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LARA CROFT ADULT VOL.1


PERICO

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Buenas de nuevo,

 

antes de continuar el relato (que irá muy poco a poco ya que estoy de erasmus!) me gustaria saber qué temas "adultos" os gustaría ver reflejados en este relato, aprovechando la nueva perspectiva con la que estoy tratando a Lara Croft. Como lo estoy escribiendo a medida que posteo practicamente, estoy abierto a todo tipo de sugerencias -aunque siempre tengo una estructura general de cada relato que empiezo, siempre cambio cosas conforme escribo... sé que está mal pero lo hago !!! No puedo evitarlo.

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ya has tocado el sexo y las drogas, que espero no se quede sólo en eso, y apuntaba storm una buena idea.

 

Problemas en casa (quizas sus padres no sean un matrimonio ideal), problemas económicos (hipoteca de bienes, malas inversiones,....), en definitiva, el pan nuestro de cada dia.

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  • 2 weeks later...

Perdón de nuevo por la tardanza. Esto irá lento porque hay mucho por hacer aqui en Inglaterra (mucho estudio... y mucha fiesta también :@) así que escribo poco. En cualquier caso, ahi va el capitulo 4. Espero que os gusto y aprovecho para anunciaros que el relato completo serán 10 capítulos. No quiero hacerlo demasiado extenso para no cansar aunque si el relato gusta por supuesta me plantearía una continuación más adelante.

 

----------------------------------

 

Capítulo 4

 

Comenzaba a atardecer cuando llegamos a la casa del viejo pintor. Una pequeña caseta de madera, vieja y destartalada que ofrecía, eso sí, unos vistas perfectas del Canal de la Mancha, que en ese momento danzaba bajo el manto naranja de la puesta de sol.

 

Al bajar del coche me acerqué a la playa con la vista perdida en el suave oleaje del mar, pero mis pensamientos estaban muy lejos, a miles de kilómetros: en Camboya. Allí, hacía dos años, Von Croy y yo intentamos conseguir el Iris. No lo conseguimos y mi corta amistad con él se rompió para siempre cuando lo dejé abandonado dentro de la cueva y quedó cojo de su pierna derecha... Los recuerdos de aquel trágico día afloraban con violencia a mi mente desde que John me había enseñado, minutos atrás, la foto de un cuadro del viejo pintor.

 

Retrataba el Iris... un artefacto perdido en el tiempo y que sólo habíamos podido ver Von Croy yo... ¿Cómo es posible?

 

- Lara -John me cogió suavemente del brazo- ¿En qué piensas?

- En nada... sólo, recuerdos.

- ¿Qué recuerdos?

No contesté.

John me cogió de la cintura y me dio un suave beso en los labios.

- ¿Por qué eres incapaz de expresar tus sentimientos? ¿Por qué a veces eres tan fría?

Me han educado así y ya es tarde. Lo pensé pero no lo dije en voz alta.

- No lo sé -mentí

- No importa -respondió John, resignado- Entremos en la casa.

 

Estuvimos dos horas dentro y cuando salimos ya era de noche. John portaba cinco enormes pinturas envueltas en material protector. Las depositó suavemente en el asiento trasero y las sujetó con algunas cuerdas.

- Tenemos que volver a Londres esta misma noche

Me sorprendió esa respuesta.

- ¿Ahora?

- Sí. He de darle estas pinturas a mi padre lo antes posible -contestó- Mañana mismo tiene que catalogarlas y empezar las negociaciones con sus contactos. Cree que podría haber posibilidades de colocarlas en la Tate Gallery.

La Tate Gallery era el museo de arte contemporáneo más importante de Londres, y uno de los más punteros del mundo. Pero sólo entraban los mejores y me parecía improbable que un pobre viejo desconocido pudiese llegar a colocar sus obras en la National.

John me estaba mintiendo.

- Hoy es mi vigésimo cumpleaños. Pensaba que nos quedaríamos aquí al menos esta noche; quizá tomar una buena cena, pasear por la orilla del mar.

- Demasiado aburrido... especialmente para ti.

Sonreí.

- Es cierto. Pero sabes que hoy me apatecía quedarme aquí, lejos de cualquier gran urbe.

John resopló.

- Lo sé. Pero esta noche tenemos que regresar. Compréndelo.

Accedí, pero sólo por el simple hecho de que quería averigüar qué es lo que John me estaba ocultando.

- Bien -señalé una cabina telefónica- Llamaré a mi amiga Helen y nos daremos una vuelta por la Londres nocturna. Que tengas negocios esta noche... eso no quita para que yo me lo pase bien, ¿no crees?

- Me parece perfecto.

Esa respuesta le delató. Aunque confiaba en mí a ciegas, a John no le gustaba que saliese sola por Londres. Era consciente del atractivo que suscitaba entre los hombres y los celos le reconcomían por dentro cada vez que salía de fiesta sin él.

Los celos...

- Bien -respodí mientras me encaminaba hacia la cabina. Es cierto que iba a llamar a Helen, es cierto que iba a darme una vuelta por las discotecas londinenses... pero no le dije que esa noche iba a seguirlo muy, muy de cerca. Por primera vez, sentía que John me ocultaba algo.

 

- ¿Dónde ha visto este artefacto? -pregunté al viejo pintor durante nuestro encuentro, señalando su pintura del Iris.

- Lo he visto en una de mis visiones...

Miré a sus ojos. Azules, profundos, enigmáticos... Las bolsas y las arrugas los rodeaban pero eso no afectaba en absoluto su mirada intensa y misteriosa. De repente observé que había alzado una de sus huesudas manos: me ofrecía setas. Probablemente, setas alucinógenas.

- Tus ojos sólo te permiten ver la realidad material -dijo- Pero lo inmaterial sólo se alcanza con la mente.

- Gracias por el consejo, pero no tomo drogas -respondí- Y ahora dígame, ¿dónde ha visto este artefacto?

- No lo he visto yo. Lo ha visto el Iris que rodea mis pupilas y mi mente ha hecho el resto.

Me llamó la atención que mencionase el verdadero nombre del objeto. ¿Casualidad? Pero preferí no seguir preguntándole por el momento. John venía en ese momento de la cocina, donde había preparado un té para el viejo pintor. Revolvió el azúcar con la cuchara frente a él, se lo ofreció y siguieron hablando de negocios.

 

El Ferrari se movía arriba y abajo en las afueras de Brighton. John había decidido que hacerme el amor a la orilla del mar montados en su cochazo descapotable y cubiertos por un manto de estrellas podría ser un buen regalo de cumpleaños. O quizá un modo de intentar que no me enfadase por esos negocios que tenía que atender urgentemente en Londres. Pensándolo bien... quizá estaba ya muerto de celos y sólo intentaba impresionarme para mantenerme aferrada a él. Lo ignoraba. En cualquier caso, creo que fue uno de los polvos más aburridos de mi vida. Él parecio disfrutar; yo me limité a abrirme de piernas y esperar que alcanzase (él) el orgasmo para volver al asiento de copiloto y continuar el viaje a la capital. Por primera vez, me sentí como una zorra. Por primera y última vez...

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El sexo, buen, un mal polvo y una determinación vital por parte de Lara me parece bien (aunque no me gusta pensar en Lara de esa forma (sentirse una zorra), no la veo así, pero el carácter de uno se va formando con los años, asi que tan descabellado no me parece que sea en ese momento cuando tome esa determinación, aún es jóven).

En función de lo que tengas pensado en un futuro, y ya que hablamos de temas adultos, pues una negativa por la carencia de medios protectores (así se sobreentiende que en otras escenas si los hubo, aunque no se comentaron) tampoco viene tan mal y el consecuente cabreo por parte del John jejeje. (hombre y.. que estamos en los ochenta?, recien se empezaba la cosa a poner seria en estos temas, aunque toda la década fue un tanto alocada para el sexo, pero..., el pánico por el VIH empezó por entonces, aunque también se pensaba erroneamente que sólo afectaba a colectivos marginales, no veo a Lara cayendo en ese error, o si, y a hacerse su primera prueba de ViH, ostrasss, ¿demasiado adulto quizás?)

 

Es una sugerencia, no se que tienes pensando para más adelante, y que temas adultos quieres tocar.

 

Perico, eso si, escribes muy bien y me gusta, ojo, que lo cortes no quita lo valiente. Seré yo, que tengo mis dias.

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Sin duda, el "polvo" en el coche podria ser algo fuerte para algunas personas pero creo que el fin justifica los medios y si Lara adopta esa determinación después creo que merece la pena. Lara es humana (al menos en este relato) y puede cometer errores. Más teniendo en cuenta que acaba de cumplir 18 años.

 

Muy inteligentes tus comentarios del VIH, pero por ahora no voy a revelarte si incluiré algo de eso o no. Pero es una buena idea (sida... años 80...) Aqui no me olvido de vuestras ideas.

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CAPÍTULO 5

 

El Ferrari de John me había dejado en la puerta de uno de las discotecas más de moda en Londres por aquel entonces. Cientos de personas se apretujaban en una cola casi kilométrica. Eché una rápida mirada a aquella aglomeración humana: no vi personas; sólo vi una masa de minifaldas, pantalones ajustados, cuero y maquillaje avanzando lentamente hasta la puerta de entrada.

"John, qué poco me conoces... ¿De verdad crees que he podido quedar aquí con Helen con lo que odio las aglomeraciones?", pensé, sin perder de vista el Ferrari. Llamé a un taxi, entré y le pedí al conductor que lo siguiese. Cuando hablé con Helen quedé en que la llamaría más tarde, tan pronto como averigüase dónde John iba realmente aquella noche.

 

El Ferrari, y unos metros más atrás, el taxi, atraversaron la ciudad hacia el este alcanzando los suburbios londinenses. John aparcó en la callejuela detrás de una fábrica reconvertida en antro de mala muerte. La fábrica se alzaba, eso sí, poderosa sobre el río Támesis, cerca de un muelle abandonado, y ofreciendo unas vistas espectaculares del centro de la ciudad que brillaba a lo lejos y su luz quedaba reflejada en el río como una reluciente sombra ondeante.

Pagué al taxista y me bajé con discreción, sin perder la vista el Ferrari. Me encontraba en un barrio marginal: las únicas personas que vi en toda la manzana fueron un par de drogadictos inyectándose heroína, un grupo de prostitutas lationamericanas y varios borrachos aquí y allá. "No creo que John haya venido hasta aquí para reunirse precisamente con su padre, el reputado sir William Evans"

Cuál fue mi sorpresa cuando pude ver cómo de la puerta trasera del antro salía el propio sir William.

Me acerqué un poco más, con el máximo sigilo, e intenté escuchar la conversación, aunque la distancia me impidió entenderla íntegramente:

 

- ¿Las tienes? -preguntó sir William mientras estrechaba la mano a su hijo pequeño.

- Por supuesto. Dentro.................. como acordamos................... podremos hacerlo, sin duda............... -John estuvo hablando un rato pero sólo entendí palabras sueltas.

Intenté acercarme un poco más pero mis pies golpearon una botella de vidrio que había en el suelo y que provocó un estridente ruido en todo el callejón. Padre e hijo miraron al segundo hacia donde yo estaba. Suerte que mis reflejos fueron más rápidos: me oculté tras un contenedor de basura cercano.

- ¿Qué ha sido eso, papá?

- Ratas, probablemente. Hay varias por aquí. No te asustes hijo, es un tema delicado pero no nos van a descubrir -oí que decía, sir William mientras acariciaba paternalmente el cabello a su hijo.

- ¿Cómo estás tan seguro? -preguntó John, todavía con ansiedad en la voz.

- Porque llevo haciendo esto prácticamente toda mi vida -asomé la cabeza y pude ver cómo se sacaba un puro del bolsillo y se lo encendía. Aún estando en uno de los barrios más pobres de Londres, sir William mantenía su porte aristócrata, su elegancia y su clase de forma intacta. A sus casi cincuentas años, conservaba un gran atractivo y carisma, ensalzado por su traje de Armani a rayas y su pelo engominado y brillante. Aunque, bien pensado, quizá todo eso lo hacía parecer algo mafioso.

- ¿Toda tu vida? -preguntó su hijo- ¿Que pasa con tus negocios? Los museos, los bancos, todas las empresas que tienes.

Sir William miró a su hijo con una mezcla de ternura y superioridad y a continuación se acercó a uno de los cubos de basura, apenas un par de metros de dónde yo estaba. Casi podía sentir tu aliento.

El aristócrata cogió uno de los cubos con una mano.

- Todos esos negocios... son la tapadera de algo muy diferente.

Entonces, abrió el cubo y lo volcó. Varias bolsas de basura cayeron al instante, creando una nube de polvo y esparciendo por todo el callejón un hedor insoportable.

- Negocios sucios...

Y a continuación metió la mano -la misma mano con la que había cogido el cubo de basura- en el bolsillo del traje y sacó un pajo enorme de libras.

- ...pero muy rentables -hizo una pausa, durante la que mostró sus dientes blancos y una sonrisa de satisfacción- Y ahora llevemos adentro las pinturas.

-Dígame, ¿dónde ha visto este artefacto? -le señalé con insistencia el cuadro aprovechando que John había ido al cuarto de baño. El viejo pintor sonrió y pude ver que le faltaban la mitad de los dientes.

- Le repito, querida, que lo ha visto mi mente.

- Lo que retrata este cuadro -insistí- es exactamente igual a algo que vi hace dos años a muchos kilómetros de aquí y que sólo dos personas han visto. Una soy yo... y la otra no es usted.

- La mente no entiende de distancias. Llega más allá de lo que te imaginas.

Respiré hondo. Si quería obtener respuestas, tendría que ser paciente. Me senté junto a él y le cogí de las manos.

- Para mí es muy importante que me diga todo lo que sepa sobre este objeto. ¿Dónde la visto... su mente?

El viejo cogió de nuevo sus setas alucinógenas pero esta vez me las metió en el bolsillo de la chaqueta.

- Véalo usted misma. No tiene por qué ser ahora. Cuándo se sienta preparada, querrá iniciar ese viaje. O quizá no lo inicie nunca. Deberá ser usted quien lo decida.

 

- Helen, tienes que venir. Estoy en el cruce de Ashley Road con Thames Parade -dije desde dentro de una cabina cercana.

- Eso está casi en las afueras, ¿no? -respondió mi amiga.

- En los barrios más bajos de Londres, de hecho...

- ¿Qué hay por allí? -preguntó intrigada.

- ¿Aparte de heroinómanos, pu'tas, borrachos y demás? -hice una pausa- Pues un club privado llamado Arco Iris.

- ¿Arco Iris? No me suena...

- Es lógico. Sólo te sonaría si fueras homosexual... y una homosexual muy importante.

Esbocé una media sonrisa al ver en un lateral del bar, en las sombras, a un hombre agachado haciéndole una felación a otro. Ambos vestidos de Armani.

- Lara, ¿qué haces en un bar de m'aricones exactamente?

- No lo sé, todavía... Pero necesito que vengas. La única forma de entrar es... con pareja.

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

- No estarás pensando...

- Efectivamente. Esta noche, somos novias.

- Estás loca...

- Me debes una, ¿recuerdas? Por lo de aquel chico en el internado.

Pude oir un resoplido por el auricular.

- Tienes buena memoria, desde luego... En fin, estaré allí en media hora...

- Gracias. ¡Te quiero!

- Veo que te empiezas a meter en tu papel de lesbiana...

- Muy graciosa. Date prisa...

 

Colgué y miré de nuevo a los dos homosexuales. Y luego pensé en John. Y en sir William. Y en las pinturas. No encontraba ninguna relación posible. Ni John era homosexual -¡eso por descontado!- ni entendía qué negocios tramaba su padre con las pinturas en un bar de ambiente perdido en las afueras de Londres. Sólo había una cosa clara: tenía que averigüarlo esa misma noche...

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jaja, la estética del padre me recuerda muy mucho a la de los ejecutivos agresivos de los 80 (los tiburones, aqui marrajos, tipo Mario Conde) jajaja.

 

Veremos en que acaba esto (parece que se dejan entrever algunos armarios empotrados) y.... no te olvides de los cuartos oscuros (no son leyenda urbana)

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CAPÍTULO 6

 

No bastó con ir cogidas de la mano para poder entrar en Arco Iris. El portero, con pantalones de cuero, camisa ajustada y un tatuaje de un ancla en uno de sus fibrados bíceps, se extrañó al vernos.

- ¿Tenéis invitación?

Normalmente, cuando con quince o dieciséis años quería entrar a las discotecas para descubrir lo que escondían en su interior, solía bajarme un poco el escote y mostrarme provocativa. En este caso, sospechaba que mis armas femeninas iban a servir de poco.

- No -contesté sin más.

- Entonces no podéis pasar, lo siento.

A la desesperada, me giré y propiné un beso a Helen en la boca. No era la primera vez que me morreaba con una chica: en el Liceo de Wimbledon, que era exclusivo para chicas, tuve bastante tiempo para investigar la belleza femenina aunque lo cierto es que aquello sólo fue un poco de trabajo de campo. Pronto descubrí que la única mujer que me excitaba era yo misma.

- Ya sé que sois tortilleras, jo.der. No hace falta que os metáis la lengua la una a la otra en mi **** cara -farfulló- Pero si no tenéis invitación, no podéis pasar.

Helen le miró con cara de pocos amigos. Yo no sabía que me reaccionar, aquella situación inesperada me pilló por sorpresa y decidimos marcharnos.

- No me gustaría haber venido hasta este lugar de mier.da y haberte comido el morro para nada ¿Te rindes? -preguntó Helen cuando nos habíamos alejado.

- Cuida ese lenguaje, amiga -respondí- Puede que estos últimos años hayamos sido un poco rebeldes, pero la clase y la compostura hay que mantenerla siempre -hice una pausa y la miré sonriente- Y no, no me he rendido ni mucho menos.

Señalé disimuladamente a un lateral de la fábrica. En la segunda planta, una ventana esta abierta de par en par. Junto a la ventana, un desagüe bajaba hasta el suelo.

- Espero que sigas en forma... -comenté.

- Por supuesto, Lara. Tú practirás muchos deportes, pero yo voy al gimnasio más pijo de toda Inglaterra.

Entorné los ojos de forma irónica.

- Sabes que te tiras más tiempo ligándote a los monitores que entrenando.

- Una cosa no quita a la otra...

 

- Si nos diculpan, caballeros, tenemos que hacer un poco de escalada.

Dos hombres de mediana edad que estaban metiéndose la lengua hasta la campanilla al pie del desagüe salieron despavoridos en cuanto nos acercamos.

- Me encanta tu estilo -comentó Helen- Por cierto, uno de ellos creo que era el director financiero de Harrolds.

- Interesante -respondí mientras comenzaba a subir por la tubería.

- Créeme. Esta expedición va a estar más entretenida que tu viaje a Camboya. Al menos en descubrimientos.

Sonreí, pero esa mención a Camboya me llevó de nuevo atrás en el tiempo.

 

Mientras John y el viejo charlaban, aproveché para investigar un poco la casa. Estaba cosntruida en su práctica totalidad de madera y se encontrada en muy mal estado. El caos era absoluto. Lienzos, cuadros sin acabar, botes de pintura y brochas se repartían por doquier. Papeles de periódico manchados hacían las veces de moqueta.

Sin embargo, una cosa me llamó la atención. Había una puerta limpia e impoluta al fondo de la casa, en la parte más cercana al mar.

Eché un vistazo a John y el viejo: seguían sumidos en su conversación de negocios. Era el momento indicado. Quizá aquella habitación podría responder mis dudas acerca de la relación entre el viejo y el Iris. Estaba convencida de que esas asquerosas setas que me había dado eran un sólo un pretexto. El viejo tenía que haber visto el artefacto en algún sitio.

Giré el picaporte de la puerta. Estaba abierta.

Abrí la puerta muy despacio. No sabía lo que había al otro lado, pero un pálpito, un presentimiento, me decía que iba a ser algo muy importante en mi vida. Lo que no sabía era que iba a ser crucial.

 

- ¡Por Dios, Lara! ¿Cómo has sido capaz de hacer eso?

A Helen no le había hecho ninguna gracia que soplase sus "polvos mágicos".

La ventana resultó ser un acceso directo al servicio de mujeres del bar. Por suerte para nosotras, estaba vacío. Cosa que Helen había aprovechado para meterse una raya de cocaína en uno de los retretes.

No creo que Helen haya llegado al punto de ser una drogadicta, pero en los últimos dos años su nivel de dosis había aumentado del "de vez en cuando" a "unas pocas rayas por semana", y eso no me gustaba. Conservaba su belleza y su carácter casi intactos, pero si seguía a ese ritmo las consecuencias de la cocaína se dejarían notar. Sin embargo, por entonces mis dieciocho añitos me impedían ver más allá.

- ¡Vamos, no exageres! Te sobra el dinero. Eso no ha sido ninguna pérdida.

- Pero era todo lo que llevaba.

- No quiero tenerte descontrolada y sobreexcitada esta noche.

Abrí la puerta del servicio y una electrizante música house envolvió toda la sala. Salimos.

 

Desde fuera, parecía un pequeño antro horrible. Dentro, sin embargo, su aspecto era totalmente distinto. Un pijísimo y elegante club de cuatro plantas a medio camino entre un pub y una discoteca con luces aquí y allá y un potente sistema de sonido que hacía botar tu cuerpo a cada compás.

Y dentro, había cientos de personas. La mayoría, hombres. Todos, gays.

Echamos un primer vistazo a todo el lugar y pudimos ver ambientes totalmente distintos en cada planta. Travestidos, descamisados y "locas" se mezclaban con elegantes ejecutivos y aristócratas. Jóvenes, cuarentones y hombres de pelo cano... Delgaduchos, fibrados y obesos...

 

Y entre aquella fauna tan diversa, me topé de repente con una cara conocida. Él no tardó en percatarse también de mi presencia. La última persona que esperaba encontrarme allí.

- ¿Lara?

- ¿Tú?

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CAPÍTULO 7

 

-¿Lara? ¿Qué demonios haces tú aquí?

El rostro de mi prometido, Martin Goodwin duque de Farringdon, volvía a articular un gesto de auténtica sorpresa por segunda vez en un día, después de que esa misma mañana me viese haciendo el amor con John en el salón de mi casa.

Sin embargo, mi desconcierto posiblemente era mayor que el suyo.

Desde pequeños, nuestras familias habían tenido la firme intención de unirnos en matrimonio. Para los Croft, era una oportunidad única de establecer firmes lazos con una de las dinastías más longevas de toda Inglaterra. Para los Goodwin, que pasaban por una etapa de dificultades económicas, una forma clara de aumentar su capital.

Sin embargo, nunca nos habíamos gustado lo más mínimo. Aunque es un hombre con cierto atractivo y elegancia, atributos propios de su título de Duque, a sus escasos 23 años es en exceso egocéntrico, creído, caprichoso… y lo que en ese instante resultaba la mar de gracioso… mujeriego. Especialmente, mujeres rubias sin un ápice de inteligencia; razón por la cual sospechaba que no mostraba el menor interés por mí. Pensaba que las morenas con sesera no le iban demasiado.

- Lara, tú no puedes ser homosexual. No después de lo de esta mañana…

- No lo soy. Estoy aquí por otras razones… Pero por tu rostro de vergüenza, yo diría que tu sí –sentencié.

Martin bajó la cabeza preocupado y se rascó de forma nerviosa el pelo.

- Puedes estar tranquilo –le dije, apretándole el hombro- No seré yo la que lo diga por ahí, si es eso lo que te preocupa.

- ¿De verdad? –el joven duque subió la cabeza con un ápice de esperanza- Sabes que sería un bombazo. El primogénito de los Goodwin, marica. Dios, sería el fin de mi familia. Sabes que prácticamente no nos quedan posesiones ni dinero, y lo único que tenemos es el prestigio y el honor.

- Lo entiendo, Martin. No saldrá de mi boca.

- Gracias. Sé que eres una buena chica –y entonces por primera vez esbozó una ligera sonrisa- Al menos, ahora entiendes por qué yo también era reticente a nuestro casamiento.

Lo miré con una mezcla de alegría y compasión. Alegría porque me quitaba un gran peso de encima. Durante los dos últimos años, y a pesar de mis reticencias, mis padres continuamente insistían en la boda. Yo no sólo no quería casarme con él, es que no me quería casar con nadie. No creo en el matrimonio.

Pero Martin también me daba compasión porque en ese momento descubrí que todo lo que pensaba de él era incierto. Rudo, machista, mujeriego: eran todo apariencias. Pensé en lo mal que lo ha tenido que pasar hasta ahora, y lo mal que lo tendrá que pasar en el futuro.

Instintivamente le di un abrazo.

- ¿Te invito a una copa y me cuentas qué estás haciendo aquí si no eres bollera? –dijo con humor.

- Martin… el problema es que no he venido sola y no sé si quieres que te vea otra persona más.

- ¿Qué persona?

- Helen.

Soltó una carcajada.

- Helen es la única que lo sabe.

Recordé que Martin había estado un tiempo detrás de Helen: al ser rubia y un poco menos inteligente que yo –las cosas hay que decirlas claras- pensé que era lógico que se hubiesen enrollado. Ahora entendí por qué se llevaban también. Compartir secretos tan importantes une siempre a dos personas.

- Entonces, pídeme un Gin Tonic que te hago un pequeño resumen de la historia –dije con sarcasmo- Aunque con una condición.

- ¿Cuál?

- Que estés preparado para entrar en acción. Toda ayuda será poca.

Martin se lo pensó un poco, pero enseguida asintió. En menos de cinco minutos le puse al día, pero en esa pequeña vuelta atrás en el tiempo, era imposible que los recuerdos de aquella tarde en la casa del viejo, y lo que había visto en aquella habitación, no aflorasen de nuevo a mi mente.

 

Entre en la habitación y cerré la puerta a mi espalda. De repente hacía un calor abrasador. Miré a mi alrededor y observé por una de las ventanas que había salido un sol brillante. “Extraño en pleno febrero”, pensé.

Avancé por el pasillo: un largo corredor con numerosas habitaciones. Entré en una de ellas. Estaba llena de lienzos. Pero esta vez no eran pinturas abstractas, sino cuadros con un enorme realismo. Y todos representaban un mismo lugar: Angkor Wat, Camboya.

Oí de repente ruidos procedentes de una de las habitaciones contiguas. Alguien silbando y el sonido del pincel paseándose por un lienzo.

- ¿Quién está ahí? –pregunté, no sin cierto temor.

El pincel y el silbido dejaron de sonar. Ahora, sólo oía pisadas acercándose. Pero no eran pisadas regulares. Un pie pisaba de forma más leve que el otro. Y había otro sonido que las acompañaba: el de un bastón.

De repente, la figura de Von Croy apareció entre mis ojos.

Por la prensa, por la televisión y, en última instancia, por mis padres, sabía que el que ya consideraba como mi mentor había sobrevivido del accidente en el templo de Angkor Wat. Sin embargo, desde entonces no lo había vuelto a ver.

- Profesor… -miré su pierna. Aunque llevaba pantalones largos, era evidente que llevaba una prótesis- No hay día ni noche en la que no me arrepiente de haberle dejado allí.

Luego miré su rostro. Me miraba enfadado, con una expresión de odio. Sabía que me culpaba por la pérdida de su pierna. Yo le advertí de que aquellas inscripciones presagiaban mal agüero para aquellos que profanasen el Iris. Pero él no me escuchó y en el fondo sabía que yo no pude hacer nada para salvarle. Aún así, me sentí responsable de lo sucedido.

- Werner, tienes que perdonarme…

De repente, Werner esbozó una sonrisa.

- Hay una forma de que te perdone, pequeña.

- Haré lo que sea. Pídeme lo que quieras.

Werner alzó sutilmente su bastón y señaló con él mi pierna derecha. En sus ojos pude leer venganza.

- Ojo por ojo, diente por diente.

- Pero…

- Sólo hay un modo de que te perdone. Que te cercenes la pierna…Tienes un sierra eléctrica a tu derecha, al pie de uno de los lienzos.

Miré. Efectivamente, había una.

- Vamos, córtatela –susurró. Podía sentir los anhelos de vendeta en su mismo timbre de voz.

Cogí la sierra.. La miré. Miré mi pierna. Por supuesto, no quería perderla; pero sí quería recuperar el cariño de mi mentor. No tengo miedo al dolor físico, pero sí al mental. Las lágrimas comenzaron a descender por mis mejillas. La decisión era muy dura.

- Hazlo. Ahora.

Lo miré una vez a los ojos y entonces lo vi claro. Tiré de la correa y el chirriante sonido de la sierra eléctrica retumbó en toda la estancia.

 

Enseguida, Martin nos llevó con discreción a uno de los pisos superiores. Según él, era la zona VIP, pero el duque sabía que por allí se movía algo más que la créme de la créme de los homosexuales londinenses.

- No hace falta ser muy listo para saber que aquí se cuece algo grande –dijo.

Al fondo de la planta, al otro lado de la barra, el número de “seguratas” se incrementaba considerablemente junto a una puerta. Helen y yo nos miramos, intentando pensar en el siguiente paso sin éxito.

- ¿Se te ocurre alguna forma de entrar? –dijo Helen a Goodwin.

- Es casi imposible –sentenció- A menos que…

En ese momento vimos a una de las camareras entrar por la puerta ante la alegría de los porteros, que la miraron de arriba abajo mientras se rascaban el paquete y resoplaban.

- Me alegra ver porteros clásicos de nuevo: mucha hormona y poca materia gris –comenté- Son mis favoritos.

- ¿Te vas a hacer pasar por camarera? –preguntó Helen.

- Aquí mucha gente trabajando. No se sorprenderán de ver a una nueva. Es más, se alegrarán lo suyo.

- ¿Y nosotros? –apuntó mi amiga- No nos gustaría quedarnos sin saber cómo acaba la historia…

- La curiosidad mató al gato –le dije con una sonrisa- pero no sería mala idea que me esperaseis en el callejón. Quizá me podáis ser útiles si me toca salir corriendo por la puerta de atrás…

- Ten cuidado –Martin me miraba preocupado- Estoy de seguro de que aquí se teje algo muy serio. No sé exactamente lo que es, pero no huele nada bien.

- Lo sé. Pero si John está metido en esto, y me ha mentido, quiero comprobarlo con mis propios ojos.

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quid pro quo con el "prometido" de Lara (ambos se ven en situaciones que no quieren ser vistos), aunque yo aun era más morbosa (pense en su padre, jajaja :omg:)

 

al ser un flash back se mata un poco la intriga de la sierra, a no ser que nos sorprendas....

 

Por fín!!!!!! ya tenia que aparecer Werner, a ver que pasa (aunque sabiendo como andaban en Egipto.... :wub: )

 

 

Sigue!!

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