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Oraculo

Saqueador de Tumbas
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Todo lo publicado por Oraculo

  1. hola amigos ahi les mando el capitulo 10 CAPÍTULO 10 Cruzaron por la puerta del norte y se encontraron bajo el fresco aire nocturno. Billy sintió un auténtico alivio y respiró profundamente. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que temía que no fueran capaces de salir del complejo de Psycho System. Por desgracia, vio en seguida que aún no habían escapado, al menos no exactamente. La puerta del observatorio se abría hacia un paseo largo y estrecho que iba directo hasta otro edificio, a unos cincuenta metros. A ambos lados del paseo había agua, algún tipo de embalse o lago que lindaba con el lado este del complejo. Se alejaron del observatorio. Luego se volvieron para mirar dónde habían estado y se pasaron unos minutos intentando averiguar cuál era su situación en relación con el vestíbulo y las salas que habían visitado. Era una tarea imposible. Billy nunca había tenido mucho sentido de la orientación y, al parecer, Rebecca tampoco. Finalmente se rindieron y dirigieron su atención hacia el alto edificio de aspecto inquietante que se alzaba al otro extremo del sendero. Caminaron hacia allí. Billy seguía respirando grandes bocanadas de aire dulce y húmedo. Era tarde, probablemente faltaba poco para el amanecer, pero no había ningún cielo por el que juzgar, sólo un gran manto de nubarrones grises cargados de lluvia. —¿Dónde crees que estamos? —preguntó. —Ni idea —respondió Rebecca—. Espero que en alguna parte haya un teléfono. —Y una cocina —añadió Billy. Estaba muerto de hambre. —Ojalá —exclamó con tono anhelante—. Cargada de pizza y helado. —¿Pepperoni? —Hawaiana. Y helado de pistacho. —Aag —protestó él, haciendo una mueca. Estaba disfrutando de la conversación. No habían tenido mucho tiempo para conocerse, aunque sentía que algo los unía, una conexión que a menudo había notado con otros durante el combate—. Y probablemente también te gustará la comida naranja. —¿Comida naranja? —Sí, ya sabes. Ese color naranja antinatural. Lo ponen en los macarrones, en el queso, en las bebidas con sabores artificiales, los pastelillos, los ganchitos de queso… Rebecca sonrió de medio lado. —Me has pillado. Me chifla esa porquería. Billy puso los ojos en blanco. —Adolescentes… Porque eres una adolescente, ¿no? —Justo la edad para votar —respondió ella, en un tono ligeramente defensivo. Antes de que él le pudiera preguntar cómo había llegado a los STARS a su edad, añadió—: Soy una de esos niños prodigio, licenciada y todo eso. ¿Y tú qué edad tienes, abuelo? ¿Treinta? Le tocó el turno a Billy de ponerse ligeramente a la defensiva. —Veintiséis. Rebecca rió. —¡Hala, qué vejestorio! Déjame que te traiga la silla de ruedas. —¡Calla ya! —le replicó él sonriendo. —He dicho: ¡déjame que te traiga la silla de ruedas! —fingió gritar, burlándose. Él no pudo evitar reír. Aún reían cuando pasaron ante una pequeña caseta de guardia a la derecha del sendero y vieron un cuerpo dentro, tendido en el suelo. Parte de un cuerpo, pensó Billy, y su buen humor se evaporó en un segundo mientras se detenían, incapaces de no mirar. Yacía boca abajo y le faltaban las piernas y un brazo, lo que hacía que el cadáver pareciera estar hundido en el espeso charco de sangre que lo rodeaba. No volvieron a hablar hasta que llegaron al edificio; el recordatorio de la tragedia que había ocurrido allí los había serenado. Era imposible tenerla presente en todo momento; pensar constantemente en el horror del brote viral haría que les fuera demasiado difícil funcionar, y reírse de vez en cuando proporcionaba una válvula de escape importante, incluso necesaria, para seguir manteniendo la cordura. Por otro lado, si podías mirar el cuerpo de un hombre muerto y seguir riendo, entonces la salud mental se convertía en algo por lo que preocuparte de una forma totalmente diferente. Llegaron al desconocido edificio y aflojaron el paso para estudiar su trazado. Había pequeños senderos que partían del paseo principal, justo frente al edificio, flanqueados de flores y árboles que hacía tiempo que se habían secado. Los senderos desaparecían tras setos mal cortados. Quedaban unas cuantas farolas sin romper, pero sólo conseguían que las sombras fueran aún más oscuras. No era el entorno más atractivo, pero Billy no vio ningún zombi u hombres sanguijuelas, por lo que le pareció mucho mejor que el edificio anterior. Unos amplios escalones daban a una puerta de dos hojas. Billy se quedó vigilando los sombríos senderos mientras Rebecca subía hasta la puerta y trataba de abrirla. —Está cerrada con llave —informó. —A la porra —exclamó Billy, y la siguió hasta arriba. Intentó abrir la puerta y decidió que la madera era fuerte pero la cerradura no tanto—. Aparta. Se puso a un lado, bajó su centro de gravedad y le dio una fuerte patada a la cerradura, luego otra. A la tercera, oyó cómo se astillaba la madera, y a la quinta la puerta se abrió de golpe y la barata cerradura de metal saltó por los aires. Ambos atravesaron el umbral y miraron hacia el interior. Después de todo por lo que habían pasado, Billy pensaba que ya nada lo sorprendería, pero se equivocaba. Era una iglesia, y tan ornamentada como cualquier otra que hubiese visto, desde la vidriera en lo alto de la pared tras el altar hasta los brillantes bancos de madera. Y también estaba destrozada; al menos la mitad de los bancos estaban volcados, y sólo se podía ver gracias a un enorme agujero en el techo, no lejos de donde se hallaban. —Mira el altar —susurró Rebecca. Billy asintió con la cabeza. No tanto el altar como lo que había a su alrededor. Sobre la plataforma en la parte delantera de la iglesia había cientos de velas consumidas, estatuas religiosas derribadas y grandes ramos de flores muertas. Resultaba escalofriante. —A mí ya me vale largarnos de aquí —dijo Billy, y alzó la voz ligeramente al darse cuenta de que también él estaba susurrando—. Podríamos inspeccionar el jardín y ver adonde van a parar esos senderos. Rebecca asintió y dio un paso atrás. Y entonces algo enorme y negro descendió hacia ellos desde el techo abovedado, algo que lanzaba un chillido increíblemente agudo, que revoloteaba y planeaba y agitaba unas enormes alas polvorientas. El tiempo pareció pasar a cámara lenta, lo suficiente para que Billy pudiera verlo claramente. Era alguna especie de murciélago, pero mucho, muchísimo más grande que los normales. La cosa tenía, como mínimo, la envergadura de un cóndor. En el último instante, el bicho se elevó y voló como enloquecido hacia la oscuridad de lo alto, pero ya se había acercado lo suficiente como para que una oleada de su pútrido aliento los alcanzara. Billy empujó a Rebecca con un brazo y agarró los pomos rotos de la puerta con el otro. La cerró como pudo, deseando no haberla forzado, y se dio cuenta al instante de que no importaba. Podían oír al gigantesco murciélago atravesar el agujero del techo, podían oír sus enormes garras despellejadas arañando las tejas. —¡Vamos! —gritó Billy. Bajaron los escalones corriendo, y Rebecca torció hacia la derecha seguida de Billy. Hacia ese lado parecía haber más protección; parte del sendero que circundaba la casa estaba cubierto. Giraba bruscamente dos veces, y en esos puntos quedaba oculto por setos y plantas descuidadas. Rebecca era rápida, pero Billy no le iba a la zaga, muy motivado por la imagen de unas alas correosas envolviéndolo y unas garras rasgándole la carne… —¡Allí! —Rebecca aminoró la marcha y señaló en una dirección. A la derecha del camino, un poco más adelante, había lo que parecía ser un ascensor situado junto a la pared de la iglesia. Billy no estaba seguro de si sería lo mejor, pero podía oír claramente el golpeteo de las alas en algún punto sobre su cabeza y el agudo chillido del murciélago en busca de una presa. Siguió a Rebecca hasta el ascensor, agradeciendo en silencio que las puertas se abrieran al tocarlas. Era pequeño, casi no había sitio para los dos. Se empotraron dentro y vieron que sólo iba hacia abajo. Mejor así, Billy no tenía ningunas ganas de visitar el campanario de la iglesia para ver si el murciélago loco tenía algún pariente cercano. Rebecca apretó el botón para cerrar las puertas. Justo antes de que se cerraran, un zombi trastabilló hacia ellos desde ninguna parte, una mujer que extendía unos dedos desollados hasta mostrar el hueso. Gimió, enseñando unos dientes negros, y entonces las puertas se cerraron, apartándolos de la zombi y del chillido de alta frecuencia del murciélago infectado. Ambos se dejaron caer contra las paredes del pequeño ascensor. Oían los gritos hambrientos de la zombi a través de las puertas, el chirriante arañazo del hueso de sus dedos contra el metal. En unos segundos, a sus gemidos graves y ásperos se le sumaron otros, y luego unos terceros, todos gimoteando de ansia y frustración. Tenían dos opciones, Bl o B2. Billy miró a Rebecca, y ésta negó con la cabeza, pálida. Afuera, los zombis seguían arañando las puertas. Billy apretó el Bl. El ascensor no se movió. —Vale. Pues que sea B2 —dijo Billy, y confió en que no se hubieran quedado atrapados. Apretó el botón. El ascensor dio una ligera sacudida y comenzó a descender suavemente. Billy se inclinó ante Rebecca, preparó la escopeta y confió en que las puertas no estuvieran a punto de abrirse ante una horda de criaturas infectadas, ansiosas por una cena tardía. Las puertas se deslizaron sin hacer ruido y dejaron a la vista un corredor cubierto de escombros, pero deshabitado. Billy volvió a apretar el botón de B1 esperando encontrar otra opción, pero ni siquiera se cerraron las puertas del ascensor. Al parecer, podían elegir entre volver con el murciélago y los zombis o explorar el segundo nivel del sótano. Billy optó por la exploración. Salió cautelosamente, con Rebecca a su espalda. Como en la mansión del centro de formación, la decoración y la arquitectura eran refinadas y probablemente de gran valor. El suelo era de mármol, cascado en algunos puntos pero pulido hasta brillar; en el pasillo se alineaban elegantes columnas de apoyo, y las entradas eran altas y arqueadas. A su izquierda había una escalera que ascendía, obstruida por tozos de roca y fragmentos de mampostería. Otra puerta se encontraba un poco más adelante, justo donde el corredor torcía abruptamente hacia la derecha. Se detuvieron ante la escalera, pero era inútil, los escombros se apilaban hasta el techo. Si querían regresar arriba tendría que ser con el ascensor. Pero de momento, Billy no quería volver arriba. Parecía que el continuo aluvión de criaturas desagradables, peligrosas y espantosas no iba a acabar nunca, y estaba más que dispuesto a tomarse un respiro. —Los que estén a favor de no más monstruos —dijo en voz baja. —Me apunto —contestó Rebecca con un tono igualmente bajo. Le lanzó una sonrisa, pero pareció forzada. Empezaron a recorrer el pasillo, aplastando escombros con las botas al avanzar. Rebecca se quedó junto a la primera puerta mientras Billy inspeccionaba el resto del corredor. Había otra puerta, con un cierre de combinación, y una posible tercera puerta. Billy no estaba seguro, parecía como si el corredor simplemente acabara de pronto ante una pared azul, pero había en ella una especie de elaborada hornacina: dos estatuas puestas de frente recortaban un perfil de alguien que se parecía mucho a James Marcus. No había ninguna cerradura, pero debajo del busto localizó una depresión del tamaño del puño de un niño, como si faltara una pieza. Fantástico. Más cerraduras con truco, pensó Billy, fastidiado, mientras regresaba a donde se hallaba Rebecca. ¿Qué les pasaba a esa gente? Si tenían que ser tan listillos, ¿por qué no se quedaban con los crucigramas? Por suerte, la primera puerta no estaba cerrada. Entraron y se encontraron en otra elegante y descuidada habitación, cubierta de estanterías con libros. Una manchada alfombra oriental cubría el suelo de la primera parte del cuarto. La sala tenía más o menos la forma de una U. Varias lámparas estaban encendidas, lo que la convertía en la habitación más iluminada de las que habían entrado en toda la noche. Además de los estantes, había varias mesas bajas y un pequeño escritorio con una antigua máquina de escribir. Billy se acercó a la mesa más cercana y cogió un trozo de papel. —«No creo que haya problemas, pero he tomado precauciones —leyó—. Para esconder una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave, haz que parezca una hoja.» —Bueno, eso lo aclara todo —se burló Rebecca, y Billy asintió con un gesto. Insistía, ¿qué le pasaba a esta gente? Rebecca miró por las estanterías mientras Billy recorría la sala. Se fijó en un gran agujero que había en el techo. Estaba alto, pero usando una de las mesas… —La mayoría son de biología —comentó Rebecca—. Mamíferos, insectos, anfibios… —Ven a ver esto —dijo Billy. Mientras ella giraba la esquina, Billy cogió la mesa más cercana y la empujó bajo el agujero. No era suficiente. —Podría subir yo —propuso Rebecca—. Echar una ojeada y encontrar una cuerda o algo para que puedas subir. Billy frunció el entrecejo. —No sé. La última vez que fuiste a mirar… —Sí —repuso Rebecca, pero su expresión era firme. Estaba dispuesta a ir, incluso ansiosa por intentarlo, y tenían que hacer algo. Billy se subió a la mesa y entrelazó los dedos para ayudarla. Ella subió después, puso el pie derecho entre las manos de él y una mano sobre el hombro. Era ligera como una pluma; probablemente Billy podría inmovilizar a dos como ella sin demasiado esfuerzo. La subió con facilidad y Rebecca desapareció de su vista a través del agujero. Un segundo después, se asomó por él. —Parece tranquilo, pero está oscuro —informó—. Tiene pinta de laboratorio, hay muchos estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro. Volvió a desaparecer. Billy esperó, mirando hacia el agujero y recordándose que la joven sabía cómo arreglárselas sola. Ya había demostrado tener más fortaleza y capacidad que muchos soldados veteranos que había conocido, y si había algún problema, sólo tendría que saltar. No había nada de que preocuparse. Rebecca lanzó un grito corto y agudo, y la sangre de Billy se le heló en las venas. —¡Rebecca! —gritó, con la mirada clavada en el negro agujero del techo. Parecía un laboratorio, un laboratorio que se hubiera usado intermitentemente durante la última década y que no se hubiera limpiado en todo ese tiempo. Había una gruesa capa de polvo sobre el suelo y los estantes, pero en algún momento se habían movido cosas y habían dejado marcas: señales detrás de las sillas, huellas de dedos en botellas de especímenes. Rebecca echó una rápida mirada a lo que la rodeaba y luego se inclinó sobre el agujero. La expresión de Billy era tensa, expectante. —Parece tranquilo, pero está oscuro. Tiene pinta de laboratorio, hay muchos estantes y un par de escritorios. Déjame ver qué encuentro. Se volvió y recorrió de nuevo la sala con la mirada. Notó que era más grande de lo que había pensado, parte de ella quedaba oculta tras una gran estantería que dividía el área en dos. No lo hubiera notado de no ser por una lucecita azulada y pálida que parecía emanar de la sección oculta. Con la nueve milímetros en la mano, pasó al otro lado y… lanzó un grito. Casi estuvo a punto de disparar al monstruo radiante que flotaba, en el interior de un tubo, frente a ella antes de darse cuenta de que no estaba vivo. —¡Rebecca! —¡Estoy bien! —contestó, contemplando la espeluznante criatura—. Me he llevado una sorpresa, eso es todo. Espera. Se acercó al espécimen de tamaño humano que flotaba en el tubo lleno de un líquido claro e iluminado por dentro. En realidad había cuatro de esos tubos, todos en fila, y cada uno contenía un horror ligeramente diferente. Las cosas de dentro habían sido humanas alguna vez, pero habían sufrido alteraciones quirúrgicas y seguramente las habrían infectado con el virus-T. Intentó pensar en alguna descripción para darle a Billy, pero eso no se podía describir: miembros horriblemente deformados colgaban de torsos musculosos y apedazados; los rostros casi irreconocibles mostraban terribles expresiones de angustia y deseos de sangre. Eran horripilantes. Más allá de las filas de monstruosidades humanoides había una vitrina de especímenes llena de tubos mucho más pequeños. Rebecca se inclinó y vio que dentro de cada tubo había una sanguijuela. Hizo una mueca de asco y estaba a punto de alejarse cuando se fijó en que uno de los tubos era diferente. La sanguijuela de dentro era… No era una sanguijuela. Abrió la polvorienta puerta de vidrio, sacó el tubo diferente y lo alzó para que le diera la tenue luz. El tapón del tubo estaba pegado o soldado, y la cosa de dentro tenía forma de sanguijuela, pero estaba esculpida o tallada, y era de un intenso azul cobalto. ¿Por qué alguien haría una falsa sanguijuela y luego la pondría…? Parpadeó al recordar el trozo de papel que Billy había leído: «Para esconder una hoja, ponla en el bosque. Para esconder una llave…» Rebecca volvió al agujero y levantó el tubo para que lo viera Billy. —Creo que he encontrado la llave hoja —dijo, y se lo lanzó—. O supongo que debería decir la llave sanguijuela. Billy atrapó el tubo y lo observó. —Estoy seguro de que encajará en una de esas puertas. Baja y vamos a verlo. —El tapón no sale… —Se detuvo al ver a Billy tirar el tubo al suelo junto a la mesa. El joven le sonrió, y luego aplastó el tubo con el tacón de la bota. El vidrio crujió, y un segundo después, Billy tenía la talla en la mano. —Resuelto —dijo—. Vamos. Rebecca se mordisqueó el labio mientras miraba por el laboratorio. Había motones de archivadores y de papeles por todas partes. —Ve a probarlo tú. Yo voy a ver si encuentro otro mapa. Billy frunció el entrecejo. —¿Estás segura? —¿Tienes miedo de ir solo? —preguntó, sonriendo ligeramente. —La verdad es que sí —respondió él, pero luego le devolvió la sonrisa—. De acuerdo. Volveré en un minuto. No te vayas muy lejos, ¿vale? Si necesitas algo, llámame. Rebecca le dio unos toquecitos a la radio. —Ningún problema. Billy la observó durante un instante más y luego se alejó. Rebecca contempló el laboratorio de nuevo y se fijó en el mayor de los dos escritorios de la sala. —Bueno, Marcus, veamos si nos has dejado algo que nos sirva —dijo, y se acercó al escritorio sin saber que la estaban observando muy, muy atentamente, mientras cogía una hoja de papel y comenzaba a leer. ¡Esto no puede ser! Apretó los puños, furioso. Los niños intentaron calmarlo, subiéndosele hasta los hombros, pero él los apartó sin hacerles caso. Rebecca estaba leyendo las notas personales de Marcus. Había encontrado el amuleto que llevaba al santuario interior del doctor Marcus y se lo había dado a Billy. Todo lo que tenían que hacer era coger el teleférico, abrir una o dos cerraduras y estarían fuera de allí. Pero parecía que no querían dejar en paz la memoria del doctor Marcus, que tenían que violar las pocas cosas privadas que había dejado atrás. —A no ser que los detengamos —dijo a los niños, mientras contemplaba cómo Billy usaba la pequeña talla para abrir las habitaciones de Marcus y Rebecca removía sin ningún cuidado los papeles privados del doctor. Observar a esos dos había sido una divertida distracción, pero se había acabado. El mundo tendría que enterarse de la verdad sobre Psycho System sin ellos. Era hora de enviar a los niños a jugar. Continuara... Saludos
  2. Muchas gracias, Lara Valentina, ahi mando el capitulo 9: CAPÍTULO 9 El babuino se abalanzó corriendo hacia ellos en cuanto entraron de nuevo en el pasillo, y murió espectacularmente, hecho pedazos con un ensordecedor bramido por la escopeta de doble cañón. Billy la recargó con el único cartucho que le quedaba. Pensaba que tenía más, pero al parecer los había perdido en algún momento. De cualquier forma, no tuvieron más encuentros hasta que llegaron a la sala principal. Billy se sentía más alegre de lo que se había sentido en mucho tiempo. Además del ataque de risa, que tan bien le había sentado, como una pausa en el incesante caos que habían estado soportando, era la primera vez que había contado su historia a alguien que realmente lo escuchaba, alguien que estaba dispuesto a considerar que tal vez estuviera diciendo la verdad. Se detuvieron ante el gigantesco círculo que formaba la especie de monumento en medio de la gran cámara y lo contemplaron. Eran seis animales tallados y colocados a igual distancia formando un círculo, con el rostro hacia fuera. Cada uno tenía una plaquita delante y una pequeña lámpara de aceite junto a cada placa. Los animales estaban cincelados por manos expertas, pero el conjunto era una monstruosidad, una auténtica pesadilla. El animal que se hallaba frente a Billy era una águila en pleno vuelo con una serpiente atrapada entre las garras. Leyó la placa: DANZO LIBREMENTE EN EL AIRE, CAPTURANDO UNA PRESA SIN PATAS. Frunció el entrecejo, avanzó hasta el siguiente animal, un ciervo, y leyó su placa: ME ALZO FIRME SOBRE LA TIERRA MOSTRANDO LAS ASTAS CON ORGULLO. Rebecca rodeó la desafortunada obra de arte y se detuvo junto a una verja de acero que se hallaba detrás. La verja cerraba el paso hacia un corto pasillo con dos puertas, una en cada pared. —Hay un cartel aquí. Básicamente dice que hay que ir del más débil al más fuerte y encender las lámparas. —Se volvió hacia los animales y los contempló—. Es una especie de acertijo. —Agarró una de las barras de metal de la reja—. Debe de abrir esta verja. —Así que tenemos que encender las lámparas por orden, empezando por el animal más débil —dijo Billy. Estúpido. ¿Por qué se tomaría alguien tantas molestias? Sacó el mapa del bolsillo trasero y lo examinó—. Sólo parece haber un par de habitaciones por ahí. No veo ninguna salida. Rebecca se encogió de hombros. —Sí, pero quizá haya algo que podamos usar. ¿Qué daño puede hacernos? —No lo sé —respondió sinceramente—. Quizá mucho. Rebecca sonrió y se volvió hacia el animal de piedra que tenía más cerca, un tigre, en cuya placa se leía: SOY EL REY DE TODO LO QUE VEO, NINGUNA CRIATURA PUEDE ESCAPAR DE MÍ. Billy se fue hacia la izquierda, hasta la talla de una serpiente enroscada en la rama de un árbol. —Ésta dice: «AVANZO SIGILOSA SOBRE MIS VÍCTIMAS EN UN SILENCIO SIN PASOS Y CONQUISTO HASTA EL MÁS PODEROSO DE LOS REYES CON MI VENENO». Rebecca leyó los dos restantes en voz alta. Las palabras bajo el lobo eran: MI AGUDO INGENIO ME PERMITE ABATIR HASTA LA MAYOR BESTIA CORNUDA. El sexto animal era un caballo alzado sobre las patas traseras, y en su placa ponía: NINGUNA ASTUCIA PUEDE IGUALAR LA VELOCIDAD DE MIS ÁGILES PATAS. Bestia cornuda. Billy volvió hasta el ciervo y volvió a leer la parte sobre «mostrar las astas con orgullo». —Así que el lobo es más fuerte que el ciervo —concluyó. —Y si la astucia no puede correr más que el caballo, entonces el caballo es más fuerte que el lobo —continuó Rebecca—. ¿Qué es más fuerte que la serpiente? —Tiene que ser el águila; lleva una serpiente —repuso Billy. Ambos rodearon la estatua mientras hacían observaciones e intentaban resolver el acertijo. Finalmente estuvieron de acuerdo en la secuencia, y Billy fue de animal en animal encendiendo las lámparas en el orden acordado, de más débil a más fuerte. Al parecer, según las estatuas, el orden era ciervo, lobo, caballo, tigre, serpiente y águila. Cuando Billy encendió la lámpara del águila, se oyó un pesado ruido metálico que provenía de algún punto en medio del conjunto, y la verja de acero se alzó suavemente hasta desaparecer en algún hueco en lo alto del arco. Juntos entraron en el pasillo. A primera vista, la primera sala, la de la derecha, parecía no contener nada valioso. Había un grupo de cajas de embalaje y unas cuantas estanterías desordenadas. Billy estaba dispuesto a seguir adelante cuando Rebecca entró y se dirigió hacia las cajas. Una de ellas estaba girada hacia la pared y desde la puerta no podían ver qué contenía. Cuando Rebecca llegó hasta ella, soltó una risa excitada, se agachó y le dio la vuelta para que Billy la pudiera ver. El hombre corrió hacia ella, sintiéndose como un niño en Navidad. Supongo que, después de todo, valía la pena resolver el maldito acertijo. Dos cajas y media de cartuchos de nueve milímetros. Media caja del veintidós, que no les serviría de mucho, como tampoco el par de cargadores rápidos —Billy tuvo que explicarle que esos artilugios de metal servían para recargar rápidamente un revólver— con balas del calibre 50. Pero la caja de cartuchos de escopeta, catorce en total, sin duda le serían de gran ayuda. A Billy no le habría importado encontrarse una bazuca, pero teniendo en cuenta su situación, no podían haber hallado nada mejor. Se pasaron cinco minutos metiendo balas en los cargadores que ya tenían. Rebecca encontró una riñonera con la cremallera rota en uno de los estantes y también la cargaron, además de su cinturón de combate. Estuvieron de acuerdo en que era mejor llevarse toda la munición, por si acaso encontraban otras armas. Billy hizo un apaño en la cremallera con un imperdible que encontró en el suelo y se colocó la riñonera; el peso de tanta munición lo reconfortó. —Podría besarte —exclamó, levantando la escopeta. Al notar el silencio de la joven, se volvió para mirarla y vio que se había sonrojado ligeramente. Rebecca volvió el rostro hacia otro lado mientras se ajustaba el cinturón—. No me refería literalmente —repuso a toda prisa—. Quiero decir, no es que no seas atractiva, pero eres… yo… esto… —No te pongas de los nervios —replicó ella fríamente—. Ya sé qué quieres decir. Billy asintió con la cabeza, aliviado. Ya tenían bastante sin tener que empezar con la cosa de hombre y mujer. Aunque realmente es muy guapa… Apartó esa idea de la cabeza y se recordó que, aunque acabara de pasar un año lejos de cualquier mujer, no era en absoluto el momento adecuado para pensar en ello. Se dirigieron hacia la segunda puerta y vieron que no estaba cerrada con llave. Era una habitación con literas, desorganizada y sucia. Las literas estaban hechas de contrachapado puesto de cualquier manera y las pocas mantas que había tiradas estaban deshilachadas y mugrientas. Teniendo en cuenta la calidad del alojamiento y la verja de hierro, Billy supuso que los ocupantes no debían de ser voluntarios. Rebecca le había explicado lo que ponía en el diario, lo de hacer pruebas con humanos… Todo el complejo le ponía los pelos de punta. Cuanto antes pudieran salir de allí, mucho mejor. —¿Vamos hacia abajo o hacia arriba? —le preguntó Rebecca cuando volvieron a salir al pasillo. —Hay un observatorio arriba, ¿no? —inquirió Billy. Rebecca asintió—. Pues vayamos a observar. Quizá podamos mandar una señal de aviso o algo así. Se dio cuenta de que acababa de sugerir que intentaran conseguir que los rescataran, pero no lo retiró, aunque sabía bien lo que podía significar para él. Prefería morir luchando por su vida que ser ejecutado… Pero tenía que pensar en Rebecca. Era una buena persona, honesta y sincera, y él haría todo lo que estuviera en sus manos para que saliera viva de allí. Siguieron avanzando. Billy se preguntó dónde habría ido a parar su carácter criminal, pero decidió rápidamente que estaba mejor así. Por primera vez desde aquel terrible día en la jungla sintió que se gustaba de nuevo. Los observó mientras recogían la munición, a la vez impresionado y decepcionado por su fortaleza. Después de hacer otra consulta a los mapas, se fueron hacia arriba, seguramente hacia el observatorio; aunque los niños podían oír sus voces, no llegaban a distinguir las palabras. Había hecho que sus niños buscaran las tablillas que iban a necesitar, y las había hecho llevar hasta las puertas que daban al observatorio. A no ser que Billy y Rebecca fueran absolutamente tontos —y ya habían demostrado que no lo eran—, averiguarían cómo poner en funcionamiento la rotación de la estructura, lo que los acercaría a la salida. Desde allí podrían pasar al laboratorio escondido detrás de la capilla… Se preguntó qué encontrarían allí, en los laboratorios de Marcus. Quizá alguna cosa más que robar. Quería que descubrieran todo lo posible sobre el verdadero carácter de Psycho System, pero no le gustaba verlos picotear entre los tristes despojos de la brillante carrera de Marcus. Seguía pensando en ellos como en los laboratorios de Marcus, aunque Marcus no había estado allí desde hacía más de una década. Todo el complejo se había cerrado después de la «desaparición» del director, pero hacía poco Psycho System había vuelto a abrir los laboratorios, la planta de tratamiento y el centro de formación. Ninguno de ellos se hallaba en completo funcionamiento cuando el virus atacó; sólo contaban con los empleados imprescindibles para el mantenimiento, a los que dirigía un grupo de aspirantes a mandos intermedios. De todas formas la compañía había perdido a bastantes empleados leales. Billy y Rebecca atravesaron las salas de la zona este del primer piso y regresaron al vestíbulo, luego se dirigieron hacia el segundo piso. Encontraron sin ningún problema la puerta que los llevaría al tercer piso y llegaron al pie de las escaleras con las armas desenfundadas. En sus juveniles rostros se leía la determinación y, al parecer, la ausencia de miedo. Los observó comenzar a subir los escalones y se sintió ante un dilema emocional. Quería que tuvieran éxito y también quería verlos morir. ¿Existía una manera de lograr ambas cosas? Se las habían arreglado bastante bien con la serie Eliminador, aunque los primates se hallaban debilitados por el hambre y la falta de atención. ¿Cómo les iría con los Cazadores? ¿O con el proto-Tirano? ¿Y qué pasaría si llegaban a donde él y los niños esperaban y los observaban? ¿Qué harían? El joven frunció el entrecejo en un gesto de desagrado ante esa idea. Sensible a sus estados de ánimo, varios de los muchos le subieron por las piernas y por el pecho y se agruparon para formar una especie de abrazo. Los acarició y se aseguró por el tacto de que todo estaba bien. Si los dos aventureros llegaban a su nido —lo que no parecía muy probable—, los dejaría pasar, claro, para que pudieran relatar la historia de los pecados de Psycho System. —O quizá los mate —dijo, encogiéndose de hombros. Él sería quien decidiera cuándo ocurriría y si ocurriría. No era cierto decir que su destino le era indiferente. Mientras esperaba la muerte de Psycho System, había resultado un placer contemplar a Billy y a Rebecca, y estaba muy interesado en saber qué sería de ellos. Pero los mataría antes que permitirles que volvieran a hacer daño a sus niños. Habían llegado a lo alto de la escalera y miraban cautelosamente por encima del pasamanos en busca de algún movimiento. De repente, el joven se acordó del Centurión, escondido en las paredes de la balsa criadero, y se preguntó si saldría a ver quién había invadido su territorio. Más les valía a Billy y a Rebecca que no fuera así. Si los Eliminadores sólo eran peones en ese juego, el Centurión era uno de los alfiles. El joven se inclinó hacia la pantalla, ansioso por ver qué pasaba. El camino hasta el tercer piso había sido tranquilo, aunque se habían tenido que apresurar para atravesar el comedor. Los dos zombis que vagaban alrededor de las mesas eran demasiado lentos para molestarse en dispararles, pero Rebecca tampoco se sentía especialmente tranquila paseando lentamente ante las moribundas criaturas. Billy iba tres escalones por delante de ella, por lo que supuso que él sentía lo mismo. Al llegar a lo alto de la escalera, Rebecca se relajó ligeramente. El tercer piso, o al menos la parte en que se encontraban, era una única estancia gigantesca, sin esquinas ocultas de las que preocuparse. Las puertas del observatorio se hallaban a la derecha. Frente a ellos se encontraba la balsa criadero, un pozo vacío que ocupaba la mayor parte de la sala, y a la izquierda, una puerta que, según el mapa, llevaba a un patio exterior. —¿Qué crees que estarían criando? —preguntó Billy en voz baja. Aun así, resonó ligeramente en la enorme sala. —No sé. Quizá sanguijuelas —contestó Rebecca. Recordó la solitaria figura que había visto desde el tren, la que cantaba a las sanguijuelas, y contuvo un estremecimiento—. ¿El observatorio o el patio? Billy miró a un lado y otro, y se encogió de hombros. —Parecen seguros. Podríamos probar con una puerta cada uno. Pero sólo abrirla y echar una ojeada, nada de separarnos, ¿vale? Rebecca asintió con un gesto. Se sentía mucho más segura teniendo una buena reserva de municiones, pero la caída que había sufrido le había enseñado a ser cauta. La idea de separarse ya no la entusiasmaba. —Yo voy al patio. Empezaron a caminar y sus pasos resonaron en la gran sala. La puerta del observatorio era la más cercana; así que, pasado un instante, sólo se oyeron los pasos de Rebecca, que continuaba avanzando hacia la pared sur. —Eh —la llamó Billy justo cuando ella llegaba a la puerta. Tenía en una mano lo que parecía un libro, y dos más en la otra mano. Rebecca forzó la vista y vio que estaban hechos de piedra y que tenían un extremo redondeado—. Había esto delante de la puerta. —¿Qué son? —preguntó Rebecca. Su voz, aunque baja, se oyó perfectamente en el aire frío y quieto. —Tal vez sean objetos de decoración —respondió—. Todas tiene una palabra grabada. —Miró las tabulas—. Ah… tenemos unidad, disciplina y obediencia. Aquella grabación que habían oído, la voz del doctor Marcus recitando el lema de la compañía… eran las mismas tres palabras. —Guárdalas —dijo Rebecca—. Podrían ser parte de algún acertijo, como el de los animales. —Lo mismo estaba pensando —exclamó Billy, y añadió en voz baja — Maldita casa de locos. Rebecca se volvió hacia la puerta y levantó el arma mientras movía el pomo de la puerta. Se hallaba cerrada con llave. Suspiró y relajó los hombros, y se dio cuenta de que había estado esperando algún tipo de ataque. —Cerrada —informó. Billy había abierto la puerta del observatorio y aún estaba mirando hacia el interior. Miró hacia atrás, manteniendo la puerta abierta. —Esto parece prometedor. No sé para qué sirve nada, pero hay un montón de equipo aquí dentro; podría hasta haber una radio. Una radio. Rebecca sintió renacer la esperanza. —Allá… La palabra «voy» fue ahogada por el sonido de un animal en movimiento, un golpeteo pesado que reverberó en toda la sala. Rebecca y Billy se miraron, y la distancia que los separaba se hizo de repente mucho más grande de lo que parecía al principio. De nuevo se oyó el ruido. Era el sonido de algo duro repicando contra la roca, como si alguien tamborileara con dedos de acero sobre una mesa, y sonaba muy fuerte. Fuera lo que fuera, era grande y se estaba acercando. Resultaba difícil decidir de dónde procedía el sonido, porque los ecos ocultaban la dirección. —La balsa criadero —gritó Billy, mientras hacía señales a Rebecca para que se uniera a él—. ¡Ven, rápido! Rebecca comenzó a correr con el corazón golpeándole dentro del pecho. Temía mirar hacia la balsa y temía no mirar. Notó movimiento allí, algo oscuro y fluido, y corrió más rápido. Finalmente se arriesgó a lanzar una mirada de pasada. La visión casi le arrebató la consciencia. Era un ciempiés, o mejor un milpiés, lo suficientemente grande para avergonzar a las arañas del tamaño de un perro pastor. Múltiples ojos amarillos parecían relucir desde ambos lados de un brillante cráneo negro; largas antenas vibraban y temblaban en lo alto de la cabeza. El cuerpo, enorme y sinuoso, cubierto de duras placas segmentadas, rozaba el suelo y se movía sobre docenas de agudas patas rojas. Debía de medir unos catorce metros, tal vez más, y era redondo como un barril… Se movía hacia Rebecca rápidamente, con las patas ondeantes, mientras se propulsaba sobre la balsa vacía. —¡Corre! —gritó Billy, y Rebecca corrió con todas sus fuerzas. Le llegó el hedor de la criatura, un terrible olor agrio que le habría causado náuseas si hubiera tenido tiempo que perder. Billy mantenía abierta la puerta del observatorio con el pie, y apuntaba la escopeta justo más allá de ella. Rebecca pudo sentir lo cerca que estaba la criatura, como una sombra a punto de alcanzarla. Justo cuando llegó hasta Billy, éste disparó, montó la escopeta de nuevo y volvió a disparar mientras ella se lanzaba en plancha hasta el otro lado de la puerta. En cuanto estuvo dentro, él saltó hacia atrás y cerró la puerta de golpe. Medio segundo después oyeron el cuerpo del monstruo junto a la puerta y el sonido de sus placas presionando contra la pesada madera. Esperaron, ambos con los ojos clavados en la puerta, pero pasados unos segundos el ruido cesó y volvió a oírse el repiqueteo de muchos pies que se alejaban. —Dios —exclamó Billy. Rebecca asintió con un gesto. Billy se agachó y la ayudó a ponerse en pie; ambos estaban jadeantes. —No volvamos por ahí —sugirió Rebecca, deseando con todas sus fuerzas no tener que hacerlo. —Parece un buen plan. Permanecieron en silencio durante unos instantes mientras contemplaban su santuario. Era una sala grande y circular de dos niveles. Se hallaban sobre una especie de pasarela que rodeaba a medias el perímetro del espacio; en el lado norte se veían varias puertas. Cerca de ellas había una corta escalerilla que bajaba de la pasarela y llevaba a una especie de plataforma de rejilla donde se alineaban diferentes aparatos. Bajo la plataforma sólo había oscuridad. Recorrieron la pasarela y se pararon junto a la siguiente puerta. Cerrada. Intercambiaron una sombría mirada pero siguieron en silencio hacia la escalerilla. Rebecca bajó primero y se detuvo junto a una gran máquina que dominaba la sala desde el centro, posiblemente el telescopio. Había un brazo de telescopio, pero estaba en lo alto, fuera de su alcance. Detrás de ella, Billy estaba echando una mirada al resto del equipo, consolas de ordenadores y otras máquinas que Rebecca no supo reconocer. Se volvió hacia el telescopio y miró a la consola, y sintió que se quedaba sin aliento. Había tres cavidades, todas con la forma de una lápida, rectas en un extremo y curvadas en el otro. —No veo una radio por aquí, pero… —decía Billy, hasta que ella lo interrumpió. —Dime que todavía tienes aquellas tablillas —dijo. Billy se volvió y miró a la consola mientras abría su bolsa. Sacó las tres tablillas, cada una del tamaño de un libro de bolsillo, pero más delgadas. Rebecca las cogió al tiempo que recordaba el desconcertante lema de Psycho System para colocarlas en su lugar. —La obediencia genera disciplina. La disciplina genera unidad. La unidad genera poder… —Y el poder es vida —concluyó Billy. En cuanto la tercera tablilla estuvo en su sitio, un atronador sonido llenó el espacio, el ruido de enormes máquinas funcionando, y notaron que la sala comenzaba a descender, como un ascensor. No sólo la plataforma, sino toda la sala, paredes y todo. Bajo sus pies, la oscuridad se alzaba, se convertía en una piscina, con el agua agitada por el movimiento de la plataforma. Durante un segundo, Rebecca se preguntó si la plataforma iba a detenerse, para sentir pánico por si iban a morir ahogados, y entonces el sonido de maquinaria se desvaneció y la sala se detuvo. Mientras se apagaba el zumbido de las máquinas, oyeron un claro clic sobre sus cabezas procedente de las puertas del lado norte. Se miraron el uno al otro, y Rebecca vio su propia sorpresa reflejada en el delgado rostro de su compañero. —Supongo que ya sabemos adonde nos toca ir ahora —bromeó Billy, tratando de esbozar una sonrisa, aunque ésta no le salió muy convincente. Los estaban guiando, pero ¿hacia la libertad o como corderos al matadero? Sólo hay una manera de saberlo. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia la escalerilla… Continuara... Saludos
  3. Hola IZan, como te dije en el Foro de TrSaga, realmente muy bueno te felicito. Espero el proximo capitulo Saludos
  4. Hola chicos aqui les mando el capitulo 8 CAPÍTULO 8 Rebecca entró en el conducto de ventilación sin hacer caso de las capas de polvo y las telarañas que se le pegaban en el pelo y la ropa, ni tampoco de la claustrofóbica sensación de tener tan próximas las delgadas paredes de metal. El mapa sólo indicaba el conducto que unía dos salas en el primer piso del subterráneo, pero había espacios en el segundo nivel del sótano que parecían formar también parte del sistema. Era posible que alguno de los conductos se abriera al exterior. A Billy no le había entusiasmado la idea —«posible» no era exactamente lo mismo que «probable», había dicho—, pero ambos coincidieron en que valía la pena probarlo. Al menos no es muy largo, pensó Rebecca, mientras se arrastraba hacia el rectángulo de luz que se veía no mucho más adelante. Una fina rejilla de metal cubría la salida, pero saltó al darle unos cuantos golpes y rebotó contra el suelo. Echó una ojeada a la gran sala de piedra. Bajo el parpadeo de un fluorescente en las últimas, la habitación parecía vacía, fría y húmeda. Rebecca se inclinó hacia fuera, agarró el borde de la abertura y saltó dando una voltereta hasta un sofá. Se incorporó, se sacudió la ropa y observó la sala. ¡Vaya! Parecía una mazmorra medieval, grande y oscura como una cueva de piedra. De las paredes de roca colgaban cadenas y las cadenas acababan en grilletes. Había una serie de artefactos que no supo reconocer, pero que sólo podían estar pensados para infligir dolor. Tablas con clavos oxidados, manojos de cuerdas anudadas, y cerca de una fuente cubierta de moho y porquería que había en la pared se hallaba una especie de caja vertical que parecía una dama de hierro. No tenía ninguna duda de que las manchas oscuras y desvaídas que cubrían las grietas de los rugosos muros eran de sangre. —¿Va todo bien? Cambio. Rebecca cogió la radio. —No creo que «bien» sea la palabra adecuada —contestó—, pero no me pasa nada. Cambio. —¿Hay otro conducto de ventilación? Cambio. Rebecca observó las paredes en busca de otra rejilla de ventilación, y vio una a más de tres metros de alto. —Sí, pero está en el techo —respondió con un suspiro. Incluso si tuvieran una escalera para llegar hasta allí, luego no podrían ascender verticalmente por el conducto. Vio la única puerta de la sala en la esquina suroeste—. ¿Hacia dónde lleva? Cambio. Una pausa. —Parece que da a una sala pequeña que vuelve al corredor por el que hemos pasado —la informó Billy—. ¿Nos encontramos en el corredor? Cambio. Rebecca se dirigió hacia la puerta. —Es lo más lógico. Quizá podamos… Antes de acabar la frase, un terrible ruido inundó la sala, un sonido como nunca había oído, pero que al mismo tiempo le resultó extrañamente familiar. Era un chillido agudo, semejante al de un mono… Eso es. El área de los primates en el zoo. … que reverberaba en el cavernoso lugar y que provenía de todas y ninguna parte a la vez. Rebecca alzó la mirada justo a tiempo de ver una criatura pálida y de largos miembros que la observaba desde el conducto de ventilación del techo. La criatura mostró los dientes, grandes y afilados, mientras parecía querer agarrar el aire ante su pecho musculoso con ágiles dedos y seguía chillando de una forma espantosa. Antes de que Rebecca pudiera dar un paso, la criatura saltó desde el conducto del ventilador hasta la pared, rebotó en ella y aterrizó en posición agachada sobre una pila de maderas que había en el centro de la habitación. La miró con una mueca que dejaba al descubierto sus dientes amarillentos. Era como un babuino con pelo corto y blanco excepto por los grandes desgarrones en el pelaje, por donde se veían brillantes trozos de denso músculo rojo. No parecía que lo hubieran atacado, sino que era como si los músculos hubieran desgarrado la piel al haber crecido demasiado para que ésta los pudiera cubrir. Las manos eran demasiado grandes y las uñas demasiado largas, y la criatura las arrastraba dejando marcas sobre el suelo de piedra mientras se acercaba a Rebecca desde la pila de maderas con una sonrisa maliciosa en su rostro contorsionado. Despacio… Rebecca cogió lentamente el arma que le colgaba de la cadera, tan asustada como lo había estado durante toda la noche. Los babuinos normales eran capaces de hacer trizas a una persona, y éste en concreto tenía la pinta de estar infectado. El babuino se acercó más, y Rebecca oyó al menos dos voces más comenzando a chillar desde arriba. El ruido fue aumentando al irse aproximando más animales enfermos. Al primero ya lo tenía lo suficientemente cerca como para poder olerlo, el cálido y almizclado olor de la orina, las heces, la brutalidad y, por encima de todo, de la infección. —¡Rebecca! ¿Qué está pasando? Aún tenía la radio en la mano izquierda. Apretó el botón, temiendo hablar pero aún temiendo más que los gritos de Billy incitaran a la criatura a atacarla. —Sshhh —dijo con voz suave, tanto para calmar al animal como para callar a Billy. Retrocedió un paso, se colgó la radio del cuello de la camisa y alzó la nueve milímetros. El babuino se agachó aún más, tensando las patas. Y saltó justo en el momento en que ella disparaba, justo en el momento en que dos seres ágiles saltaban chillando a la sala desde el conducto de ventilación. Uno de ellos le lanzó un zarpazo al pasar, y sus afiladas uñas le rasgaron el pelo. Al esquivar el ataque se alejó de su atacante, pero también perdió el equilibrio y el tiro dio en la pared. Todos cayeron sobre la pila de maderas…, y entonces el suelo se hundió. No había habido novedades. El extraño joven, fuera quien fuese —y Smith tenía sus sospechas, que se reservaba para sí— no había vuelto a aparecer, como tampoco la imagen de James Marcus. Las cámaras no parecían funcionar correctamente, por lo que la vigilancia pasaba a convertirse en un punto discutible. Muchas simplemente se habían apagado y lo habían dejado sin nada que ver, sin nada que evaluar. Después de varios largos y tediosos momentos de escuchar a Gero hablando de su nuevo virus, Smith se apartó de la consola de vigilancia y se puso en pie, desperezándose. Resultaba curioso, unos años atrás quizá le hubiera interesado el trabajo de su viejo amigo. Pero estando a punto de abandonar su larga relación con Psycho System, se sentía incluso incapaz de fingir interés. —Bueno, ha sido un día largo —dijo Smith, interrumpiendo el obsesivo monólogo de William cuando éste se detuvo a respirar—. Me marcho. Gero se lo quedó mirando, su rostro pálido y angustiado resultaba fantasmal bajo la luz blanquecina de las pantallas. —¿Qué? ¿Adónde vas? —A casa. Aquí no podemos hacer nada más. —Pero… dijiste… ¿Y qué pasa con la limpieza? Smith se encogió de hombros. —Psycho System enviará otro equipo, seguro. —Pensaba que ocultar la infección era lo más importante. ¿No dijiste que era vital? —¿Lo dije? —¡Sí! —Gero estaba realmente enfadado—. No quiero que venga nadie más de Psycho System. Podrían empezar a hacerme preguntas sobre mi trabajo. Necesito más tiempo. Smith volvió a encogerse de hombros. —Bueno, pues activa tú mismo el sistema de autodestrucción y dile a nuestro contacto que todo está arreglado. Gero asintió con un gesto de cabeza, aunque Smith podía ver la inquietud que brillaba en su mirada. Gero tenía miedo de su nuevo contacto con los peces gordos de la central y evitaba tener cualquier relación con él. Smith no podía culparlo. Había algo en ese Tren, esa extraña serenidad en su actitud… —¿Y qué pasa con… él? —Gero hizo un gesto con la cabeza hacia las pantallas. Smith también sintió una punzada de inquietud, pero su expresión se mantuvo imperturbable. —Un fanático resentido. Se le dan muy bien los trucos de vídeo, pero supongo que arderá como cualquier otro. —El propio Smith no acababa de creerse eso, pero no estaba interesado en resolver este misterio. No era el detective de alguna novela barata de conspiraciones, guiado por la necesidad de llegar al fondo del asunto. Por experiencia personal sabía que las anomalías solían tender a resolverse por sí mismas, de una forma u otra. —Si saliera de aquí algo sobre lo que realmente le pasó al doctor Marcus… —No saldrá —afirmó Smith. Gero se negaba a ceder. —Pero ¿y la mansión Spencer y los centros que hay allí? —Déjame eso a mí —repuso Smith—. Psycho System quiere datos de combate, y se los voy a dar. Llevaré a los MAGIFICOS allí dentro, a ver cómo gente con auténtico entrenamiento se enfrenta a las armas bioorgánicas. —Sonrió mientras pensaba en el talento del equipo Alfa. El forzudo Harry, la puntería infalible de Steve, Lara Croft y su ecléctica educación por ser la hija de un ladrón sin igual… Sería un enfrentamiento de lo más interesante. Después de ver a Rebecca Peer en el centro, resultaba evidente que algún imprevisto le había ocurrido al equipo de Enrico. Smith podría aprovecharse de ello, llevaría a los Alfa a «buscar» a los hombres del otro equipo. Incluso si los Bravos han conseguido regresar por sí solos a la civilización, aún quedará Rebecca. La joven era brillante, pero el cerebro no valía lo mismo que la experiencia en combate. De hecho, lo más seguro era que ya estuviera muerta. Salieron de la sala de control. Smith se dirigió hacia el vestíbulo y Gero correteó detrás para mantenerse a su altura. Se aproximaron al ascensor, que seguía abierto desde la llegada de Smith, y éste se metió dentro. Gero se lo quedó mirando. Bajo la luz más brillante del pasillo, Smith se fijó en la expresión de locura que marcaba el rostro del científico. Unas grandes ojeras oscuras le rodeaban los ojos y tenía un tic en la comisura de la boca. Smith se preguntó vagamente si Annette habría notado el descenso de su marido a los profundos pozos de la paranoia, y decidió que probablemente no. Esa mujer estaba ciega a todo excepto a la «grandeza» del trabajo de su marido. Una desgracia para su hija, tener unos padres semejantes. —Activaré la secuencia de destrucción —dijo Gero. —Prográmala para la mañana —repuso Smith con una sonrisa—. El amanecer de un nuevo día. Las puertas se cerraron frente a la decidida expresión de Gero, una mirada de resolución en el rostro de una oveja. La sonrisa de Smith se hizo más amplia, y se sintió exultante al pensar en lo que iba a suceder. Todo estaba a punto de cambiar para todos ellos. —¡Billy, socorro! Billy había comenzado a correr en cuanto oyó los chillidos de animales y los golpes, y ya estaba en el corredor cuando el aterrado grito de Rebecca crepitó en la radio. Corrió más de prisa mientras se metía los mapas en el bolsillo trasero, con el arma en la mano y maldiciéndose por dejarla ir por el conducto de la ventilación. Allí, ante él, estaba la puerta, no muy lejos del cuerpo de una de las arañas gigantes. Se lanzó contra ella y la empujó con el hombro mientras accionaba el picaporte. La puerta se abrió con un crujido y Billy entró en la sala. Los fluorescentes del techo parpadeaban y daban a la estancia un aspecto irreal, quizá de algún tipo de laboratorio, aunque había una especie de catre cubierto de humedad en una esquina. ¡No importa, vamos! Atravesó la sala a toda prisa hacia la siguiente puerta. Rebecca volvió a gritar; le advertía que tuviera cuidado, que se diera prisa. Mientras giraba el pomo, notó movimiento en un lado, se volvió y vio a un zombi de aspecto decrépito en una esquina. Las luces se encendían y se apagaban con un zumbido. El hombre agonizante lo contemplaba en silencio, y su arruinada silueta desaparecía en la oscuridad con cada parpadeo. Comenzó a avanzar lentamente hacia él. Luego, tío. Billy abrió la segunda puerta y entró. Casi inmediatamente, algo saltó sobre él chillando. Se agachó, notó una informe masa de rojo y blanco y un olor animal, y entonces la criatura —era un mono, algún tipo de mono— pasó sobre él sin dejar de chillar. Rápidamente se le unieron dos más y formaron un amplio círculo alrededor de Billy. Sus miembros, largos y musculosos se movían constantemente, intentando alcanzarlo, y sus cuerpos enfermos se le acercaba danzando y volvían a alejarse. Billy retrocedió y se colocó en la esquina donde la puerta se juntaba con el muro de piedra. No quería que lo arrinconaran, pero le preocupaba más dejar la espalda al descubierto. Los monos continuaron bailoteando de adelante atrás, chillando. —¡Rebecca! —gritó Billy. —¡Aquí! Sonaba lejos. Billy se fijó entonces en un agujero, a unos cuantos metros. Trozos de madera cubrían el suelo a su alrededor. No podía ver a Rebecca. —¡Aguanta! —gritó, y dedicó toda su atención a los monos, justo cuando uno de ellos se acercó lo suficiente como para tocarlo. El mono intentó golpearlo con una enorme zarpa, y las uñas le arañaron la parte alta de la pernera del pantalón. No había llegado a rasgarle la piel, pero seguramente lo lograría al próximo intento. Billy no apuntó, simplemente bajó el arma y disparó. El mono salió despedido hacia atrás, aullando, mientras un chorro de sangre oscura le manaba del pecho. Pero no estaba muerto. Sacudió la cabeza y avanzó de nuevo. Billy pensó que probablemente estaba bien fastidiado, porque los monos eran demasiado fuertes, demasiado organizados. No podía dispararle a ninguno sin quedar expuesto a un ataque… Pero los otros dos saltaron sobre el herido y empezaron a despedazarlo con manos ávidas. El animal herido gritó y se resistió, pero su sangre había desatado una hambre frenética, y los otros dos lo hicieron pedazos en un momento mientras se metían grandes trozos de carne en la boca. Billy pudo por fin apuntar y lo hizo. Tres tiros y los monos cayeron, muertos o agonizando. Corrió hasta el agujero, se puso de rodillas y se acercó al borde irregular con el corazón golpeando con fuerza dentro del pecho, luego se le cayó a los pies al ver lo abajo que estaba Rebecca. Colgaba, agarrada con ambas manos, de un trozo de cañería de metal, todo un piso por debajo de donde él se hallaba. Bajo ella se abría la oscuridad. Era imposible decir hasta dónde podría caer. —Billy —suplicó jadeante, y lo miró con ojos temerosos. —No te sueltes —repuso Billy, y sacó los mapas del bolsillo para buscar su posición y ver el camino más rápido de llegar hasta ella. No había ningún acceso rápido al segundo piso del sótano, no desde donde él estaba. Tendría que regresar al vestíbulo, probablemente a través del comedor donde había visto a los zombis. Las escaleras al subsótano se hallaban en el lado este de la casa. —No sé cuánto podré aguantar —susurró la joven. Su susurro fue amplificado por la radio y llegó hasta Billy. En algún momento, Rebecca había dejado el canal abierto. —No te atrevas a dejarte ir. Es una maldita orden, jovencita, ¿te enteras? Rebecca no replicó, pero él vio cómo apretaba los dientes. Bien. Quizá meterse con ella la haría ser más fuerte. Billy ya estaba en pie de nuevo. —Ya voy —dijo. Se dio media vuelta, salió corriendo y atravesó la puerta que daba al laboratorio con iluminación estroboscópica. El zombi que estaba allí se había movido y se hallaba entre él y la salida que daba al corredor, pero Billy ni pensó en el arma, estaba demasiado preocupado por Rebecca para malgastar tiempo. Puso uno de los brazos como un quarterback en medio de un partido importante y cargó contra la criatura. La empujó con toda su fuerza y siguió corriendo mientras el zombi se tambaleaba hacia atrás y caía al suelo. Billy ya estaba lejos antes de que el grito frustrado y hambriento de la criatura llegara a sus oídos. Atravesó el corredor, pasó ante los cuerpos de pesadilla de las arañas y subió las escaleras. Sacó el cargador de su nueve milímetros, se lo metió en el bolsillo, buscó a tientas el que tenía de recambio y lo encajó en el arma justo cuando entraba en el vestíbulo. Aguanta, aguanta… No dudó ni un momento antes de entrar en el comedor. Abrió la puerta de golpe y corrió hacia el interior. Vio a dos zombis que estaban fuera de su camino, a una distancia segura, con la mesa de por medio. El tercero se hallaba cerca de la puerta que lo llevaría hasta Rebecca. Era el soldado con el tenedor clavado, y Billy se detuvo el tiempo justo de apuntar y dispararle dos tiros a la ya rezumante cabeza. Falló el primero, pero el segundo le voló una buena parte del hueso de la parte trasera del cráneo y pintó la pared posterior de materia gris en descomposición. El cuerpo se quedó inmóvil por un instante, y Billy pasó ante él antes de que cayera al suelo. Atravesó la puerta, que daba a un corto pasillo. ¿Derecha o izquierda? Sin el mapa del primer piso no podía estar seguro, pero el emplazamiento de las escaleras en el plano del sótano le hacía pensar que era hacia la derecha. Sin tiempo para reflexionar, siguió corriendo en esa dirección con el arma levantada. Bajó unos escalones y rodeó una caldera gigante y siseante. El vapor llenaba la sala de mantenimiento, pero Billy encontró el camino y bajó otras escaleras, éstas de metal oxidado. Al fondo había una puerta. La empujó mientras recordaba que, según el mapa, entraría en una sala muy amplia con una especie de fuente en medio, algo grande y redondo. Había dos estancias más pequeñas hacia el oeste que se abrían a otro pequeño distribuidor, y en una de ellas tenía que estar Rebecca. Quizá la que está más al fondo… La sala grande era fría y húmeda, y tenía las paredes y el suelo de piedra. La atravesó corriendo mientras lanzaba una mirada hacia el gran monumento que tenía a la izquierda, lo que en el mapa había pensado que era una fuente. En realidad eran algún tipo de estatuas. Unos ojos ciegos lo contemplaron desde los rostros esculpidos de animales, observándolo mientras corría. Y justo entonces, al doblar una esquina, oyó un grito proveniente del corredor que tenía justo delante. Reconoció el sonido fácilmente: otro mono. ¡******! Tendría que acabar con él, no podía correr el riesgo de dejarlo a su espalda… —¡Billy… por favor! La voz de la radio sonaba totalmente desesperada, y Billy aceleró sin hacer caso a la parte de su cerebro que le ordenaba parar y esperar a que el animal se mostrara para poder acabar con él a una distancia segura. Se lanzó hacia adelante, dobló la esquina, y allí se hallaba el mono, terrible, con un aspecto medio desollado, aullando… Y Billy, que había sido corredor en el instituto, saltó. Pasó sobre él y aterrizó a dos pasos de una puerta, la puerta que buscaba, mientras el mono chillaba furioso a su espalda. Si la puerta estaba cerrada, se habría metido en un buen lío, pero por suerte no fue así. La atravesó a toda velocidad, se lanzó de rodillas y se deslizó hasta llegar al gran agujero del suelo. Rebecca estaba allí, aún estaba allí, agarrándose ya sólo con una mano, y Billy vio que se le estaba resbalando. Tiró su arma y alargó el brazo. La agarró por la muñeca justo cuando los dedos de la joven perdían su aguante. —Te tengo —exclamó jadeante—. Te tengo. Rebecca comenzó a llorar mientras él se echaba hacia atrás y la sacaba del agujero. Billy sintió una satisfacción que casi había olvidado que existía después de todos esos meses en la cárcel: la de saber simplemente y con seguridad que había hecho lo correcto y lo había hecho bien. Billy la sacó del agujero, usando su cuerpo como contrapeso, y casi la puso encima de él en una especie de tosco abrazo. En vez de apartarse, Rebecca dejó que la sujetase durante un momento, incapaz de contener las lágrimas de gratitud y de alivio. Billy pareció entender lo que ella necesitaba y la abrazó con fuerza. Había estado tan segura de que se iba a caer, a morir, perdida y olvidada en algún sótano hediondo, su cuerpo devorado por animales infectados. Pasado un momento, rodó hacia un lado mientras se secaba el rostro con una mano temblorosa. Ambos se sentaron en el suelo, y Billy contempló los tristes muros de roca de otra cámara del sótano, sin nada que la diferenciase de las demás. Rebecca observó a Billy. Cuando el silencio se prolongó demasiado, la joven le puso la mano en el brazo. —Gracias —dijo—. Me has salvado la vida. Otra vez. Él la miró un instante y luego apartó la vista. —Bueno, sí. Ya sabes que tenemos esa especie de tregua. —Sí, lo sé —repuso ella—. Y también sé que no eres un asesino, Billy. ¿Por qué te llevaban a Ragithon? ¿Es cierto que… que tuviste algo que ver con esas muertes? Billy la miró a los ojos. —Podría decir que sí —contestó—. Al menos estaba allí. Estaba allí… Eso no era lo mismo que decir que había matado a alguien. —No creo que mataras a tu escolta antes; creo que fue una de esas criaturas y que tú tan sólo saliste corriendo —insistió Rebecca—. Y aunque no hace mucho que te conozco, tampoco creo que asesinaras a veintitrés personas. —No importa —replicó Billy, mirándose las botas—. La gente cree lo que quiere creer. —Me importa a mí —afirmó Rebecca suavemente—. No voy a juzgarte. Sólo quiero saberlo. ¿Qué pasó? Billy seguía mirándose las botas, pero su mirada parecía perdida, como si contemplara otro tiempo y otro lugar. —El año pasado enviaron a mi unidad a África para intervenir en una guerra civil —le explicó—. Ya sabes, alto secreto, ninguna interferencia de Inglaterra, esas cosas. Se suponía que debíamos arrasar la guarida de una guerrilla. Era en pleno verano, cuando el calor arrecia más, y nos soltaron bastante lejos de la zona donde debíamos atacar, en medio de una densa jungla. Tuvimos que avanzar como pudimos… Se quedó en silencio unos instantes, mientras cogía las chapas de identificación y las apretaba con fuerza. —El calor acabó con la mitad de nosotros. El enemigo hizo el resto, nos fue pillando uno a uno. Cuando llegamos adonde se suponía que se hallaba la guarida, sólo quedábamos cuatro. Estábamos agotados, medio locos, enfermos de calor, enfermos de puro abatimiento, supongo, al ir viendo morir a nuestros compañeros. »Así que cuando llegamos a las coordenadas del objetivo estábamos a punto para volarlos a todos por los aires. Como para hacer que alguien lo pagara, ¿sabes? Por toda esa enfermedad. Sólo que no había ninguna guarida. El chivatazo no era bueno. Resultó ser un tranquilo pueblecito, un puñado de granjeros. Familias. Viejos. Niños. Rebecca hizo un gesto de asentimiento, animándolo a seguir, pero se le estaba formando un nudo en el estómago. El final de la historia era inevitable; podía ver adonde iba a parar y no resultaba nada agradable. —El jefe del grupo nos dijo que los reuniéramos, y así lo hicimos —continuó Billy—. Y luego nos dijo que… Se le quebró la voz. Alargó la mano, recogió la pistola del suelo y se la metió en el cinturón casi con tanta rabia como con la que se levantó y se dirigió hacia la salida. Rebecca también se puso en pie. —¿Lo hiciste? —preguntó—. ¿Los mataste? Billy se volvió hacia ella con una mueca en los labios. —¿Y qué si te lo digo? ¿Me juzgarás? —¿Lo hiciste? —insistió Rebecca, examinando el rostro del hombre, sus ojos, decidida al menos a intentar entenderlo. Y como si él lo pudiera ver, como si notara que estaba dispuesta a aceptar la verdad, la miró durante un momento y luego negó con la cabeza. —Intenté detenerlos. Lo intenté, pero me golpearon. Estaba casi inconsciente pero lo vi, lo vi todo… y no pude hacer nada. —Apartó la mirada antes de proseguir—: Cuando todo hubo acabado, cuando nos recogieron, fue su palabra contra la mía. Hubo un juicio, una sentencia y… bueno, entonces pasó esto. — Abrió los brazos, abarcando lo que los rodeaba—. Así que si salimos de aquí, también estoy muerto. Eso, o correr y no parar. Sus palabras sonaban ciertas. Si mentía, entonces se merecía un Oscar… Y Rebecca no creía que estuviera mintiendo. Intentó pensar en algo que decir, algo que lo animara, que de alguna manera hiciera las cosas mejores, pero no se le ocurrió nada. El tenía razón respecto a sus opciones. —¡Hey! —exclamó él, mirando algo por encima del hombro de Rebecca—. Mira eso. Rebecca se volvió mientras él avanzaba. Vio una pila de piezas de metal apoyadas contra la pared del fondo y, medio escondida entre ellas, lo que parecía ser una escopeta. —¿Es lo que creo? —preguntó. Billy cogió el arma, y sonrió mientras la abría y la comprobaba. —Sí, señora, sin duda lo es. —¿Está cargada? —No, pero me quedan unos cuantos cartuchos del tren. Es del calibre doce. —Sonrió de nuevo—. Las cosas mejoran. Quizá no consigamos salir, pero hay un mono en el corredor que está pidiendo probar esta maravilla. —Lo cierto es que creo que se trata de un babuino —repuso ella, y se sorprendió al encontrarse sonriendo también. A ambos se les escapó la risa por la absoluta futilidad de su corrección. Estaban atrapados en una mansión aislada y los perseguían un montón de monstruos diferentes, pero al menos sabían que la criatura del pasillo probablemente era un babuino. Las risitas pasaron a ser carcajadas. Rebecca lo contempló mientras reía y dejaba de lado cualquier aire de arrogancia o de tipo duro, y sintió que lo veía realmente por primera vez, el auténtico Billy Coen. En ese momento se dio cuenta de que había fallado totalmente en su primera misión. Él era tanto su prisionero como ella lo era de él. Suponiendo que sobrevivieran, si él se escapaba, ella no sería capaz de detenerlo. Vaya con tu carrera en defensa de la ley. Y esa idea la hizo reír con más Continuara... Saludos
  5. A continuacion voy a empezar a escribir relatos corto(despues subos todos juntos a la pagina de Ana), QUE trata de distintas relatos cortos con la participacion de Lara. Que lo disfruten. Arranco con el primer capitulo del Relato 1 LARA CROFT Y EL SECRETO DE LA MOMIA CAPITULO 1: DESPERTAR!!! Era una noche fria en la ciudad de Londres. En el Museo Internacional de Londres Paul Preston, el guardia sereno del Museo que media 1.70, de contextura gruesa, un poco excedido de peso y usaba unos anteojos enormes. Amaba el silencio . Amaba la perfeccion , su nitidez y la colosal dimension que daba al mas minimo de los ruidos. Al Tintinero de una cucharita, revolviendo el azucar que le puso a su taza del cafe. Al crujido de una silla y al chisporroteo de un fosforo, al encender su pipa. Era todo perfecto, en la noche el Museo tenia un silencio sepulcral, estaba calentito en su despacho. Tenia todo, era feliz. Como todas las noches no habia ningun tipo de problema. Pero esa noche no iba a ser como las demas. En el momento que iba a tomar un sorbo de calentito cafe, siento un ruido seco -CRAK! Se levanta de golpe, con la pipa en su boca, medio asustado. Deja el cafe en la mesita de sus despacho, agarra la linterna , y se dispone a salir a ver que fue ese ruido. -¿Y ese ruido?... Nunca lo habia oido antes..., Penso nuestro sereno del museo. Sale al pasillo principal de museo y empieza a revisar cuarto por cuarto, por el espacio de media hora. Hasta que llega a la zona adonde estaban todos las reliquias egipcias. Alumbra con linterna, a toda la habitacion principal- Habia estatuas de dioses, sarcofagos, esfinges en miniaturas, jeroglificos, etc. -Todo parece en orden... pero ese ruido era algo especial, lo se. Penso nuevamente Preston Siguio caminando sigilosamente, hasta que de pronto ve un pedazo de venda en el suelo. Se agacha para observar mejor -¿Y esto? Parece...Penso el guardia Pero de repente ve una sombra de algo muy raro, que entro desde una de las puertas del Museo. Paul ve la silueta y empieza a temblar -Peeerrrrooo. Dice el guardia Va levantando su vista de a poco. Cuando ve quien estaba produciendo la sombra Paul, se asusta como nunca antes lo habia sentido -NOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!. Grita desesperado Pero todo se calla repentinamente, solo se escucha un estruendo, se ve un terrible baño de sangre y sale despedido los anteojos del guardia totalmente destruidos Al Dia siguiente la noticia del guardia sereno asesinado, es difundido por todos los diarios de Londres. La policia decide entrar en accion. Llegan al lugar del crimen. Entra varios policias y cercan con cintas todo el perimetro de las escena del crimen. en medio de la escena del crimen, hay tres hombres. Unos de ellos es el inspector y jefe de las fuerzas de Seguridad Berthier Belmont, de mucha experiencia, muy canoso(era un hombre que tenia unos 75 años), 1,75, con un denso bigote.Estaba parado en el medio de la escena del crimen con los brazos por detras de la espaldas. Unos cuantos guardias se veian que subian varias escaleras e indagaban al personal del museo al lado del inspector habia un hombre rubio, de 1,80 que se estaba secando el sudor con su pañuelo, parecia que estaba descompuesto pues estaba totalmente blanco -Ejem...¿Podria dejar de vomitar Russel?. Es terriblemente repugnante... Le dice el inspector a su ayudante Rubio. -Lo... Lo intentare, señor...pero...es horrible... Le dice Russel muy nervioso -Si... Si...Lo se. Le dice Berthier Al lado de ellos habia otro ayudante que era pelorrojo juntando un pedazo del brazo arrancando, que estaba en suelo cerca de un charco enorme de sangre. El ayudante peirrojo agarra con tranquilidad el miembro del guardia, y lo guarda en una bolsa de plastico -A todo esto, ¿han encontrado la cabeza?. Le pregunta el inspector al ayudante pelirrojo -Si...cayo...cerca junto al ascensor y... En ese momento a Russel le provoca asco lo dicho por la cabeza y vomita terriblemente -Oh Dios. Dice Russel -¡Maldito seas, Russel!. Trate de controlarse!. Le grita el inspector Berthier se dirige al ayudante pelirrojo -¿Y la momia que falta? -Ni rastros, señor... excepto que he encontrado rastros de sus vendajes sobre el cuerpo del guardia. Una verdadera carniceria, ¿eh, señor?. Lo descuartizaron... dijo sonriendo el pelirrojo y mostrandole la bolsa con el pedazo de brazo ensagrentando -Tengo un asistente idiota que vomita y un asistente sádico que lo disfruta.¿Como Diablos puedo trabajar tranquilamente?. Dijo enfadado el inspector -En un todo de acuerdo, señor. Tal vez deberiamos explorar el origen de la momia. Llego a Londres hace solamente tres dias -¿De donde viene?. Pregunta Berthier -De Paris. contesta Rapidamente el guardia Pasan una tres horas del dia. En otra parte de la gran ciudad de Londres, mas certeramente en el barrio de Wimbledon. Era una casa enorme, era un grandisima mansion, con verdes campos y habia de todo. Una lujoso auto se estaciona en frente de la casa. Baja de ella una elegante señorita, de unos 1,70 morocha, vestia un traje blanco, con tacos y pollera blanca. Iba con joyas y un sombrero blanco enorme. Toca timbre, dos veces. Desde la mansion sale Winston a atender. -En que lo puedo ayudar señorita. Pregunta Winston -Necesito ver a la Señorita Croft, por algo urgente, podra atenderme si es posible. Dice la mujer -De parte de quien?. -Prefereria hablar con ella personalmente sino le molesta. Diciendo secamente Winston la miro con mala cara, por lo pedante de la mujer, pero deciDio llamar a Lara -Pase y espere en living por favor. Dice el mayordomo -Gracias Los dos entran y la chica se siente en un comodo sillon. Winston va a segundo piso y se dirige a la habitcion de Lara. Lara estaba tirada en la cama , leyendo un libro. Habia terminado sus rutina de ejercicios fisicos, se habia pegado un baño y estaba reposando -Quien me busca Winston. Pregunta Lara -Una señorita, no me quiso decir su nombre, la esta esperando abajo -Quien sera? Lara se levanta de golpe y baja por la escalera. La señorita se levanta. -Señorita Croft, supongo?. Mi nombre es Antonia Browning, un gusto conocerla.Señorita Croft soy una mujer de pocas palabras. He venido aqui para contratarla. Conozco su fama y creo que es la persona que necesito -Hola el gusto es mio, pero para que me necesita?. Pregunta Lara -Ahora no es el momento de decirlo, la invito a cenar en el restaurante The Lord, ahi le contare todo, a las 21 horas le parece bien? -Bueno estare ahi, no tengo ningun compromiso. Dice Lara -Excelente, entonces la espero. Si me disculpan me tengo que retirar, gracias por su hospitalidad Antonia se levanta y sale pr al puerta principal, un hombre le abre la puerta y ella se mete. Luego el auto se va -Que querra Winston, que misteriosa. Espero que no sea algo peligroso -Espero Lara, espero. Dice Winston... Continuara... Saludos
  6. Hola amigos aqui les mando el capitulo 24 Capitulo XXIV: LA TERRIBLE PRUEBA DE AIRE, EN BUSCA DEL PRIMER AMULETO: Lara vio que cerró la puerta con fuerza. Trago saliva pero siguió caminando en ese pasillo que tenía un aspecto tétrico, hasta que llega un pozo adonde se miraba el fondo. Era un pozo demasiado largo con distintos pilares de madera en el medio. Lara se preparaba a saltar al primer pilar. Cuando llega al primer Pilar, siente un ruido medio raro y a lo lejos, se produce un viento demasiado fuerte, que hace que Lara pierda el equilibrio. Se cae del pilar pero logra agarrarse del mismo antes de caer por el abismo terrible Lara:-Maldicion!, maldito viento, casi caigo al abismo. El viento seguia soplando con todo y luego paro abruptamente. Lara se sube a la punta del pilar de nuevo. Zip:-Parece que periódicamente sopla viento cada cierto tiempo Lara, cuidate por favor Lara:-No te preocupes Zip Lara realiza un salto al siguiente pilar, pero en ese momento empieza a soplar un viento terrible, pero nuestra heroína se baja rápidamente agarrándose del poste. Pero nota que el viento es mas fuerte que antes, haciendo tambalear al poste de madera, pero se calmo. Lara se sube otra vez al poste de madera y ve que solo faltan dos postes más. Realiza el salto al tercer poste, pero el viento esta vez viene con una fuerza brutal, haciendo que Lara pierda el equilibrio de nuevo, logra agarrarse de nuevo, pero como el viento es mas fuerte, siento que el pilar empieza a quebrarse y se rompe. Lara saca rapido su gancho y logra engancharse en el techo, a tiempo de que el pilar se pierde en la negrura del abismo. Lara espera que el viento se calme y después de que sucede se columpia para llegar al ultimo poste, pero cuando pisa, elmismo se rompe y realiza un salto para llegar al borde a tiempo, que se viene una ráfaga que lo empieza a tirar para el abismo. Lara usa toda sus fuerzas para no ser llevada por el terrible viento Lara:-AHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Lara esta a punto de caer al precipicio, pero el viento se calma y Lara se levanta rápidamente y sale corriendo antes de que vuelva el viento. Ve que al fondo hay una ventilación, por donde debe salir el viento y el pasillo dobla a la izquierda. Rápidamente sale de pasillo mortal y sigue caminando por el pasillo de la izquierda. Ve que mas adelante hay una cuchilla rodante que se abre y se cierran, a gran velocidad, unas 3. Lara se acerca y las pasas a las cuchillas con toda facilidad. Lara sigue su camino con toda normalidad, pero cuando gira a la derecha en otro pasillo una piedra sale con todo por detrás de ella Zip:-Uh Dios, Lara corre rápido Lara sale corriendo con todo pero siente que se viene una ráfaga de viento con todo. Lara:-Maldición ahora no! Pero por suerte encuentra un hueco en el pasillo. Se mete en el a tiempo de que la ráfaga pasa y la piedra por detrás. La ráfaga dura unos 10 segundos y después se calma. Luego que la ráfaga de viento se calma, sale corriendo con todo y dobla a la derecha y continúa su camino. Llega a un puente, de uno 1 metro de ancho, rodeo de un abismo que no se ve. Lara nota que a su izquierda hay varios agujeros enormes. Ya se da cuenta de que va a salir una ráfaga de viento que lo puede tirar al abismo. Pero en el medio del puente, ha varias bolsas con pinchos que oscilan de un lado a otro. Lara empieza a correr, cuando llega a la altura del primer agujero, de este sale una terrible ráfaga de viento, que apenas permite mantenerse en pie a Lara. Nuestra heroína resiste como puede, hasta que la ráfaga se calma. Sigue su camino pasa con éxito varias bolsas con pinchos, y se acerca a varios agujeros, adonde empiezan a soplar viento muy fuerte, haciendo que Lara se caiga del puente, pero ella se agarra del borde salvando de no caer por un pelo al abismo. Cuando la Ráfaga se calma, se levanta si sale corriendo, sorteando varias bolsas con pinchos. Pero antes de llegar a la puerta, se abre del techo un agujero y cae una piedra, Lara se cuelga del borde, a tiempo antes de que lo aplaste la piedra. Lara se levanta con mucho esfuerzo. Sigue su camino saliendo de ese maldito puente y finalmente llega a un altar, adonde en la punta de lo mas alto estaba el símbolo que representaba al aire. Era una piedra de color azul, con algunas rayas blancas. Estaba sobre un pedestal de piedra blanca, con algunos jeroglíficos. Lara empieza a subir las escaleras y por fin llega al pedestal. Agarra el Símbolo y por detrás se abre una puerta Lara:-Excelente, Zip ya tengo el símbolo de aire Zip:-Bien Lara, sigue así, pero cuidado por favor Lara:-Ok, no te preocupes Corta comunicación y se acerca a la puerta que se abrió, ve que es una rampa muy larga y muy empinada. Lara se decide tirar y empieza a resbalar, el pasillo se tuerce y se encuentra con la sorpresa, de que hay como 5 guadañas oscilando por el pasillo. Al acercarse a la primera, Lara la esquiva saltando. La segunda agachándose, lo mismo que las demás. Luego de esto la rampa vuelve a girar a la izquierda y ve que abre una puerta que da a la habitación principal, pero de detrás sale una piedra con la intención de aplastar a nuestra heroína. Lara se apura a resbalar más rápido u logra pasar por la puerta a tiempo cayendo pesadamente en la habitación por donde había entrado al pasillo en busca del símbolo del aire. A piedra choca contra la puerta, provocando un temblor pero se queda ahí. Lara se levanta sacudiendo el polvo, se acerca a los 4 símbolos y pone el primero. Luego se dirige hacia la puerta del símbolo de fuego. Cuando entra la puerta se cierra por detrás Continuara... Saludos
  7. Hola Diana como estas, me da gusto verte en el foro ademas de Tr Saga.

    Muchisimas gracias por tu comentarios y me da mucha alegria que te haya gustado mis relatos. Me das incentivos en seguir adelante

    Te deseo lo mejor y que la pases muy bien

    Besitossss

  8. Hola Agustín, espero que estés muy bien, y bueno, espero que sigas escribiendo más relatos, en verdad son muy buenos...

    Saludos y sigue así!

  9. Aqui los malos que me resultaron mas feoz son Boaz y la Araña mutante Willard Saludos
  10. No le des confirmar ahi nomas, dejalo algunos minutos que termie el juego y despues dale confirmar Saludos
  11. hola amigos, aqui les mando el capitulo 7 de la historia CAPÍTULO 7: Regresaron al vestíbulo. Billy se alegraba de que la joven estuviera de acuerdo en seguir cooperando. Ese lugar, fuera lo que fuera, era sin duda un mal rollo. La chica podía ser inexperta, pero al menos no le faltaba ningún tornillo. —Deberíamos separarnos —dijo Rebecca. Billy lanzó una carcajada totalmente falta de humor. —¿Te has vuelto loca? ¿Es que nunca has visto una película de terror? Además, mira lo que pasó la última vez. —Si no recuerdo mal, encontramos la llave de aquel maletín. Y lo que necesitamos ahora es una forma de salir de aquí. —Si, claro, pero vivos —replicó Billy—. Se ve en todo que este lugar es territorio hostil. Si sugerí que hiciéramos una tregua fue porque no quiero morir, ¿lo pillas? —Hasta ahora te las has arreglado para cuidarte bastante bien —insistió Rebecca—. No digo que nos tengamos que meter en líos. Sólo abrir unas cuantas puertas, eso es todo. Y ahora tenemos las radios. Billy suspiró. —¿Los MAGNIFICOS no te hablaron del trabajo en equipo? —La verdad es que ésta es mi primera misión —reconoció Rebecca—. Mira, echamos una ojeada y nos llamamos si encontramos algo. Yo voy arriba y tú miras por aquí abajo. Si las radios se estropean, nos encontramos aquí dentro de veinte minutos. —No me gusta nada. —No tiene que gustarte, pero debes hacerlo. —Señor, sí, señor —se burló Billy. No podía negar que a la joven no le faltaba madera de líder, aunque tal vez no resultara tan difícil dar órdenes a un condenado cuando trabajabas del lado de la ley—. ¿Y tú, qué edad tienes? Me gustaría saber que recibo órdenes de alguien ligeramente más maduro que la media de chicas exploradoras. Rebecca le lanzó una mirada asesina, luego se volvió y se dirigió hacia las escaleras. Unos segundos después, Billy oyó que se cerraba una puerta. Echó una mirada al vestíbulo. Bueno. Pito, pito… —Colorito —dijo Billy, y se dirigió hacia la pared izquierda. No quería hacerlo solo, prefería tener refuerzos, pero probablemente fuera mejor así. Si encontraba una salida podría largarse, después de todo. La llamaría para decirle adiós de camino. Dejarla atrás no le haría sentirse muy bien, pero la joven podría esconderse y esperar a que la rescataran; no le pasaría nada. Él no podía olvidar su salud, y si algún otro MAGNIFICOS aparecía por allí, o la policía de Winsburg o los de la policía militar, se encontraría regresando a Ragithon antes de darse cuenta. Apartó esa idea de su cabeza y se acercó a una puerta. Se había sentido bastante hecho polvo desde que lo habían condenado, furioso y angustiado a partes iguales. Desde el accidente del jeep había sido capaz de olvidar su cita con la muerte, algo necesario si quería pensar con claridad. Tenía que seguir así. —Veamos qué hay detrás de la puerta número uno —murmuró mientras abría la puerta. Se tensó, alzó la pistola y apuntó. Era un comedor y había sido bastante elegante. Pero en ese momento tres hombres infectados vagaban alrededor de la destrozada mesa que se hallaba en el centro de la sala, y los tres se estaban volviendo hacia él. Tenían el aspecto de zombis, con la piel gris y rasgada, y los ojos en blanco. Uno de ellos tenía un tenedor clavado en un hombro. Rápidamente, Billy retrocedió y cerró la puerta, esperando a ver si alguna de las criaturas sabía arreglárselas con el pomo de la puerta. La soledad del vestíbulo le pesaba en la espalda como una fría mirada. Unos segundos después oyó que rascaban la madera y luego un gruñido grave y frustrado, un sonido tan carente de inteligencia como parecían estar los zombis. Bueno. La casa, el centro de formación o lo que fuera, estaba infectada al igual que el tren. Eso respondía a esa pregunta en concreto. Agarró la radio y apretó el botón de transmisión. —Rebeca, responde. Tenemos zombis por aquí. Cambio. Recordó la cosa escorpión gigante y sintió un escalofrío. Ojalá sólo fueran zombis lo que había ahí. Hubo una pausa y luego sonó una voz juvenil. —Recibido. ¿Necesitas ayuda? Cambio. —No —contestó Billy, molesto—. Pero ¿no crees que deberíamos reconsiderar tu plan? Cambio. —Eso no cambia nada —repuso ella—. Aún tenemos que encontrar una salida. Sigue buscando y dime lo que encuentres. Cambio y corto. Magnífico. La chica maravillosa seguía con el plan. Así que hacia la puerta número dos, a no ser que quisiera probar suerte con tres de esas cosas. Se volvió y atravesó la estancia, pensando que eso sólo sería desperdiciar municiones, y era cierto. También era cierto que no quería disparar contra gente enferma, por muy enloquecidos… Y los zombis estaban realmente idos de la cabeza, así que si podía evitarlos, mejor. Abrió la segunda puerta y la aguantó, con todos los sentidos en alerta. Daba a un lujoso corredor que se dirigía hacia su derecha y torcía a pocos metros. No se oía nada, ni ruido ni movimiento, y olía a polvo, nada más terrible. Esperó un momento, luego entró en el corredor y dejó que la puerta se cerrara a su espalda. Avanzó sigilosamente ayudado por la espesa moqueta que apagaba el sonido de sus pasos. Dobló la esquina con el arma por delante y dejó de contener la respiración cuando vio que el corredor seguía estando desierto. Hasta ahí, todo bien. El corredor seguía y volvía a torcer un poco más adelante, pero había una puerta a la izquierda por la que Billy podía probar suerte. La abrió lentamente, y sonrió al encontrarse en un baño vacío, con una fila de lavabos que se veían desde la puerta. —Eso me recuerda… —dijo mientras entraba. Revisó la sala rápidamente. Había lavabos a ambos lados de la habitación con forma de U, cuatro cubículos con váteres cubrían la tercera pared, discretamente ocultos desde la puerta. Por muy elegante que fuera la casa, parecía estar abandonada, quizá desde hacía poco. La puerta de uno de los cubículos colgaba de las bisagras medio arrancadas, el asiento del váter parecía roto y había unos cuantos trastos tirados por el suelo: botellas vacías, tiestos con plantas y extraños restos en un baño. Encontró una botella de plástico de gasolina en uno de los cubículos. Por otro lado, en un barreño había agua relativamente limpia… Lo que, teniendo en cuenta la urgencia de su visita, ya le estaba bien. Un minuto después, se estaba subiendo la cremallera cuando oyó que alguien entraba en el baño. Un paso, luego una larga pausa. Otro paso. ¿Había cerrado la puerta? No lo recordaba, y se maldijo en silencio por el despiste. Alzó la pistola, giró sobre los talones en silencio y abrió ligeramente la puerta del cubículo. Desde ahí no podía ver la puerta, pero sí parte de la sala reflejada en un largo espejo que había frente a los lavabos. Mantuvo el arma en alto y esperó. Un tercer paso, y de nuevo silencio. Quien fuera tenía los pies mojados, porque oía el sonido de succión que producía al levantar los zapatos del suelo. Y con el cuarto paso vio un perfil en el espejo y salió del cubículo, sintiendo una extraña mezcla de horror y alivio mientras se preparaba para disparar. Era un zombi, un hombre, con el rostro brillante y sin expresión. Miraba al vacío mientras se balanceaba ligeramente, intentando mantener el equilibrio. Los zombis resultaban asquerosos, pero al menos eran relativamente lentos. Y aunque no le gustara mucho ese trabajo, matarlos sin duda era un acto de piedad. El zombi dio otro paso y se puso en la línea de fuego de Billy. Éste apuntó cuidadosamente sobre la oreja derecha del ser. No quería malgastar un tiro. Y el zombi se volvió de golpe, rápidamente, a mayor velocidad de la que tenía derecho a moverse. Se agachó ligeramente, miró a Billy a través de un ojo inyectado en sangre mientras el otro miraba hacia la pared, y fue a por él. Aún estaba a dos metros de distancia… pero el brazo se le estaba alargando; se le adelgazaba mientras lo lanzaba contra Billy como una goma elástica, y el tejido de su camisa húmeda e incolora se estiraba con él. Billy lo esquivó. La mano del ser le pasó sobre la cabeza y se estrelló contra la puerta del cubículo con un golpe húmedo. Luego se retiró, recuperando su forma junto al cuerpo inhumano que parecía un zombi. En el tren, como Marcus… Estaba lo suficientemente cerca para ver el movimiento de la ropa de la criatura y el extraño efecto ondeante del brazo al volver a su lugar. Sanguijuelas, la maldita cosa estaba hecha de sanguijuelas. Y cuando eso avanzó un paso, Billy retrocedió hasta meterse en el cubículo mientras disparaba contra el rostro húmedo y carnoso. La cosa dudó un instante, y un líquido negro rezumó de la herida que le apareció justo bajo el ojo derecho. Y de golpe la herida desapareció, una piel falsa se extendió sobre ella y las sanguijuelas se recolocaron. Podían regenerarse. La cosa dio otro paso y Billy cerró la puerta del cubículo de una patada y la aguantó con el pie. Su mente recorría las posibilidades y las descartaba a la misma velocidad. Llama a Rebecca, no hay tiempo; sigue disparando, no tengo suficientes balas; sal corriendo, me cierra el paso… Billy bufó de frustración, y su enloquecida mirada cayó sobre la botella de gasolina de plástico rojo. Se inclinó hacia adelante, aguantando la puerta con el hombro y se metió la mano en el bolsillo del pecho. Allí, bajo una de las balas de la escopeta… Sacó el mechero que había encontrado en el tren, dando gracias por haberlo cogido, y alzó la botella de gasolina. La esposa suelta golpeó contra el plástico. No estaba llena ni hasta la mitad. Dios, espero que sea realmente gasolina. Algo golpeó la puerta como si fuera un ariete. Billy salió rebotado, pero se lanzó de nuevo contra ella, con el hombro dolorido, mientras desenroscaba el tapón de la botella con una mano temblorosa. La criatura fue horrible y extrañamente silenciosa al volver a cargar contra la puerta, golpeando con fuerza suficiente para mellar el metal. El mareante olor a gasolina llenó el pequeño cubículo. Billy arrancó el rollo de papel higiénico de la pared… y la puerta se abrió de golpe, arrancada de cuajo por otro potente golpe inhumano. La criatura estaba allí, balanceándose, con su extraño ojo buscando a Billy, clavándose en él. Billy alzó la botella mientras recuperaba el equilibrio y se salpicó de gasolina. Sacudió la botella hacia adelante y lanzó su contenido sobre el pecho de la criatura. La reacción fue inmediata y repugnante. El cuerpo comenzó a retorcerse, a temblar, y un chillido agudo inundó la sala. No era una voz, sino miles de diminutas criaturas aullando al mismo tiempo. Un fluido oscuro y espeso empezó a manar de cada supuesto poro del cuerpo y el rostro. Billy le lanzó una potente patada y la cosa se tambaleó hacia atrás, aún cohesionada, aún chillando, y con el sonido clavándose en cada rincón de la sala. Billy no sabía si la gasolina sola sería suficiente, y no se iba a quedar a verlo. Abrió el mechero, le dio a la rueda y sujetó el rollo de papel higiénico sobre las llamas. Un segundo después, el papel ardía. Billy saltó fuera del cubículo y esquivó al monstruo chirriante. En cuanto lo hubo sobrepasado, se volvió y le lanzó el papel en llamas. Éste golpeó al hombre sanguijuela justo por debajo de la clavícula, y el enloquecedor chillido se intensificó durante un horrible y ensordecedor segundo mientras las llamas lo envolvían, antes de que se deshiciese en mil trozos ardientes. Una especie de charco negro y llameante se formó sobre las losetas del suelo, y los grititos individuales fueron muriendo en cuestión de segundos. Unas cuantas sanguijuelas se retorcieron saliendo de las llamas, pero estaban es organizadas y se deslizaron subiendo por las paredes sin ningún orden y reptando junto a los pies de Billy. Éste retrocedió, alejándose de ellas y del burbujeante fuego, mientras volvía a guardarse el mechero en el bolsillo y se acercaba a la puerta. De vuelta en el corredor, respiró hondo, soltó el aire lentamente y agarró la radio. Ya no le importaban los planes de Rebecca. Iban a reunirse lo antes posible y salir a toda prisa de este lugar aunque tuvieran que agujerear las paredes con sus propias manos. 4 de diciembre Cuando comenzamos, tenía mis dudas, pero esta noche lo estamos celebrando. Finalmente lo hemos logrado, después de todo este tiempo. Vamos a llamar Progenitor al nuevo virus que hemos creado. Es una idea de Ashford, pero me gusta. Comenzaremos a probarlo inmediatamente. 23 de marzo Spencer dice que va a crear una empresa especializada en investigación farmacéutica, quizá en la rama de producción de medicamentos. Como siempre, él es el empresario del grupo. Su interés en el Progenitor es sobre todo económico. Quiere vernos alcanzar el éxito, lo que significa que nos sigue financiando, y mientras siga firmando cheques, puede hacer lo que le dé la gana. 19 de agosto El Progenitor es una maravilla, pero sus aplicaciones aún no están probadas. Justo cuando pensábamos que teníamos documentada la velocidad de amplificación, cuando tenemos media docena de pruebas que dan el mismo resultado, todo se viene abajo. Ashford sigue apostando por trabajar sobre los números de la citosina, y vuelve a ello una y otra vez, pero está soñando. Debemos seguir mirando por otros lados. Spencer sigue pidiéndome ser el director de este nuevo centro de formación. Quizá sea por el negocio, pero se está poniendo intolerablemente insistente. En cualquier caso, me lo estoy pensando. Necesito un lugar donde poder explorar adecuadamente las nuevas posibilidades del virus, un lugar donde nadie interfiera conmigo. 30 de noviembre Maldito sea. «Vamos a divertirnos, James —me ha dicho—, por los viejos camaradas y los buenos tiempos.» Es una estupidez. Lo que quiere es que el Progenitor esté listo ya. Sus «amigos» en su club de White Psycho System, con sus ridículos juegos de espías para los ricos y hastiados, quieren algo excitante con lo que jugar, algo que subastar, y no quieren esperar a que esté listo. Idiotas. Spencer piensa que en el fondo todo será un asunto de dinero, pero está equivocado. No es de eso de lo que va todo esto. Tengo que reforzar mi posición, vigilar a mi reina, por así decirlo, o me pisotearán. 19 de septiembre ¡Por fin, por fin! He creado un plásmido con ADN de sanguijuelas y luego lo he recombinado con el Progenitor, ¡y es estable! Ha sido el avance que estaba esperando. Spencer estará contento, maldito sea, aunque sólo le diré que ha habido algunos progresos, no hasta qué punto, ni cómo. Le he puesto el nombre que doy a Spencer privadamente. Lo llamaré M, de Maligno. 23 de octubre No puedo pensar en ellos como seres humanos. Son sujetos para pruebas, eso es todo, eso es todo. Sabía que mis investigaciones llegarían algún día a este punto. Lo sabía y… nopensé que sería así. No debo perder de vista mis objetivos. El virus-M es magnífico. Esos sujetos deberían sentirse honrados de experimentar tal perfección. Sus vidas preparan el terreno hacia un mayor conocimiento. Sujetos experimentales. Eso es todo. Son peones. A veces hay que sacrificar los peones para conseguir un bien superior. 13 de enero Mis mascotas han ido progresando. Con su propio ADN en el virus recombinante pensé que podría predecir cómo los alteraría la infección, pero me equivoqué. Han comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas. Ningún individuo es mejor que otro, sino que trabajan juntos, con una mentalidad de colmena, uniéndose para alcanzar objetivos más elevados. Mi objetivo. Al principio no lo supe ver, estaba ciego, pero es mucho más gratificante que el trabajo con los humanos. Debo continuar estos experimentos, sin embargo… no puedo revelar que he descubierto el verdadero sentido, el valor de M y lo que representa. Spencer querría intentar apoderarse de él, lo sé. Mi rey está al descubierto. 11 de febrero Han estado vigilándome. Entro en el laboratorio y veo que han movido cosas. Intentan ocultarlo, hacen ver que todo está igual, pero yo lo noto. Es Spencer, maldita sea su alma, sabe lo de mis sanguijuelas, lo de mi hermosa colonia, y esto, esta persecución, noacabará hasta que uno de nosotros muera. No puedo confiar en nadie… Quizá en Smith y Gero, mis torres, ellos creen en mi trabajo, pero tendré que eliminar a algunos de los otros. El juego se acerca a su final. Ellos intentarán ir a por mi reina, pero seré yo quien gane la partida. Jaque mate, Oswell. Ésa era la última anotación. Rebecca cerró el diario y lo dejó junto al juego de ajedrez que estaba colocado en el centro del escritorio. Cuando encontró el alijo oculto, pensó que los rudimentarios mapas serían el premio. Había dos; uno mostraba lo que parecían ser los tres pisos de los sótanos del edificio, incluidas unas cuantas zonas sin señalizar que quizá condujeran al exterior. El otro parecía ser de la parte superior, con una habitación marcada como OBSERVATORIO junto a una área abierta y amplia marcada como BALSA CRIADERO. Pero el pequeño diario encuadernado en cuero, polvoriento y arrugado por los años —Rebecca no sabía cuántos años exactamente, pero una de las anotaciones sobre el trabajo con sanguijuelas tenía «1978» escrito en la esquina superior—, había sido un auténtico descubrimiento. Seguramente estaba escrito por James Marcus, al parecer el creador del virus-M, el mismo virus que convertía a la gente en zombi y había infectado el tren y posiblemente la mitad del bosque de Winsburg, si se tomaban los últimos asesinatos como una pista. Rebecca contempló la extraña decoración de la sala, el tablero gigante de ajedrez que cubría el suelo, la mente que había detrás. Evidentemente, hacia el final se había vuelto loco con sus divagaciones sobre el ajedrez y sobre el «verdadero sentido» del virus. Tal vez hacer experimentos con personas había sido demasiado para él. Su radio emitió la señal de llamada. En cuanto apretó el botón de recepción, la voz jadeante de Billy le resonó en el oído. —¿Dónde estás? Tenemos que reagruparnos, ahora mismo. ¿Hola? Ah, cambio. —¿Qué ha pasado? Cambio. —Lo que ha pasado es que me he topado con otra de esas personas sanguijuelas y ésta ha estado a punto de acabar conmigo. Los zombis sé cómo manejarlos, pero esas cosas se comen las balas, Rebecca. No tenemos suficiente munición para mantenerlas a raya. Cambio. «Han comenzado a formar colonias, como las hormigas o las abejas.» ¿Quién las estaría controlando? ¿Marcus? ¿O habrían desarrollado su propiolíder? ¿Una reina? —De acuerdo —respondió Rebecca. Cogió los planos del sótano y del observatorio que había encontrado y se los metió bajo el chaleco mientras se ponía en pie. Después de dudar un segundo, agarró también el diario y se lo metió en el bolsillo de la cadera—. Reúnete conmigo en el rellano, donde estaba el cuadro de Marcus. Tal vez haya encontrado la salida, cambio. —Voy para allá. Vigila. Cambio y corto. Rebecca se apresuró a salir del cuarto y a recorrer el distribuidor, moviéndose con rapidez. No había llegado muy lejos en su exploración, sólo a una sala de reuniones vacía y luego a la oficina con los ajedreces. Por suerte, no se había topado con nada hostil. Billy tenía razón con respecto a los hombres-sanguijuela, no había forma de que pudieran contener a más de esos seres. De hecho, era muy posible que la única razón por la que todas las sanguijuelas que había en el tren no los hubieran atacado fuera porque las habían llamado. Tenía la vaga esperanza de quedarse tranquilamente en la casa hasta que llegara ayuda, pero después de leer el diario de Marcus y de oír que el centro de formación estaba infectado, tenían que salir de ahí. Después de todo por lo que había pasado esa noche —el aterrizaje forzoso con el helicóptero, el tren, Billy, el descarrilamiento, y esto— aún seguía esperando que apareciera la caballería, que otra persona se hiciera cargo, que la enviaran a casa para poder cenar caliente y acostarse, y despertarse al día siguiente y comenzar de nuevo su vida normal. Pero al parecer era todo lo contrario, y cada vez estaba más metida en el misterio de Marcus y sus creaciones, de Psycho System y sus malvados experimentos. El joven se había retirado a un lugar donde la colmena se podía reunir con comodidad, un espacio grande, cálido y húmedo, y alejado de la luz del día. Los muchos lo rodeaban, cantando sus inarmónicas canciones de agua y oscuridad, pero no conseguían tranquilizarlo. Había observado con una fría furia cómo la chica —el asesino la había llamado Rebecca— robaba el diario de Marcus y se lo metía en el bolsillo antes de salir del despacho. No era para eso que él había dejado abierto el escritorio, en absoluto. El mapa del observatorio, se suponía que sólo debía coger el mapa. Los dos se acababan de reunir delante del cuadro, ambos hablando al mismo tiempo, sin duda explicándose lo que habían encontrado, sus proezas criminales. Podía ver a la ladrona y al asesino en la pantalla de vídeo a un lado de su nuevo entorno, en lo más bajo de la planta de tratamiento, pero los podía ver mejor a través de las docenas de pares de ojos rudimentarios que los observaban, sus niños que los contemplaban desde las sombras. Las mentes de los muchos eran poderosas, capaces de enviarse imágenes unos a otros y también a él; así era como podían trabajar juntos de una forma tan efectiva. Rebecca y Billy no tenían ni idea de lo vulnerables que eran, o de la facilidad con que él podía arrebatarles la vida. Seguían vivos sólo por su voluntad. Una ladrona y su amigo asesino. Billy había matado a un colectivo. Lo había quemado. Los pocos supervivientes aún se estaban arrastrando hacia su amo, con sus pobres cuerpos chamuscados, demostrándole la muerte del todo por su falta de cohesión. ¿Cómo había osado, ese hombre sin importancia, ese insecto miserable? Rebecca sacó los mapas y ambos los estudiaron, demasiado estúpidos, sin duda, para saber qué se esperaba de ellos. El observatorio era la clave de su huida, pero sin duda lo intentarían primero por el sótano. Ya le iba bien. Ya no estaba tan seguro de querer que escaparan. Comenzaron a bajar las escaleras, y desaparecieron de la pantalla y de los ojos de los muchos, pero sólo durante un instante. Mientras, la pareja volvía a aparecer en la pantalla a través de otra cámara; se detuvieron y contemplaron la masa de cuerpos arácnidos, muertos y encogidos en el suelo. Había cuatro arañas gigantes, y todas habían muerto hacía sólo unos instantes. Habían sido eliminadas para que Rebecca y su amigo pudieran evitar su veneno. Las arañas eran otro experimento, uno condenado a fracasar por ser demasiado lentas y demasiado difíciles de manejar, pero eran lo suficientemente letales como para que el joven se hubiese preocupado. Lo empezaba a lamentar. Ver morir a la ladrona y al asesino sería un placer, a pesar de lo que eso representaba en sus planes contra Psycho System, La pareja siguió avanzando sin saber que los observaban las criaturas que habían matado a las arañas y que en estos momentos se escondían en sus cuerpos hinchados y segmentados. ¿Qué hacer? Si los mataba aplacaría una necesidad propia, la necesidad de vengar las vidas de sus niños, la necesidad de afirmar su control. Pero denunciar a Psycho System era la prioridad. Llevar la compañía a la ruina al abrir su apestoso corazón era lo que Billy y Rebecca harían con toda seguridad, si sobrevivían. Los dos siguieron el corredor hasta el final, luego atravesaron la puerta de un despacho abandonado hacía tiempo. Después de consultar el mapa brevemente, continuaron hasta una habitación sin ninguna otra salida donde anteriormente se habían guardado especímenes vivos. Hacía tiempo que allí ya no había jaulas y la habitación estaba vacía. El joven no estaba seguro de por qué habían elegido un camino sin salida hasta que los vio dirigirse a la esquina noroeste y mirar hacia un rectángulo negro próximo al techo. La salida de la ventilación. No tendría puesto el nombre en el mapa. Quizá pensaran que era una vía de salida, pero la verdad era que llevaba a… El joven movió la cabeza. Las habitaciones privadas del doctor Marcus, la sala donde hubo un tiempo en que invitaba a ciertos sujetos de prueba jóvenes y atractivos. ¿Por qué no se marchaban de una vez? No encontrarían nada en las habitaciones privadas, nada. A no ser que… El sistema de ventilación estaba conectado a otra área de especímenes, y ésa no estaba vacía. Y hacía días que las criaturas no comían. Estarían muy, muy hambrientas. Lo único que necesitaba hacer era dejar que los muchos abrieran una reja o dos… En vez de considerarlos como una parte integral de su plan, quizá debería considerar a Billy y a Rebecca como sujetos de estudio. Podían morir, lo que, sin duda, sólo retrasaría la denuncia de Psycho System durante un corto tiempo. Estaba impaciente, pero tenía que considerar el entretenimiento que podía obtener. O podrían sobrevivir. Y en ese caso, aún tendrían algo más que explicar. El joven esbozó su afilada sonrisa mientras Billy impulsaba a Rebecca y la alzaba hasta el agujero de la ventilación. Ésta entró a cuatro patas y desapareció de la vista. ¿No se sorprenderían si unos cuantos restos de la serie de primates se sumaran al juego? A su alrededor, sus niños susurraban. Las paredes y el techo goteaban sus viscosos fluidos. Rodeado de los muchos, con el destino de Psycho System en sus manos, y además con dos soldaditos para jugar, para divertirse viendo cómo medían su habilidad contra los restos de las armas bioorgánicas de Psycho System, se sintió feliz. ¿Vivirían o morirían? De cualquier forma, él estaría satisfecho. —Abrid las jaulas, queridos —murmuró, y comenzó a cantar. Continuara... Saludos
  12. Lo mejor que podes hacer, es escanear el pendrive con un spyware y un antivirus. De seguro eliminar el Troyano Saludos
  13. Pierre es una basura. La hizo sufrir mucho a Lara en los niveles de Grecia en Tomb Raider 1 Era un mafioso y estafador. Era lo que se merecia saludos
  14. Te comprendo perfectamente amigo. PEro el Tomb Raider es el original y eso no lo van a poder sacar Ser muy facil, los graficos no seran lo mejores, pero fue el que inicio esta gran saga de tomb raider, que va a por su noveno juego y 12 años de vida. Le debemos mucho a Tomb Radier I y me parecio perfecto homenaje, el Tomb Raider Aniversario Saludos
  15. Muy buena pelicula. Me gusto mucho. Saludos
  16. El mejor orden para jugar los niveles de tomb raider es India - Nevada - Islas del Pacifico Sur - Londres - Antartida Esto lo jugue por varios motivos 1- conseguis en el ultimo nivel todos las armas 2-En Nevada te sacan todas las armas y los medipacks, y por lo tanto tenes que tener margen para recuperarlos, por eso es conveniente jugar el primer nivel 3- El orden las armas son: En Nevada: Desert Eagle, la pistolas, la Mp5 y el Lanza Granada En la Islas del Pacifico Sur: El Lanza Cohete 4-En Londres(especialmente el nivel de Alwych, el segundo), conseguis la mayort cantidad de medipack, es un nivel con rivales debiles, es ideal llenarte de medipack para jugar el nivel de Antartida Saludos
  17. Aqui les mando el capitulo 6: CAPÍTULO 6 Billy volvió en sí entre dolor y un olor a material sintético quemado. Abrió los ojos y parpadeó, evaluando lo que lo rodeaba con tanta rapidez como se lo permitía su espesa cabeza, lo que significaba que lo hacía muy lentamente. Se hallaba tendido sobre la espalda, mirando hacia un techo alto y vacío. La luz de varios fuegos parpadeaba a su alrededor, y las sombras de escombros y rocas bailoteaban sobre parte de la pared que tenía a su izquierda. De alguna manera, estaba dentro. Los frenos, el tren… ¿Rebecca? Eso lo espabiló. Se incorporó hasta quedar sentado y se sorprendió, aliviado, al darse cuenta de que sólo tenía una luxación en el hombro y unos cuantos arañazos; nada grave. —¿Rebecca? —llamó, y le cogió un ataque de tos. Estuviera donde estuviera, el ondeante humo del descarrilamiento estaba comenzando a aumentar. Tenían que salir de ahí. Se puso en pie y se sujetó el brazo derecho mientras miraba a su alrededor. El tren parecía haber chocado contra un almacén, un espacio enorme, vacío, hecho de hormigón, con andamios en un lado y unas cuantas luces con pantalla en lo alto. No estaba muy bien iluminado, pero cuando Billy miró hacia abajo, vio una vía dentada bajo sus pies y se dio cuenta de que seguramente se habían estrellado contra la terminal de mantenimiento del tren. Fuera donde fuera. —Mmm. —Una silueta yacía junto a un montón de piedras humeantes. —¡Rebecca! —Billy se acercó tambaleante, esperando que la joven se encontrara bien. Su voz parecía cargada de pánico cuando lo había llamado, cuando él no había respondido, pero estaba demasiado ocupado apretando botones para poder hablar. Lo lamentaba; al fin y al cabo sólo era una niña, y estaba aterrorizada. Debería haberla reconfortado, algo… Llegó hasta el cuerpo retorcido y golpeado, y comenzó a arrodillarse a su lado. Se hallaba boca abajo, con la ropa hecha jirones. —¿Billy? Billy se volvió y vio a Rebecca caminando hacia él, con la nueve milímetros en la mano. Tenía un hilillo de sangre que le bajaba por la frente, pero por lo demás parecía estar en perfecto estado. La persona que tenía ante él se dio la vuelta y gimió de nuevo. Billy no podía asegurar si la lenta criatura era hombre o mujer, porque gran parte de su rostro y su cuerpo estaban deshechos, tanto por la enfermedad como por el accidente. La criatura se puso de rodillas lentamente y volvió un rostro desfigurado hacia Billy. La boca le colgaba abierta y una baba teñida de sangre se deslizaba entre los dientes rotos mientras se lanzaba contra él. —¡Apártate! —ordenó Rebecca, y Billy no tuvo ningún problema en obedecer. Retrocedió con pies y manos, y notó que la esposa suelta se le clavaba dolorosamente en la palma de la mano izquierda. Rebecca apuntó y disparó dos veces. Ambas balas alcanzaron el cráneo fracturado de la criatura que había sido humana y acabaron con lo que le quedaba de vida. Cayó sobre el hormigón con algo que casi sonó como un suspiro. Billy se puso en pie, y ambos pasaron unos tensos segundos recorriendo con la mirada los destrozos en busca de otros cuerpos. Si había más, estaban muy bien escondidos. —Gracias —dijo Billy, y miró de nuevo a la patética criatura. Al menos le habían ahorrado más sufrimiento, y con dos tiros limpios. Billy estaba sorprendido y bastante impresionado por la habilidad de Rebecca—. ¿Estás bien? —Sí. Tengo un dolor de cabeza espantoso, pero eso es todo. Ya es la segunda vez que me estrello hoy. —¿De verdad? —preguntó Billy—. ¿Cuál fue la primera? Rebecca sonrió, comenzó a hablar y se detuvo de golpe. Su expresión se tornó fría, y Billy sintió una auténtica punzada de tristeza; era evidente que la joven había recordado con quién estaba hablando. A pesar de todo, aún seguía pensando que era un asesino en masa. —No tiene ninguna importancia —repuso Rebecca—. Vamos. Deberíamos salir de aquí antes de que el humo empeore. Ambos seguían teniendo las radios, y emplearon unos momentos para buscar la pistola de Billy, que por fin hallaron medio escondida bajo un bloque de hormigón no muy lejos de donde él había despertado. La escopeta había pasado a la historia. Ninguno sugirió buscarla por el tren. Los pequeños incendios se estaban apagando, pero la espesa capa de humo negro que colgaba del techo crecía sin parar. Atravesaron el gran almacén. Sólo encontraron una puerta a unos veinte metros de la destrozada locomotora, y muy poco más. Billy esperaba que los llevara hasta el aire fresco, a su libertad y a la seguridad para Rebecca. Desde la puerta, miró hacia atrás a los humeantes restos y una de las comisuras de la boca se le curvó hacia arriba. —Bueno, al menos conseguimos detener el tren —bromeó. Rebecca asintió con un gesto y sonrió levemente. —Lo hicimos —contestó. Se volvieron hacia la puerta. Billy respiró hondo, cogió el picaporte y la abrió. Era una imagen surrealista; habían visto en la pantalla el tren estrellándose dentro del sótano del centro de formación y un instante después habían oído el atenuado estruendo del choque. Y también habían sentido un leve temblor en las paredes que los rodeaban. En segundos, la lente de la cámara estaba cegada por el humo. —Deberíamos salir de aquí, ahora —dijo Gero, que iba de un lado a otro por detrás de Smith. No le preocupaba el fuego, ya que la vieja terminal estaba construida casi completamente de cemento, pero era difícil no notar el descarrilamiento de un tren, y no todos los polis y los bomberos de la vecindad estaban en la nómina de Psycho System. El centro estaba aislado, pero sólo sería necesaria una llamada de algún ciudadano preocupado y el trabajo de Psycho System con armas biológicas podría quedar a la luz. Smith ni siquiera lo estaba escuchando. Tecleó algo en los controles del monitor y cambió las imágenes de las cámaras a otras dependencias del centro, buscando algo. Casi no había dicho ni una palabra desde la última transmisión del equipo de limpieza. —¿Estás escuchándome? —preguntó Gero por enésima vez en los últimos minutos. Se sentía tenso y la actitud displicente de Smith no lo ayudaba nada. —Te oigo, Albert—contestó smith, sin dejar de mirar la pantalla—. Si quieres largarte, lárgate. —De acuerdo. ¿Tú no vienes? —Oh, dentro de un rato —respondió con tono calmado y sereno—. Sólo quiero comprobar unas cuantas cosas. —¿Como qué? Yo diría que el tren ya está bastante limpio. Fue por eso por lo que vinimos, ¿no es cierto? Smith no contestó, sólo siguió observando las pantallas. ¡Dios, era un hombre insufrible! Ése era el problema con los sociópatas. Su incapacidad para identificarse con los demás hacía que fueran completamente egocéntricos. Yo sí que tengo trabajo que hacer, pensó Gero, mirando hacia la puerta. El trabajo, la familia… No se iba a quedar esperando a que Joe, el bombero, llamara a la puerta buscando una explicación sobre por qué había zombis vagando por el lugar del accidente. —Ah, aquí lo tenemos —exclamó Smith, y presionó una tecla bajo una de las pantallas. Era el vestíbulo principal del centro, que se había creado para dar la bienvenida tanto a oficiales como a machacas al mundo no del todo legal de White Psycho System. Y mientras miraba, una mano había aparecido y abierto una trampilla cuadrada, Ése es el viejo túnel de acceso que sale de la terminal. Gero se inclinó hacia adelante, curioso a pesar de sí mismo. Un hombre con un complicado tatuaje en uno de los brazos salió del oscuro cuadrado en la esquina noroeste de la sala; lo siguió una mujer de baja estatura vestida con el uniforme de los MAGNIFICOS, una muchacha en realidad. Ambos llevaban pistola y miraban el vestíbulo finamente decorado con una expresión que Gero era incapaz de interpretar a través de la pequeña pantalla. —¿Quién diablos son esa gente? —preguntó. —La chica es una novata de los MAGNIFICOS, del equipo B —contestó Smith—. Nadie importante. Al hombre no lo conozco. —¿Crees que podían estar en el tren? —No puede ser de otro modo —repuso Smith. Gero sintió que lo invadía de nuevo el pánico. —¿Qué vamos a hacer? Smith alzó la mirada hacia él con una ceja arqueada. —¿Qué quieres decir? —Están…, bueno, la chica está con los MAGNIFICOS, y a saber para quién trabaja él. ¿Qué pasa si se escapan? —No seas obtuso, Albert. No se escaparán. Aunque el centro no estuviera sellado, está lleno de portadores por todas partes. Lo único que tienen que hacer es abrir una puerta o dos, y dejarán de ser una preocupación. El tono indiferente de Smith era escalofriante, pero no le faltaba razón. Las posibilidades de que alguien saliera del centro eran muy escasas o nulas. Mientras los observaban, los dos intrusos, barriendo con las pistolas de lado a lado, atravesaron sigilosamente la gran sala, la única en todo el edificio en la que no había infectados. Después de inspeccionarla a fondo, la chica empezó a subir por la gran escalinata y se detuvo en un pequeño rellano entre pisos. En él había un retrato de grandes proporciones del doctor Marcus. La chica pareció sorprenderse, como si lo reconociera. El hombre del tatuaje se unió a ella, y Gero pudo comprobar que estaba leyendo en voz alta la plaquita que figuraba bajo el retrato: DOCTOR JAMES MARCUS, PRIMER DIRECTOR GENERAL. Gero se removió inquieto. Odiaba ese cuadro. Le recordaba cómo había conseguido su auténtica entrada en Psycho System, y eso era algo en lo que no le gustaba pensar. «Atención. Les habla el doctor Marcus.» Gero pegó un brinco, y miró alrededor con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndole a toda prisa. Smith ni siquiera hizo un gesto, pero subió el volumen del antiguo aparato intercomunicador que había en la consola y la voz de un hombre que llevaba diez años muerto resonó en los espacios vacíos y los corredores de todo el centro. «Por favor, guarden silencio mientras reflexionamos sobre el lema de nuestra compañía. La obediencia genera disciplina. La disciplina genera unidad. La unidad genera poder. El poder es vida.» El hombre y la mujer de la pantalla también estaban mirando a todos lados, pero Gero casi no les prestaba atención. Agarró a Smith por el hombro, nervioso. Era una grabación que no había oído desde que él y Smith habían sido estudiantes en ese centro. Quién…, dónde… Smith gesticuló con la mano indicando la pantalla, donde la imagen estaba desapareciendo. Pareció parpadear, y luego se sorprendieron al ver a un joven en otra localización. Gero no reconoció la sala, pero el joven que les devolvía la mirada le parecía conocido. Llevaba el pelo largo y tenía los ojos negros, y probablemente estaba en los veintitantos. También tenía una sonrisa seca y cruel, tan fina y cortante como una hoja de acero. —¿Quién eres? —preguntó Smith, sin esperar realmente una respuesta. El audio no estaba conectado… El joven se puso a reír, y el sonido salió por el intercomunicador como si fuera seda negra. No era posible, él no llevaba auriculares, y no estaba cerca de ningún sistema intercomunicador, pero de todas formas lo podían oír claramente. —Fui yo quien esparció el virus-M por la mansión —contestó el joven, con voz fría. Su sonrisa se hizo más irónica—. No hace falta decir que también he contaminado el tren. —¿Qué? —soltó Gero— ¿Por qué? La fría voz del joven pareció hacerse más profunda. —Venganza. Contra Psycho System. Se volvió de espaldas a la cámara y alzó los brazos hacia las sombras. Gero y Smith se inclinaron sobre la pantalla, intentando ver qué estaba haciendo el joven. Pero sólo vieron movimientos en la oscuridad y oyeron algo semejante al ruido que produce el agua. El joven se volvió para mirarlos, con una sonrisa aún más sardónica. Y desde las sombras surgió un hombre alto y distinguido, con traje y corbata y el blanco cabello engominado peinado hacia atrás. Sus rasgos estaban marcados por la edad, pero eran enérgicos, acostumbrados a dar órdenes. Era el mismo rostro que había en el retrato del vestíbulo. —¿Doctor Marcus? —exclamó Smith ahogadamente. —Hace diez años, el doctor Marcus murió asesinado por Psycho System —explicó el joven, y su voz era casi un gruñido—. Y vosotros los ayudasteis, ¿no es cierto? Rió de nuevo, con una risa oscura y suave, una risa que no prometía ninguna clemencia. Gero y Smith miraban atónitos y en silencio la presencia visible y viviente de un hombre al que habían visto morir hacía una década. El joven cantó, y ellos, los muchos, sus niños, apartaron la cámara y manipularon los controles que permitían que su voz viajara. Ya había dicho todo lo que quería decir, al menos de momento. Quedaba mucho por hacer, muchas posibilidades por considerar. Las cosas se iban desarrollando, siempre en nuevas direcciones. Cantó una canción más lenta, y el cuerpo de Marcus se descompuso en sus muchos niños. Se reunieron a sus pies y subieron por su cuerpo, acariciándolo, adorándolo. Dispuestos a esperar a que decidiera cuál sería el paso siguiente. No tenía ningún plan, aparte de la destrucción de Psycho System. Había empleado, y seguiría haciéndolo, todos los métodos que tenía a su alcance: el virus, los muchos, las falsas imágenes que los muchos eran capaces de crear, como la de Marcus. Ésta había sido como regalo para los dos Albert y sin duda los había dejado asustados y confusos. El joven sonrió. Qué casualidad que de entre todos fueran ellos los que presenciarían la caída de Psycho System. Con suerte, tendría la oportunidad de verlos morir, de permanecer ante ellos como ellos habían estado, sin ninguna piedad, observando a su mentor en sus últimos y desesperados momentos. Aunque sus muertes no tenían ninguna importancia en el conjunto. Lo que importaba era que Psycho System pronto dejaría de existir. Pensó en el hombre y la mujer del tren, en cómo los podría usar una vez que habían entrado en el complejo. Su primera idea había sido matarlos para evitar que se entrometieran, pero eso parecía un desperdicio. Después de todo, ¿no había pasado Psycho System a ser también su enemigo? Lucharían por su vida, lucharían por ser libres, y si lo conseguían, inmediatamente atraerían la atención sobre el desastre, lo que él siempre había visto como la cruz sobre la tumba de Psycho System. Podía destruir sus laboratorios, matar a sus empleados, pero ellos siempre podían construir otros laboratorios, contratar a otros empleados. Sin embargo, una vez que el faro de la prensa internacional se hubiese vuelto hacia Psycho System, su ruina sería completa. Y el mundo por fin podría saber su nombre. El centro estaba sellado, naturalmente. Lo habían diseñado con casi tantos trucos en las puertas y tantos pasajes escondidos como la mansión Trevor, que había sido construida una década antes. Oswell Spencer, uno de los cofundadores de Psycho System había vivido obsesionado con las películas y los libros de espías, y tan paranoico como cualquier megalómano, lo que aseguraba un sellado extremadamente seguro. Había llaves ocultas, puertas que no se abrían sin las piezas que les faltaban, e incluso una habitación o dos diseñadas para atrapar a los incautos intrusos. No sería fácil que nadie escapara. Además había otros hombres falsos repartidos por todo el complejo, hombres creados por los muchos, todos preparados para infectar a cualquiera que se acercara; ellos habían sido los primeros que lo habían ayudado a esparcir el virus. Pero había llegado el momento de usarlos para abrir el centro de formación, para buscar las llaves y abrir las puertas, para asegurarse de que el hombre y la mujer tuvieran por lo menos una oportunidad de sobrevivir. Tenían muy pocas posibilidades, ya que los hombres falsos no eran los únicos portadores del virus que vagaban por las salas, pero el hombre y la joven ya habían demostrado ser mucho más resistentes que la mayoría. El joven se puso a reír pensando en Gero y Smith, y preguntándose qué pasaría por sus cabezas. Los alumnos más brillantes de James Marcus, que trabajaban para minimizar los daños para Psycho System. Después de todos estos años. Era una gran ironía. Los niños lo arrullaban, lo cubrían, encantados de su risa y cantando su propia dulce canción, una canción de caos e interdependencia, mientras sus cuerpos fríos y resbaladizos, hinchados de la sangre de sus enemigos, se mezclaban y lo envolvían. «… genera poder. El poder es vida.» La poderosa voz se desvaneció y el gran salón volvió a sumirse en el silencio. Tenía que ser una grabación o algo así. No sonaba como algo vivo, pero alguien la había puesto en marcha, y Rebecca pensó que tenía una idea sobre quién podría ser. Devolvió su atención al retrato del doctor Marcus y notó que un escalofrío le recorría la columna. —Vaya, eso sí que era sobrecogedor —dijo Billy. —No tan sobrecogedor como verlo en el tren —expuso Rebeca, señalando el retrato con un gesto—. Formado por bichos pringosos. —Quizá sea otro estado de la enfermedad, o algo así —aventuró Billy. Rebecca hizo un gesto de asentimiento, aunque dudaba de que fuera así. La gente zombi que habían visto en el tren y el hombre del vagón restaurante, que al parecer era una especie de James Marcus, no tenían los mismos síntomas. —O quizá las sanguijuelas infectaron a alguna gente y…, no lo sé, se ganaron a otra gente —repuso finalmente. —Sí —dijo Billy. Se pasó la mano por el cabello y le sonrió con una sonrisa sorprendentemente agradable—. Bueno, deberías buscar un teléfono o algo así y llamar para que vinieran tus amigos. Su tono era desdeñoso. La mano de Rebecca apretó los nueve milímetros con más fuerza. —¿Y qué vas a hacer tú? Billy se volvió y comenzó a bajar las escaleras con paso ligero. —He pensado que podría dar una vuelta —contestó. Rebecca lo siguió mientras se dirigía hacia la puerta principal, sin saber qué hacer o qué decir. Dudaba realmente de que pudiera dispararle, sobre todo después de que le hubiera salvado la vida, pero tampoco podía dejarlo irse sin más. —No creo que sea una buena idea —replicó. Billy abrió la puerta. El aire nocturno, fresco y húmedo, entró de golpe, como si la lluvia se hubiera tornado chirimiri. —Aunque aprecio que te preocupes por mí, creo que me he ganado tener un poco de iniciativa, ¿no crees? Así que… Se detuvo a media frase sin acabar de dar el paso, contemplando el paisaje cubierto por la lluvia que tenían ante sí. El centro, al parecer, se había construido en la ladera de una colina. Ante ellos había un camino pavimentado, lo suficientemente grande para ser una carretera, que se extendía unos diez metros y luego se detenía abruptamente, cayendo hacia la nada. Avanzaron juntos hasta el final del camino. Había faroles a ambos lados de la puerta principal. Sólo funcionaba uno, pero era suficiente para ver que, sin una cuerda, ninguno de los dos iría a ningún lado. El camino acababa en una línea irregular de escombros, sobre una pendiente que caía en picado unos cinco metros, tal vez más. Estaba demasiado oscuro para ver bien. —¿Qué estabas diciendo? —se burló Rebecca. —Pues bien. Buscaré otra puerta —insistió Billy, y se volvió para mirar el edificio. Parecía una casa señorial, y sin duda estaba decorada como el refugio de fin de semana de algún millonario forrado, pero ambos habían visto el letrero: CENTRO DE FORMACIÓN DE PSYCHO SYSTEM incrustado en el mármol del suelo. Tenía aspecto de abandonada, pero había electricidad, luces… Claro que todo lo que habían visto hasta el momento era el lugar donde se había estrellado el tren, el extravagante recibidor y el túnel medio sumergido que conectaba los dos. No mucho para poder juzgar. —He visto al menos dos ahí dentro, eso sin contar lo que sea que está en lo alto de las escaleras —prosiguió Billy—. Y si todo lo demás falla, quizá pueda arrastrarme por el tren hasta llegar afuera. —Suponiendo que mis amigos no aparezcan antes —dijo Rebecca. Dio un paso atrás, cogió la radio y apretó la señal de transmitir. La radio de Billy pitó en respuesta, pero fue la única. Después de un largo momento de silencio, el único sonido fue el de la lluvia goteando en árboles lejanos. —Suponiendo que encuentres un teléfono. ¡Dios, qué hombre más irritante! Rebecca se dirigió de vuelta a la casa, ligeramente sorprendida de sentirse lo suficientemente segura como para darle la espalda a Billy. Aunque si él hubiera querido verla muerta, había tenido ya múltiples oportunidades. A pesar de sus intenciones, tenía dificultades para pensar en él como en alguien peligroso. Su instinto le decía lo contrario, y ésa era una de las primeras lecciones que se enseñaba a los MAGNIFICOS: puede que malinterpretes tu intuición, pero ésta nunca se equivoca. Billy la alcanzó cuando entraba en la casa, y ambos se detuvieron, observando. El cuadro de Marcus había desaparecido. En su lugar había un portal, una abertura oscura en la pared. Desde su posición al final de las escaleras no podían ver qué había al otro lado. Rebecca estaba a punto de decirle a Billy que se quedara atrás cuando él avanzó con la pistola preparada. Mientras el hombre cubría el área, con una actitud y una mirada completamente alerta, Rebecca tuvo de nuevo una fuerte sensación de que él no era lo que al principio había parecido ser. Y no es que yo necesite protección. Se puso a su altura, examinando la habitación como le habían enseñado, y juntos subieron las escaleras y se detuvieron en el rellano. La nueva puerta daba a unas escaleras que iban hacia abajo por un corredor neutro y tenuemente iluminado. —¿Preguntas?, ¿comentarios? —-dijo Billy, mirando hacia abajo. —Alguien quiere que bajemos —repuso la joven. —Eso mismo estaba pensando yo. Y también pienso que podría no ser muy buena idea. Rebecca asintió con la cabeza. Se alejó de la abertura y buscó otras opciones a su alrededor. Había dos puertas en la parte baja, una en la pared de la izquierda y otra en la de la derecha. En el segundo piso vio cuatro puertas más desde donde se hallaba. Mientras miraba, el sonido de un fuerte golpe le llegó desde algún lugar a su espalda, de algún lugar en el interior del corredor neutro y oscuro que se abría en el rellano de las escaleras. Sonaba como algo muy suave y muy pesado cayendo al suelo. Sin mediar palabra, ambos se alejaron de la abertura. —¿Te parece que sigamos con nuestra tregua durante un rato más? — preguntó Billy, y aunque su voz era despreocupada, no sonreía. Rebecca asintió con un gesto de cabeza. —De acuerdo —respondió, preguntándose en qué se habrían metido y qué tendrían que hacer para salir de allí. Continuara… Saludos
  18. Ahora esta jugando, el mejor, en mi opinion, por lejos, de todos los tomb raider. Es el que tiene mas accion de los 8 que salieron Saludos y que lo disfrutes
  19. hola amigos, aqui les mando el capitulo 5: CAPÍTULO 5 El Dr Albert Gero se apresuró a atravesar el fondo de la planta de tratamiento de agua mientras se dirigía hacia el control B, en el primer sótano, varios pisos por encima. Se sentía atemorizado incluso por el resonante sonido metálico de sus propios pasos en los cavernosos pasillos. El lugar parecía frío y muerto, como una tumba, lo que, hasta cierto punto, no era una mala analogía. Pero él sabía lo que merodeaba detrás de las puertas cerradas ante las que pasaba, sabía que estaba rodeado de abundante vida, al menos de un cierto modo de vida. De alguna forma, ese conocimiento hacía que los vagos ecos causados por sus movimientos le resultaran aún más sacrílegos, como si estuviera gritando en medio de un depósito de cadáveres. Que es lo que realmente es. Aún no están muertos. Tus colegas, tus amigos… Tranquilízate. Todos sabíamos que existía esta posibilidad, todos. Ha sido mala suerte, eso es todo. Mala suerte para ellos. Él y Annette se hallaban en los laboratorios de la ciudad, finalizando la descomposición de la nueva síntesis, cuando ocurrió el vertido. Había llegado a las escaleras de comunicación de la parte trasera del B4 y comenzó a subir. Se preguntó si Smith seguiría esperando. Probablemente. Gero llegaba tarde. Le había costado abandonar su trabajo aunque fuera por un momento, y Albert smith era un hombre preciso y puntual, entre otras cosas. Un soldado. Un investigador. Un sociópata. Y quizá fue él. Quizá fue él quien provocó el vertido. Era posible. Smith sólo era leal a smith, y siempre había sido así, y aunque llevara mucho tiempo en Psycho System, Gero sabía que estaba buscando la manera de salirse. Por otro lado, echarse piedras a su propio tejado no formaba parte de su estilo, y Gero conocía a Smith desde hacía unos veinte años. Si Smith hubiera causado el vertido, sin duda no se habría quedado por ahí para ver qué pasaba. Gero llegó al final del tramo de escaleras, dio media vuelta y comenzó a subir el siguiente tramo. Supuestamente, los ascensores seguían funcionando, pero no quería arriesgarse. No había nadie por ahí que pudiera ayudarlo si algo iba mal. Nadie excepto smith, y a juzgar por las apariencias, el capitán de los MAGINIFICOS había decidido marcharse a casa. En lo alto del segundo tramo, Gero oyó algo, un sonido suave que provenía de detrás de la puerta que daba acceso al segundo nivel de los sótanos. Se detuvo un instante y se imaginó a algún desgraciado tras la puerta; tal vez estuviera golpeándose irracionalmente una y otra vez contra el obstáculo en un vago afán de salir de allí. Cuando se identificó la infección, las puertas interiores se cerraron automáticamente atrapando a la mayoría de los trabajadores infectados y a los sujetos de estudio que habían escapado. Los corredores principales estaban limpios, al menos entre las salas de control. Echó una mirada a su reloj y comenzó a subir el tramo final de escaleras. No quería que se le escapara Smith, suponiendo que aún siguiera por allí. Pero si Smith no lo había hecho, entonces ¿quién?, ¿cómo?. Todos pensaron que había sido un accidente, incluso él mismo, hasta hacía una horas, cuando Smith lo había llamado para explicarle lo del tren. Con ése ya eran demasiados accidentes. Dios sabía que había gente más que suficiente con razones para intentar sabotear a Psycho System, pero no era fácil conseguir un pase para los niveles inferiores en ninguno de los laboratorios de Winsburg. Y si… Smith había mencionado algo sobre que la compañía quería datos reales sobre el virus, no sólo simulaciones sino algo práctico; quizá lo hubieran dejado escapar ellos mismos. Podían haber enviado a uno de sus comandos para hacer saltar el corcho que no debería haber saltado nunca, por decirlo de alguna manera. O tal vez sea así como planean conseguir el virus-N. Creando todo este caos y luego colándose sigilosamente para robarlo. Gero apretó los dientes. No. Aún no sabían lo cerca que estaba de lograrlo, y no lo sabrían hasta que él estuviera bien preparado. Había tomado precauciones, escondido cosas, e incluso Annette había sobornado a los vigilantes para que se mantuvieran apartados. Lo había visto ocurrir demasiadas veces: la compañía apartaba a un científico de su investigación porque quería resultados instantáneos, y para ello se la entregaba a gente nueva… Y al menos en dos casos que conocía directamente, el científico inicial había sido eliminado, la mejor manera de que no se pasara a la competencia. Pero a mí no me pasará. Y tampoco al virus-N. Era la obra de su vida, pero lo destruiría antes de dejar que se lo arrebataran de las manos. Llegó a la sala de control que buscaba. En realidad se trataba de una plataforma de observación que compartía el espacio con el generador auxiliar de la planta, que afortunadamente se hallaba en silencio. Las luces no funcionaban, pero mientras avanzaba por la pasarela metálica vio a Smith sentado ante las pantallas de vigilancia, con la espalda recortada contra el destello de los monitores. Como hacía a menudo, Smith llevaba puestas las gafas de sol, una costumbre afectada que siempre había irritado a Gero; era como si el tipo pudiera ver en la oscuridad. Antes de que le anunciara su presencia, Smith ya había alzado una mano, sin mirar siquiera por encima del hombro, para que Gero se acercara. —Ven a ver esto. Su voz era autoritaria y urgente. Gero se apresuró a unirse a él y se inclinó sobre la consola para ver lo que tanto interesaba a Smith. Éste tenía la vista fija en una escena del centro de formación, en lo que parecía la videoteca del segundo piso. Un recluta vagaba por la sala. Era evidente que estaba infectado y llevaba el uniforme de trabajo manchado de sangre y otros fluidos. Sin duda se lo veía mojado, pero Gero no notó nada especialmente extraño en él. —No veo… —comenzó, pero Smith lo interrumpió. —Espera. Gero contempló cómo el joven recluta, un chico que nunca llegaría a viejo gracias al virus-M, chocaba con un pequeño escritorio en un rincón de la sala, luego se daba la vuelta y regresaba, tambaleándose como hacían todos los portadores, hacia los bancos de los ordenadores. La cámara lo siguió. Justo cuando Gero estaba a punto de preguntar a Smith qué estaban buscando, lo vio. —Ahí —indicó Smith. Gero parpadeó sin estar seguro de lo que había visto. Mientras volvía hacia los ordenadores, el brazo del recluta se había alargado y afinado, se había estirado casi hasta tocar el suelo y luego había vuelto a su forma normal. El proceso había durado menos de un segundo. —Es la tercera vez que pasa durante la última media hora, más o menos — informó Smith sin alzar la voz. El recluta continuó vagando por la reducida sala, y de nuevo pareció indistinguible de cualquiera de los otros condenados que aparecían en las pequeñas pantallas. —¿Un experimento del que no estábamos informados? —preguntó Gero. Pero sabía que era improbable. Ambos estaban tan al corriente de todo como cualquier otra persona fuera de las oficinas centrales. —No. —¿Mutación? —Tú eres el científico, dímelo tú —replicó Smith. Gero reflexionó un instante y luego negó con la cabeza. —Supongo que sería posible, pero… No, no lo creo. Observaron en silencio al soldado durante un momento, pero éste volvió a cruzar la sala sin que nada se alargase o cambiase. Gero no sabía qué era exactamente lo que habían visto, pero no le gustó nada de nada. En la complicada serie de ecuaciones en que se había convertido su vida, entre su trabajo y su familia, entre los desastres de Winsburg y sus sueños de conseguir crear artificialmente el virus perfecto, lo que habían visto era una incógnita. Era algo nuevo. Un crujido de estática rompió el silencio y la voz desconocida de un hombre se oyó en medio de un zumbido. —Tiempo de llegada aproximado, diez minutos, cambio. Eso tenía que ser el equipo de limpieza de Psycho System dirigiéndose hacia el tren. Smith le había dicho que estaban en camino. Éste apretó un botón. —Afirmativo. Informe cuando alcancen el objetivo. Cambio y corto. Volvió a apretar el botón, y los dos hombres continuaron contemplando al soldado desconocido, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Gero no sabía lo que pensaba Smith, pero él empezaba a creer que había llegado la hora de abandonar Winsburg. —Rebecca. La joven no contestó ni se volvió hacia él, únicamente bajó el arma. Billy deseó que hubiera algo que pudiera decir, pero supuso que sería mejor mantener la boca cerrada. La situación hablaba por sí misma: el hombre tendido en el suelo llevaba el uniforme de los MAGNIFICOS, probablemente era un amigo de la chica, y había sido infectado. Billy le concedió un momento a Rebecca, pero no pensaba que pudieran permitirse muchos más lujos. No podía estar seguro, pero parecía que el tren estaba ganando velocidad. Si estaba sin control, seguramente descarrilarían y probablemente morirían. Si alguien lo controlaba, entonces necesitaban saber quién y por qué. —Rebecca —dijo de nuevo, y esta vez la joven se volvió hacia él, sin avergonzarse de sus lágrimas. Lo miró sorprendida. —¿Te he oído disparar hace unos minutos? —le preguntó. Billy asintió con un gesto e intentó sonreír, pero no le salió. —Un bicho monstruoso. ¿Y tú? —Un perro —contestó Rebecca, y se enjugó la última lágrima—. Y… alguien a quien conocía. Billy se removió incómodo y ambos se quedaron en silencio durante un segundo. Finalmente, Rebecca suspiró y se apartó el flequillo de la frente. —Dime que has encontrado las llaves —dijo. —Algo parecido —repuso él, alzando la escopeta. —No servirá —replicó ella, y suspiró de nuevo—. Tiene cierres magnéticos, como la cámara de un banco o algo así. —¿En un tren de pasajeros? —preguntó Billy. —Es privado. —Rebecca se encogió de hombros—. Psycho System. La compañía farmacéutica. Entre el consejo de guerra y la sentencia, Billy no había prestado mucha atención sobre donde lo iban a ejecutar, pero lo recordó de repente: Winsburg, lo más parecido a una metrópolis que había en esa zona y el lugar donde la megacorporación se había instalado inicialmente. —¿Tienen su propio tren? Rebecca asintió. — Psycho System está por todas partes aquí. Oficinas, investigación médica, laboratorios… «Hoy hemos tenido noticias del laboratorio de Arklay… y nos enviarán la semana que viene para comprobar su estado.» El bosque de Winsburg, la misma Winsburg City, todo se hallaba situado en las montañas Arklay. Los pensamientos de Rebecca parecían ir en la misma dirección. —No pensarás que… —No lo sé —repuso Billy—. Y en este momento, no me importa. Aún tenemos que atravesar esa puerta. Rebecca comenzó a caminar de nuevo hacia la parte delantera del tren, luego pareció pensárselo mejor, quizá porque no quería ver a su amigo. Fijó los ojos en el suelo y habló en voz baja. —Hay un cadáver junto a la puerta, un hombre con una llave en la mano — dijo—. Puede que abra algo útil. —Espérame un segundo —le indicó Billy. Pasó ante ella y avanzó por el corredor hasta llegar al final. El decrépito cadáver de un empleado del tren se hallaba apoyado contra la puerta cerrada, era el cuerpo sobre el que la joven estaba inclinada cuando se vieron por primera vez. Y sí que tenía una llave metálica en la agarrotada mano. Billy se la cogió y la observó bajo la tenue luz. Tenía pegada una etiqueta en la que se leía VAGÓN RESTAURANTE. Qué gran ayuda, muchísimas gracias. La dejó a un lado y pasó cerca de un minuto registrando la chaqueta del cadáver. En un bolsillo sólo encontró un paquete de cartas, y en el bolsillo delantero un puñado de caramelos de menta cubiertos de borra… Pero en otro había varias llaves más cogidas a una anilla. Dos no estaban etiquetadas, pero en una tercera estaba grabada la palabra REVISOR en el metal. Billy se las guardó en el bolsillo y, después de pensarlo un momento, se agachó y con cuidado le sacó la chaqueta al cadáver. No pudo evitar una mueca de asco al notar la textura fría y esponjosa de su piel. El pobre tipo no parecía haber pillado el virus, pero una o varias personas desconocidas lo habían mordido repetidamente, del rostro y las manos le habían arrancado grandes pedazos de piel y músculo; estaba hecho un desastre. Billy regresó a donde se hallaba Rebecca, pero se detuvo antes para cubrir con la chaqueta el cadáver del MAGNIFICOS muerto. Sólo le ocultaba el rostro y la parte superior del cuerpo, pero supuso, pensando en la chica, que cualquier cosa sería mejor que nada. Cuando ella se acercó, le hizo un movimiento con la cabeza en señal de agradecimiento, pero no dijo nada. —La llave que viste era del vagón restaurante, donde ya hemos estado —le explicó, y sacó el llavero del bolsillo—, pero puede ser que éstas abran algo. Se hallaban ante la puerta que estaba señalada como la oficina del revisor. Billy alzó la llave grabada. Con un gesto de asentimiento de Rebecca, la metió en la cerradura y la hizo girar sin problemas. Alzó su arma y empujó la puerta, preparado para disparar contra cualquier cosa que no se identificara al primer segundo. No había nadie. Billy se relajó un poco y entró en la oficina. Rebecca esperó en la puerta con el arma desenfundada y miró hacia el escritorio cubierto de papeles. Comenzó a revisarlos mientras Billy registraba el resto de la cabina. —Horarios, cartas… Hay algo llamado «Manual de uso del lanzagarfios» — dijo Rebecca—. Informes de mantenimiento; una nota sobre un cierre de anillo, sea lo que sea eso; hojas de pedido para la cocina… Billy abrió el armario mientras ella seguía recitando el contenido del escritorio. Un par de letreros, postales y varias notas enganchadas en el interior de la puerta, talonarios de gastos y un maletín cerrado. Billy lo cogió y lo sacudió. Algo se agitó en el interior, pero pesaba muy poco. ¿Podría ser una llave? No era probable, pero siempre quedaba la esperanza. Examinó la cerradura con el entrecejo fruncido. No había agujero para ninguna llave, aunque en la parte superior tenía una hendidura en forma de círculo. Movió el picaporte. Estaba firmemente cerrado. Seguramente lo podría desmontar, pero era de buena calidad y posiblemente le ocuparía un tiempo que no podía perder. —Hace un momento has dicho algo de un cierre de anillo, ¿no? —preguntó. Rebecca apartó unos cuantos papeles. —Ah… Aquí. Es una nota escrita a mano; dice: «Modo de acceso a porta, cierre de anillo separado, dos partes.» ¿A «porta» qué? Billy comenzó a encogerse de hombros, y entonces sintió una oleada de excitación. ¡Al portafolios! La llave estaba en el maletín, lo presentía. Observó atentamente la cerradura y de repente recordó el extraño anillo de plata que había hallado arriba, antes de su encuentro con la cosa escorpión. Las muescas de la hendidura se parecían a las del anillo. Pero en la nota dice dos partes, y… —Eh, he encontrado un anillo en la parte trasera del tren —exclamó Rebecca. Billy alzó la mirada mientras la joven se sacaba un anillo de oro del dedo índice, y antes de que se lo entregara, supo que se trataba de la segunda parte. —Creo que hemos dado en el clavo —dijo Billy, sonriendo. Era su primera sonrisa desde… desde no sabía cuándo. En la cabina del maquinista tenía que haber una radio, y controles, y tal vez un mapa que les dijera cómo diablos salir de los bosques. Ya casi habían salido de ésta, estaba seguro. Pero no tenía ni idea. Alguien había hecho arrancar el maldito tren. Era posible que alguno de los empleados siguiera vivo, pero Smith supuso que lo más seguro era que uno de los portadores, con el cerebro hecho papilla, se hubiera caído sobre los controles. En cualquier caso, el piloto del helicóptero ni siquiera había dudado, simplemente había cambiado el momento de llegada en unos cuantos segundos. Lo habían alcanzado a tiempo; si no lo detenían, el tren se iría directo contra el centro de formación y se estrellaría, y lo último que necesitaban era llamar la atención sobre cualquiera de las áreas infectadas que se habían aislado. —Nos desplegamos ahora, cambio. Smith esperó. Podía oír el ruido del helicóptero en el fondo, incluso podía oír las cuerdas por las que descendían los hombres cortando el viento. Deseó a medias estar allí, a punto de pisar el maldito tren que avanzaba a toda velocidad bajo la noche tormentosa, con el arma desenfundada, y los enfermos andantes esperando encontrar el descanso eterno en medio de un baño de sangre y huesos. Gero le interrumpió su agradable fantaseo. Había inquietud en su voz y su actitud mientras extendía la mano para tapar el micrófono con la palma. —¿Estás seguro que esto es el virus? Quiero decir, ¿no podría tratarse de un secuestro o de… un fallo mecánico, quizá? Quiero decir, ¿sabemos sin duda que ese equipo está aquí para encargarse del tren? Smith suspiró internamente. Albert Gero era un hombre inteligente, pero también obsesivamente paranoico. Su convicción de que Psycho System quería robarle su trabajo era de una intensidad casi infantil. —Estamos seguros —respondió—. ¿Qué otra cosa podría ser, si no fuera el virus? Gero hizo un gesto con la cabeza hacia el monitor donde había visto al soldado con el brazo de goma. —Quizá algo relacionado con eso. Smith se encogió de hombros. Era una mutación, tenía que serlo. Extraña, pero no imposible. —Lo dudo. No te preocupes, Albert. Nadie de arriba sabe nada de tu precioso virus-N. —No era exactamente cierto, pero Smith no estaba de humor para consolarlo—. En cuanto al tren…, quizá el virus-M se adapte mejor de lo que pensábamos. Esa explicación no pareció convencer a Gero, lo que no era una sorpresa, porque a Smith tampoco lo convencía. Si la infección en el tren era un accidente, entonces él era la tetera de su tía Maddie, por decir algo. —La mansión, los laboratorios, el tren… ¿Quién lo habrá hecho? —preguntó Gero en voz baja—. ¿Y por qué? Uno de los comandos de limpieza los interrumpió. —Estamos abajo, cambio. —El sonido de fondo de las hélices del helicóptero había sido reemplazado por el rítmico traqueteo de un tren en movimiento. ¡Ya era hora! —Excelente —dijo Smith, y volvió a tapar el micrófono para poder contestar a Gero. —Eso es irrelevante. Lo que importa ahora es que no salga, que no se extienda más. Hay que destruir el tren. Todas las pruebas deben desaparecer. Seguro que lo entiendes, William. En eso no hay ningún problema, así que no crees uno. —Destapó el micro y habló por él—. ¿A qué distancia se hallan de la próxima bifurcación? Cambio. —A no más de diez minutos, probablemente… Smith esperó a que pasara la estática. —Repita. No lo he entendido. Cambio. Hubo un chirriante estallido de acoples, lo suficientemente alto como para doler. Smith se echó hacia atrás y vio a Gero haciendo una mueca ante el sonido… Y entonces se oyeron gritos, ambos hombres en el tren chillaron a la vez. —¡Ah, Dios! ¿Qué demonios…? —¡Jesús! —¡Sácamelo, sácamelo de encima! —¡No! ¡Nooo! ¡Noo…! Se oyeron varias ráfagas de los rifles automáticos, luego el grito inarticulado de dolor y terror de un hombre sobre ese sonido y finalmente sólo el zumbido de la estática. Smith apretó los dientes con fuerza mientras a su espalda, Gero comenzaba a farfullar presa del pánico. Al parecer sí que había un problema. Se hallaban ante la puerta cerrada. Rebecca sujetaba la tarjeta y tenía una sensación de triunfo desproporcionado en comparación con lo que realmente habían logrado. Supuso que probablemente se debía a que se sentía emocionalmente agotada. No había sido difícil, habían encontrado un par de anillos y habían abierto el portafolios. A pesar de todo, se sentía como si hubiera resuelto el enigma de la maldita esfinge. Billy le hizo un gesto para que abriera la puerta, inclinando la cabeza hacia un lado. Seguía escuchando atentamente. Le aseguró que había oído un helicóptero en el exterior cuando habían ido a buscar el anillo, y a alguien gritando poco después. Rebecca no había oído nada. Probablemente él estaba tan exhausto como ella, considerando… … considerando que estaba de camino hacia su ejecución. No empieces a hacer comparaciones. Por mucho que haya hecho para ayudarte, sigue siendo un animal, y olvidarlo te puede costar la vida. De acuerdo. En cuanto hubiera llegado a una radio que funcionara, se habría acabado esa tregua. Pasó la tarjeta por el lector y la lucecita roja cambió a verde. La puerta se abrió con un clic y Billy la empujó hacia dentro. El sonido del tren se convirtió en un rugido mientras la puerta se abría sobre una pasarela de rejilla que estaba parcialmente expuesta a los elementos. El viento y la niebla los salpicó cuando pisaron la pasarela. A la derecha había una especie de jaula cerrada con equipo que se extendía a lo largo de todo el vagón; a la izquierda sólo había un pasamanos y la violenta noche que atravesaban a toda velocidad. Delante, en otro vagón, vieron lo que debía de ser la cabina del conductor, aunque era difícil juzgar en la oscuridad. Rebecca se aferró al pasamanos cuando se dio cuenta de la velocidad a la que avanzaba el tren; realmente estaba volando sobre las vías. Oh. Rebecca se detuvo mientras Billy avanzaba rápidamente unos pasos y se agachaba junto a un hombre o una mujer. Había un segundo cuerpo a más o menos un metro del primero. Ambos iban vestidos con trajes de asalto y tenían el rostro oculto tras visores tintados. ¿SCOTLAND YARD? ¿Cuándo han llegado aquí? ¿Y por qué sólo dos? Mientras se acercaba, la joven pudo ver que ambos brillaban a causa de la baba que los cubría, la misma porquería espesa que excretaban las sanguijuelas del vagón restaurante. El uniforme, los chalecos antibalas y las piezas metálicas no llevaban ninguna insignia. No eran del departamento de policía de Winsburg City ni militares. Billy observaba la pared de rejilla metálica de la derecha. Rebecca le siguió la mirada y vio lo que parecía una tela de araña gigante hecha de hilos negros enganchada a la parte interior de la reja, de la que colgaban miles de sacos semitranslúcidos. Sacos de huevos. De las sanguijuelas. Rebecca sintió un escalofrío, y Billy se incorporó de nuevo sacudiendo la cabeza. Tuvo que gritar para que ella le pudiera oír sobre el estruendo de tren. —¡No hay nada que hacer! ¡Están muertos! Rebecca ya lo había supuesto, pero no iba a fiarse de su palabra. Pasó ante él y examinó los dos cuerpos en busca de alguna señal de vida. Notó las extrañas hemorragias que brotaban de pequeños montículos sobre la piel pálida. Billy tenía razón, y tal vez también la había tenido al decir que había oído gritos. A pesar de la lluvia, ambos cuerpos aún estaban calientes. Se incorporó, se volvió a agarrar a la barandilla y siguió a Billy hasta el siguiente vagón. Justo estaba pensando qué iban a hacer si se encontraban con otra puerta cerrada cuando vio a Billy empujar hacia dentro la puerta. Salieron de la lluvia y entraron en una cabina de maquinista relativamente pequeña, limpia y ordenada, excepto por la fina y homogénea capa de baba que cubría la consola de controles que se hallaba enfrente. Los oídos le silbaron a Rebecca por el súbito silencio cuando la puerta se cerró tras ella, pero estaba más preocupada con las numerosas luces rojas parpadeantes que cubrían la reluciente consola. Billy se acercó y contempló los múltiples paneles de control durante un momento y luego presionó sobre un teclado que se hallaba ante una pequeña pantalla. El monitor permaneció negro. Billy se volvió para mirar a Rebecca con una expresión sombría. —Los controles están bloqueados —dijo. Rebecca sacó la tarjeta magnética del bolsillo de su chaleco. No había números en ningún lado, nada que pudieran utilizar como secuencia. Se acercó a Billy, intentando no prestar atención a la lluvia que golpeaba el parabrisas y a la vertiginosa masa tenebrosa de los bosques, y apretó unos cuantos botones. Las teclas parecían bloqueadas, no se hundían completamente. Comenzó a buscar cualquier cosa con la palabra EMERGENCIA escrita encima. —Aquí —dijo Billy, y alargó la mano hacia una palanca que sobresalía de un lado de la consola. Cuando la apretó, por la pantalla del ordenador comenzaron a pasar palabras. FRENOS DE EMERGENCIA - LAS TERMINALES FRONTAL Y POSTERIOR DEBEN ESTAR ACTIVADAS ANTES DE FRENAR. ¿RESTAURAR LA CORRIENTE A LA TERMINAL POSTERIOR? Eran los controles que Rebecca había visto al final del tren. Billy apretó la tecla de activación. CORRIENTE RESTAURADA EN LA TERMINAL POSTERIOR DE FRENADO. —Gracias a Dios —exclamó Rebecca—. Hazlo ya, detén esta cosa. El tren parecía ir a una velocidad imposible. El rugido de los motores era más estruendoso que antes y parecía a punto de llegar a un volumen de paroxismo. Billy apretó la palanca. Se movió con facilidad, con demasiada facilidad, y nuevas palabras recorrieron la pantalla. LA SECUENCIA DE LOS FRENOS TRASEROS DEBE SER ACTIVADA ANTES DE QUE SE ACCIONEN LOS FRENOS. —¡Oh, tiene que ser una broma! —exclamó Billy, haciendo una mueca—. ¿Cómo que no podemos activar los frenos de emergencia desde la maldita sala de control? —Es posible que podamos, sólo que no sin autorización —repuso Rebecca—. Aunque, manualmente… He visto la terminal posterior, está fuera del último vagón. Voy para allí. Billy negó con la cabeza, mirando hacia la oscuridad que pasaba ante ellos demasiado de prisa. —No, déjame que vaya yo. No te ofendas, pero creo que puedo correr más de prisa que tú. ¿Hay por ahí un sistema intercomunicador? Te puedo llamar cuando lo haya activado. Ambos comenzaron a buscar, pero la consola estaba llena de interruptores y paneles sin ninguna indicación, tardarían demasiado tiempo en descubrir para qué servían. Rebecca comenzó a decirle que tendría que correr, y por la gran velocidad a la que parecía avanzar el tren, seguramente tendría que hacer un sprint, cuando de repente se acordó de Edward. —La radio de Edward —dijo—. La tenía antes de que… Todavía debe de llevarla encima. Billy ya corría hacia la puerta. —La cogeré de camino. —Ten cuidado. Billy asintió con un gesto y lanzó otra mirada hacia el exterior. —Estate preparada para darle a los frenos desde aquí. Tengo la sensación de que, de una forma u otra, vamos a parar muy pronto. Abrió la puerta hacia el estruendo, y salió. Los segundos pasaban lentamente. Rebecca se aseguró de que su radio estuviera funcionando y mantuvo la mano sobre la palanca de frenos mientras contemplaba la noche. El tren tomó una curva demasiado rápido, y Rebecca cerró los ojos rogando para que la máquina descontrolada se mantuviera en la vía e imaginando que sentía elevarse las ruedas para luego volver a caer sobre los raíles. Billy tenía razón, de una forma u otra, no iban a ir mucho más lejos. ¿Por qué tarda tanto? Sólo habían pasado unos minutos, pero eso ya era mucho. Agarró la radio y apretó el botón para transmitir. —¿Billy, me oyes? ¿Cuál es tu situación? Cambio. Nada. —¿Billy? —Esperó mientras contaba lentamente hasta cinco y el corazón empezaba a latirle a toda prisa. Vio que se acercaba otra curva—. ¿Billy, me oyes? ¡******! Quizá no hubiera encontrado la radio, o igual había olvidado encenderla. O algo había pasado con los controles y no los podía activar. O está muerto. Quizá algo lo haya atrapado. El tren entró en la curva, y esta vez no hubo que imaginar nada, el tren se inclinó demasiado y aceleró mientras se sacudía al caer de nuevo. Otra curva como ésa y todo habría acabado. Tendría que ir ella a la parte trasera; no había tiempo, pero tampoco tenía otra opción. —¡Ahora, Rebecca! Rebecca vio una masa borrosa a la derecha del tren, pero desapareció tan rápidamente que no supo lo que era hasta que hubo pasado: el andén de una estación. El andén de la estación, y eso significaba que lo único que quedaba delante era el lugar donde guardaban el maldito tren, y eso significaba que tal vez ya era demasiado tarde. —¡Sujétate! —gritó por la radio mientras agarraba la palanca y la apretaba con todas sus fuerzas. Algo avanzaba hacia la ventanilla frontal, una oscuridad más profunda que la de la noche. Un túnel. Los frenos chirriaban mientras el tren se lanzaba hacia la negrura y partía alguna débil barrera de la que pasaron trozos de madera volando por delante de la ventana. El tren se inclinó de nuevo, pero esta vez no recuperó la estabilidad. Rebecca oyó su propio grito junto con el chirrido del tren, que caía contra el suelo y comenzaba a deslizarse. El metal se rasgaba y saltaban chispas como si fueran unos fuegos artificiales infernales. La pared se convirtió en el suelo, y Rebecca se golpeó contra él mientras la locomotora se estrellaba contra algo aún más duro y se apagaban las luces. Continuara... Saludos
  20. Esta muy bueno el video, interesante y bien hecho por el fan Saludos
  21. Hola amigos aqui les mando el capitulo 4: CAPÍTULO 4 La solitaria figura sobre la colina contemplaba el tren mientras éste ganaba velocidad y desaparecía entre la tormenta. Tenía el corazón rebosante de la canción que se había derramado de sus labios y vibraba con tanta dulzura en el salvaje aire de la noche llamando de vuelta a sus ayudantes. Habían cumplido su cometido. El tren estaba preparado para la inevitable cuadrilla de limpieza, que llegaría en cuanto el sol se pusiera. También habían hecho que la mayoría de infectados se perdieran por los bosques, habían cerrado las puertas y puesto en marcha el motor. Quería que fueran las sanguijuelas las que se alimentaran, no los portadores del virus, y una vez que el equipo de Pyscho System subiera al tren, no habría forma de escapar. La lluvia caía sobre las sanguijuelas mientras éstas reptaban colina arriba contestando a su llamada, a sus deseos. Las recibió con una sonrisa al acabar su canción. Las cosas iban tan bien como pudiera desear. Después de una espera tan larga, ya no quedaba mucho. Su sueño se cumpliría. Se convertiría en la pesadilla de Pyscho System y luego en la del mundo entero. —Lo primero que tenemos que hacer es detener el tren —propuso Rebecca. Billy asintió con un gesto. —¿Alguna idea? —Separémonos —contestó ella, tranquila, sorprendentemente tranquila considerando por lo que acababa de pasar—. El vagón de cabeza está cerrado. Tenemos que conseguir abrir esa puerta para llegar hasta la máquina. —Disparemos a la cerradura —dijo Billy. —Es un lector magnético —repuso Rebecca, negando con la cabeza—. Tenemos que encontrar la tarjeta que hace de llave. —He visto la oficina de un revisor… —Cerrada —informó Rebecca—. Tendremos que encontrar una por nuestra cuenta. —Eso nos puede llevar un buen rato —indicó Billy—. Deberíamos permanecer juntos. —Entonces tardaríamos el doble. Preferiría salir de este trasto antes de que llegue a donde sea que vaya. Aunque no le gustaba nada andar solo por el tren y quería aún menos que ella fuera sola, Billy no podía discutir la lógica de Rebecca. —Comenzaré desde atrás e iré hacia adelante —dijo ésta—. Tú encárgate del segundo piso. Nos encontraremos en el vagón de cabeza. Estás hecha toda una mandona, ¿no crees, pequeña?, pensó Billy, pero prefirió no decirlo. En algún momento de un futuro no muy distante, ella podría ser lo único que le impidiera convertirse en el almuerzo de alguien. —Y te pegaré un tiro si intentas cualquier cosa rara —añadió Rebecca. Billy estaba a punto de replicarle, pero entonces vio el brillo en los ojos de la chica. No estaba hablando en serio. No del todo. La joven hizo un gesto con la cabeza indicando el arma de Billy. —¿Necesitas munición para ese trasto? —Estoy servido. ¿Y tú? Con otro gesto de cabeza, Rebecca fue hacia la puerta. Al llegar allí, se volvió. —Gracias —dijo mientras gesticulaba vagamente hacia el fondo del vagón—. Te debo una. Antes de que él pudiera contestar, ella se había ido. Billy se quedó mirándola un momento, bastante sorprendido de la disposición de la joven a enfrentarse a los peligros del tren en solitario. ¿Había sido él tan valiente a su edad? Se le llama «negación de la mortalidad». Pasa cuando eres tan joven, pensó. Sí, también él había pensado que viviría para siempre. Pero que te condenaran a muerte te hacía ver las cosas de una manera ligeramente diferente. Se detuvo un instante para comprobar el vagón restaurante. Miró con asco los restos aplastados y líquidos de unas cuantas docenas de sanguijuelas mientras inspeccionaba apresuradamente detrás de la pequeña barra del bar y bajo las mesas. Había una puerta cerrada al fondo de la sala, pero una patada rápida y una ojeada le mostraron que sólo era una cabina de servicio vacía con un agujero en el techo. No se entretuvo más de lo necesario. Suponía que lo mejor que podía hacer era registrar los cuerpos de los empleados del tren. Bajó las escaleras, se detuvo un momento al final y miró hacia el extremo del tren antes de seguir. Rebecca Peer parecía capaz de cuidar de sí misma, por lo tanto, más valía que se ocupara de vigilar su propia espalda. Volvió a cruzar la doble puerta; atravesó el primer vagón de pasajeros, que seguía completamente vacío, y respiró profundamente antes de dirigirse hacia el segundo. Lanzó una rápida mirada para asegurarse de que no había nadie por ahí, y fue hacia las escaleras, sin querer mirar el cuerpo del hombre al que había matado. Ya había matado antes, pero no era algo a lo que llegaras a acostumbrarte si tenías conciencia. El olor lo alcanzó antes de llegar al segundo piso, y avanzó más despacio, respirando superficialmente. Era como agua de mar y podredumbre. Cuando llegó arriba, vio el origen del olor y tragó bilis. Ahora sabemos de dónde vienen. Había llegado a un rellano al final de las escaleras. De allí partía un corredor que giraba a la derecha unos cuantos metros más allá, y, desde el suelo hasta el techo, la esquina izquierda del rellano estaba cubierta por algo parecido a una inmensa tela de la que colgaban cientos de saquitos de huevos, como si fuera el nido de una araña. Pero esos sacos eran negros y húmedos y brillaban bajo la tenue luz de un aplique medio enterrado. Se balanceaban suavemente con el traqueteo del tren, lo que los hacía parecer casi vivos. Por suerte, estaban vacíos. Deseaba con todas sus fuerzas no encontrarse con la criatura que los había puesto. Se alejó lentamente de la esquina entelada pisando los hilos de materia brillante, que se esparcían sobre el rellano como una alfombra, mientras consideraba vagamente si, después de todo, el accidente del jeep había sido realmente una suerte. No quería morir de ninguna manera, pero un pelotón de fusilamiento, organizado y limpio, resultaba mucho más atractivo que ser devorado por un montón de sanguijuelas de formas cambiantes. No te líes, soldado. Estás donde estás. Cierto. Recorrió el corredor y se relajó un poco al ver que estaba vacío. Había dos puertas cerradas, una a cada lado del estrecho pasillo y ambas marcadas con un número. Por eso y por la lujosa decoración supuso que se trataba de cabinas privadas. Era una buena suposición. Abrió la primera puerta, la 102, y se encontró en un pequeño dormitorio bien equipado y, por suerte, sin cuerpos ni sangre. Desgraciadamente, tampoco había mucho más, aunque sí encontró un montón de artículos personales en un pequeño armario. Había papeles, un paquete de fotos y un joyero. Abrió el joyero y encontró dentro un anillo de plata de un diseño poco corriente. Parecía parte de unos de esos grupos de anillos entrelazados, con un claro dibujo hecho con muescas y giros. Como no estaba comprando joyas, lo volvió a dejar en el joyero y se dirigió hacia el otro compartimento. Cuando abrió la puerta de la 101 sintió una nueva esperanza. Allí, colocada en el suelo como un regalo, había una escopeta. Billy la recogió y la abrió. Era una Western de cañones superpuestos y cargada con dos cartuchos del calibre doce. Rebuscando, encontró un puñado más de cartuchos, pero ninguna llave de tarjeta. Cierre magnético o no, seguramente esto abrirá esa puerta, pensó, mientras se guardaba los cartuchos en el bolsillo delantero. El peso del arma le resultaba reconfortante. Estuvo tentado de ir a buscar a Rebecca inmediatamente, pero decidió que más valía acabar lo que había empezado. Había una puerta al final del corredor que seguramente llevaría al segundo piso del vagón contiguo y que además lo acercaría a la cabeza del tren. Cuanto antes se reuniera con la chiquilla, mejor. No tenía miedo de estar solo, no era eso, y ni siquiera estaba preocupado por Rebecca, aunque algo había. Eran tantos años en el servicio que, si algo había aprendido, era que estar solo en medio de un combate era la peor manera de estar. La puerta no estaba cerrada con llave y se abría a un vagón salón, vacío y muy elegante. A su derecha vio una barra de bar muy pulimentada y bien provista. Junto a las paredes se alineaban elegantes mesitas que dejaban libre una amplia extensión de suelo enmoquetado bajo unas recargadas lámparas que colgaban del techo. Al igual que en el vagón anterior, no había sangre ni cuerpos. Billy echó un vistazo detrás de la barra y luego se dirigió hacia la puerta que había en el otro extremo del salón. Sintió una extraña inquietud al cruzar el espacio abierto y apretó con más fuerza la escopeta. Cuando ya casi había llegado al otro extremo de la sala, algo se estrelló contra el techo. El sonido fue estruendoso, ensordecedor, y el golpe tan fuerte que la lámpara que se hallaba tras el bar cayó al suelo y el cristal se hizo añicos. El tren se sacudió sobre los raíles, y Billy se tambaleó y estuvo a punto de caer. Consiguió mantener el equilibrio y se volvió para mirar. En el lugar donde había estado la lámpara había una profunda hendidura. El metal estaba retorcido, y mientras Billy miraba, dos «cosas» gigantes se clavaron en el techo, atravesándolo a unos dos metros una de otra. Billy las contempló asombrado, sin saber qué estaba viendo. Las agudas piezas, grandes, cilíndricas y acabadas en punta, parecían estar divididas longitudinalmente, partidas por la mitad. Parecían… ¿pinzas? Se le hizo un nudo en el estómago. Eso era exactamente lo que eran, como las pinzas de un cangrejo o un escorpión gigante, y mientras las contemplaba, se abrieron mostrando unos bordes serrados. Las enormes pinzas se torcieron hacia arriba y comenzaron realmente a serrar el techo de acero. El sonido del metal al romperse era como un chirrido agudo. Ya había visto bastante. Se dio la vuelta y corrió los escasos metros que lo separaban de la puerta. Notó que lo cubría un sudor frío. A su espalda, el grito del metal torturado continuaba creciendo. Agarró el manillar de la puerta, apretó… Y estaba cerrada con llave. Claro. Se volvió justo a tiempo de ver al propietario de las enormes pinzas saltar a través del retorcido agujero que había hecho y bloquearle la única ruta de escape. Rebecca acababa de decidir que el último vagón era seguro cuando el perro atacó. Después de dejar a Billy, había atravesado la cocina, situada en el último vagón. Rebosaba de sangre y de utensilios culinarios caídos por todos lados, pero por lo demás estaba vacía. Rebecca estaba comenzando a preguntarse si algunos de los pasajeros y empleados podrían haber escapado, quizá cuando el tren fue atacado por primera vez. Había demasiada sangre para tan pocos cadáveres. Pero considerando el estado de los pocos pasajeros con los que se había topado, tal vez fuera mejor así. Le patinaron los pies sobre un charco de aceite mientras inspeccionaba la cocina, pero aparte de eso su búsqueda transcurría sin incidentes. La puerta que daba al resto del vagón, seguramente a algún tipo de almacén, estaba cerrada con llave, pero había una especie de trampilla a la altura del suelo con una cubierta que no le costó levantar. No le gustaba la idea de arrastrarse por un agujero oscuro, pero sólo era un corto túnel, de un par de metros. Además, le había dicho a Billy que comenzaría por la parte trasera del tren y tenía intención de ser concienzuda. Hacer bien su trabajo era algo a lo que aferrarse en medio de toda esa locura. Las víctimas del virus ya eran un gran mal rollo, y el hombre hecho de sanguijuelas… No pienses en eso. Busca la tarjeta, encuéntrala, detén el tren, consigue ayuda de verdad. Alguien que no sea un asesino convicto. Billy era su único puerto en medio de la tormenta, por así decir, y era cierto que le había salvado la vida, pero confiar en él más de lo estrictamente necesario sería una estupidez. Había tenido razón con respecto al siguiente compartimento. Después de arrastrarse claustrofóbicamente por lo que, por suerte, había sido un corto trecho, se levantó en un espacio de almacenamiento apenas iluminado por una única bombilla. Había cajas y bidones a lo largo de las paredes, la mayoría ocultos entre las sombras. Nada se movía excepto el propio tren, que avanzaba traqueteando sobre la vía. Al fondo del compartimento se encontraba una puerta con una ventana. Rebecca se acercó con el arma por delante y los brazos extendidos y vio oscuridad y movimiento al otro lado. El sonido del tren se hizo más fuerte. Se dio cuenta de que por fin estaba en el último vagón, mirando hacia el exterior. Sintió algo parecido al alivio sólo de saber que el mundo seguía existiendo allá fuera. Y llegado lo peor, siempre podía saltar. El tren iba bastante rápido, pero era una opción. Clic. Se volvió al oír el ligero sonido a su espalda y apuntó hacia la nada con el corazón golpeándole dentro del pecho. El tren seguía avanzando, y las sombras yendo y viniendo. El sonido no se repitió. Después de un tenso instante, Rebecca respiró hondo y sacó todo el aire. Probablemente habría sido una de las cajas al bambolearse. Como el resto de ese vagón —bueno, al menos el piso bajo—, el almacén parecía ser seguro. Dudaba de que hubiera una llave de tarjeta en este lugar, pero al menos podría decir que lo había registrado. Clic. Clic. Clic-clic-clic. Rebecca se quedó helada. El sonido estaba justo a su lado, y sabía qué era; cualquiera que hubiera tenido un perro lo sabría: el golpeteo de las uñas sobre una superficie dura. Movió lentamente la cabeza hacia la derecha, donde vio que había un par de cestas para perros, ambas con la puerta abierta. Y saliendo de las sombras, detrás de la más cercana… Todo pasó muy de prisa. Con un furioso gruñido, el perro saltó. Rebecca tuvo tiempo de apreciar que era como los otros que había visto, enorme, infectado y destrozado. Luego, su pie derecho se alzó en un acto reflejo. Lanzó una violenta patada y le dio a la criatura en el costado del enorme pecho. Con un horrible sonido húmedo, oyó y notó como un gran trozo del pecho del animal se hundía, la piel se separaba del músculo grisáceo y un pedazo de pellejo apelmazado se le pegaba a la suela del grasiento zapato. Increíblemente, el perro siguió avanzando como si no notara la herida, con las goteantes fauces abiertas. La atraparía antes de que ella pudiera levantar el arma, estaba segura. Casi podía sentir los dientes clavándosele en el brazo, y también supo que un mordisco de ese perro la mataría, la transformaría en uno de los muertos vivientes. Pero antes de que los dientes llegaran a tocarla, se le fue el otro pie, manchado de aceite, y resbaló. Rebecca cayó al suelo y se golpeó la cadera, pero el perro pasó sobre ella, soltando un penetrante olor a carne podrida. El perro llegó a tocarla. Llevado por el impulso, una de las patas traseras le había pisoteado el hombro izquierdo al pasar sobre ella. Su afortunada caída sólo le había regalado un segundo. Rebecca rodó sobre el estómago, extendió el brazo y disparó. Le dio al animal mientras éste se volvía para seguir atacando. El primer tiro fue demasiado alto, pero el segundo dio en el blanco y la bala le entró a la pobre bestia por el ojo izquierdo. El perro se desplomó sobre el suelo, muerto ya antes de caer. La sangre empezó a derramarse alrededor del animal. Rebecca se alejó arrastrándose y se puso en pie. La virología no era su especialidad y sólo tenía conocimientos básicos, pero estaba dispuesta a apostar a que la sangre del perro estaría caliente y sería altamente infecciosa. No tenía ningún interés en pillar lo que corría por ahí. Eso no era un resfriado común y corriente. Suponiendo que esto sea un virus, pensó, mientras miraba a la masa podrida que había sido un can. Ese misterioso virus-M del que había hablado Billy tenía tan poco sentido como todo lo demás. ¿Cómo se había extendido? ¿Cuál era su grado de toxicidad y con qué rapidez se multiplicaba en el cuerpo del portador? Se raspó la suela del zapato contra una de las perreras y esperó que el húmedo sonido de desgarro se le borrara de la memoria con la misma facilidad. De repente, vio algo brillando en las sombras. Se inclinó y recogió un pequeño anillo de oro grabado con un dibujo poco corriente. No parecía ser de oro auténtico y probablemente no valía nada, pero era bonito. Y teniendo en cuenta todo lo sucedido, se podía considerar afortunada de estar ahí contemplándolo. —Lo que lo convierte en un anillo de la suerte —dijo, y se lo puso en el dedo índice de la mano izquierda. Le ajustaba casi a la perfección. El anillo fue todo lo que encontró. No había ninguna tarjeta magnética rondando por ahí, ni nada que le pudiera ser útil. Salió un momento a la plataforma trasera e inmediatamente se quedó empapada. La tormenta era torrencial, y el tren iba a demasiada velocidad para pensar en saltar. Sintió un breve rayo de esperanza cuando vio un panel en el que ponía FRENO DE EMERGENCIA, pero unos cuantos toques a los controles demostraron que no tenían corriente. ¡Pues vaya con las emergencias! Regresó al interior mientras se apartaba el pelo mojado de la frente. Había llegado el momento de ir hacia adelante e intentar registrar los cuerpos de los hombres que Billy y ella habían matado. Por muy desagradable que fuera esa idea, no tenía muchas alternativas. No sabían si alguien estaba conduciendo el tren o si iba sin control. Fuera como fuera, tenían que conseguir controlarlo. Miró hacia el perro que yacía a su espalda una vez más antes de marcharse, por la puerta esta vez, y no pudo evitar pensar en lo afortunada que había sido y en cuan fácilmente podría haber recibido un mordisco o haber muerto destrozada. No volvería a bajar la guardia; sólo esperaba que Billy estuviera teniendo mejor suerte. ¡Dios bendito! Billy se quedó mirando con la boca abierta y el cerebro paralizado ante lo imposible que resultaba la cosa que tenía delante de él, a menos de diez metros. Podía parecerse a un escorpión, si los escorpiones crecieran hasta tener el tamaño de un coche deportivo. El monstruo que había atravesado el techo del tren era como un insecto, de unos tres metros de largo, con un par de pinzas gigantes y acorazadas a cada lado del rostro plano y una cola larga e hinchada que se arqueaba sobre su espalda y acababa en un aguijón curvado más grande que la cabeza de Billy. Tenía muchas patas, pero Billy no estaba de humor para contarlas, no mientras esa cosa avanzara hacia él, emitiendo un sonido parecido al de un motor sobrecalentado al golpear el suelo con sus articuladas extremidades. La lluvia caía a raudales por el agujero del techo. Era como una escena infernal, con la criatura emergiendo de la húmeda niebla como en una pesadilla. No había tiempo para pensar. Billy se echó la escopeta de caza al hombro, la montó y apuntó al cráneo plano y chato de la cosa. Entre el movimiento del tren y el avance rasposo y tambaleante de la monstruosidad, le llevó unos segundos asegurar el tiro, unos segundos que le parecieron eternos. La criatura se acercó, y a cada resonante paso los duros pelos de sus puntiagudas pezuñas arrancaban retazos de la elegante alfombra. Billy apretó el gatillo, y la escopeta le golpeó el hombro con suficiente violencia como para causarle un hematoma. Diana. La cosa lanzó un chillido agudo y un borbotón de un fluido lechoso salió a presión del cráneo acorazado. Billy no se detuvo a evaluar el daño, volvió a apuntar y disparó. ¡Bumm! La cosa gritó aún más fuerte, pero siguió avanzando. Billy abrió el arma, hizo saltar los cartuchos y buscó unos nuevos. Hurgó en el bolsillo nerviosamente y los cartuchos cayeron al suelo mientras el monstruo cubría la distancia rápidamente, demasiado rápidamente. Le quedaba un solo cartucho en el bolsillo. Lo agarró, lo metió en el cañón y se colocó la escopeta a la altura de la cadera. Como no sirva éste… El tiro le dio al monstruo en el centro de su desagradable rostro, a sólo un metro de donde se hallaba Billy, tan cerca que notó que el calor del residuo de pólvora le golpeaba la piel desnuda y se le incrustaba. El agudo chillido se detuvo cuando un gran pedazo irregular de exoesqueleto saltó por los aires desde la parte trasera de la cabeza del monstruo y salpicó la espasmódica cola de sangre y trozos de masa cerebral. Un temblor sacudió a la cosa, las enormes pinzas saltaron hacia fuera, abriéndose y cerrándose, y la cola aguijoneó el aire. Con un borboteante grito final, el monstruo cayó al suelo y pareció desinflarse mientras las pinzas y el resto del cuerpo dejaban de moverse. El olor que despedía, como de grasa sucia, rancia y caliente, era casi devastador, pero Billy permaneció inmóvil durante más de un minuto, esperando para asegurarse de que el bicho estaba muerto. Podía ver por dónde habían penetrado los dos primeros tiros, ligeramente a la izquierda, aunque el último había sido bueno y había descascarillado la armadura que protegía los negros ojillos. ¿Qué era aquello? Lo contempló horrorizado, sin estar muy seguro de quererlo saber. Debía de estar relacionado con los perros y los muertos vivientes, con el virus-M. El diario que había encontrado decía algo sobre que incluso pequeñas dosis causaban cambios de tamaño y agresividad… Lo que significa que este tipo debe de haberse tragado unos diez litros como mínimo. ¿Accidentalmente? Para nada. El diario también decía algo de un laboratorio. Y de controlar los efectos del virus y de que, hasta que lo pudieran controlar, la empresa estaba «jugando con fuego». Las implicaciones estaban bien claras. Quizá el virus-M se hubiera escapado accidentalmente, pero esa empresa, fuera la que fuera, sabía de antemano lo que el virus podía hacer. Habían estado experimentando con él. Pero, por el momento, lo único que importaba era que la cosa estaba muerta y que se había acabado el buscar la llave. A la porra el ir solo. Si el rey escorpión tenía hermanos o hermanas rondando por ahí, Billy quería que fuera otro quien tuviera que aguantarlos. Recogió los cartuchos que se le habían caído y cargó la escopeta. Luego rodeó con cuidado el enorme cuerpo apestoso del monstruo y fue en busca de Rebecca. Quizá ella hubiera tenido mejor suerte. Justo al entrar en el siguiente vagón, Rebecca creyó oír una arma de fuego a su espalda. Se detuvo en la puerta y se apoyó en el marco mientras contemplaba aturdida el perro muerto y escuchaba atentamente. Los truenos retumbaban en el exterior. Pasado un momento, desistió de intentar oír algo y avanzó hacia la cabeza del tren. Se movía lentamente, preparándose para ver a Edward de nuevo, y deseó haber pensado en coger una manta o algo entre el revoltijo del vagón de pasajeros. Quizá el abrigo de alguno de los muertos. Lo que era seguro es que no tenía nada más, excepto una creciente sensación de indignación hacia quien fuera que hubiera dejado escapar el virus-M y un fuerte dolor de cabeza de tanto contener la respiración. Ni llaves ni nada que pudiera servir para algo. Pensó en el cadáver del empleado del tren que había hallado en el vagón delantero, donde también se había encontrado con Edward. Quizá la llave que agarraba con su mano muerta resultara útil. Llegó a la esquina del pasillo y se obligó a doblarla, evitando el charco de fluidos que habían salido del perro muerto. Edward había desaparecido. Rebecca se detuvo en seco y se quedó observando el lugar. El segundo perro continuaba en el mismo sitio, pero un trozo de gasa roja y unas cuantas salpicaduras sangrientas era todo lo que indicaba que el cuerpo de Edward también había estado allí. Eso y el penetrante olor a putrefacción. Una brisa fresca y húmeda entraba por las ventanas, pero el hedor era demasiado fuerte para que pudiera con él. Todo pareció moverse a cámara lenta cuando miró hacia abajo y vio huellas sobre la sangre del perro. Las siguió con la mirada. Las marcas de botas eran manchas rojas alargadas, como si quien caminara estuviera borracho o… enfermo. No. No le había encontrado el pulso. El tiempo se ralentizó aún mas. Finalmente alzó la mirada del suelo y vio el borde de un brazo desnudo; alguien a quien no podía ver estaba justo al final del corredor. Alguien alto. Alguien que calzaba botas. —No —exclamó, y Edward se apartó de la pared y quedó a la vista. Cuando la vio, sus resecos labios se abrieron y dejó escapar un gemido. Avanzó rígidamente hacia ella, con la cara gris y los ojos en blanco—. ¿Edward? Él continuó avanzando, tambaleándose, rozando la pared con el hombro empapado de sangre, los brazos colgando sin fuerza a los costados y el rostro vacío, sin rastro de inteligencia. Era Edward, era su colega, pero Rebecca alzó la pistola, dio un paso atrás y le apuntó. —No me obligues a hacerlo —dijo, mientras una parte de su mente se preguntaba cuan parecido a la muerte era el estado en que el virus sumía a sus víctimas. Debe de haberle reducido el ritmo cardíaco… Edward gimió de nuevo. Parecía desesperadamente hambriento, y aunque sus ojos casi no se distinguían bajo la nube blanquecina, Rebecca alcanzó a verlo como para entender que eso ya no era Edward. Él se tambaleó, acercándose. —Descansa en paz —murmuró Rebecca, y disparó. La bala le perforó un limpio agujero en la sien izquierda. Lo que había sido Edward permaneció completamente inmóvil por un instante, sin que desapareciera su expresión embotada de hambre, y luego se desplomó sobre el suelo. Cuando Billy la encontró, unos minutos después, Rebecca aún seguía allí, apuntando con la pistola al cadáver de su amigo. Saludos
  22. Concuerdo totalmente con vos, da muchisima pena y lastima esa actuacion saludos
  23. esta muy bueno Lara Valentina, segui asi Saludos
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