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Señor de la muerte


James Rutland

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Bueno aquí va otro de mís relatos, espero que os guste :abrazos:

 

Capítulo I: “Un comienzo inesperado”

 

La luz de verde enfermizo de la luna menor, Morrslieb, se filtraba a través de las aspilleras y ventanales del castillo. El aspecto lúgubre y silencioso de los pasillos del castillo hacían de él un sitio tenebroso y sacudido por el paso de cientos de años. El silencio de repente fue roto por los cascos de unos caballos. Montados en ellos, tres figuras de aspecto siniestro pero de porte noble cabalgaban majestuosamente sobre sus corceles. Las puertas del muro exterior se abrieron, dejando ver a dos poderosos guardianes equipados con una ornamentada armadura que enseguida saludaron a los tres caballeros. Los jinetes desmontaron de sus corceles y atravesaron la puerta del castillo. Por los largos pasillos, tan sólo se oía el paso firme de los tres caballeros que avanzaban imperturbables en la oscuridad reinante. Por fin, los caballeros llegaron a una puerta flanqueada por otros dos guerreros como los de antes pero equipados con pesadas alabardas. Los guardianes abrieron la puerta y los caballeros entraron. Cuando el último de ellos pasó, la puerta se cerró con un sonoro golpe y el chirriante ruido de las viejas bisagras. La estancia a la que habían entrado era oscura al igual que el resto del castillo. Tan sólo iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de sus grandes ventanales y la luz de unas pocas antorchas, que daban el aspecto a la sala de una vieja capilla. Al final de la sala se encontraba medio en sombras una figura cubierta de una armadura de placas y que esperaba de espaldas mirando a través de los ventanales la llegada de los tres caballeros. La nueva figura era imponente, poseía una larga melena y rostro marfilado, cuyas facciones eran las de un guerrero curtido en innumerables batallas y combates. Los caballeros avanzaron hacia él y se arrodillaron; cuando ya se encontraban a sólo unos pasos, el guerrero dio lentamente la vuelta dejando ver a la mortecina luz unos ojos de profunda antigüedad, como si todas las eras del mundo las hubiera pasado y como si a él no le hubiera afectado. Los tres caballeros vacilaron durante un momento y al final uno de ellos habló:

 

 

 

- Mi señor, hemos venido en cuanto nos llegó su mensaje.

- Bien, hijos míos. Os he hecho llamar porque se acerca la hora. Las tinieblas se están asomando al Viejo Mundo y el Caos avanza de nuevo desde los Desiertos.

- ¿Y qué ordena que hagamos mi Señor?- preguntó otro de los caballeros.

- Desde esta noche convocaremos nuestras hordas y llamaremos a nuestros aliados. Cuando estemos preparados marcharemos hacia Kislev. Allí lucharemos contra las deformidades salidas de los Desiertos del Caos. Combatiremos contra los cuatro Poderes y... ¡por Abhorash que venceremos!

- Bien, mi señor. Me encargaré de buscar a los nigromantes y de que desplacen sus fuerzas hacia Stirland.- dijo Lambert de Lillaz, que era el brazo derecho de su señor, Caleb.

- Entonces, ve y marcha en busca de los nigromantes, Lambert. Deberéis reunir una gran horda; dentro de dos semanas nos veremos en la ciudadela. Mientras vosotros os quedáis aquí conmigo. Todavía os falta mucho por aprender y esta noche saldréis al bosque. Deberéis traerme al menos la cabeza de un minotauro… mientras tanto no volveréis a pisar el castillo.

 

Los otros dos guerreros se quedaron un poco turbados, pero enseguida obedecieron. Sabían que pronto su señor marcharía a la guerra, y que esta vez pretendía luchar contra el mismo Caos. Había llegado la hora de demostrar ante los ojos de su Maestro la valía como guerreros; estando siempre deseosos de realizar grandes hazañas de armas... y esta guerra pretendía ser todo un desafío para el Viejo Mundo.

El señor se sentó de repente en un viejo trono cubierto de ricas pieles con piedras preciosas engarzadas sobre la estructura de preciosa madera de Árbol de Luna. Desde su trono, observó como su subalterno marchaba al galope, raudo a cumplir la misión que le había sido encomendada. Sabía que Lambert no le fallaría y que sería capaz de marchar hasta el propio Reino del Caos si él se lo pidiera. Pero ahora tenía cosas más importantes en que pensar. La última semana había tenido extraños sueños en los que aparecían figuras del pasado que lo atormentaban. Figuras que antaño fueron legendarios y que él los había conocido, aunque fuera por un momento fugaz. Hacia ya tanto tiempo de eso... y aún así él lo recordaba amargamente como si hubiera pasado anoche. Mientras tanto, entre cavilaciones y pensamientos, perdió la noción del tiempo y no notó una nueva presencia en la estancia. Ésta entró con paso cuidadoso pero despreocupado, vestía largos ropajes negros que le llegaban hasta el mismo suelo de piedra. Sólo cuando la nueva figura se puso encima de la inmensa alfombra aterciopelada, que representaba escenas de una antigua batalla, el Señor alzó la mirada, y en sus ojos se reflejó la imagen de una bella criatura, más que cualquier otro ser sobre el mundo. Sus ojos eran de color azul como el mar, y su piel blanca y joven estaba coronada por finas hebras de pelo rubio que componían una hermosa melena rubia. Su cuerpo era sinuoso y perfecto y cuando ella habló, le recordó a alguien que le era familiar, que le atraía y que sin duda poseía un gran poder.

 

- ¿Qué le ocurre mi señor?- le preguntó ella al fin, al darse cuenta de aunque la miraba todavía se encontraba perdido entre ensoñaciones.

- ¿Por favor, dime que le ocurre mi señor?- volvió a preguntar con una voz tan dulce que incluso un guerrero curtido se hubiera echado a llorar.

Entonces por fin habló.

- ¿Cómo está mi pequeña? ¿Has descansado bien? Necesito hablar contigo.

- Como ordene mi señor. Pero antes quisiera saber que le ocurre. Últimamente apenas le veo y noto que habla menos conmigo y me tiene preocupada. ¿Acaso he hecho algo de su desagrado, mi señor?

- ¡No, por supuesto que no! No te preocupes por mi, ahora. No sois vos la que ahora me preocupáis. Al menos de momento. Pero descuida, jamás podré reprocharte nada.

- Me alegra saber que no soy la culpable de tu inquietud, pero mi alma se alegraría saber qué es aquello que tanto le preocupa.

- Bien mi querida muchacha, necesito hablar contigo. Acompáñame, por favor.- dijo el Señor un tanto preocupado.

- Sí, mi señor.

 

 

 

Estuvieron caminando por los largos pasillos que se dirigían al portón de salida de la fortaleza. Caminaron luego por los jardines de palacio; que un día estuvieron cubiertos de exuberante flora, y donde ahora sólo crecían flores negras y rojas. Durante el camino unas sombras se deslizaban silenciosamente por todo el castillo, y aún más allá; estas sombras hacían las veces de vigías. Por fin llegaron al lado de una fuente. Allí se pararon y se sentaron sobre un gran banco de mármol negro pulido que había a su izquierda. El sonido de la noche entonaba una canción lenta y melodiosa que bien podría haber sido creada por elfos. Mientras tanto las voces de las dos figuras se fundían en susurros del tenue céfiro que soplaba entre los árboles que se situaban por encima de sus cabezas.

 

- Anezka, mi querida muchacha. Pronto deberé partir hacia las frías tierras de Kislev.

- ¿Por qué mi señor? Porque debes ir allí. He sentido fuertes emanaciones mágicas desde el Norte, es peligroso ir a esa tierra... ¡el Caos vuelve!

- Lo sé, yo también lo siento. Pero es mi destino, querida muchacha. Debo partir y luchar contra las huestes del Caos; tal vez así me reencuentre conmigo mismo y pueda por fin aclarar todas mis dudas. Además tú sabes quien soy y conoces mi lugar. Tú eres mortal; la más dulce y bella que mis ojos hayan visto, sin embargo yo...

- Lo siento, mi señor. Durante todo este tiempo he aprendido de vosotros, de tu clan y del mundo de las tinieblas en que vos andáis. He estudiado vuestro arte y he descubierto cosas que me han condenado ya lo suficiente como para seguir a vuestro lado.

- ¿Qué quieres decir, Anezka?- preguntó el Señor atisbando la respuesta.

- Mi decisión está tomada. Quiero seguir a mi salvador, a mi Señor; ¡quiero seguir hasta el final de los tiempos a Caleb del clan Dragón Sangriento y luchar hasta que en mis venas no quede más sangre que me pueda mantener con vida!

- Pero eso no puede ser, ¿por qué deberías condenarte? Acaso no ves más allá, que tú siempre perteneciste a la Dama, de que no fue hecho este mundo para ti.

- Al igual que tu Caleb, recuerda. Tal vez eres tú el que no ve más allá. Es cierto que yo pertenecía a mi gente, a la Dama; como vos. Pero eso fue hasta encontrarte. Cuando te vi por primera vez supe lo que eras, y no tuve miedo. Cuando tu aceptaste mis servicios yo vi una luz en tu frente, yo... me enamoré de vos. Es por eso por lo que he condenado mi alma, y es por ello por lo cual sufro a cada momento. Porque no me correspondes, y porque tú te cierras en tus pensamientos... déjame acompañarte. De demostrar mi lealtad y de servirte como un Señor de los Vampiros se merece. Déjame...- habló Anezka sollozando.

- En toda mi no-vida jamás he sentido tanta desdicha. Tal vez, por una vez en mil años, mi mente ha quedado despejada de brumas. Tus palabras son tan ciertas que me hieren y me duelen. Mi alma sufre por vos, y he de confesaros algo. Ciego he estado al no querer reconocerlo, pero dentro de mi alma oscura siempre lo supe, mas ya es tarde para rectificar. Soy un vampiro, soy un Dragón Sangriento. El ardor de la batalla recorre mis venas. Y aunque tu belleza y tu pasión hacia mí me clavan una estaca en el corazón, ten en cuenta que no puedo corresponderos. Debo seguir mi camino y mi dulce Anezka... vos el vuestro. Os libero; podéis marchar a donde vos queráis, menos seguirme. De lo contrario, serás llevada frente a los cazadores de Brujas, para que ellos decidan como juzgarte.

- Señor...- dijo temblorosa- no podéis estar hablando en serio. – y al terminar de decir esto se echó a llorar. No podía soportar la idea de separarse de él, ahora que tanto lo necesitaba. Entonces el caballero rojo, la miró a los ojos y ella con ojos llorosos se llevó las manos al cuello, y torciendo la cabeza mientras dejaba entrever el cuello expuesto, Anezka dijo entre llantos.- Señor, entonces si no puedo ir con vos en vida, déjame ir por vuestro mismo camino, el de la no-vida. – Aunque tentado por un momento, Caleb no accedió a su petición. Se levantó del banco y se alejó.

 

Antes de desaparecer en las sombras del jardín negro le dijo a Anezka.

 

– Tres lunas tenéis antes de que yo parta. No podréis hacer nada por evitarlo. Lo siento pero debe ser así.

 

Lágrimas de sangre surcaban el pálido rostro de Caleb. Su decisión le dolía en el alma. - Tal vez si aquella muchacha no hubiera mostrado tanto interés, las cosas hubieran sido de otra manera.- se dijo así mismo mientras echaba un último vistazo al banco donde aun se encontraba llorando la dulce Anezka.

 

Fue en ese momento cuando el silencio inundó el patio. La música embriagadora de la noche, los arrullos del viento y el suave manar de la fuente cesaron de repente. Todo lo maravilloso se apagó como se apaga una lumbre después de echarla agua fría. Anezka se quedó a solas en el jardín durante toda la noche, sin poder dormir a causa de la angustia que sufría. Cuando a la hora tercera de la mañana el sol brillaba sobre las montañas de las Hermanas Blancas, fue entonces cuando Anezka se internó en el castillo.

 

 

Espero que os guste, si os gusta haré el segundo cápitulo. :(

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:( K guay!!!!!!!! :abrazos: Ese señor oscuro era.... Un gran colega!! :roll: jaja1 Desde luego k carisma, como m encantan los malos, espero k consiga su proposito!!!

 

Como k si nos gusta James??? A currar! Venga k quiero k cuando vuelva de Madrid ver tu relato por lo menos con 2 entregas mas! K malo soy... ;)

 

Caleb... M gusta ese nombre... :wub:

 

Besos ^_^

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