Jump to content

TOMB RAIDER 8: DESCUBRIENDO AVALÓN


Tomás

Publicaciones recomendadas

ENTREGA 1

 

A medida que Cleg Cauldfield avanzaba a través del bosque, su temor iba en aumento. Al tratarse de un criado rechoncho, bajito y mediana edad, éste corría un peligro terrible en el tupido bosque de los britanios, donde no sólo sería probablemente devorado por las fieras sino también por las criaturas del Otro Mundo que habitaban allí. Era sabido en Inglaterra, desde la pobre Caldicot hasta la majestuosa Camelot, que no podía uno fiarse de las criaturas del Otro Mundo, menos si éstas habitaban aquel bosque encantado.

¿Qué sería peor para Cleg si éste era embrujado por una hechicera o devorado por un dragón? Sólo una cosa: ser castigado por su ama. ¡Por Dios, no lo soportaría!

Un gruñido se oyó en el solitario bosque, y el hombre dio tal estrépito que derramó el agua de su cántaro. Muy sigilosamente, se acercó a observar y halló un enorme dragón morado dormitando en el interior de una cueva. El criado comenzó a temblar de pies a cabeza, si el dragón se despertaba de seguro lo devoraría al instante. Tenía dos alternativas: o salir del bosque sigilosamente o echar a correr.

Pero antes de que pudiera decidirse, una voz habló detrás de él.

- No debes tener miedo del dragón, Cleg. No te hará daño.

Sobresaltado, el criado giró sobre sus talones y se encontró frente a frente con un anciano alto y delgado de larga barba plateada, sombrero puntiagudo y larga túnica violetas, con una varita mágica en la mano derecha. Para él no era necesario preguntarse cómo sabía su nombre, pues el mago Merlín, un hombre de setecientos años que había viajado al pasado y al futuro, era famoso en todo el reino, y no había detalle ni conocimiento que escapara a su mente.

Cleg sabía que debía saludarlo con todo el respeto que el ilustre mago merecía, pero estaba aterrado como para reaccionar.

- ¿Q… que no tenga miedo? –tartamudeó.

- Claro –asintió Merlín, comprensivo-. El dragón es de la familia de nuestro rey, Arturo Pendragón, lo lleva en su sangre real.

Ahora Cleg comprendía. ¡Por eso Su Majestad tenía ese apellido! Desde luego, casi toda la población lo sabía, pero no era su caso. Durante el siglo XI, los criados, al igual que los campesinos, recibían una escasa educación, y se los consideraba los mayores ignorantes existentes. Cada quién los trataba como se les daba la gana, tal era el ejemplo de su prepotente ama, quién por ser hermanastra del mismísimo Rey consideraba a todos inferiores. ¡Cuán distinto era su hermano! ¡Un rey apuesto, justo, bondadoso, valiente! A Cleg no le parecía extraño que la Princesa Ginebra se hubiera enamorado de él, pese a las docenas de pretendientes que habían sido rechazados.

Pero ahora, la curiosidad del criado había vencido su temor.

- Se… señor, ¿puedo preguntarle algo?

- Lo que tú quieras. –Los rumores eran ciertos: el sabio anciano podía ser tan severo como afable.

- ¿de donde provienen los dragones, señor?

- Ah… buena pregunta –suspiró Merlín con aire soñador-. Provienen de un precioso lugar llamado Avalón.

- ¿Avalón?

- La Tierra de las Hadas. Allí habitan las criaturas del Otro Mundo.

 

 

 

- ¡Señorita! ¡Su desayuno está listo!

Lara Croft no había dormido en toda la noche. Había permanecido en vela devorando todos los libros de la biblioteca de su Mansión, buscando información sobre Avalón. Las imágenes del fantástico acontecimiento ocurrido horas antes aún dominaban su mente y provocaban violentos latidos en su corazón. Su madre viva, atrapada en un mundo mágico, y quien seis años atrás fuera su mejor amiga estaba viva y había sido la culpable de todo. Y ella, la Gran Lara Croft, que había ejecutado sin tapujos a todos los enemigos que había enfrentado a lo largo de su vida, no había sido capaz de exterminar al ser que la había dejado sin madre durante veinte años; veinte años perdidos, perdidos por culpa de una joven ambiciosa y llena de rencor.

Sin embargo, Lara sentía lástima por ella. Amanda no era la única enemiga que actuaba por venganza. Aquello le recordaba a Werner: su antiguo mentor se había puesto en su contra desde que ella optó por su propia vida en lugar de ayudarlo, y ahora él estaba muerto. Muerto. Muerto igual que la mayoría de la gente que ella quería, muerto a manos del único enemigo que le había inspirado miedo alguna vez: Joachim Karel, el Nephilim, que afortunadamente ella había hecho estallar en mil pedazos, junto con el Durmiente.

Pero Lara no tenía intención de contradecir a Winston, de manera que, aún intrigada por lo que le ocurrió a aquel asustadizo criado medieval, dejó el libro y bajó al estudio.

Winston le había preparado un desayuno al mejor estilo inglés: té caliente con macitas. Lara, abrumada por los sucesos acontecidos, no se había dado cuenta del hambre que tenía, tal que no tardó en eliminar de su cabeza la duda sobre lo ocurrido a Cleg Cauldfield y comenzó a comer sin chistar.

- Señorita –titubeó el anciano mayordomo instantes después- ¿es cierto lo que ha dicho el niño Alister? ¿que la benemérita Lady Amelia Croft, su madre, está viva?

- Pues, sí, Winston –repuso ella levantando la mirada-. Me ha hecho mucha falta todo este tiempo, aunque no parezca. Ya he perdido muchísima gente que aprecio, no quiero que se repita.

- Y, de vez en cuando, gente a la que quizás usted amaba –aventuró el mayordomo, a quien no se podía engañar.

Lara no respondió nada. Recordaba muy vívidamente aquella trágica noche.

 

 

Lady Croft avanzaba en la oscuridad con el Chirugai en la mano, el cual no dejaba de temblar en la palma de la misma. La muchacha temía lo peor, corría agitadamente, deseando que no haya ocurrido lo que ella intuía que ocurrió.

Y tenía razón: la sala estaba infestada de sangre y rodeada de los restos de Boaz. Lara avanzó hasta el fondo de la sala, tapándose la nariz debido al insoportable olor, y vio lo que temía: con el estómago destrozado por un aguijón y una expresión de triunfo en el rostro, yacía el cadáver de Kurtis Trent, el último de la Orden de Lux Veritatis.

Lara reprimió un grito de furia y asombro y se inclinó para tomar la cabeza de Kurtis entre sus manos. “He llegado tarde”, pensó, e hizo esfuerzos por contener las lágrimas que se avecinaban.

 

 

KURTIS TRENT

Fecha Desconocida – 2002

 

Lara estaba parada frente al blanco sepulcro de su impecable jardín. Lo mínimo que podía haber hecho por aquel legionario misterioso era darle una sepultura digna, al igual que hizo con su mentor, Werner Von Croy, cuya tumba estaba a la derecha de la de Kurtis.

- Gracias por salvarme, extraño. –murmuró tristemente, y se dispuso a regresar a la biblioteca para continuar el relato que estaba leyendo antes de desayunar.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Gracias por los comentarios, la crítica constructiva me es muy importante.

 

ENTREGA 2

 

 

 

Aquella mañana el sol brillaba en los Estados Unidos de América. Un hombre de sesenta años, seguido por su mujer y su hijo, salía con aire compungido del edificio en el que trabajaba, y ni bien asomó la nariz fuera del establecimiento, decenas de periodistas se acercaron a acribillarlo a preguntas.

El hombre se sintió acorralado por aquella gente tan inoportuna. Era sabido que los medios masivos de comunicación aparecían ni bien ocurrido el trascendente acontecimiento, pero esos entrometidos no hacían más que empeorar el débil estado de aquel señor, que parecía que iba a desmayarse en cualquier momento. Afortunadamente su hijo reunió la energía suficiente para gritarles que se fueran y los dejaran en paz, y estos se pegaron tal susto que se alejaron enseguida, pero no sin filmar toda la escena: la mujer llorando, el hombre mareado y el hijo fuera de sus casillas gritándoles.

Pero no era para menos.

El honorable senador James Rutland atravesaba el día más difícil de su vida. En plena mañana de trabajo había recibido la fatal noticia de que el menor de sus hijos, de su mismo nombre, había muerto atacado por una espada, logrando de este modo conmover un ápice al senador, a quien jamás le había temblado la mano a la hora de establecer drásticas medidas políticas, de dictar ley que dejara inconformes a los ciudadanos norteamericanos, o de empobrecer a su país para fines netamente lucrativos, pero quien no obstante, parecía a punto de quebrar con la terrible novedad. Después de todo, era su hijo, su más pequeño hijo, sangre de su sangre, carne de su carne, la luz de sus ojos. El muchacho se le parecía en todo, podría decirse que se trataba de una misma persona. Pero, como ya hemos visto, los deseos de poder de James Rutland junior fueron los que acabaron con su vida; bueno, eso, y el hecho de haberse mezclado con Amanda Evert.

La impecable y pulcra burbuja de riqueza y perfección de la familia Rutland, pese a ser sólida, se había derretido a la velocidad de un rayo al morir el menor de la familia, de quien sus padres se sentían orgullosos. No era un caso tan similar con William Rutland, el hijo mayor, de treinta y dos años, ya que sus progenitores no habían logrado inculcarle tantos deseos de ambición como hubieran querido, a diferencia del hijo pequeño.

La señora Maggie Holt de Rutland, esposa del cenador durante los últimos treinta y cinco años, era una mujer madura de célebre beldad, digna incluso de las mujeres británicas. Su largo cabello rubio y las abundantes cirugías corporales que su marido había pagado hacían pensar que la frívola señora tenía diez años menos. Mas pese a todo, ese día se la veía desarreglada y llorando miserablemente.

William, por el contrario, intentaba ser fuerte para contener a sus padres. Mas creyó que no iba a lograrlo, cuando, media hora más tarde, éstos lloraban en el funeral. Para colmo, cámaras fotográficas y filmadoras los rodeaban por doquier, y era la primera vez que Maggie no se preocupaba por verse bonita ante ellas. Gritaba de tristeza con las manos aferradas al ataúd cerrado, mientras su esposo derramaba lágrimas silenciosas.

William, en el fondo, también sentía su mismo dolor: después de todo, era su hermanito. Había tenido que convivir toda su vida con la realidad de que éste había sido el preferido de sus padres, que jamás le habían permitido alcanzar sus objetivos y lo tenían sometido a su voluntad.

De repente se largó a llover. Los relámpagos partían el cielo mientras la tierra caía sobre el cajón. Por fin dejó escapar sus primeras lágrimas mientras abrazaba a sus padres.

La cruz fue clavada sobre la tumba de James Rutland junior mientras los periodistas filmaban sin cesar, y William Rutland tomó una decisión: si Lara Croft había matado a su hermano, él se ocuparía de hacer justicia por él. La haría pagar con sangre, la destruiría, la aniquilaría con sus propias manos.

- Prepárate, Lara Croft. –murmuró para sus adentros sin dejar de abrazar a sus padres.

 

 

 

Los miembros de la Cábala no salían de su asombro: luego de tres meses que se les hicieron eternos, nuevamente eran convocados a una reunión en su sede en Argentina. Tal sede había sido creada con la ayuda de Kristina Boaz, la más brillante de las científicas cabalísticas, cuyo despatarrado cuerpo había sido limpiado por agentes de la policía checa que había llegado al Strahov, ya que Lara Croft había logrado limpiar su nombre y el asesinato del arqueólogo Von Croy se había atribuido Pieter Van Eckhart, quien según la declaración de la joven, era un loco que realizaba experimentos nazis.

La caída del Maestro Eckhart, tanto como la muerte del Durmiente y de la mano derecha del Alquimista Oscuro, el extraño Joachim Karel, había afectado considerablemente a los miembros sobrevivientes.

Todos estaban allí, sentados en la mesa circular dentro del salón decorado de gárgolas negras. La impaciencia se reflejaba en sus rostros.

- ¿Qué crees que quiera Gunderson, Clarisa? –susurró un hombre viejo y delgado al que le faltaba un ojo a la mujer que tenía al lado.

- No tengo la menor idea, Louther –replicó impaciente la joven-. Pero si no se apura me conocerá enojada.

Entonces, como si sus palabras hubieran sido escuchadas, la puerta se abrió de par en par y los murmullos se cortaron en seco. Marten Gunderson había aparecido en el umbral, con una sonrisa de oreja a oreja.

- Señoras y señores de la Cábala –anunció con voz enérgica y triunfante-: es un enorme placer para mí presentarles a la nueva líder de esta Organización.

Se hizo a un costado para permitirle el paso.

Todos permanecieron mudos del asombro cuando una joven rubia con un precioso vestido rojo oscuro y tacos altos hizo su entrada, con aire de superioridad y suficiencia.

- La señorita Amanda Evert –completó Gunderson.

Amanda esbozó una sonrisa maléfica mientras sus nuevos vasallos estallaron en sorprendidos aplausos.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

ENTREGA 3

 

 

Ajena por completo a estos acontecimientos, Lara disparaba sin cesar a los blancos en la galería de tiro de su Mansión. El encargado de brindar movilidad a éstos era Zip, quien ya se espantaba de la furia con la que su amiga disparaba. Ella no había podido proseguir en su lectura, ya que tenía que descargar sus nervios urgentemente, imaginando que cada blanco al que disparaba era la cabeza de Amanda.

Su actitud llegó al extremo de alarmar al hacker, quién detuvo la música de U2 que Lara siempre escuchaba a la hora de entrenar en la galería.

- Oye, ¿te sucede algo? –inquirió con algo de preocupación.

- No, absolutamente nada –repuso Lara sarcástica y respirando agitadamente-. ¿por qué? ¿lo aparento? Después de todo todos los días resucita una amiga tuya y acaba con tu madre, Zip. Además, ¿tú no tendrías que estarte comunicando con el profesor Eddinton como te dije ayer?

- No he podido hablar con él –se justificó Zip-. Lo he intentado una docena de veces.

Lara resopló fastidiada. Justo entonces una voz se oyó desde su auricular.

- Lara, soy yo –dijo Alister-. Estoy en el Museo Británico, he descubierto algo muy importante.

- ¿De qué se trata?

- Creo que deberías verlo por ti misma.

- Oh, genial –refunfuñó Lara irónicamente-. Muy bien, Alister, enseguida voy.

Entonces Winston irrumpió en la galería de tiro, llevando entre sus manos una bandeja de plata con carne asada.

- Señorita, no quiero interrumpir, pero creo que usted necesita comer –mientras hablaba, el mayordomo tosía considerablemente.

Lara no se preocupó, ya que era muy viejo y no era la primera vez que lo hacía. Pero cuando repentinamente el hombre se desplomó en el suelo, dejando caer la bandeja con la carne, Lara, preocupada, se acercó para examinarlo.

- ¡Winston! ¡WINSTON! ¿Puedes oírme? –exclamaba preocupada y zarandeándolo.

Pero el mayordomo estaba inconsciente, y no reaccionaba.

 

 

- ¿Una jovenzuela de 28 años va a liderarnos? –susurró asombrado Louther Rouzic al hombre corpulento que estaba a su derecha.

- Gunderson asegura que es una Nephilim auténtica, y si te fijas bien, tiene la misma mirada soberbia que poseía Karel.

- ¡Vasallos de la Cábala! –exclamó Amanda con voz potente, parada frente a los miembros de la secta, en el mismo lugar en el que se ubicaba Eckhart a la hora de dar una reunión estratégica – Como saben, Lara Croft ha destruido al Cubiculum Nephilim y a mi antepasado, el gran Joachim Karel. Ya que no podemos contar con el Durmiente, tenemos que buscar otro camino para llegar hasta Avalón. El camino alternativo era mediante Excalibur, pero una vez más, la señorita Croft frustró el intento. –Los cabalísticos resoplaron disgustados –Mi ancestro, que en paz descanse, estaba convencido, por algún motivo, de que sólo llegando a Avalón la Alta Raza sería resucitada, y yo creo en sus palabras. –se hizo un silencio de pocos segundos –Pero tranquilos, ya que aún queda un portal que nos llevará hasta la Tierra de las Hadas y los Dragones, pero sólo será activado mediante la ayuda de determinados artefactos.

- ¿Qué tipo de artefactos, Madame? –preguntó sin poder contenerse un excitado cabalístico.

- ¡SILENCIO, INSOLENTE! –gritó Amanda- No estás autorizado a hablar. –todos se estremecieron-. Como les decía –prosiguió la rubia paseándose entre sus vasallos-, necesitamos estos objetos.

- Si me lo permite, mi equipo de mercenarios puede recuperarlos al instante, Señora –sugirió tímidamente Gunderson. Amanda dirigió su ávida mirada hacia él.

- Muchas gracias por el ofrecimiento, Marten, pero no gracias. Quién se encargará de conseguirlos es nada más y nada menos que la misma persona que mató a mi ancestro y se llevó la espada del Rey Arturo. Aunque es una terrible enemiga (lo sé porque la conozco) en el fondo es una muchacha sensible y fácil de manipular. Mi antepasado, según he oído, supo manejarla muy bien, pero cometió el error de creer que podía confiar en ella, dándole lugar a que destruyera al Durmiente. Pero yo no cometeré ese error; está decidido, señores, Lara Croft recuperará los artefactos para nosotros. ¿alguien tiene algo para acotar?

Nadie alzó la mano.

- ¡Excelente! ¡Excelente! –y añadió, más para si misma que para el resto –esa maldita pagará por la sangre derramada de James, y con su ayuda, la victoria será nuestra.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

ENTREGA 4

 

 

El día posterior hubo el mismo sol radiante que el anterior. Todos podían percibirlo y apreciarlo, bueno, todos excepto Alister, quien siguiendo las órdenes de su amiga, no se había movido del Museo Británico.

En las afueras del establecimiento estaba aparcado un automóvil blanco de lujo, desde donde se podía ver a Lara estacionando su moto Ducati, con el mismo atuendo que llevaba días antes cuando exploraba la tumba del Rey Arturo.

- ¿Ésta es la única razón por la que nos has hecho venir hasta Inglaterra, hijo mío? –comentó con aspereza Maggie desde el asiento trasero.

- Esa mujer mató a James, mamá –replicó quedamente William desde el asiento del volante-. No merece vivir.

- ¿Has venido por ella, o quizá por interés académico hacia este museo? –inquirió ceñudo el senador Rutland desde el asiento del acompañante.

- ¿Qué quieres decir, papá? No te entiendo.

- ¡Por favor! –exclamó Maggie impaciente- Desde que tienes 16 años que te interesas por esa carrera absurda que es la arqueología. ¡Habráse visto! ¿Qué querías? ¿descarriarte como hizo esta mujer a los 21 años?

- ¡Mamá, deja de mezclar las cosas! ¿acaso no estudié Ciencias Políticas como ustedes querían? –William comenzaba a impacientarse.

- Mira, en lugar de replicar tonterías, dinos qué diablos estamos esperando aquí –ordenó Rutland enérgicamente, tal y como lo hacía durante sus campañas electorales.

- Ya lo verán…. Esperen un poco más y lo verán.

Mientras tanto, en el interior del Museo, Alister sonrió al ver acercarse a la arqueóloga.

- ¡Por fin, Lara! Ya estaba cansado de estar acá –manifestó dándole un beso en la mejilla.

- Lo siento, Alister –se disculpó ella.

- No hay problema, todo sea por Winston. ¿cómo se encuentra?

- Mejor –suspiró Lara-. Según los médicos, ya está muy viejo para el trabajo. Tendré que llamar a otra persona.

- Algún día tenía que ocurrir –coincidió Alister-. Winston sirvió fielmente a tu familia desde que tu padre era joven.

- ¿Quieres decirme por qué me hiciste venir? –Lara no quería dejarse llevar por sentimentalismos, y su tono enérgico asustó a su amigo, quién le indicó con el dedo que lo siguiera.

Mientras avanzaba, Lara observaba a su alrededor: decenas de antigüedades y reliquias rodeaban las pulcras paredes de mármol, y las pinturas y esculturas eran una auténtica belleza. Si no fuera ilegal hacerlo, se hubiera llevado todo a su casa.

Finalmente, Alister se detuvo ante una diminuta urna, cuya textura y color eran idénticos a Excalibur y la llave de Galali. Según las inscripciones, allí debería estar el casco de Sir Pellinore, uno de los caballeros de la Mesa Redonda, que además había sido amigo de Sir Héctor, el noble que crió al Rey Arturo.

Lara alzó la cabeza y miró a Alister con expresión de duda.

- Pues, ocurre que me llamó la atención el parecido de la urna con la espada, y el hecho de que el Casco no esté allí.

Un grupo de ancianos turistas se acercó a ellos, acompañados por un guía.

- Lo que faltaba: -ironizó Lara- veteranos en el Museo.

- Señores, en la urna que ustedes ven debería estar el casco de Sir Pellinore, uno de los caballeros del Rey Arturo –explicaba el guía-. Pero lamentablemente fue robado hace unos meses.

- Disculpe –interrumpió respetuosamente Lady Croft, acercándose al guía-. ¿de casualidad reconoció a los ladrones?

- Por supuesto, señorita. Eran un hombre rubio y uno barbudo con acento francés.

“¡Vaya! ¡Entonces será como quitarle un dulce a un bebé!”, exclamó satisfecha Lara para sus adentros, recordando lo sencillo que le fue siempre enfrentarse a los infradotados de Larson y Pierre.

- Oye, jovencita –interrumpió una vieja encorvada y reumática-. ¿Tú crees que esa es forma de vestirse? ¡Indecente! En mi época las mujeres incluso se tapaban con velo el rostro.

“En su época las mujeres se tapaban con hojitas de los árboles, vieja entrometida.” La muchacha le dedicó una sonrisa burlona que enfureció a la anciana.

Sin previo aviso, un disparo sonó en el Museo, y Lady Croft, segura por instinto de que iba dirigido hacia ella, dio una voltereta en el aire para esquivarlo. El disparo dio en un jarrón de porcelana junto a la pared, que se hizo añicos al instante.

Al cabo de segundos el lugar estaba infestado de mercenarios con francotiradores en la mano, y, ¿era la imaginación de la joven o tenían el mismo uniforme que los hombres del fallecido Rutland?

- ¡Corran por sus vidas! –gritó la vieja, histérica.

El guía y los ancianos salieron despavoridos de allí. Sin duda nunca recordarían de dónde sacaron semejante agilidad cargando tantos años de vida.

Y, mientras Alister se ocultaba tembloroso detrás de la urna vacía, Lara desenfundó las dos pistolas, preparada para el ataque.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Crear una cuenta o conéctate para comentar

Tienes que ser miembro para dejar un comentario

Crear una cuenta

Regístrese para obtener una cuenta nueva en nuestra comunidad. ¡Es fácil!

Registrar una nueva cuenta

Conectar

¿Ya tienes una cuenta? Conéctate aquí.

Conectar ahora
×
×
  • Crear nuevo...