparado, que alguna vez habían sido humanos y se habían reído o llorado, y tenían familias que los echarían de menos, familias que quedarían destrozadas por su pérdida. Ya fuera una enfermedad, un escape químico o un ataque, lo que había causado todo eso era una abominación. La idea cruzó su mente por un instante y desapareció. El perro tensó sus descarnados costados, preparándose para atacar, y Rebecca apretó el gatillo. La nueve milímetros le dio una fuerte sacudida en la mano y el estruendo resultó ensordecedor en un espacio tan pequeño. El perro se desplomó. Rebecca se volvió y apuntó hacia el pasillo, esperando a que apareciera el segundo perro. No tuvo que esperar mucho. Rugiendo, el animal saltó desde la esquina con las fauces abiertas. Rebecca disparó. El tiro entró por el pecho del perro y lo lanzó hacia atrás con un agudo gemido de dolor, pero siguió en pie. Se sacudió como si acabara de salir del agua y gruñó, dispuesto a ir a por ella, aunque una sangre oscura y pustulenta le manaba de la herida. ¡Debería haberlo matado, esa bala debería haberlo dejado seco! Igual que la gente en el vagón de pasajeros, parecía que sólo una herida en la cabeza acabaría con él. Rebecca alzó la pistola y disparó de nuevo. Esta vez le dio en el centro de la estrecha cabeza. El perro cayó, se sacudió en un espasmo y quedó inmóvil. Podía haber más. Rebecca bajó ligeramente el arma, se volvió hacia las ventanas rotas e intentó ver a través de la oscuridad y la lluvia a la vez que se esforzaba por oír algo que no fuera la tormenta. Al cabo de unos segundos desistió. Se volvió hacia Edward mientras buscaba una nueva venda en la mochila, y se detuvo con la mirada clavada en su compañero de equipo. De la herida del hombro ya no salía sangre. Rápidamente le buscó el pulso bajo la oreja izquierda, pero no encontró nada. Edward miraba hacia el suelo con los ojos medio abiertos, muerto. —Lo siento —murmuró Rebecca, quedándose en cuclillas. Resultaba inconcebible que Edward hubiera muerto en el corto espacio de tiempo en que ella había estado disparando contra aquellas cosas perrunas, y sintió que la culpabilidad la invadía. Si hubiera sido más rápida, si le hubiera vendado mejor la herida… Pero no lo hiciste, y cuanto más rato estés aquí sentada sintiéndote culpable, más probabilidades tienes de acabar como él. ¡Muévete! Rebecca se sintió aún más culpable ante ese frío pensamiento, pero una mirada hacia las ventanas abiertas la hizo ponerse en pie. Tendría que evaluar su culpa más tarde, cuando no fuera peligroso hacerlo. El radiotransmisor emitió un pitido. La agarró mientras se alejaba de las ventanas y del pobre Edward. La recepción era mala, pero supo que era Enrico. Se llevó el altavoz a la oreja y sintió un gran alivio al oír la voz del capitán entre la estática. —¿… me recibes? … más información sobre… Coen… De mala gana, Rebecca se acercó a las ventanas confiando en que mejoraría la recepción, pero la estática siguió casi igual. —… internado … mató al menos a veintitrés personas… cuidado… ¿Qué? Rebecca apretó el botón de transmisión. —¡Enrico, aquí Rebecca! ¿Me recibes? Cambio. Estática. —¡Capitán! MAGNIFICOS Bravo, ¿me recibes? Largos segundos de estática. Había perdido la señal. Volvió a colgarse el radiotransmisor del cinturón. Tenía que regresar al helicóptero, explicar a los otros lo de Edward, lo de Billy y lo del tren, y el terrible peligro al que se enfrentaban. Cambió el cargador de la nueve milímetros y se tomó unos momentos para recargar el que tenía medio lleno. Lanzó una triste mirada final a su compañero caído, saltó sobre el cuerpo del perro, intentando no resbalar en el charco de sangre que lo rodeaba, y se dirigió al vagón de pasajeros. Aunque sabía que debería estar impaciente por correr detrás del preso escapado para arrestarlo, esperaba no volver a ver a Billy. La muerte de Edward, los perros… Se sentía aturdida e incapaz de imponer su autoridad. ¿Veintitrés personas? La recorrió un escalofrío, y se sorprendió de que no la hubiera matado cuando tuvo la oportunidad. En el vagón de pasajeros vio el resultado de los dos tiros que había oído antes. La víctima enfermiza que antes creyó ver moverse, aunque no estaba segura, al parecer seguía viva, a fin de cuentas. Debía de haber intentado atacar a Billy igual que los otros fueran a por ella. Se detuvo en la puerta del fondo del vagón por la que había entrado inicialmente y contempló los cuerpos descompuestos de la gente a la que había matado. Si Edward estaba en lo cierto, tendría que moverse con rapidez. Y quizá no fuese Billy quien había matado a los marines. Rebecca parpadeó. No se le había ocurrido antes, pero puede que hubieran atacado el jeep y eso había permitido a Billy escapar, lo había obligado a salir corriendo. Parecía probable. Los dos cadáveres tenían señales de haber sido atacados violentamente, no les habían disparado; los perros podrían haberlo hecho. Negó con la cabeza. No importaba. De todas maneras era un asesino, y si no se sentía capaz de apresarlo, más le valdría buscar a alguien que pudiera hacerlo. Por muy seria que fuera la desconocida enfermedad, no podían dejar que Coen escapara. Dejó a su espalda el vagón de pasajeros y se apresuró a cruzar el vagón vacío hasta la puerta, esperando que los demás estuvieran de regreso en el helicóptero. No sabía muy bien cómo dar la noticia de la muerte de Edward; eso iba a ser duro. Rebecca frunció el entrecejo y empujó con fuerza la puerta corredera, que se negaba a abrirse. Presionó el picaporte una y otra vez, luego le pegó una patada a la puerta, maldiciendo en silencio. Estaba atascada, o Billy la había cerrado para evitar que lo siguiera. —¡Maldita sea! —Se mordisqueó el labio inferior y recordó la llave en la mano del operario muerto. No había conseguido sacársela y se había olvidado de ella después de su encuentro con Billy, por no hablar de Edward y los perros. Pero ¿quién necesitaba una llave? Le sería más fácil salir por una de las ventanas rotas; no representaría ningún problema. Oyó el sonido de una puerta que se cerraba y miró a la izquierda, hacia el final del tren. Alguien se movía en el siguiente vagón. Otro pasajero enfermo, probablemente. O quizá Billy seguía allí. De cualquier manera, ella estaba lista para salir y tenía ventanas donde elegir. A no ser… que sea otra persona la que esté allí, alguien que necesita ayuda. Incluso podía ser otro de los MAGINIFICOS. Una vez se le ocurrió esa idea, se sintió en el deber de echar un vistazo, aunque eso no fuera muy inteligente. Caminó rápidamente hasta el fondo del vagón mientras se preparaba para cualquier cosa. No parecía posible que esa noche pudiera ocurrir algo más extraño aún, pero también era cierto que la mayoría de lo que había pasado no parecía posible. Quería estar preparada para todo. Abrió la puerta del siguiente vagón y echó una ojeada mientras barría el espacio con la nueve milímetros. Se sintió muy aliviada al encontrarlo vacío y sin sangre. A la izquierda había una escalera que subía, y al frente, una puerta. Ésa debía de ser la puerta que había oído cerrarse… Y entonces se abrió y por ella entró Billy Coen. Billy se detuvo, miró a la chica y a la pistola que llevaba en la mano y se alegró de que estuviera viva, de que tuviera una arma y de que, al parecer, supiera utilizarla. Después de lo que había descubierto, tener un compañero podía ser su única oportunidad de sobrevivir. —La cosa está mal —dijo, y pudo ver que ella sabía que no se refería al arma que lo apuntaba. Rebecca no respondió, sólo lo miró fijamente y siguió apuntándolo con la nueve milímetros. Billy supo que se habían acabado los juegos y alzó las manos. La esposa que le colgaba le golpeó la muñeca. —Esa gente, los que has matado, estaban enfermos —prosiguió Billy—. Uno intentó morderme. Le pegué un tiro y encontré una libreta en su bolsillo. ¿Puedo…? Comenzó a bajar la mano para llevársela al bolsillo trasero. —¡No! ¡Mantén las manos en alto! —ordenó la chica, moviendo el arma. Aún parecía asustada, pero aparentemente estaba dispuesta a arrestarlo. —De acuerdo —contestó—. Cógela tú. Está en mi bolsillo trasero. —Estás de broma, ¿no? No voy a acercarme a ti. Billy suspiró. —Es importante, es una especie de diario. No lo entiendo demasiado, pero es algo sobre una investigación en un laboratorio que ha sido abandonado o destruido, y también habla sobre un puñado de asesinatos que han estado ocurriendo por aquí y de la posibilidad de que se haya escapado un virus. Algo llamado el virus-M. Billy captó una chispa de interés en los ojos de Rebecca, pero ésta quería jugar sobre seguro. —Lo leeré cuando te vuelvas a poner las esposas —dijo. Billy negó con la cabeza. —No sé lo que está pasando, pero es peligroso. Alguien ha cerrado todas las salidas, ¿te has dado cuenta? ¿Por qué no cooperamos hasta que podamos salir de aquí? —¿Cooperar? —Alzó las cejas—. ¿Contigo? Billy se acercó y bajó las manos sin hacer caso del arma que le apuntaba a la cara. —Escucha, pequeña, por si no lo has notado, hay una ****** bien extraña en este tren. Yo, por mi parte, quiero salir de aquí, y solos no tendremos ninguna oportunidad de lograrlo. Rebecca no bajó el arma. —¿Esperas que confíe en ti? No necesito tu ayuda, puedo arreglármelas sola. Y no me llames pequeña. Billy estaba empezando a hartarse de ella, pero se contuvo. —Muy bien, señorita Hazlo tu misma —dijo—. ¿Cómo debo llamarte? —Me llamo Rebecca Peer —respondió—. Y para ti, agente Peer. —Bueno, Rebecca, ¿por qué no me explicas tu plan de acción? —preguntó Billy—. ¿Vas a arrestarme? Perfecto, hazlo. Llama a todo el ejército y diles que traigan la artillería pesada. Podemos esperarlos aquí. Por primera vez, ella pareció dudar. —La radio no funciona —repuso. ******. —¿Cómo vas a salir de aquí? —preguntó él—. ¿Por tierra o por aire? ¿Está muy lejos tu transporte? —Hemos venido en helicóptero, pero… se ha averiado —respondió Rebecca—. Aunque eso no es asunto tuyo. Ponte las esposas. Mi equipo está esperando fuera. Billy bajó las manos. —¿Están lejos? ¿Estás segura de que siguen por aquí? La chica frunció el entrecejo. —Esto no es un concurso de preguntas, teniente. Te voy a sacar de aquí. Date la vuelta y ponte de cara a la pared. —No. —Billy cruzó los brazos—. Dispara si tienes que hacerlo, pero de ninguna manera voy a entregar mi arma o a dejar que me pongas las esposas. Las mejillas de Rebecca enrojecieron. —Tú harás lo que lo te diga o si no… ¡Craaak! Ventanas rotas en el compartimento superior. Billy y Rebecca miraron hacia arriba y luego el uno al otro. Unos segundos después oyeron encima de sus cabezas lo que sonaba como pesadas pisadas, lentas y regulares… Luego nada. —El comedor —dijo Billy—. Y estaba vacío hace unos minutos. Rebecca lo observó durante un instante y luego bajó ligeramente el arma. Fue hasta el pie de las escaleras y miró hacia arriba con una expresión decidida en su joven rostro. —Espera aquí —le ordenó—. Iré a ver qué es. Billy casi sonrió. Él había estado en las Fuerzas Especiales durante siete años y había aprendido a disparar seguramente antes de acabar la escuela secundaria, ¿iba ella a protegerle a él? —Creía que no confiabas en mí. ¿Qué impedirá que salte por una de las ventanas y me escape? La chica sonrió, aunque con una sonrisa fría y leve. —Es peligroso, ¿recuerdas? Solo no tienes ninguna oportunidad. Antes de que se le ocurriera algo adecuadamente cortante, ella había comenzado a subir las escaleras, dispuesta al parecer a probarle que tenía la suficiente autoridad. Chica tonta, con todo lo que estaba pasando, intentar probar algo no tendría que ser su prioridad. Billy sabía que debía seguirla, impedir que se dejara matar, pero necesitaba un minuto para pensar. La contempló llegar a lo alto de la escalera y desaparecer al doblar la esquina sin mirar atrás. Como dice la canción, ¿debo quedarme o debo irme? Rebecca quería arrestarlo, pero eso también significaba que tendría que mantenerlo vivo. Y ella necesitaba su ayuda, sin duda; era demasiado inexperta para estar allí sola. ¿Y quién ha muerto y te ha nombrado su salvador personal? ¿Cuándo te vas a enterar? Ya no eres uno de los buenos, ¿te acuerdas? Salir corriendo seguía siendo una opción, pero ya no se sentía tan seguro de sus opciones. Por si necesitara más pruebas de que los bosques eran peligrosos, la libreta que había encontrado, el diario del hombre que lo había atacado, era más que suficiente para convencerlo. Lo sacó y pasó las páginas hasta llegar a las últimas anotaciones, las que le habían llamado la atención. 14 de julio Hoy hemos tenido noticias del laboratorio de Arklay… y nos enviarán la semana que viene para comprobar su estado. Algunos de los otros están preocupados por las condiciones, por lo que puede quedar, pero como dice el jefe, alguien tiene que echar el primer vistazo. Bien podemos ser nosotros… El que escribía continuaba hablando de su novia, que se enfadaría al saber que debía salir de la ciudad. Billy siguió adelante, buscando en las notas lo que había leído antes. 16 de julio … Hay tanto que aún no sabemos sobre las respuestas al virus-T… Dependiendo de la especie y del entorno, sólo una dosis mínima del T causa sorprendentes cambios de tamaño, un comportamiento agresivo y el desarrollo del cerebro… al menos en animales. Nada es inmune. Pero hasta que se puedan controlar mejor los efectos, la compañía está jugando con fuego. Billy pasó la página. 19 de julio Finalmente se acerca el día… Estoy más ansioso de lo que esperaba. Los periódicos y las emisoras de televisión de Winsburg han estado informando sobre extraños asesinatos en las afuera de la ciudad. No puede ser el virus. ¿O sí? Si lo es… No. No puedo pensar en eso ahora. Tengo que concentrarme en la investigación, asegurarme de que avance sin trabas. Cambios de tamaño, comportamiento agresivo, desarrollo del cerebro. ¿En un perro, por ejemplo? Y esa frase sobre «al menos en animales». ¿Qué haría ese virus- T a los humanos? Billy estaba seguro de que ya había visto los resultados. —Los convierte en zombis —murmuró. O en algo que era como los zombis. El que había matado de un tiro estaba sin duda buscando alguna cosa para almorzar. ¿Cómo llaman los caníbales a los humanos? Cerdos largos, eso era. Ese destrozo andante buscaba algún cerdo largo, sin duda. Bosques llenos de caníbales y monstruos. Probaría suerte con la chica. Hasta ese momento ella se las había arreglado bien, había matado por lo menos a tres pasajeros y conseguido no volverse loca. Si se quedaba con ella hasta que pudieran salir de allí, luego ya inventaría un modo de escapar antes de que el resto del equipo llegara, suponiendo que quedara algo de ese equipo. Una chica, la chica, gritó desde lo alto; un sonido de puro terror. Billy agarró el arma y se lanzó escaleras arriba; subió de dos en dos los escalones y esperó no haber tardado demasiado en tomar una decisión. En lo alto de la escalera había una pequeña curva y luego una puerta. Rebecca la abrió, lenta y cuidadosamente, empujando con el cañón de la pistola, y entró. Fue recibida por un humo fino y acre y por el tenue parpadeo de un fuego que hacía bailar las sombras en las paredes. Era el vagón comedor, como había dicho Billy, y había sido bonito, con las mesas cubiertas de manteles de lino y las ventanas con cortinas de color crema. Pero estaba destrozado. Por todas partes había platos y vasos rotos, mesas volcadas, manteles empapados de sangre y vino derramado. Y cerca del fondo, una figura solitaria se hallaba encorvada sobre una mesa. El extremo del mantel estaba ardiendo y las llamas ascendían lentamente. Rebecca vio una lámpara de aceite hecha pedazos junto a la mesa; ése debía de ser el origen del fuego, y aunque éste aún era pequeño, no lo sería por mucho rato. El hombre apoyado sobre la mesa estaba absolutamente inmóvil, y cuando Rebecca se acercó, vio que no era como los pasajeros de abajo. No parecía estar infectado por lo que, según Billy, era el virus-M. Se trataba de un hombre mayor, de aspecto distinguido, vestido con un traje marrón y con el cabello blanco engominado peinado hacia atrás. Tenía la cabeza apoyada sobre el pecho, como si se hubiese quedado dormido durante la cena. ¿Un ataque al corazón? ¿O se habría desmayado? No parecía probable que hubiera roto la ventana del piso superior y hubiera entrado por ahí, pero por lo que Rebecca veía, no había nadie más en el salón. Nadie más podía haber dado los pesados pasos que habían oído. Rebecca se aclaró la garganta mientras se acercaba a él. —Perdone —dijo, deteniéndose junto a la mesa. Notó que el hombre tenía el rostro y las manos mojadas y que brillaban ligeramente bajo la luz del fuego—. ¿Señor? No obtuvo respuesta. Pero el hombre respiraba. Rebecca podía ver cómo se le movía el pecho. Se inclinó sobre él y le puso la mano en el hombro. —¿Señor? El hombre comenzó a alzar la cabeza y a volver el rostro hacia ella. Se oyó un sonido enfermizo y húmedo, como de labios chupando algo viscoso, y la cabeza del hombre resbaló por el torso y cayó al suelo. El sonido húmedo se hizo más fuerte. El cuerpo decapitado comenzó a temblar, a bullir, como si estuviera lleno de algo vivo. Rebecca retrocedió tambaleante, y gritó con todas sus fuerzas cuando el cuerpo del hombre se desmoronó como bloques mal apilados y cayó al suelo en grandes pedazos. Cuando los trozos golpearon el suelo se desintegraron y la tela del traje cambió de color: se volvió negra y se convirtió en muchas cosas, cada una del tamaño de un puño. Babosas, son como babosas… Babosas con filas de minúsculos dientes. No babosas sino sanguijuelas, gordas, redondas y de algún modo capaces de imitar la figura de un hombre, incluso la ropa de un hombre. ¡No es posible, esto no puede estar pasando! Rebecca retrocedió más, enferma de terror, mientras las criaturas se juntaban de nuevo y se mezclaban unas con otras en una masa anormal e hinchada hasta formar una brillante torre de oscuridad. Se remodelaron, adquirieron forma y color, y de nuevo fueron el hombre mayor que Rebecca había visto sentado ante la mesa. Las miró horrorizada, sin poder creer lo que veía. Incluso sabiendo que estaba formado de cientos, tal vez miles, de desagradables criaturas, no podía ver los espacios entre ellas, no hubiera podido saber que no era un hombre excepto por lo que ya había visto con sus propios ojos. El tono del traje, la forma y el color del cuerpo… La única pista de que no era un hombre era el extraño brillo de su piel y de su traje. El falso hombre extendió el brazo hacia atrás, como si estuviera a punto de lanzar una pelota, y luego lo llevó de golpe hacia adelante. El brazo se alargó de forma imposible. Rebecca se hallaba al menos a cinco metros, pero la brillante mano húmeda dio un manotazo al aire a sólo unos centímetros de su rostro. Rebecca tropezó con sus propios pies en su prisa por salir de allí y cayó al suelo, mientras el brazo se recomponía de nuevo, volvía a ir hacia atrás y se preparaba para un nuevo ataque. ¡La pistola, estúpida! ¡Dispara! Alzó el arma y disparó. Los dos primeros tiros fallaron el blanco, pero el tercero y el cuarto desaparecieron entre el tambaleante cuerpo de la cosa. Pudo ver la falsa piel formar ondas cuando las balas la alcanzaron. El traje y el cuerpo que había debajo se movieron ligeramente, como si ella los viera a través de las ondas que produce el calor sobre el asfalto en un día de verano. La criatura ni se detuvo antes de lanzar de nuevo el brazo contra ella. Rebecca lo esquivó, pero la mano la alcanzó y le golpeó ligeramente la mejilla izquierda. La joven gritó de nuevo, más por la sensación de la mano que por la fuerza del golpe. Era una sensación fría, áspera y viscosa, como piel de tiburón mojada en una ciénaga fangosa. Y, antes de retirarse, esa mano la golpeó de nuevo y le hizo soltar la pistola. El arma resbaló por el suelo y se detuvo bajo una de las mesas. El hombre dio otro paso tambaleante. Ya estaba lo suficientemente cerca como para que su siguiente golpe no fuera fácil de esquivar, y Rebecca sólo tuvo tiempo de pensar que era mujer muerta. ¡Bam! ¡Bam! ¡bam! La criatura retrocedía torpemente. Alguien disparaba una y otra vez. El inesperado sonido la hizo encogerse mientras se ponía en pie con dificultad. Los primeros disparos desaparecieron dentro de la forma, como antes, pero los tiros siguieron. Encontraron el rostro maduro y brillante del monstruo y sus relucientes ojos. Un líquido oscuro brotó de repentinas aberturas en el grupo mientras las sanguijuelas saltaban en pedazos. En el sexto o séptimo tiro, el hombre cosa comenzó a deshacerse en sus componentes, y los pequeños animales negros se arrastraron hacia las ventanas rotas en cuanto tocaron el suelo. Rebecca miró hacia la puerta y vio a Billy Coen de pie, en la clásica posición de tirador, el arma agarrada con ambas manos y la mirada fija en la monstruosidad que tenía ante sí mientras ésta completaba su silencioso desmoronamiento y volvía a ser muchas criaturas. Las sanguijuelas seguían dirigiéndose hacia las ventanas, dejando marcas de mucosidad sobre el suelo cubierto de restos y sobre las paredes manchadas. Se deslizaron sin esfuerzo sobre los bordes puntiagudos de los vidrios y desaparecieron en la tormenta nocturna. Al parecer, habían finalizado su ataque. Un canto agudo y extraño atravesó el sonido de la lluvia. Aún bajo los efectos de la impresión, Rebecca se acercó a la ventana, evitando con cuidado las sanguijuelas que aún salían del vagón, y recuperó su arma antes de mirar hacia fuera en busca del origen del canto. Billy se unió a ella sin intentar esquivar las extrañas criaturas, y varias reventaron bajo el tacón de sus botas. Lo vieron gracias a la luz de un relámpago. De pie en una colina de poca altura hacia el oeste del tren. Una figura solitaria —un hombre a juzgar por su altura y por la anchura de los hombros— alzó los brazos en un gesto de bienvenida mientras cantaba con una voz de soprano sorprendentemente dulce, una voz joven, sonora y potente. Cantaba en latín, como si fuera algo de iglesia. Y por si no fuera suficientemente estrambótico, parecía estar en medio de un lago poco profundo, porque el suelo parecía formar ondas a su alrededor. Estaba demasiado oscuro para verlo bien. Sólo una negra sombra y una silueta marcaban la presencia del solitario cantante. —Oh, Dios —exclamó Billy—. Mira eso. Rebecca sintió que se le erizaban los pelos de la nuca y su boca se curvaba en una mueca de asco. No había ningún lago. El suelo estaba cubierto de sanguijuelas, miles de sanguijuelas que avanzaban hacia el joven cantante. La chica pudo ver como el borde de su abrigo largo o de su túnica ondeaba cuando las criaturas se metían y desaparecían bajo él. —¿Quién es ese tipo? —pregunto Billy, y Rebecca movió la cabeza, negando. Quizá fuera como el hombre de antes, hecho de pequeñas criaturas. El tren se sacudió inesperadamente. Un sonido ascendente y mecánico invadió el vagón, y el suelo vibró bajo sus pies. De repente, el tren comenzó a moverse, primero lentamente, pero ganando velocidad rápidamente. Rebecca miró a Billy y vio en su rostro la misma confusión que en el de ella. Por primera vez sintió algo aparte de un furioso desprecio por el criminal. Estaba atrapado en esa… pesadilla igual que lo estaba ella. Y acaba de salvarme la vida… —¿Aún te las arreglas sola? —preguntó él con una sonrisa irónica, y Rebecca sintió que se deshacía el ligero vínculo que los unía. Pero antes de que pudiera contestar, Billy pareció darse cuenta de que su intento de sarcasmo no era lo que la situación requería—. Creo que a ambos nos iría bien un poco de ayuda — prosiguió—. ¿Qué te parece? Sólo hasta que salgamos de ésta, ¿de acuerdo? Rebecca pensó en las víctimas del virus que había visto y en las que había matado, y sobre lo que Edward le había dicho: que el bosque estaba lleno de zombis y monstruos. Pensó en el hombre hecho de sanguijuelas y en su extraño amo cantante que habían visto bajo la lluvia. Y finalmente pensó en que alguien, o algo, había puesto en marcha el tren. Incluso si Enrico y el resto del equipo seguían aún vivos, se estaba alejando de ellos por minutos. —Vale, de acuerdo —respondió, y aunque la pose arrogante y huraña de Billy no cambió, Rebecca se dio cuenta de que el hombre se sentía aliviado. Y supo que ella también. Saludos
  19. Hola amigos aqui les mando el capitulo 2 CAPÍTULO 2 Billy estaba sentado en el suelo entre dos filas de asientos e intentaba abrir las esposas con un clip que había encontrado tirado. Una de las esposas, la derecha, estaba suelta. Se había roto cuando el jeep había volcado, pero a no ser que quisiera pasearse con un brazalete ruidoso e incriminatorio, tenía que librarse de la otra. Librarme de ella y salir de aquí a toda prisa, pensó, hurgando el cierre con la delgada pieza de metal. No alzaba la vista; no necesitaba recordar dónde se hallaba, no hacía ninguna falta. El aire estaba cargado de olor a sangre, que se encontraba por todas partes, y aunque en el vagón de tren en el que había entrado no había cuerpos, no tenía ninguna duda de que los otros vagones estaban llenos. Los perros, han tenido que ser esos perros…, aunque, ¿quién los habrá azuzado? El mismo tipo que habían visto en el bosque. Tenía que ser él. El tipo que se había plantado delante del jeep y hecho que se estrellaran después de perder el control. Billy había salido bien parado, y excepto por unos cuantos morados, estaba ileso. Pero los policías militares que lo escoltaban, Dickson y Eider, habían quedado atrapados bajo el vehículo volcado, aunque seguían vivos. Al hombre que los había hecho parar, fuera quien fuera, no se lo veía por ninguna parte. Habían sido un par de minutos temibles, de pie en la creciente oscuridad, mientras el olor cálido y aceitoso de la gasolina le daba en la cara e intentaba tomar una decisión: ¿salir corriendo o pedir ayuda por la radio? No quería morir, no merecía morir, a no ser que ser confiado y estúpido fuera una ofensa que mereciera la muerte. Pero tampoco podía dejar a esos hombres atrapados bajo una tonelada de metal retorcido, herida y semiinconsciente. La elección que habían hecho, tomar un camino de tierra que atravesaba los bosques hasta la base, significaba que podía pasar mucho tiempo antes de que alguien los encontrara. Sí, era cierto que lo llevaban ante el pelotón de ejecución, pero sólo estaban cumpliendo órdenes, no era nada personal, y ellos merecían morir tan poco como él. Había decidido optar por una solución intermedia: pediría ayuda por la radio y luego saldría corriendo a toda pastilla… Pero entonces llegaron los perros. Tres cosas grandes, húmedas y horrorosas, y no había tenido más opción que correr para salvarse, porque notó algo muy, muy raro en esos bichos; lo notó incluso antes de que atacaran a Dickson, antes de que le destrozaran el cuello con los dientes mientras lo arrastraban hasta sacarlo de debajo del jeep. Billy pensó que había oído un clic e intentó abrir la esposa, pero dejó escapar un bufido entre dientes al ver que el cierre de metal se negaba a abrirse. Maldito trasto. Había encontrado el clip por casualidad, aunque había cosas tiradas por todos lados, papeles, bolsas, abrigos, objetos personales, y casi todas estaban manchadas de sangre. Quizá encontraría algo más útil que el clip si buscaba con más calma, pero eso significaría quedarse en el tren, lo cual no tenía ninguna pinta de ser una buena idea. Por lo que sabía, incluso podía ser ahí donde vivían esos perros, quizá se escondieran allí con el estúpido chalado que se lanzaba ante coches en movimiento. Sólo había subido al tren para esquivar a los perros, para tranquilizarse y pensar cuál sería su próximo movimiento. Y resulta que este tren es el Expreso del Matadero —pensó mientras meneaba la cabeza—. Esto sí que es salir del fuego para caer en las brasas. Cualquiera que fuera la ****** que pasaba en esos bosques, él no quería formar parte. Se sacaría las esposas, buscaría algún tipo de arma, quizá cogiera una cartera o dos entre todo ese equipaje manchado de sangre —estaba seguro que a los dueños ya no les importaría— y regresaría a la civilización. Y luego a Canadá, o quizá a México. Nunca antes había robado, tampoco nunca había pensado en abandonar el país, pero llegado a ese punto tenía que pensar como un criminal, sobre todo si tenía intención de sobrevivir. Oyó truenos, luego el suave golpeteo de la lluvia sobre algunas de las ventanas rotas. Los golpecitos se convirtieron en un repiqueteo estruendoso. El aire con olor a sangre se hizo menos espeso cuando una ráfaga de viento entró por uno de los vidrios destrozados. Magnífico. Al parecer tendría que hacer una excursión en medio de una tormenta. —Lo que sea —murmuró, y tiró el inútil clip contra el asiento que estaba ante él. La situación ya se había fastidiado todo lo posible, así que dudaba que pudiera empeorar. Billy se quedó inmóvil, conteniendo la respiración. La puerta exterior del vagón se estaba abriendo. Pudo oír el roce del metal; la lluvia sonó más fuerte durante un instante, y luego igual que antes. Alguien había subido. ¡******! ¿Y si era el loco con los perros? ¿Y si alguien ha encontrado el jeep? Sintió un pesado nudo en el estómago. Podría ser. Tal vez alguien de la base había decidido coger la carretera secundaria esa noche; quizá ya hubieran avisado, al ver el accidente y enterarse de que debía haber un tercer ocupante, un hombre camino de su ejecución. Incluso podría ser que ya lo estuvieran buscando. No se movió; se quedó escuchando atentamente los movimientos de quien fuera que había entrado desde la lluvia. Durante unos segundos no oyó nada, luego un paso silencioso, luego otro y otro más. Se alejaban de él, dirigiéndose hacia la parte delantera del vagón. Billy se inclinó hacia adelante mientras se guardaba cuidadosamente bajo el jersey las chapas de identificación para que no tintinearan, y se movió con sigilo hasta asomar la cabeza por el canto del asiento junto al pasillo. Alguien estaba atravesando la puerta que conectaba un vagón con otro; alguien delgado, bajo, una chica, o quizá un chico muy joven, cubierto con un chaleco antibalas de Kevlar y ropa militar de color verde. Billy consiguió distinguir unas letras en la espalda del chaleco, una M, una A, una G,una N…, y entonces él o ella desapareció de su vista. MAGNIFICOS. ¿Habrían enviado un equipo en su búsqueda? No podía ser, no tan deprisa. El jeep había volcado hacía cosa de una hora, como mucho, y los MAGNIFICOS no tenían relación directa con el ejército, eran una rama del Departamento de Policía, nadie los habría hecho intervenir. Probablemente su presencia estaría relacionada con los perros que había visto antes, evidentemente alguna manada salvaje mutante. Normalmente, los MAGNIFICOS se ocupaban de la ****** local que los polis no podían o no querían tocar. O quizá hubieran acudido a investigar qué le había pasado al tren. No importa el porqué, ¿o sí? Tendrán armas, y si averiguan quién eres, este rato de libertad será el último. Lárgate de aquí, ahora mismo. ¿Con perros mutantes corriendo por los bosques? No saldría sin una arma, de ninguna manera. Tenía que haber alguien de seguridad en el tren, un tipo de uniforme con una pistola, lo único que tenía que hacer era buscarlo. Iba a ser arriesgado, con los MAGNIFICOS ahí dentro, pero, bien mirado, sólo había uno. Si tuviera que… Billy negó con la cabeza. Ya había visto muerte más que suficiente en las Fuerzas Especiales. Si no podía evitarlo, allí y en ese momento, lucharía o escaparía, pero no volvería a matar nunca más. Al menos no a uno de los buenos. Billy se puso en pie, inclinado hacia adelante, con las esposas colgándole de la muñeca. Primero miraría qué había en ese vagón, luego se iría alejando del MAGNIFICOS intruso, y vería qué podía encontrar. No tenía sentido enfrentarse con él si podía evitarlo. Simplemente… ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Tres disparos, procedentes del vagón de delante. Una pausa, luego tres, cuatro más, y después silencio. Al parecer no todos los vagones estaban vacíos. Sintió que el nudo en el estómago se le estrechaba aún más, pero no permitió que eso lo detuviera. Cogió el primer portafolios que encontró y empezó a revolver su contenido. En el primer vagón no había vida, pero algo muy malo había ocurrido allí, de eso no cabía duda. ¿Un choque? No, la estructura no está dañada… ¡y hay mucha sangre! Rebecca cerró la puerta a su espalda, aislándose de la espesa cortina de agua, y contempló el caos que la rodeaba. El vagón había sido elegante, con paneles de madera oscura y moqueta cara, lámparas antiguas y papel pintado con relieves aterciopelados. En ese momento había periódicos, portafolios, abrigos y bolsos, abiertos y tirados por todas partes. El panorama parecía el de un choque, y las gotas y las manchas de sangre que cubrían en grandes cantidades las paredes y los asientos parecían confirmar esa teoría. Avanzó por el interior del vagón, apuntando con la pistola a un lado y otro del pasillo. Había unas cuantas lucecitas encendidas, lo suficiente para ver algo, pero las sombras eran espesas. Nada se movía. El respaldo de la silla que tenía a la izquierda estaba manchado de sangre. Alargó la mano y tocó una de las manchas. Rápidamente se la limpió en los pantalones con una mueca de asco. Era fresca. Luces encendidas, sangre fresca. Sea lo que sea lo que ha pasado, ha ocurrido hace poco. ¿El teniente Billy quizá? Estaba acusado de asesinato… Pero a no ser que tuviera toda una banda con él, no parecía probable; la destrucción era demasiado amplia, demasiado exagerada, más parecida a un desastre natural que a una situación con rehenes. O como los asesinatos del bosque. Asintió mentalmente, respirando hondo. Los asesinos debían de haber actuado de nuevo. Los cuerpos que se habían recuperado estaban desgarrados y mutilados, y las escenas del crimen seguramente tenían el mismo aspecto que ese vagón de tren, con sangre por todas partes. Debía salir, hablar por radio con el capitán y llamar al resto del equipo. Comenzó a volverse hacia la puerta, y dudó. Primero podría comprobar que el tren es seguro. Ridículo. Permanecer ahí sola sería una locura estúpida y peligrosa. Nadie esperaría que revisara la escena de un crimen ella sola, eso suponiendo que alguien hubiera sido asesinado. Por lo que sabía, también podría haber habido un tiroteo o algo así y el tren podría haber sido evacuado. No, eso sí que es estúpido. Habría polis por todas partes, equipos médicos de urgencias, helicópteros, periodistas… Pasara lo que pasara, soy la primera persona que ha entrado aquí… y asegurar la escena es la máxima prioridad. No pudo evitar preguntarse qué dirían los muchachos cuando vieran que se las había arreglado sola. Tendrían que dejar de llamarla «nena». Como mínimo superaría su categoría de novata mucho más de prisa. Podía echar un vistazo rápido, por encima, y si algo parecía aunque fuera mínimamente peligroso, llamaría al equipo inmediatamente. Asintió mentalmente. De acuerdo. No tendría problemas por echar un vistazo. Respiró hondo y comenzó por la parte delantera del vagón, pisando con cuidado entre el desparramado equipaje. Cuando alcanzó la puerta de conexión, se armó de valor, la atravesó rápidamente y abrió la segunda puerta sin darse tiempo para repensárselo. ¡Oh, no! El primer vagón ya había sido duro, pero allí había gente. Cinco personas, que pudiera ver desde donde se hallaba, y todos claramente muertos, con los rostros destrozados por las garras de algo desconocido y los cuerpos empapados de una oscura humedad. Unos cuantos estaban desplomados sobre los asientos, como si los hubieran asesinado brutalmente en el sitio que ocupaban. El olor a muerte se podía tocar, como el del cobre y las heces, como la fruta podrida en un día caluroso. La puerta se cerró automáticamente a su espalda y Rebecca pegó un brinco, con el corazón latiéndole con fuerza y vagamente consciente de que todo eso era demasiado para ella. Tenía que pedir ayuda, pero entonces oyó los susurros y se dio cuenta de que no estaba sola. Apuntó con la pistola hacia el pasillo vacío, sin estar segura de dónde procedía el sonido y con el corazón funcionándole al doble de velocidad. —¡Identifíquese! —dijo, con una voz más firme y autoritaria de lo que se esperaba. El susurro continuó, estrangulado y distante, extrañamente apagado en medio del silencioso vagón. Supuso que así sonaría un asesino loco, murmurando para sí mismo después de disfrutar de una masacre. Estaba a punto de repetir la orden cuando, sobre el suelo, hacia la mitad del pasillo, vio el origen del susurro. Era una radio minúscula, al parecer sintonizada en una emisora AM de noticias. Fue hacia ella, aturdida por el alivio. Después de todo, sí que estaba sola. Se detuvo ante la radio y bajó su semiautomática. Había un cadáver en el asiento de la ventana, a su izquierda, y después de una rápida ojeada inicial evitó volver a mirarlo. Le habían desgarrado el cuello y tenía los ojos en blanco. Su rostro grisáceo y las destrozadas ropas brillaban empapadas de fluidos de aspecto viscoso, lo que lo hacía parecer un zombi de una película de terror de serie B. Rebecca se inclinó y recogió la radio, sonriendo para sí a pesar del miedo que aún la recorría. Su «asesino loco» era una mujer leyendo las noticias. La recepción era muy mala, y se oía el chirrido de la estática cada dos o tres frases. De acuerdo, era una idiota. En cualquier caso, ya era hora de llamar a Enrico. Rebecca se volvió, pensando que tendría mejor recepción si salía fuera del tren, y el movimiento que notó en el asiento de la ventana fue tan lento y sutil que por un momento creyó que lo que había visto era la lluvia. Pero entonces el origen del movimiento gimió, con un leve sonido de angustia, y Rebecca comprendió que no era la lluvia en absoluto. El cadáver se había levantado del asiento y se acercaba a ella. La deformada cabeza estaba echada hacia atrás y hacia un lado, y dejaba a la vista la desgarrada piel del cuello. El gemido se hizo más profundo, más anhelante, mientras el hombre alargaba los brazos ante sí y del machacado rostro chorreaba sangre y algo viscoso. Rebecca dejó caer la radio y dio un tambaleante paso hacia atrás, horrorizada. Se había equivocado; ese hombre no estaba muerto, pero resultaba evidente que estaba loco de dolor. Tenía que ayudarlo. No hay mucha cosa en el botiquín, pero tengo morfina. Debería ayudarlo a tumbarse. Oh, Dios, ¿qué demonios ha pasado aquí? El hombre se aproximó arrastrando los pies, intentando alcanzarla, con los ojos en blanco y babas negras cayéndole de la boca destrozada. Y a pesar de saber que su deber era ayudarlo, aliviar su sufrimiento, Rebecca, inconscientemente, dio otro paso atrás. Una cosa era el deber, pero su instinto le decía que echara a correr, que saliera de allí, que ese hombre pretendía hacerle daño. Se volvió, sin estar segura de qué hacer, y vio a dos personas más de pie en el pasillo a su espalda, ambos con un rostro tan inexpresivo y destrozado como el hombre de los ojos en blanco y ambos avanzando hacia ella con los movimientos rígidos y tambaleantes de los monstruos de las películas de terror. El hombre que tenía delante llevaba uniforme, era algún tipo de empleado del tren, con el rostro demacrado, huesudo y gris. Tras él había un hombre con la cara medio arrancada; se le veían demasiados dientes en el lado derecho. Rebecca sacudió la cabeza mientras alzaba el arma. Algún tipo de enfermedad, un vertido químico o algo así. Estaban enfermos, tenían que estar enfermos. Pero mientras los tres hombres se le acercaban, con los huesudos dedos en alto y gimiendo con avidez, supo que eso no era cierto. Además, quizá estuvieran enfermos, pero también estaban a punto de atacarla. Estaba tan segura de eso como de su propio nombre. ¡Dispara! ¡No dudes más! —¡Deténganse! —gritó, mientras se volvía hacia el hombre de los ojos en blanco, que era el que estaba más cerca, demasiado cerca. Si éste era consciente de que lo estaba apuntando con una arma, no lo demostró—. ¡Voy a disparar! —¡Aaaahh! —carraspeó gravemente el monstruo, e intentó agarrarla, descubriendo unos dientes negros. Rebecca disparó. Tres disparos. Las balas penetraron en la carne descolorida. Dos en el pecho. La tercera le hizo un agujero encima del ojo derecho. La criatura lanzó un chillido hueco, un sonido de frustración más que de dolor, y cayó al suelo. Rebecca se volvió y rogó que con los disparos los otros dos hombres se hubieran detenido, pero vio que los tenía casi encima, con los ojos vidriosos y gimiendo impacientes. El primer disparo dio en el cuello al hombre uniformado, y mientras éste se tambaleaba hacia atrás, Rebecca apuntó al segundo hombre a la pierna. Quizá pueda simplemente herirlo, hacer que caiga… El hombre del uniforme comenzó a avanzar de nuevo mientras del cuello le manaba la sangre a borbotones. —¡Dios! —exclamó Rebecca, con una voz que casi no le salía del cuerpo. Pero los hombres seguían avanzando, no tenía tiempo de hacerse preguntas ni de pensar. Alzó el arma y disparó tres veces más, todos los tiros directos a la cabeza. Sangre y trozos de carne saltaron por los aires. Los dos hombres cayeron al suelo. De repente, silencio, quietud. Rebecca recorrió el vagón con los ojos muy abiertos por la impresión y el cuerpo vibrante por la adrenalina. Había dos o tres «cadáveres» más, pero ninguno se movió. ¿Qué acaba de pasar? Creí que estaban muertos. Y estaban muertos. Eran zombis. No, los zombis no existían. Mientras intentaba entender algo, Rebecca comprobó su arma automáticamente para ver si tenía una bala en la recámara. No eran zombis, no como los de las películas. Si de verdad hubieran estado muertos los disparos no los habrían hecho sangrar de esa manera; si el corazón no late no puede bombear la sangre. Pero sólo han caído después de que les disparara a la cabeza. Cierto, pero eso podía significar que era algún tipo de enfermedad, quizá algo que bloqueara los receptores del dolor. Los asesinatos del bosque. Rebecca sintió que los ojos se le abrían más aún mientras completaba el rompecabezas. Si hubiera habido algún vertido químico o enfermedad, podría haber afectado a un gran número de personas en el bosque, impulsándolos a atacar a otros. Recientemente se habían recibido informes sobre perros salvajes. ¿Era posible que afectara a especies diferentes? Algunas de las víctimas habían sido parcialmente devoradas, y al menos dos de los cuerpos presentaban mordiscos de fauces tanto humanas como animales. Oyó un ligero movimiento y se quedó sin respiración. Junto a la puerta por la que había entrado, un cadáver sentado parecía haberse escurrido un poco del asiento. Lo observó durante lo que le pareció una eternidad, pero el cuerpo no volvió a moverse y lo único que se oía era el ruido de la lluvia en el exterior. ¿Un cadáver o una víctima de alguna circunstancia trágica? Rebecca no tenía ningunas ganas de descubrirlo. Retrocedió, esquivando al hombre de los ojos en blanco, que finalmente estaba muerto del todo, y decidió ir hacia la puerta de la parte delantera del vagón. Tenía que salir del tren y explicarles a los otros lo que había encontrado. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba decidir qué habría que hacer después: se tendría que alertar a la comunidad y declarar una cuarentena inmediatamente. El gobierno federal también tendría que meterse en el asunto, así como el Centro de Control de Enfermedades, o el Instituto Médico de Enfermedades Infecciosas del ejército, o quizá la Agencia de Protección Medioambiental, que tenía el suficiente poder para cerrarlo todo e investigar qué había sucedido. Sería una enorme labor, pero ella podría contribuir, marcar la… El cadáver del fondo del vagón se movió de nuevo. Bajó la cabeza hasta apoyarla sobre el pecho, y cualquier idea de salvar Winsburg voló de la asustada mente de Rebecca. Se volvió y corrió hasta la puerta intermedia, enferma de terror. Lo único que quería era salir de allí. No tardó mucho en encontrar una arma, y, por suerte, Billy conocía perfectamente la pistola de reglamento de la policía militar. La había hallado en un petate metido bajo un asiento. También había un cargador de recambio, media caja de balas de 9x19 mm parabellum y un mechero con tapa, otro aparato muy conveniente para tener a mano; nunca se sabía cuándo sería necesario encender un fuego. Cargó el arma, se metió el otro cargador en el cinturón y las balas en los bolsillos delanteros, mientras pensaba que ojalá fuera vestido con su uniforme de campaña en vez de con ropas civiles. Los tejanos no eran lo mejor para cargar con toda esa ******. Comenzó a buscar una chaqueta, pero cambió de idea; incluso con la lluvia, hacía una noche cálida, y arrastrarse por ahí con unos tejanos empapados ya iba a ser suficientemente malo. Tendría que conformarse con los bolsillos que tenía. Se quedó ante la puerta que lo llevaría de vuelta a los bosques con el arma en la mano, mientras se repetía que tenía que marcharse pero sin decidirse a hacerlo. No había oído nada más del MAGNIFICOS desde los siete disparos. Sólo habían pasado unos minutos. Si el chico tenía algún problema todavía no era demasiado tarde para ir hacia allí y… ¿Estás loco? —le gritó su cerebro—. ¡Lárgate! ¡Corre, idiota! Claro, naturalmente. Tenía que marcharse. Pero no podía sacarse de la cabeza el eco de esos disparos, y había pasado demasiado tiempo siendo uno de los buenos como para darle la espalda a otro si necesitaba ayuda. Además, si el chico estaba muerto, eso le aportaría una arma extra. —Sí, eso es —murmuró, completamente consciente de que estaba buscando una razón de peso para justificar su decisión. No podía evitarlo, tenía que ir a echar un vistazo. Gruñendo mentalmente, Billy se apartó de la puerta, de la libertad, y avanzó hacia la parte delantera del vagón. Atravesó la primera puerta y se detuvo un instante en la plataforma intermedia antes de agarrar el picaporte de la segunda para entrar en el siguiente vagón. El único sonido era el de la lluvia, que se estaba convirtiendo en una verdadera tormenta. Tan sigilosamente como pudo, abrió la segunda puerta y la atravesó. El inconfundible olor fue lo primero que notó. Apretó los dientes mientras recorría el vagón con la mirada y contaba las cabezas. Tres en el pasillo. Dos más adelante a la derecha y uno a su izquierda, tirado sobre el asiento. Todos muertos. El hombre de la carretera… Billy frunció el entrecejo al darse cuenta de que cualquiera de los cadáveres que había a su alrededor podría haber pasado por el estúpido que había causado el accidente al cruzarse con el jeep. Sólo había podido echarle una mirada, pero recordaba haber pensado que le había parecido enfermo. Quizá fuera uno de ésos, pero no, éstos llevaban días muertos. Entonces, ¿contra qué disparaba el chico? Billy se acercó al cadáver más próximo, se agachó junto a él y contempló las heridas con ojo experto mientras respiraba agitadamente por la boca. El tipo llevaba muerto un buen rato; le faltaba parte de la mejilla izquierda, por lo que parecía como si le estuviera dedicando una amplia sonrisa, y los negros bordes del tejido muerto mostraban ya la descomposición. Pero tenía dos agujeros de bala en la frente, y un charco de sangre fresca le rodeaba la cabeza y la parte superior del cuerpo como una sombra roja. Billy tocó el charco, y su ceño se acentuó. Estaba caliente. El cuerpo más cercano a éste, el empleado del tren, mostraba un aspecto bastante similar, sólo que una de las heridas la tenía en el cuello. Billy no era ningún Einstein, pero no carecía totalmente de lógica. La sangre fresca únicamente podía significar que esta gente sólo parecían muertos. Y que estuvieran llenos de agujeros recientes sugería que habían intentado atacar al solitario miembro de los MAGNIFICOS. Lo que significa que más vale que lleve todo el cuidado del mundo, pensó mientras se ponía en pie. Volvió a mirar el cuerpo que se hallaba en el asiento, ahora a su espalda, y entornó los ojos. ¿Se había movido o era sólo un efecto de la luz? Fuera lo que fuera, más le valía marcharse a toda prisa. Se apresuró por el pasillo, esquivando los cadáveres mientras intentaba vigilarlos a la vez y maldecía la necesidad que lo había impulsado a buscar al chico de los MAGNIFICOS. Si no tuviera una maldita conciencia, ya haría rato que se habría largado. Atravesó las dos puertas y entró en el siguiente vagón con el arma preparada. No era un vagón de pasajeros y no estaba decorado. Desde la entrada sólo podía ver un corto pasillo que torcía más adelante, dos puertas cerradas a la derecha y unas cuantas ventanas en el lado opuesto. Pensó en comprobar las cabinas, seguro de que sería lo más inteligente, ya que darle la espalda a una zona que no era segura representaba un riesgo, pero estaba empezando a ocurrírsele que su conciencia se podía ir a la porra. No quería asegurar todo el tren, lo único que quería era ver que el chico estaba bien y luego salir de allí. Y si el chico no aparece en un par de minutos, salto del tren de todas maneras. Esto es una ******. «******» no era la palabra adecuada, ni siquiera empezaba a describir el terror que le retorcía el estómago, pero había visto incluso a los más fuertes paralizados por el miedo y no quería pensar demasiado en monstruos y oscuridad. Mejor tomárselo a la ligera, como si fuera una pesadilla de la que se reiría mañana, y seguir adelante. Avanzó lentamente por el pasillo, en silencio, apoyando la espalda contra la pared. El corredor torcía a la derecha y continuaba, pasando ante otra puerta bloqueada por unas cajas caídas. Un almacén, probablemente. Al menos no había cuerpos, pero el olor a podrido flotaba en el aire. Las pocas ventanas ante las que pasó que no estaban rotas reflejaron una pálida sombra de sí mismo sobre un fondo exterior de oscuridad y lluvia. Se fijó inquieto en que gran parte de los vidrios de las ventanas rotas estaban en el interior del vagón, esparcidos sobre el suelo de madera oscura. Lo que significaba que alguien había intentado entrar, no salir. Espeluznante. Parecía que más adelante el pasillo volvía a torcer, esta vez hacia la izquierda, justo después de otra puerta cerrada que tenía una placa en la que ponía DESPACHO DEL REVISOR. Tenía que estar cerca de la parte delantera. De repente, vio otra pálida sombra reflejada en una ventana, justo después de la esquina. Se detuvo, permaneció inmóvil contemplando a la figura que se agachaba dando la espalda al pasillo sin pensar en las amenazas que podía haber detrás. Si era un STARS, ella o él necesitaba más entrenamiento. Billy avanzó un par de pasos, alzó su arma y se colocó detrás de la figura agachada. Sabía que debía evitar un enfrentamiento —obviamente el chaval estaba en perfectas condiciones y él tenía otros lugares adonde ir—, pero también quería saber qué estaba pasando, y ésa podía ser su única oportunidad de conseguir información. El miembro de los MAGNIFICOS se volvió, vio a Billy y se alzó muy lentamente, sin dejar de mirarle a la cara. No se había equivocado mucho con lo de «chaval», pensó Billy, mientras contemplaba los grandes e inocentes ojos de una chica muy joven. ¿Estarían contratando a gente del instituto últimamente? Era baja, puede que quince centímetros menos que él, y bonita; cabello castaño rojizo, delgada, musculosa, con rasgos delicados y regulares. Si pesaba más de cuarenta kilos, sería una sorpresa. La chica había estado inclinada sobre un hombre muerto, cuyo cadáver mutilado yacía medio tumbado contra la esquina, junto a la puerta de salida del vagón, y si se había sorprendido al ver a Billy, lo disimuló muy bien. —Billy —dijo la chica con voz clara y melódica. Sus palabras le hicieron apretar los dientes—. Teniente Coen. ******. Al parecer alguien había encontrado el jeep. Billy mantuvo el arma en alto, apuntando directamente al ojo derecho de la chica, haciéndose el duro. —Así que me conoces. Has estado teniendo fantasías conmigo, ¿es eso? —Eres el prisionero que trasladaban para ejecutar —respondió ella, y su voz adquirió un tono duro—. Estabas con los soldados de ahí fuera. Cree que lo he hecho yo, que yo los he matado, pensó Billy. Estaba escrito en su cara de duendecillo. Billy se dio cuenta de que si no había relacionado los muertos andantes con lo que le había pasado al jeep, probablemente ella tampoco tenía ni la más remota idea de lo que estaba sucediendo. Y no veía ninguna razón para sacarla de su error. Estaba intentando hacerse la dura, pero Billy notó que la intimidaba. Podría usar eso para salir de allí. —Uuh, ya veo —dijo—. Estás con los MAGNIFICOS. Bueno, sin ánimo de ofender, pero los tuyos no parecen quererme mucho. Así que nuestra pequeña charla se tiene que acabar. Bajó el arma, se volvió y se alejó, andando tranquilamente y sin prisas, como si no estuviera interesado en absoluto por la presencia de la chica. Contaba con que su clara falta de experiencia y el temor que él le inspiraba le impidieran actuar. Era un riesgo calculado, pero pensó que valdría la pena. Se metió el arma bajo el cinturón, y ya estaba a mitad del pasillo cuando oyó cómo corría para alcanzarlo. ******, ******. —¡Espera! ¡Estás arrestado! —dijo ella con voz firme. Billy se volvió y vio que la chica ni siquiera había desenfundado su arma. Se esforzaba por parecer feroz, pero no lo acababa de conseguir. Si la situación hubiera sido menos peligrosa, menos extraña, Billy habría sonreído. —No, gracias, muñeca. Ya he llevado las esposas —repuso, alzando la mano izquierda y haciendo tintinear las esposas. Se volvió y siguió avanzando. —¡Podría dispararte, lo sabes! —gritó ella a su espalda, pero ahora había desesperación en su voz. Billy continuó avanzando. Ella no le siguió, y al cabo de unos segundos Billy estaba atravesando la primera puerta de conexión. Con una leve sonrisa, aliviado, abrió la puerta del vagón donde se hallaban los pasajeros muertos. Era mejor así, que cada uno se las arreglara por su cuenta y todo eso… Y se encontró con que el hombre muerto que había estado medio tirado sobre el asiento del fondo se hallaba de pie, tambaleante, con el ojo que le quedaba clavado en Billy. Con un gemido hambriento, la criatura trastabilló hacia adelante y extendió sus destrozados dedos como si tuviera que tantear su camino hasta Billy. Saludos
  20. Felicitaciones, es uno de los mejores juegos de la historia Que lo hayas disfrutados, al terminarlo saludos
  21. Estan muy buenas las fotos Gracias por compartirlas Saludos
  22. Muy buenos los videos te felicito Saludos
  23. CAPITULO V : EN BUSCA DEL PODER SUPREMO. EL TEMPLO DE ZEUS, LA CIMA DEL OLIMPO. Está a punto de comenzar una discusión que decidirá el destino del universo. Eduardo de Zeus se encuentra reunido con Laertes de Hermes, el mensajero de los Dioses le comunica al señor del Olimpo que Poseidón y Apolo quieren verlo. En eso llega Ares, el Dios de la Guerra; Zeus le pide consejo. Ares sólo asiente con la cabeza, Zeus comprende. -“Házlos pasar mi fiel Hermes”. Exclama el señor de los Dioses. EN UNA ISLA PERDIDA DEL MAR EGEO. Seiya y los otros han empezado ha adentrarse en las cavernas de Sangüita. Al poco tiempo de andar se dan cuenta que el camino se divide en cuatro senderos, por lo que deciden separarse para seguir cada uno su camino y prometen encontrarse en la salida para juntos derrotar a Zeus. Afuera Shion se pregunta si lo lograrán. El sabe que ya puede perder más el tiempo ahí y decide ir por Dohko para ayudar a los santos dorados en el Olimpo. EL OLIMPO. Saga, Milo, Aioria, Mu y Afrodita han llegado a la primera ciudadela del Olimpo, donde se halla el templo de la Armonía y Paz Universal. Sin embargo justo cuando van a entrar aparece otro olimpiano más. -“Ustedes no entrarán a este templo que representa la armonía y la paz del universo. Yo Gad de Odiseo, guardia pretoriano de este recinto sagrado, los destruiré”. Exclama el olimpiano. Milo de Escorpión dice que ha llegado la hora de que le toque combatir por lo que ha decidido quedarse a pelear contra Gad de Odiseo. Los demás santos están de acuerdo y se despiden de él. Pero Gad no está dispuesto a dejarlos ir, así que se pone en su camino. Milo lo detiene con la “Restricción”, al momento que les dice a Mu y a los demás que se vayan. MIENTRAS TANTO EN EL TEMPLO DE ZEUS. Poseidón y Apolo tratan de convencer al señor de los dioses de que aún no es tiempo de que se castigue a la humanidad. -“Bien, los escucho”. Habla Zeus. -“Escucha mi señor, esto que estás haciendo no debe ser ya que aún no es tiempo para juzgar a los humanos ni tampoco para que establezcas tu utopía”. Zeus les dice que si eso era todo lo que tenían que hablar entonces les sugeriría que se fueran y que no perdieran el tiempo, él no se detendrá en sus planes de castigar a la humanidad por sus actos. Es entonces que Poseidón le dice que no les deja otra opción más que... ¡Derrotarlo! Zeus sólo sonríe ante las palabras desafiantes del emperador de los mares. Zeus les dice que aceptará su desafío y les advierte que no les va a tener compasión. Justo en ese momento se escucha una voz: -“Mi señor, no tiene por que rebajarse a destruir a estos dos traidores. Déjemelos a mí”. Se trata de... ¡Ares, el Dios de la Guerra! LAS CAVERNAS DE SANGÜITA. Seiya y sus amigos se han separado, y ahora él se encuentra corriendo por un camino que pa- arece no tener fin, cuando nota a lo lejos una luz; cree que es la salida así que se apresura y al llegar al lugar de la luz se da cuenta que entró a un cuarto cubierto de luz y que no tiene salida. De pronto llega un extraño que lo llama por su nombre, Seiya voltea y se da cuenta que es él mismo. EL OLIMPO. Zeus ha dado permiso a Ares de encargarse de Poseidón y Apolo. Después de esto el señor de los Dioses se marcha. Ares les dice que los vencerá sin usar todo su poder, y que aún así no tendrán oportunidad en su contra. Apolo aconseja a Poseidón atacarlo juntos pero éste se niega y le aclara que él solo lo enfrentará y que no desea que intervenga. Poseidón enciende su cosmos y ataca, una y otra vez sin causarle daño al Dios de la guerra. Ares responde con una ráfaga de energía que azota a Poseidón contra el techo del templo. -“Ahora es tu turno, Apolo”. Amenaza Ares. Sin embargo en ese momento se siente un inmenso cosmos, al voltear se dan cuenta de que es... ¡Poseidón! Repentinamente aparece el tridente del emperador del océano, Ares ahora lo comprende, ¡El verdadero Poseidón acaba de despertar! MIENTRAS TANTO EN EL TEMPLO DE LA ARMONIA Y PAZ UNIVERSAL. Aioria, Afrodita, Saga y Mu quienes han entrado al primero de los templos divinos se percatan de que al parecer no hay nadie dentro del recinto sagrado. De pronto empieza a aparecer una espesa niebla que lo cubre todo. Saga propone dividirse en dos grupos para cubrir más terreno y así encontrar la salida. Y así lo hacen, Saga y Mu van por un lado y Aioria y Afrodita por el otro. Al poco tiempo de separarse se empieza a escuchar una bella melodía la cual hace que los envuelva la niebla y en unos instantes unos desaparecen a la vista de los otros. Aioria habla a Afrodita y éste le contesta aunque no lo puede ver; En eso se dan cuenta de que no están solos en la habitación, una especie de guerrero oscuro ha aparecido enfrente de cada uno de ellos. Pero no sólo Afrodita y Aioria lo ven, sino que también a Saga y Mu les pasa lo mismo. Aioria le dice a Afrodita que tal vez ese guerrero es el Dios guardián del templo, y que si lo de- rrotan podrán seguir adelante. Afrodita le contesta que puede que tenga razón, así que se dispone a atacarlo.Al mismo tiempo, Aioria ve venir al guerrero oscuro en su contra. Sin embargo logra eludirlo. Y responde con un ken a la velocidad de la luz, para su sorpresa, su oponente lo esquiva con mucha facilidad. Ninguno de los dos santos puede hacerle daño a su rival; así que deciden usar sus técnicas especiales. Afrodita usará una técnica nueva y más poderosa que su rosas, mientras que Aioria usará su “Plasma de Relámpago”. Los santos atacan al mismo tiempo a su rival, pero, los guerreros oscuros también atacan al unísono provocando tremenda explosión que hace que todos salgan volando por los aires... EN OTRA PARTE DEL TEMPLO. A Mu y a Saga les está ocurriendo lo mismo, sólo que ellos no han atacado a los guerreros oscuros sino que se han puesto a esperar a que los ataquen. Saga comenta que es muy poco probable que esos guerreros sean los guardianes del templo. Mu no lo escucha pues está me- ditando como salir de ahí. El santo de Aries aquieta su mente, cierra los ojos, y se concentra en el guerrero que está frente a él; y para su sorpresa al abrirlos el guerrero es en realidad...¡ Saga de Géminis ! Saga observa que por fin el guerrero empieza a moverse hacia él, así que se prepara para reci- bir el ataque. El guerrero se para frente a él y le pone la mano sobre el rostro; y al retirarla, el santo de Géminis se percata de que a quien tiene frente a él es a...¡Mu! y no al guerrero oscuro. En eso se escucha una voz que los felicita por haber resuelto el enigma del templo, y les dice que se han ganado el derecho de seguir adelante. Los santos preguntan que quien es, sin recibir respuesta alguna. Comprenden que es el guardián del templo y deciden seguir adelante a la siguiente ciudadela, Preguntándose si Aioria y Afrodita habrían logrado pasar ya. Mientras tanto los otros santos dorados apenas se recuperan del impacto de sus kens. De pronto se escucha la misma voz que oyeron Saga y Mu diciendo: -“Veo que han soportado la pelea. Creo que los subestimé, ya que pensé que con ese ataque se iban a destruir mutuamente pero me equivoqué. Así que voy tener la penosa necesidad de matarlos yo mismo”. Los santos se preguntan a que se refiere con que se iban a eliminar ellos mismos y en eso se disipa la niebla que envolvía al cuarto y se percatan que estaban luchando el uno contra el otro y que nunca existieron los guerreros oscuros, sino que eran ellos mismos. Un rayo de luz atraviesa el templo y cae frente a ellos. Una figura humana sale de él, ahora los santos dorados saben que el verdadero combate está por comenzar... FIN DEL VOLUMEN II Saludos
  24. CAPITULO IV: EL RETO DE LOS SANTOS DE BRONCE. STARHILL. Mu acaba de derrotar a Armand de Hércules; uno de los Doce Olimpianos que sirven a Zeus. Ahora ya nada ni nadie les impide a los santos dorados llegar al Olimpo. EN ALGUN LUGAR DEL MAR EGEO. Shion de Aries ha llevado a los santos de bronce a una isla remota perdida en el Mar Egeo. Los santos de bronce preguntan a Shion porque no los llevó al Olimpo como se los prometió. A lo que Shion les contesta que a que irían ir al Olimpo con ese nivel tan bajo de poder. Los santos de bronce se sorprenden. EL OLIMPO. Los santos dorados se encuentran ante un emisario de Zeus, el cual los conducirá ante el señor de los Dioses. Les dice que su nombre es : Altair de Ganímedes; uno de los Doce Olimpianos. También les ha- ce saber que para llegar a ver a Zeus, antes tendrán que atravesar: La Ciudad de los Dioses. Que es una serie de templos enclavados en todo el Monte Olimpo; y que cada templo esta protegido a la entrada por guardias pretorianos, es decir los Doce Olimpianos. Sin mencionar que Para atravesar cada templo tendrán que vérselas con uno de los Dioses del Olimpo. El Olimpiano les advierte que no llegarán ni al primer templo, ya que el los derrotará. Camus propone a los demás quedarse el a combatir. Los santos lo aceptan con desagrado y se marchan deseándole buena suerte. Altair pregunta a Camus si se va a quedar a pelear solo, a lo que el santo dorado asienta con la cabeza. Altair sólo sonríe mostrando el número cinco con la palma de su mano; esto significa que la pelea sólo durará cinco segundos... EN OTRO LUGAR. -“¿En donde estamos?”. Pregunta Seiya. Shion contesta que en un lugar perdido desde tiempos ancestrales. -“Esta isla es sólo un pequeño pedazo de lo alguna vez fue el imponente continente de Tao. El cual era el hogar de mis ancestros, los constructores de las armaduras que portamos”. Dice el maestro Shion. También les dice que en el centro de la isla se encuentran unas grutas llamadas : “Las Cuevas de Sangüita”, se cuenta que aquel que logre atravesarlas obtendrá un poder supremo. Es por eso que los ha llevado ahí antes de ir al Olimpo. EL OLIMPO. Camus y Altair están por iniciar su pelea. Mientras tanto los demás santos dorados se acercan al primero de los templos del Olimpo. Camus y Altair se miran de arriba abajo como queriéndose encontrar sus puntos débiles, y el santo dorado es el primero en atacar con un ken congelante que Altair esquiva con facilidad. Camus lo felicita, pero le recomienda que revise su piernas... ¡Están congeladas! El olimpiano no sale de su asombro, sin embargo le dice a Camus que eso no es suficiente para derrotarlo. El santo de Acuario promete a Altair que el siguiente ataque lo vencerá; ya que usará su mejor técnica: “¡ La Ejecución Aurora !”... Altair de Ganímedes recibe el aire congelado y es lanzado hacia arriba para después caer al suelo inerte. Camus decide que para honrar la valentía de su oponente le hará un ataúd. El santo dorado da la media vuelta y se encamina a alcanzar a los demás santos, pero... MIENTRAS TANTO EN OTRO LUGAR. Seiya y sus amigos están por entrar a las cavernas que les contó el maestro Shion. Shion les recomienda antes de entrar que ahí se van a ver cara a cara con sus más grandes temores, y que la única forma de alcanzar el poder supremo es seguir adelante sin importar que ó quien se tengan que enfrentar. –“Recuerden que ahí adentro se verán reflejados sus mentes. A lo que más le teman encontrarán, sólo tienen que concentrarse y escuchar a su corazón no a su mente, acallen su mente ¡Recuérdenlo! Sólo así lograrán atravesarlas”. Aconseja Shion. Los santos de bronce comprenden. EL OLIMPO. Camus voltea y ocurre una gran explosión, ¡Altair se ha liberado del ataúd congelado! El olimpiano se burla del ataque de Camus, y le que como se atrevió a creer que con esa temperatura lo iba a derrotar. Altair le dice que para congelar un kamei se requiere del golpe de varios ceros absolutos; para ser más exacto de por lo menos : ¡ 500, 000 °C bajo cero! Camus comprende que mientras Altair traiga puesto ese kamei será imposible vencerlo. Así que el santo de Acuario se prepara para su último ataque y concentra su cosmos, Altair usa su ken “Cruz de Aguila”; y para su sorpresa Camus la intenta rechazar con la “Ejecución de Aurora”. Sin embargo la balanza se inclina hacia el olimpiano... El santo de Acuario se sabe perdido, apaga su cosmos y se despoja de su armadura dorada. -“Ya no me servirá a mi, Hyoga hará un mejor uso de ella”. Piensa para sí. Camus es golpeado por el ken y es derrotado sin remedio. -“H..Hy...oga, a...a...diós. Cu..ida a...a A...thena p..por mí...í ”. Se despide Camus de Hyoga. MUY LEJOS DE AHÍ. Hyoga siente la muerte de Camus, y quiere ir al Olimpo a vengarlo. Pero Shion lo detiene y le dice que ya nada puede hacerse, es mejor que se quede y entre a las cavernas; ya habrá tiempo después para vengar a Camus. Hyoga comprende y decide quedarse y pasar las cavernas. Todos juntos entran... Saludos
  25. CAPITULO III : LA MORTAL BATALLA EN STARHILL, LA LLEGADA DE LOS SANTOS DORADOS AL OLIMPO. STARHILL. Los santos dorados han resuelto el acertijo que les puso la esfinge, pero ahora se encuentran ante otro nuevo obstáculo. Pues de la esfinge ha salido un hombre y no saben de quien se trata; y si es amigo o enemigo. El extraño les dice que no van a poder salir de ahí con vida, porque en Starhill los santos no pueden usar sus poderes ni cosmo. Y así no son rivales para un Olimpiano de Zeus. -“Yo soy Armand de Hércules, uno de los doce Olimpianos que sirven a Zeus”. Dice. Los santos dorados se encuentran entre la espada y la pared ya que no pueden usar su cosmo ni poderes y tienen como oponente a uno de los Olimpianos de Zeus. Aioria; Saga y Milo atacan a Armand al mismo tiempo, pero sus ataques no sirven de nada en contra del Olimpiano. Camus le dice a Mu y Afrodita que tienen ninguna oportunidad contra él. Armand sólo se ríe de ellos diciendo : -“¿Y éstos son los temibles santos de Athena que derrotaron a Hades?”. -“¿Entonces no harán el intento por derrotarme?”. Pregunta Armand. El Olimpiano les recuerda que si no lo vencen no podrán llegar al Olimpo. Ante las palabras de Armand, Camus y Afrodita reaccionan y lo atacan sin causarle el menor daño; y son repelidos con facilidad. Sólo Mu queda ya para hacerle frente. Armand pregunta a Mu porque no lo ataca como sus compañeros, a lo que el santo de Aries contesta que él no tiene intención alguna de combatir. El Olimpiano le dice que es por que sabe que no puede vencerlo. -“Tienes razón, no quiero pelear por que ya sé que no estoy a tu nivel”. Dice Mu. Armand comenta que desde que oyó que a Mu lo entrenó el maestro Shion de Aries, su ás ferviente deseo era de combatirlo y derrotarlo. Pero ahora que lo tiene enfrente se ha dado cuenta de que todo lo que se dice de él es mentira. El santo dorado le contesta diciendo : -“Lo que dije sobre mi deseo de pelear contra ti es cierto. Pero de eso a insultar a su maestro, eso es algo que no puedo pasar por alto”. El olimpiano le pregunta si ha decidido pelear, el santo dorado dice que no hay otra salida... -“Te arrepentirás de haber retado a Mu, ya que él es el segundo santo dorado más poderoso”. Exclama Afrodita. -“Sí, pero también es cierto que en Starhill ustedes los santos de Athena no pueden desarrollar su cosmos. Ahora Mu, sabiendo esto, ¿Estás preparado para pelear?”. Dice Armand. Mu solo asienta con la cabeza. -“Entonces ahora probarás mi poderoso ken: “¡Centella de Trueno!””. Grita Armand. Armand esta convencido de que Mu no podrá hacer nada, ya que en Starhill los santos no pueden usar sus poderes y habilidades; se necesita tener el nivel de un Dios para hacerlo. Pero para su sorpresa, Mu desaparece esquivando su ataque y después aparece sobre él y le dice: -“Cuando te dije que no quería pelear contigo por que no estaba a tu nivel, era en serio ya que no deseaba humillarte. Y ahora que he visto tu poder, veo que estaba en lo cierto. Pero como muestra de mi buena voluntad te perdonaré la vida si aceptas tu derrota y te quitas de nuestro camino. Tú decides”. Armand le contesta que no esta en posición de condicionar nada, ya que si no se hubiera quita- do, el ken lo hubiera destruido. -“Muy bien entonces recibiré tu poder de frente esta vez”. Dice Mu. Armand concentra su cosmos al máximo y dispara nuevamente la “Centella de Trueno” contra Mu, el resultado es una tremenda explosión que hace temblar los cimientos del templo. El Olimpiano está seguro de su victoria, pero... ¡Mu ha salido ileso! Por última vez el santo dorado le pide que se rinda pero el olimpiano se niega de nuevo. Armand comprende que no puede con Mu, así que antes de que lo elimine, quiere que le revele como le hizo para usar sus poderes en Starhill. Mu le contesta que el puede usar sus poderes ahí; porque simplemente él no está en Starhill. Armand se queda asombrado. El santo de Aries le dice que desde que se acercaban a la Colina Ida, sintieron un cosmos dentro de Starhill, pero en ese momento pensaron en que era del maestro Shion. Por eso los otros santos dorados no estaban preparados para enfrentarlo. Sin embargo, él se teletransportó a otra dimensión paralela a la nuestra y con los santos sólo dejo una proyección astral de su subconsciente controlada por el. Armand reconoce la victoria del santo dorado y se da por vencido a cambio de que le perdone la vida. Mu esta de acuerdo pero... Al dar la espalda al Olimpiano, éste lo ataca con su “Centella de Trueno”; sin embargo a lo que le da es a una proyección astral de Mu quien esta arriba de él. Al darse cuenta de que todo el tiempo ha estado combatiendo contra un holograma, Armand comprende que ha llegado su hora ya que el santo de Aries es más poderoso que él. Mu lo ataca con su “Revolución del Polvo Estelar”, a diferencia de él, Armand no puede esquivar el ataque y queda reducido a polvo. Sólo su kamei permanece intacto... Saludos
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