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La Saga del Terror: Lara Croft y la Hora Cero


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hola chicos, ahi va el capitulo 14:

 

Capítulo 14

 

Durante la breve batalla de Rebecca con el prototipo de Tirano, Albert Gero salió disimuladamente del centro, con la cabeza gacha y la proverbial cola entre las piernas. El joven le había perdido el rastro hacía unas horas y había supuesto que el científico habría seguido a Smith hacia afuera, como habían hecho los del equipo de Rebecca hacía un momento, pero allí estaba de nuevo, medio corriendo por uno de los túneles ocultos de salida, con el rostro pálido y tembloroso como una máscara de terror. Sin duda aterrorizado por los ruidos de la batalla, y completamente ignorante de que sólo seguía vivo porque su vida carecía totalmente de importancia.

Aunque le hubiera gustado ocuparse de él personalmente, el joven dejó que el científico se marchara por el momento, ya sería su presa otro día. Estaba demasiado atrapado en la lucha, demasiado ansioso de ver cómo le arrancaban los miembros uno a uno a Rebecca. Pero en vez de eso, la vio esquivar de nuevo su destino, una comunión de habilidad y suerte tonta que resultaba maravilloso contemplar. La observó dejar atrás al Tirano y encontrar a Billy un momento después, aún vivo, agarrado como una lapa a una roca mientras un mar de agua de cloaca se agitaba a su alrededor. El golpe de una de las criaturas acuáticas se lo llevó dando vueltas hacia una de las muchas salas de filtros de la planta y dejó a Rebecca gritando tras él, sin duda medio enloquecida de frustración, rabia y decepción.

El joven sonrió, una sonrisa fría y desagradable, y se sintió más tranquilo de lo que había estado últimamente al ver a Rebecca cruzar la pasarela, encontrar otro ascensor en el centro de operaciones y avanzar hacia las profundidades de la planta, donde él y su colmena esperaban acurrucados en su capullo de refulgentes excreciones líquidas. Con suerte, pronto volvería a encontrarse con Billy, quizá aún vivo. De hecho, probablemente vivo. El joven acababa de comprender que tal vez había puesto demasiado empeño en acelerar las cosas, en precipitarlos a su destino. Era inevitable un enfrentamiento… ¿Y no había deseado durante tanto tiempo tener público, alguien que pudiera apreciar la magnificencia de la tarea que se había asignado? Además, pronto amanecería, un momento peligroso para los niños, porque sus delicados cuerpos ardían fácilmente incluso con la luz solar más débil; mejor que los intrusos vinieran a él. Así conocerían su gloria antes de que los aplastara personalmente.

Observó y esperó, ansioso por comenzar el último capítulo de su triunfo.

Rebecca no estaba segura de dónde se encontraba. Los niveles y las salas de ese edificio estaban incomprensiblemente entremezclados, pero siguió yendo hacia abajo. Los corredores estaban despejados, pero dos de las salas por las que había pasado, otra pequeña sala de control de propósito desconocido y una destrozada sala de estar para empleados, se hallaban infestadas de zombis. Sólo había disparado contra dos de los siete que había visto, el resto estaban demasiado decrépitos y eran demasiado lentos para representar una amenaza. Deseaba haber tenido tiempo y munición suficientes para matarlos a todos, para librarlos del horror en que se había convertido su vida, pero el haber visto a Billy la hacía apresurarse. Estaba herido, pero seguía vivo, y perdido en alguna parte de las profundidades del confuso trazado de la planta.

El edificio era la planta de tratamiento de agua, cosa que hubiera podido deducir por el omnipresente hedor, además de por los carteles y los paneles de control que llenaban casi todas las salas, pero pensó que también era otro centro de las actividades ilegales de Psycho System; ¿por qué si no iba a estar conectado con el centro de formación, aunque fuera indirectamente? Atravesó una especie de patio interior en el séptimo nivel del sótano, o al menos creía que era el séptimo, que estaba en construcción cuando el virus atacó, y dudó de que el bunker excavado en la piedra, lleno de carretillas elevadoras, tuviera algo que ver con el tratamiento del agua.

Sí, pero y yo qué diablos sé, se le ocurrió pensar, mientras se esforzaba por avanzar más de prisa, cruzaba otra puerta y entraba en otra habitación con una zanja llena de cajones de embalar en un lado. Hasta esa noche no creía en zombis o en conspiraciones con armas biológicas. Para ser sinceros, ni siquiera creía que una maldad tan deliberada pudiera existir. Lo que había visto, lo que había experimentado desde que subió a aquel tren hacía un montón de horas… Nada ya era igual. No sabía si volvería a ser capaz de ver el mundo a su alrededor con la misma inocencia de antes, si sería capaz de mirar a una persona o un lugar sin pensar que algo se escondía bajo las apariencias. No estaba segura de si debía sentirse furiosa o agradecida por la pérdida de la inocencia, pero si continuaba con los MAGNIFICOS, sin duda sería una ventaja.

En el fondo de la habitación de las cajas se hallaba una escalera de metal. Rebecca se detuvo ante ella, miró hacia abajo conteniendo la respiración e hizo una mueca de asco, sin saber bien qué hacer. Vio sanguijuelas en las escaleras, al menos media docena repartida por los escalones, colgando de hilos de baba o dejando una brillante huella sobre el metal gris. No quería acercarse a ellas, temiendo que la pudieran atacar si se aproximaba demasiado o hería a alguna, pero tampoco quería retroceder. Notaba que el tiempo corría de prisa, que las cosas ocurrían cada vez más rápido, que tenía que seguir adelante o arriesgarse a perderse.

O arriesgarme a encontrarme de nuevo con aquella cosa. Aquella máquina de matar con garras.

El furioso grito de la criatura aún resonaba en su cabeza. La había herido, pero las probabilidades de que se hubiera refugiado en algún rincón oscuro para morir eran pocas o ninguna. Las cosas nunca eran tan fáciles.

Apretó los dientes y pisó con cuidado entre las sanguijuelas, deteniéndose a cada paso, y tuvo que tragar su repugnancia cuando una serpenteó por encima de su bota y continuó su camino. Por lo menos, la escalera era corta; llegó hasta abajo sin pisar ninguna de esas horrendas criaturas y alcanzó la puerta que había al fondo sin más incidentes.

Cuando la abrió, una niebla fría le salpicó la piel sudada, y el rugido de las tuberías desaguando fue como música. Era una nave enorme, dominada por enormes conductos que sobresalían por un lado y desde los que caía el agua sobre una serie de filtros de red.

Y en medio de los detritos flotantes…

—¡Billy!

Rebecca corrió hacia Billy, que yacía boca arriba junto a una desagradable cascada. Se arrodilló junto a él y le puso la mano en el cuello. Apartó las chapas de identificación temblando por dentro. Pero allí estaba el pulso, fuerte y estable. Él abrió los ojos al sentir su contacto y la miró con ojos nublados.

—¿Rebecca? —Tuvo un acceso de tos e intentó incorporarse. Tenía un gran hematoma en la sien izquierda. La joven le puso una mano sobre el pecho y lo hizo tumbarse de nuevo.

—Descansa un momento —dijo, y tuvo que forzar las palabras para que le pasaran por el nudo que tenía en la garganta. Había querido creer que Billy estaría bien, pero había sido duro—. Déjame que te examine.

Una pequeña sonrisa cruzó los labios de Billy.

—De acuerdo, pero luego me toca a mí —murmuró, y volvió a toser.

Respondió a las preguntas que Rebecca le hizo sin problemas, mientras ella lo iba examinando, comprobaba su movilidad y le limpiaba algunos de los arañazos más profundos. El golpe en la cabeza parecía ser la peor herida y le causaba mareos y náuseas, pero no estaba tan mal como ella había temido. Después de unos minutos de atención, Billy se incorporó para sentarse y le sonrió débilmente.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo, e hizo una mueca cuando Rebecca le tocó la sien—. Sobreviviré, pero no si sigues apretándome por todas partes.

—Vale —repuso Rebecca, y se sentó en cuclillas con una sorprendente sensación de satisfacción; había ido a buscarlo y lo había encontrado. No tenía ni idea de que la simple sensación de lograr lo que se había propuesto fuera tan gratificante, que pudiera anular fácilmente todo lo negativo de su situación, aunque sólo fuera por un momento—. Me alegro de que estés vivo, Billy.

Billy asintió e hizo una mueca de dolor al moverse.

—Tú y yo. Ambos estamos vivos.

Rebecca lo ayudó a ponerse en pie y lo sostuvo hasta que recuperó el equilibrio. Cuando se sintió lo suficientemente seguro, Billy se apartó de ella, y Rebecca le vio poner una expresión de desagrado y una mueca de asco mientras se dirigía hacia uno de los rincones de la nave donde un chorro de agua sucia caía sobre otro filtro.

El rincón estaba lleno de huesos amontonados. Huesos humanos, pulidos por años de estar bajo el chorro de agua y cubiertos de una gruesa capa de moho bacteriano verdoso. Rebecca contó al menos once cráneos entre la montaña de fémures y costillas, la mayoría aplastados o quebrados.

—¿Algunos de los viejos experimentos de Marcus? —Billy habló en voz baja; no era realmente una pregunta y Rebecca no contestó, sólo asintió con la cabeza.

—Es Psycho System —añadió un momento después—. Lo animaron. Estaban todos metidos en esto.

Le tocó a Billy el turno de no contestar, sólo se quedó mirando hacia los huesos con alguna emoción desconocida encerrada en su dura mirada. Un segundo después, se sacudió aquella emoción y se alejó de los macabros restos de vida humana.

—¿Qué piensas de que volemos por los aires esta parada de chuches? —preguntó, y aunque pareció hablar a la ligera, ninguno de los dos sonrió.

—Sí —contestó Rebecca, y alargó la mano para cogerle los dedos durante un momento y apretárselos. Él le devolvió el gesto—. Sí, me parece una gran idea.

Billy se sentía hecho un asco, pero siguió a Rebecca hacia alguna parte más o menos en dirección este mientras deseaba con todas sus fuerzas librarse del maldito parque de atracciones de Marcus antes de desmayarse. Mientras avanzaban por un laberinto de pasillos y habitaciones, Billy quedó completamente desorientado después de la segunda esquina, Rebecca le fue explicando lo que le había pasado desde que se había caído de la plataforma del teleférico. Se había encontrado con el jefe de su equipo y tenido un encontronazo con una especie de supercriatura tipo Frankenstein en el que le faltó poco para dejarse la piel. También había encontrado un revólver Magnum 50 que funcionaba con parte de la munición que él llevaba encima, algo fuerte de verdad, y también había conseguido conservar la escopeta. En conjunto, Billy pensó que lo había hecho incluso mejor de lo que, en las mismas circunstancias, lo habría hecho él.

Hallaron un dormitorio vacío y aprovecharon para cargar las armas. Billy tomó la Magnum y Rebecca se quedó con la escopeta. Encontraron una garrafa de agua precintada bajo una de las literas y se turnaron para beber, ambos necesitados de hidratación. Al parecer, nadar en el agua de una alcantarilla no ayudaba mucho a calmar la sed.

Una vez saciada la sed y con armas decentes y cargadas, Billy sintió que podría ser que se recuperara de su paseo por los rápidos. Tomaron la salida sur del dormitorio, atravesaron una sala de tratamiento industrial y luego otra. Las salas de la planta se confundían en la mente de Billy; todas eran iguales, paredes y suelos de metal medio corroído, tuberías y grandes muros de paneles de control cubiertos con diales y conmutadores. Parte del equipo seguía funcionando y su sonido llenaba las salas de un estruendo metálico, aunque sólo Dios sabía quién lo estaba controlando. Billy se dio cuenta de que no le importaba demasiado. Mientras continuaban avanzando, ambos pudieron oír el estrépito del agua, de mucha agua, cada vez más próximo, y después de atravesar una enorme sala de bombeo que se abría hacia el frío amanecer, se encontraron sobre un camino que cruzaba una represa.

Se detuvieron unos instantes y contemplaron la negra superficie del embalse, que se extendía a lo largo del edificio del que habían salido hasta la cortina de agua que lo delimitaba al otro extremo. El fragor les impedía oírse, y regresaron a la sala de bombeo sonriendo. Por lo menos habían encontrado una salida. La pasarela sobre la presa llevaba a otro edificio, pero sólo ver las pálidas estrellas y la luna baja fue una inyección de ánimo para Billy. Su paseo de pesadilla por el complejo de Psycho System a pronto se acabaría, lo presentía, veía el final con tanta seguridad como que el nuevo día pronto amanecería.

—Mi equipo probablemente pasó por aquí y nos limpió el camino —dijo Rebecca, esperanzada. Tenían casi que gritar para oírse sobre el estruendo de la cascada y las bombas de agua que ocupaban media sala. Su voz hizo vibrar levemente la pasarela que rodeaba una balsa de agua que se hallaba en el centro de la sala—. Dijo que irían hacia el este. Prácticamente estamos fuera de aquí.

—Pensé que dijiste que Enrico había subido en el ascensor —dijo Billy.

—Oh, es cierto —repuso Rebecca, y su expresión se ensombreció—. Perdón. Lo había olvidado.

—Es comprensible. Pero tienes razón, estamos prácticamente fuera de aquí. —Tocó la Magnum que llevaba en el cinturón y la esposa suelta que le colgaba de la muñeca resonó contra ella, un inesperado recordatorio de su vida antes del accidente del jeep. Esa vida parecía muy lejana, como si fuera la de otro hombre… Pero aún lo estaba esperando, en alguna parte ahí fuera.

Dejó estos pensamientos para más tarde. Esbozó una ligera sonrisa y le dio unas palmaditas al Magnum.

—Esto es como una llave universal. Abre puertas, acaba con indeseables portadores de enfermedades, lo que quieras.

Rebecca le devolvió la sonrisa y comenzó a decir algo, pero se detuvo de golpe, mirándolo a los ojos, y ambos se quedaron helados al oír agua salpicando la pasarela de metal. Al unísono, se volvieron a mirar y vieron a un gigante alzarse de la balsa a unos cuantos metros de distancia, una cosa que, Billy lo supo al instante, era el monstruo que Rebecca le había descrito, el del ascensor. Era enorme, blanco, cubierto de sangre y llagas; salió de la balsa apoyándose en unas garras largas afiladas como cuchillos, con las puntas arañando el metal de la pasarela.

Billy sacó el Magnum y retrocedió mientras intentaba empujar a Rebecca tras él. Ella se soltó y se quedó donde estaba con la escopeta en alto. Las ideas heroicas de Billy se fueron al garete cuando la criatura los vio y lanzó un grito terrible, un sonido profundo y enloquecedor de odio, de deseo no sólo de matar sino de mutilar y desgarrar. Enfrentarse a eso solo no era de héroe, era una estupidez suicida.

—Cuando empieza a moverse no maniobra muy bien —lo informó Rebecca rápidamente, a media voz. Billy tuvo que esforzarse para oírla sobre el rítmico golpeteo de las potentes bombas—. Si podemos alejarlo de la puerta, hacer que corra, podremos esquivarlo cuando intente volverse.

Billy apuntó cuidadosamente hacia el tosco rostro de la criatura. La cosa dio un paso y ellos retrocedieron.

—¿Y si en vez de eso lo matamos?

—No —contestó Rebecca con un tono de pánico en la voz—. Sólo lo enfurecerás. Lo que ves ahora lleva dos tiros de escopeta, uno de ellos casi a quemarropa.

La cosa dio otro paso, se agachó ligeramente y tensó las piernas como si fuera a saltar.

—¡Corre!

Billy no necesitó que se lo repitiera. Ambos se dieron la vuelta y comenzaron a correr, torciendo hacia la izquierda por la pasarela. A su espalda oyeron tres pasos que resonaron contra el quejumbroso metal, y las garras del monstruo rasgaron y traspasaron la pared de la esquina con un tremendo chirrido del metal al curvarse como virutas de madera.

Billy dio media vuelta y levantó el Magnum mientras el monstruo se paraba y se volvía hacia él.

—¡Sigue corriendo! —le gritó a Rebecca, y apuntó hacia el tumor rojo que palpitaba medio enterrado en el pecho de la criatura, lo que tenía que ser el corazón. El monstruo dio un paso y sus opacos ojos se clavaron en Billy mientras alzaba las garras.

Billy disparó. El retroceso del potente revólver le sacudió la mano y el estallido fue ensordecedor. Se abrió un agujero en el pecho de la cosa, no directamente en el corazón, pero cerca. La sangre empezó a manar por la herida y resbaló por su grueso abdomen blanco. La cosa aulló, un sonido aún más potente que el del cañón de mano que era la Magnum e infinitamente más peligroso, pero no cayó.

Cielos, eso hubiera detenido a un elefante…

—¡Vamos! —le gritó Rebecca, tirándole del brazo. Él se soltó y apuntó de nuevo. Si la cosa sangraba, podía morir, y después de un lanzagranadas, un Magnum 50 tenía que ser la mejor arma para lograr ese objetivo.

El monstruo dio un inseguro paso adelante, luego pareció recobrar el equilibrio, y su mirada asesina se posó sobre Billy. La sangre continuaba manando de la herida, y le había empapado la asexuada entrepierna y la parte alta de los musculosos muslos. Esa sonrisa, esa horrible sonrisa… La cosa parecía estar riendo, como si no pudiera esperar a compartir alguna broma privada con él.

Billy pensó que el chiste probablemente incluía arrancarle un brazo y golpearlo con él hasta matarlo. Apuntó al corazón y apretó el gatillo…

Otro tremendo cañonazo, más sangre por los aires, el monstruo aullando.

¡Oh, Dios mío, que eso sea de dolor!

Pero no cayó. Aún no cayó. Era difícil decir dónde le había dado, porque había sangre por todas partes, pero el corazón continuaba latiendo.

—¡Aparta!

Rebecca apartó a Billy y avanzó un paso. Levantó la escopeta mientras la criatura comenzaba a inclinarse y a tensar las piernas. Apuntó bajo, demasiado bajo, así no le iba a dar en el corazón.

La escopeta tronó y, finalmente, el monstruo cayó con un grito de furia asesina. Rasgó el metal con las garras, lo que provocó un doloroso chirrido metálico.

Billy vio que Rebecca le había volado una rodilla, y dudó sólo un instante, el tiempo suficiente para pensar por qué no se le habría ocurrido hacer eso. La cosa no estaba muerta, pero a no ser que le salieran alas, iba a tardar en ir detrás de ellos. Entonces Billy levantó de nuevo el Magnum y apuntó al cráneo blanco mientras la criatura intentaba arrastrarse usando las garras, sin duda para seguir atacando. Sólo consiguió resbalar hasta el agua y la oscura balsa se cubrió de espuma rosa mientras la cosa intentaba salir.

—¿Un pequeño gasto inútil de munición? —medio preguntó Billy. Miró a Rebecca en busca de apoyo. Por muy terrible que fuera la cosa, no se sentía bien dejándola que se desangrara hasta morir, que siguiera sufriendo. En cierto modo era otra de las víctimas de Psycho System; no había pedido nacer.

—Sí —repuso Rebecca, asintiendo con la cabeza, y Billy vio compasión en su rostro, vio que ella sentía lo mismo—. Hazlo.

Dos tiros, el segundo para asegurarse, y el enorme cuerpo cayó en silencio al agua y desapareció bajo la superficie.

 

Saludos

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Hola amigos ahi les mando el capitulo 15:

 

CAPÍTULO 15

 

Caminaron sobre la represa bajo la luz naciente; el azul oscuro de las primeras horas fue dando paso a un gris pálido y desvaído que ocultó todas las estrellas a excepción de las más brillantes.

Rebecca caminaba en silencio junto a Billy y se fijó en que las nubes se iban deshaciendo. Iba a ser otro caluroso día de verano, aunque por el momento estaba esforzándose por no temblar de frío. Se sentía cansada, más de lo que recordaba haberlo estado nunca, pero sólo saber que esa noche eterna y horrible se acercaba a su fin, que llegaba un nuevo día, era suficiente para evitar que flaqueara.

Al final del camino sobre la represa había una corta escalerilla que daba a una puerta. La subieron, Billy delante, y entraron en la sala de turbinas; más pasamanos oxidados rodeando paredes de hormigón y más tuberías alineadas contra las paredes. Había dos puertas. La del norte llevaba a un almacén sin salida. La que daba al oeste estaba abierta y llevaba, a través de un largo corredor vallado, hasta otra puerta.

—¿Seguimos adelante? —preguntó Billy, y Rebecca asintió.

Seguramente sería otro callejón sin salida, pero quería retrasar lo más posible el tener que volver por donde habían venido. Ya habían contemplado suficiente muerte y destrucción; no les apetecía tener que volver a repetir.

Rebecca se detuvo mientras Billy avanzaba por el pasillo, y notó que la pesada puerta tenía un canto metálico. Estaba reforzada con acero y había un lector de tarjetas magnéticas junto a ella. Alguien había colocado un palo bajo la puerta para evitar que se cerrara.

Un palo mojado, pensó, mientras se agachaba para tocar la brillante madera. Cuando apartó la mano, finos hilos de babas se le pegaron a los dedos, estirándose desde el palo.

Durante un segundo, se le ocurrió la extraña idea de que, por alguna razón, las sanguijuelas habían abierto y bloqueado la puerta, pero la rechazó y se recordó que había sanguijuelas por todo el complejo. Se limpió la mano en el chaleco y alcanzó a Billy, que ya casi estaba llegando al otro extremo del pasillo mientras recargaba el Magnum.

La puerta no estaba cerrada con llave y Billy la empujó para abrirla. Otra entrada de cemento y metal que llevaba a otro corredor. Billy entró y suspiró. Rebecca lo imitó. ¿Llegarían alguna vez al final de ese lugar?

La sala olía como una playa con marea baja, aunque no podían ver nada desde la entrada porque la habitación quedaba fuera de su campo de visión. Habían dado dos pasos hacia el interior cuando oyeron el clic de una cerradura y la puerta se cerró a su espalda.

—¿Cerradura automática? —preguntó Rebecca, frunciendo el entrecejo.

Billy volvió a la puerta y accionó el pomo.

—Estaba cerrada antes, pero sin llave. No tiene sentido que se active la cerradura después de que entremos.

Entonces, Rebecca oyó algo, un sonido bajo que hizo que el corazón le diera un vuelco. El sonido aumentó de intensidad rápidamente y se convirtió en una risa profunda y seca que llegaba de la habitación que había más allá de la entrada.

Sin decir palabra, ella y Billy se apartaron de la puerta, apretaron las armas en la mano y rodearon la esquina…

Se quedaron de piedra al contemplar el vasto mar de vida que los rodeaba. Parecía cubrir cada centímetro cuadrado de pared y caía y se arrastraba por el techo y el suelo. Sanguijuelas, miles, cientos de miles de sanguijuelas. La sala era grande, alta y amplia, dividida por un pequeño corredor que discurría a lo largo de la pared del fondo. Varios incineradores se alineaban en una construcción central que se alzaba hasta el techo, y se veían llamas a través de varias aberturas en el metal. En la pared sur se hallaba una gran puerta metálica, al fondo de un pequeño vestíbulo, que parecía ser la única salida; y eso suponiendo que quisieran pasar por encima de todas esas sanguijuelas, a lo que Rebecca no se sentía nada dispuesta. El cavernoso espacio tenía dos niveles, una pasarela rodeaba la construcción central y una chimenea a un lado de la parte superior lanzaba una fulgor tembloroso sobre el mar negro y bullente que se extendía por todos los rincones de la sala. Sobre la pasarela, una figura solitaria, un joven alto y de hombros anchos, reía; su voz, fuerte y extraña, resonaba en el aire salado y pútrido.

—Bienvenidos —dijo sin parar de reír. Tenía una sanguijuela acurrucada en cada hombro y otras le recorrían el brazo extendido. Estaba rodeado de esas criaturas—. Me alegro mucho de que os hayáis unido a nosotros. Al fin y al cabo, esto será vuestro velatorio.

Rebecca se lo quedó mirando, demasiado sorprendida para hablar, pero Billy avanzó un paso y alzó la voz.

—Eres su hijo, ¿no? ¿O su nieto?

Rebecca supo inmediatamente de quién estaba hablando y se encontró asintiendo con la cabeza.

Claro…

—Correcto —asintió el joven, con una sonrisa amplia y maliciosa—. En cierto sentido, soy ambas cosas.

Hizo un gesto indiferente con los brazos y cambió, la transformación recorrió su cuerpo como si se tratara de agua o como un efecto cinematográfico. El largo pelo oscuro se acortó y se volvió blanco. Sus rasgos juveniles envejecieron y aparecieron líneas y arrugas; los ojos le cambiaron de color y las pupilas se le agrandaron. En segundos, ya no era aquel joven, aunque su sonrisa seguía siendo tan fría y brutal.

Le tocó el turno a Billy de callarse mientras Rebecca susurraba el nombre, incapaz de creer que no era otro truco, otra cara falsa.

—¿Doctor Marcus?

El hombre sobre la pasarela asintió y comenzó a hablar.

—Hace diez años, Spencer hizo que me asesinaran —comenzó. Los recuerdos fueron apareciendo en su mente de enjambre, los niños recordando por él. Las imágenes eran desenfocadas y oscuras, sin un color o una forma clara, pero las sensaciones eran tan marcadas como lo fueron el día que perdió la vida.

Había estado esperando el ataque durante algún tiempo, pero aun así lo había cogido por sorpresa. Estaba trabajando en su laboratorio mientas los niños jugaban en la balsa a sus pies, cuando la puerta se abrió de golpe. Luego hubo disparos, potentes y definitivos. Recordaba el dolor mientras caía de rodillas, apretándose los agujeros del pecho y del vientre, y también recordaba haber visto dos caras conocidas, las de los hombres que entraron en la sala, sus brillantes discípulos, sus mejores estudiantes, contemplándolo mientras exhalaba su último aliento. Albert Smith y Albert Gero, y ambos sonreían, ¡sonreían!

Recordaba la sensación de pérdida, la increíble rabia que se aferraba a su mente moribunda mientas su cuerpo caía, salpicando el agua de la balsa, y los niños iban de un lado a otro mientras todo se volvía negro.

Y entonces los recuerdos cambiaban, pasaban a ser los pensamientos de los muchos. Podía ver su propio rostro y su cuerpo, medio sumergido, pálido y feo por la muerte, pero querido, profundamente querido por la mente colectiva. Él había sido su dios, su creador y su maestro, su padre. Nadaron hasta él, se colaron reptando entre sus labios muertos, se removieron y se esforzaron por entrar en los agujeros que le habían abierto en su pobre carne.

Marcus siguió hablando, explicando a sus dos asombrados oyentes lo que tenían que saber y entender.

—Me dejaron para que me pudriera. Se llevaron mis notas y cerraron mi laboratorio para que el tiempo acabara con él. No lo entendieron. Tiempo era lo que hacía falta. Hicieron falta años para que se reconstruyera el virus-T dentro de mi reina, para que evolucionara… Y para que se convirtiera en la variante que creó lo que soy ahora.

Sonrió, disfrutando del mudo asombro de sus invitados, disfrutando de ese momento bajo el calor de su sorpresa.

—Así que tenéis razón. Soy Marcus, pero también soy el hijo de Marcus y su nieto, y cualquier otra extensión, cualquier otra progenie, la unión entre Marcus y su reina. Mi reina. Ella vive en mi interior. Ella canta a sus niños.

Ante la intensidad de su júbilo, de su triunfo, los niños fueron hacia él, le subieron por las piernas, recorrieron su forma más familiar, la de James Marcus. Él disfrutó de la sensación mientras se reía a carcajadas de la repulsión que veía reflejada en los rostros de sus dos jóvenes invitados. ¡Si ellos supieran! El fantástico éxtasis que sentía al ser parte del enjambre, al ser su líder y su seguidor. La muerte de Marcus lo había liberado, lo había hecho muy superior de lo que su vida humana nunca le hubiera permitido.

—Yo dejé escapar el virus —dijo—. El mundo sabrá ahora lo que Psycho System ha hecho. Lo que Spencer y su estúpida codicia han ideado. Psycho System arderá, pero Marcus será aclamado como un dios por lo que ha creado. Soy el arquetipo de un nuevo hombre, muy superior al viejo modelo de humanidad; el mundo me buscará, me rogará unirse al enjambre, unirse en una sola mente, ¡un ser todopoderoso!

El hombre, Billy, habló de nuevo, con una expresión de aborrecimiento en el rostro y la voz tensa de odio.

—Estás soñando. Estás enfermo, monstruo retorcido, seas lo que seas. Y es verdad que el mundo te buscará, pero sólo para matarte, ¡para acabar con tus delirios de locura!

¡Qué imbécil, qué prepotente en su propia estupidez! Sintió que una gran furia lo invadía y también a los niños, y empañaba su júbilo. Sentía que su cuerpo se estremecía de rabia.

—Ya veremos quién va a morir —dijo con voz temblorosa de furia, pero ya no era la voz de Marcus, se había vuelto a transformar en el joven, en la imagen que tenían los niños de Marcus de joven. Frunció el entrecejo, sin saber muy bien por qué había cambiado o cómo, él no lo había querido, no había cantado ni propiciado el cambio de forma.

Los niños lo cubrían, hinchados por su furia y desoyendo sus órdenes internas. Y por primera vez desde que había surgido de la balsa hacía unos pocos meses, desde que el enjambre le había dado su nueva vida, perdió el control sobre ellos. Los muchos no lo escuchaban, sólo querían caer sobre los intrusos, aplastarlos.

El joven sintió cómo le subían por la garganta, salpicando como bilis, lo ahogaban. Intentó aguantar, imponer su influencia, pero la furia era demasiado poderosa, lo abarcaba todo. Estaba cambiando, transformándose en algo completamente nuevo, y su lucha por el dominio se perdió en medio de esa nueva cosa.

¡La reina! Podía sentir su conciencia llenándolo, su poder creativo apoderándose de él, llevado por los niños a todas las partes de su metamorfosis. La reina quería matar, quería destruir a los dos humanos que se atrevían a juzgarla, y era mucho más fuerte de lo que Marcus hubiera imaginado.

La cosa que había sido Marcus no tuvo más remedio que rendirse para convertirse en el jugador más poderoso de todos. Convertirse en la reina.

Marcus comenzó a cambiar de nuevo, de una forma que pareció sorprenderlo a él mismo tanto como sorprendió a Billy. Las sanguijuelas comenzaron a salirle de la boca, ahogándolo. Salían por docenas en torrentes de babas y golpeaban el suelo como gruesas gotas de lluvia. Los ojos del joven estaban muy abiertos y su expresión se transformó en incredulidad mientras seguía atragantándose con la marea de sanguijuelas.

En cuanto llegaban al suelo, las criaturas se apresuraban a volver hacia el joven y le iban cubriendo el cuerpo, entrelazándose y anidando en él. Siluetas redondeadas se movían bajo su piel, lo perforaban y cambiaban la forma y la textura de su carne. Sus ropas desaparecieron mientras las sanguijuelas continuaban agolpándose y daban a su cuerpo una extraña apariencia gomosa. Sus brazos y piernas empezaron a ser como grandes masas de gusanos entrelazados. Su rostro se alargó y se ensanchó, mientras la piel se le rasgaba para mostrar estrías elásticas de tejido muscular violáceo, palpitante, que se volvía grueso y húmedo al cubrirse de una sustancia pringosa

Junto a Billy, Rebecca ahogó un grito mientras la criatura Marcus perdía totalmente su apariencia humana. Todo su cuerpo estaba formado por gruesos gusanos negros, pegados por chorreantes redes de babas transparentes. También aumentó de tamaño. Todas las sanguijuelas cercanas se unieron a la multitud y añadieron masa y peso. Unos tentáculos largos y fibrosos, con el color de una inflamación o de una infección, le salieron de la espalda y empezaron a sacudirse como banderines en una ventisca.

—La reina —masculló Rebecca sin voz—. Se está haciendo con el control.

Billy apuntó a la creciente criatura con el Magnum. La cosa dio un gran salto y salió volando hacia arriba. Golpeó el techo con un fuerte sonido chapoteante y se quedó allí enganchada durante un instante mientras espesos fluidos chorreaban hasta el lejano suelo. Excepto por las cuatro extremidades, ya no era ni remotamente humano.

Billy disparó hacia el techo, pero la cosa ya no estaba allí; se había dejado caer al suelo frente a ellos y se condensó ligeramente al tocar la piedra, como un gigantesco juguete de goma. La cosa se estiró de nuevo y se alzó por encima de Billy y de Rebecca; sus oscuros tentáculos golpearon el aire alrededor mientras se acercaba a ellos, iba a por ellos.

Billy y Rebecca retrocedieron. El hombre sintió que sus botas resbalaban sobre el suelo al pisar algunas de las muchas sanguijuelas que aún lo cubrían, y oyó los suaves y desagradables estallidos de cada criatura al ser aplastada bajo sus botas. Rebecca lo agarró por el brazo y también estuvo a punto de caer al resbalar sobre la alfombra de cuerpos de sanguijuelas.

La muerte de sus horrendos niños tuvo un efecto inmediato. La reina retrajo sus tentáculos y lanzó un agudo gorjeo de lamento, algo nunca antes oído, un sonido que resultaba aún más horrible por ser completamente ajeno a este mundo. Todas las sanguijuelas de la sala fueron hacia ella inmediatamente. Al alejarse de los pasos asesinos de Billy y Rebecca, les dejaron el camino libre.

La reina sanguijuela continuó creciendo al irse añadiendo a ella los pequeños cuerpos de los niños, y su tamaño se duplicó en menos de un minuto. Billy lanzó una mirada sobre su hombro y vio que si dejaban que el monstruo les eligiera el camino, en un sentido literal, acabarían en un callejón sin salida, con la espalda contra la puerta cerrada por la que habían entrado.

En la parte sur de la habitación había otra puerta cerrada, situada en una especie de vestíbulo adosado. Un mar de sanguijuelas los separaban de ella, pero el mar se movía, dirigiéndose hacia el creciente monstruo reina-Marcus. Ésta parecía haberse olvidado de Billy mientras seguía juntando a su colmena y alcanzaba proporciones gigantescas con un movimiento continuo que siseaba como un líquido revuelto.

—Puerta sur —dijo Billy en voz baja mientras continuaban retrocediendo. Tenían que actuar de prisa y en ese mismo instante, o perderían su única oportunidad.

—¿Y si está cerrada con llave? —le susurró Rebecca como respuesta.

—Tenemos que arriesgarnos —insistió Billy—. Yo te cubro. A la de tres. Uno…, dos…, ¡tres!

Rebecca echó a correr mientras Billy disparaba una y otra vez contra el gigantesco cuerpo hinchado de la reina. Ésta gritó de nuevo, con su agudo gorjeo cargado de dolor y de odio, y lanzó un puñado de tentáculos, rápidos como el rayo, hacia Billy.

Los apéndices lo atraparon y lo elevaron en el aire. Billy soltó involuntariamente el Magnum y no pudo alcanzar su otra pistola mientras lo sacudían violentamente; la cabeza le iba de un lado a otro y tenía los brazos inmovilizados por la fuerza bruta de la criatura. Los tentáculos le rodearon el pecho y se lo apretaron como una gran tenaza, estrechándolo con tanta fuerza que Billy casi no podía respirar. En unos pocos segundos, Billy sintió que estaba perdiendo el conocimiento, y el mundo que se sacudía ante sus ojos se fue deshaciendo en brillantes puntos de negrura.

Oyó el ruido de la escopeta y al monstruo aullando de nuevo. La reina lo dejó caer y se volvió para enfrentarse a su nuevo atacante. Billy se golpeó contra el suelo. Sin reparar en el dolor, buscó el Magnum mientras más de cien sanguijuelas se dirigían hacia él. Rebecca disparó de nuevo y el monstruo fue a por ella, sacudiendo los tentáculos en todas direcciones.

Billy se puso en pie y vio que Rebecca estaba de espaldas. El segundo disparo no lo había dirigido hacia la reina, sino a una consola de control que se hallaba junto a la puerta sur. La joven volvió a disparar al mismo tiempo que daba una patada a la puerta. Ésta se abrió de golpe, pero la reina ya casi estaba allí, y tenía dos veces el tamaño de Rebecca y era muchísimo más pesada.

La destrozará como si fuera una muñeca de papel.

—¡Eh! —gritó Billy. No tenía tiempo de recargar el Magnum, pero tenía que conseguir atraer la atención de la reina inmediatamente.

Así que saltó sobre la oleada de sanguijuelas que tenía más cerca, botó sobre ellas, las pisoteó y las pateó con todas sus fuerzas. Reventaban por docenas, y su sangre y sus babas salpicaron el suelo y le empaparon las botas. Billy danzó sobre los cuerpos agonizantes, y sintió una satisfacción fiera y desinhibida cuando la reina se volvió de nuevo hacia él, aullando de desesperación.

Billy vio a Rebecca cruzar el umbral de la puerta sur y tuvo medio segundo de alegría. El monstruo lo agarró de nuevo y lo lanzó a través de la habitación con furia asesina.

Billy se estrelló contra la pared del fondo. Notó cómo se le partía una costilla y fue cayendo hasta aterrizar pesadamente sobre el hormigón. Se quedó sin respiración, pero en segundos ya volvía a estar de pie y corría hacia la puerta sur e intentaba respirar mientras las sanguijuelas reventaban bajo sus botas.

El monstruo estaba más o menos a la misma distancia que él de la puerta. Billy vio que no lo conseguiría, que la reina llegaría a la puerta antes que él, y rogó a quien fuera que estuviera escuchando que Rebecca pudiera salir viva de allí…

Y entonces la vio, no al otro lado de la puerta sur, sino en medio de la sala, con la escopeta apuntando a la reina sanguijuela y la espalda contra el incinerador central. Billy supuso que había regresado corriendo mientras la reina estaba ocupada lanzándolo contra la pared.

Le gritó que volviera a la puerta, pero Rebecca no le hizo caso y disparó contra la reina cuando ésta se disponía a arremeter contra Billy. Con cada tiro, puñados de sanguijuelas saltaban disparadas del enorme cuerpo, pero por cada una que perdía, media docena se juntaban en el monstruo. Al cuarto disparo, la reina se volvió hacia ella, dudando, como si no pudiera decidir contra quién ir.

—¡Sal de aquí! —gritó Rebecca a Billy—. ¡Voy en seguida!

Billy corrió hacia la puerta, anhelando que Rebecca tuviera un plan. Ésta continuaba disparando contra la criatura, cargando y disparando, cargando y disparando, y entonces Billy sólo oyó un seco clic, el sonido de la derrota inevitable.

La reina también lo oyó y fue a por Rebecca. Se lanzó hacia adelante con un sonido húmedo mientras su cuerpo seguía aumentando sin cesar. Billy había llegado a la puerta sur y sentía cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. Rebuscó en su bolsa los dos últimos cartuchos del Magnum.

—¡Corre! —gritó, pero Rebecca siguió sin hacerle caso y no se movió. No estaba recargando la escopeta, ni siquiera sacó la pistola mientras la reina se acercaba. En vez de eso, agarró la escopeta por los cañones, dio un paso atrás hasta ponerse junto a la pared del incinerador, y atravesó con la pesada culata la hoja de metal de la tubería e hizo saltar uno de los paneles con un chirrido de aluminio retorcido. Material ardiente se desparramó por el suelo. Rebecca saltó en medio y comenzó a darle patadas, a lanzar trozos de basura en llamas a la oleada de sanguijuelas que tenía más cerca.

La reina chilló y dejó de avanzar, lejos aún del inesperado incendio. Pero las sanguijuelas quemadas se arrastraron hasta su padre-reina e intentaron ascender por su enorme cuerpo en busca de alivio, y con ellas llevaron el dolor al unirse al enjambre. El chillido de la reina aumentó de intensidad cuando las sanguijuelas humeantes y ardientes se unieron a ella, hiriéndola, haciéndola retorcerse en lo que Billy esperó que fuera una agonía insufrible.

Rebecca vio su oportunidad y la aprovechó. Corrió hacia la pared sur mientras la reina se sacudía gritando. Billy vació el revolver en el suelo, metió las dos últimas balas en el tambor y lo cerró. Apuntó a la reina mientras Rebecca pasaba junto a ella, pero el engendro estaba demasiado ocupado, al menos de momento. Parte de su cuerpo se ennegrecía, se deshacía y se derretía como melaza sobre el suelo humeante.

Billy siguió apuntando a la reina con el Magnum hasta que Rebecca pasó ante él y salió por la puerta. Rápidamente la siguió y la chica cerró la puerta en cuanto Billy hubo pasado.

Billy respiró hondo y sintió dolor en las costillas, en los brazos y las piernas, en la cabeza, una sorda agonía en todos los poros de su cuerpo. Hasta que se volvió y vio lo que Rebecca estaba señalando con una sonrisa de alegría en su rostro sorprendido y sucio. Billy sintió que el dolor desaparecía, que se convertía en un molesto recuerdo ante su propio alivio.

Se habían encerrado en el pozo de un montacargas. Uno que iba hacia arriba, y por la longitud del amplio túnel que se abría sobre ellos en diagonal hacia un lejano círculo de luz, el montacargas parecía ascender hasta la superficie.

Se sonrieron como niños, demasiado atontados de felicidad para poder hablar, pero sólo por un instante. Sus sonrisas desaparecieron cuando la agonizante reina rugió y oyeron su voz en la habitación contigua, un recordatorio de lo cerca que habían estado de morir.

Sin decir una palabra corrieron hasta la plataforma y la consola que controlaba el montacargas. Billy inspeccionó los interruptores durante un instante y luego, esperando no equivocarse, le dio al contacto.

La plataforma comenzó a elevarse, llevándoselos hacia lo alto, lejos de la pesadilla. O al menos, eso creían.

 

Saludos

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Aqui mando el capitulo 16

 

CAPÍTULO 16

 

La agonía tenía proporciones grandiosas, iba muriendo con una intensidad más allá de lo que nunca había experimentado. Los niños ardientes se pegaban a ella, hambrientos de alivio, y al tocarla, al tocar a sus hermanos, les traspasaban el dolor en oleadas imparables. Siguió y siguió hasta que partes del colectivo se fueron soltando, cayendo, muriendo, deshaciéndose, sus niños sacrificándose para que ella pudiera vivir. Lentamente, muy lentamente, la agonía fue decreciendo, dejó de ser física para convertirse en una pena infinita por las muertes.

Mientras los heridos se soltaban y dejaban sus envolventes brazos para morir solos, el resto de los niños se acercó, cantando suavemente para ella, calmando su tormento lo mejor que sabían. La envolvieron, la tranquilizaron con sus besos líquidos y con su gran número, y la relevaron. Sólo pasó un momento. La reina perdió su identidad de la misma manera que Marcus había perdido la suya, se rindió al enjambre, se convirtió en más. En todos.

La unidad en todos de la nueva criatura era completa y sana, un gigante, diferente de antes. Más fuerte. Oyó ruidos mecánicos en las proximidades. Se volvió hacia sí mismo, accedió a su mente para obtener información y lo entendió: los asesinos estaban intentando escapar.

No escaparían. El enjambre se transformó en mil ágiles patas y fue a por ellos.

Ninguno de los dos quería pensar en encontrarse con más problemas, pero tenían que esperar lo peor. Rebecca comprobó las pistolas mientras Billy recargaba la escopeta, y ambos informaron de los patéticos números de su reserva de municiones: quince proyectiles de nueve milímetros, cuatro cartuchos de la escopeta, dos balas del Magnum.

—Probablemente tampoco los necesitaremos —dijo Rebecca, esperanzada, mientras contemplaba el creciente círculo de luz. El montacargas era lento pero seguro y ya estaba a medio camino de la superficie; llegarían arriba en un minuto o dos.

Billy asintió con un gesto de cabeza mientras se apretaba el costado izquierdo con una mano sucia.

—Creo que esa te amo me ha roto una costilla —explicó, pero sonrió ligeramente, también mirando hacia la luz.

Rebecca se acercó a él, preocupada, y alargó la mano para tocarle el costado, pero antes de que pudiera hacerlo, una alarma comenzó a sonar en el pozo del ascensor. En todas las puertas por las que iban pasando habían empezado a destellar luces rojas que proyectaban manchas de color carmesí sobre la plataforma.

—¿Qué…? —comenzó a decir Billy, pero lo interrumpió la voz femenina y pausada de una grabación.

«El sistema de autodestrucción ha sido activado. Todo el personal debe evacuar inmediatamente el complejo. Repito. El sistema de autodestrucción…»

—¿Activado por quién? —preguntó Rebecca. Billy la hizo callar agarrándola del brazo y siguió escuchando.

«… inmediatamente. La secuencia comenzará en diez minutos.»

Las luces seguían destellando, y la sirena aullaba sin parar, pero la voz se silenció. Billy y Rebecca intercambiaron una mirada de preocupación, pero no podían hacer gran cosa. En diez minutos, ellos ya se habrían marchado de allí, con un poco de suerte.

—Quizá la reina… —dijo Rebecca, pero no acabó la frase. No parecía probable que fuera la reina, aunque no se le ocurría de qué otra forma se podía haber activado el sistema.

—Tal vez —repuso Billy, aunque parecía dudarlo—. De todas formas, estaremos fuera de aquí antes de que ocurra.

Rebecca movió la cabeza asintiendo, y entonces oyeron un estruendo bajo ellos, el chirriante sonido del metal destrozado, de una destrucción increíble en la base del pozo del montacargas.

Ambos miraron hacia abajo a través de los agujeros de la rejilla que cubría parte del suelo de la plataforma y vieron lo que subía. Era la reina, sólo que ya no era la reina. Eso era mucho, muchísimo mayor, y también muchísimo más veloz; una oscura masa gigantesca que se dirigía hacia ellos.

Rebecca miró hacia lo alto y vio lo cerca que estaban.

Sólo otro minuto y estaremos fuera…

Volvió a mirar hacia abajo y se quedó sin aliento al ver lo próxima que estaba la cosa. Tuvo la imagen de una gran ola a punto de estrellarse, negra y viva, que se abría mientras avanzaba hacia ellos a gran velocidad y les mostraba la oscuridad de su interior.

—¡Oh, ******! —exclamó Billy.

La plataforma se levantó por un extremo, atravesó una pared y los lanzó a ambos por los aires.

Rebecca aterrizó de costado con un fuerte golpe, pero se puso en pie inmediatamente, aún aferrando la escopeta. Billy estaba levantándose del suelo a unos cuantos metros. Bajo sus pies unas líneas amarillas destellaban sobre la superficie.

Un helipuerto. Un helipuerto subterráneo.

Se hallaban en un gran hangar. No se veía ningún helicóptero, pero había un montón de equipo salpicando el suelo. Las pequeñas islas de metal sólo contribuían a aumentar la enormidad de la sala. La poca luz que había procedía de unos cuantos rayos de sol que se colaban aquí y allá por el techo móvil, lo que significaba que sólo estaban a un piso por debajo de la superficie. Rebecca sólo tardó menos de un segundo en ver dónde se hallaban, y el resto del segundo en localizar a la reina. O en lo que se había convertido la reina.

La cosa estaba arrastrándose por el irregular agujero en la pared que la plataforma del montacargas había abierto; masas de tentáculos se movían bamboleantes sobre los trozos de metal y piedra. Mientras pasaba desde el pozo y su forma colosal iba entrando y entrando, era como una ilusión óptica alucinante. La cosa que finalmente quedó sobre el suelo de hormigón era tan grande como un camión, largo y bajo y palpitante, con gruesas lianas retorcidas de sanguijuelas hechas materia.

Rebecca se quedó mirando boquiabierta, y casi se cayó al suelo cuando Billy la agarró del brazo y tiró de ella.

—¡Hay una escalera por allí! —Billy hizo un gesto vago hacia una cartel donde ponía SALIDA, al otro lado de la nave, a lo que parecía una distancia increíblemente lejana.

Como si pudiera oírlos, como si los hubiera entendido, la monstruosa reina avanzó arrastrando su enorme grosor por el suelo con sorprendente velocidad hacia la ruta de escape. Se volvió a medias hacia ellos. Los tentáculos que le salían de la cabeza sin forma azotaban el aire, y un grueso charco de una

sustancia pringosa y negruzca chorreaba bajo su horrendo cuerpo. La cosa comenzó a erguirse, entonces lanzó un chillido y se agitó salvajemente de un lado a otro mientras un sonido siseante y agudo surgía de su miserable cuerpo. De su parte superior comenzó a salir auténtico humo, allí donde…

La luz del sol.

Un rayo de sol, fino, pero lo suficientemente brillante, caía sobre lo que era la espalda de la bestia. La criatura se arrastró hacia un lado y volvió a perseguirlos.

Billy agarró de nuevo a Rebecca y la arrastró. La alarma del sistema de autodestrucción seguía aullando en el helipuerto, y la tranquila voz femenina les informó de que quedaban ocho minutos antes de que comenzara la secuencia.

—¡No soporta la luz del sol! —gritó Rebecca, mientras ella y Billy se volvían y echaban a correr. Se dirigieron hacia el rincón noroeste de la nave, el más alejado del monstruo que se arrastraba hacia ellos esquivando los rayos de sol. No era tan rápida como lo había sido en el pozo del montacargas, pero casi podía correr tanto como ellos.

—¿Tienes idea de cómo abrir el techo? —preguntó Billy, mientras lanzaba una mirada a su espalda y se desplazaba más hacia el norte.

—No hay corriente —jadeó Rebecca—. Pero debe de haber cierres manuales, probablemente hidráulicos. Si el techo está inclinado, se deslizará hasta abrirse en cuanto los activemos. Supongo.

—Inténtalo —repuso Billy, visiblemente falto de aliento—. Trataré de distraerla.

Rebecca asintió con la cabeza y lanzó una mirada hacia la criatura. Se había quedado atrás, pero no flaqueaba, no le costaba coger aliento como les costaba a ellos.

Se dirigió a lo que parecía un panel en la pared más cercana mientras, a su espalda, Billy se volvía y comenzaba a disparar con la nueve milímetros.

El enjambre se lanzó a por ella mientras se le desprendía toda la parte donde lo había tocado la luz del sol. Su conciencia no era por completo animal, ni humana, sino que poseía elementos de ambas. Sabía que su hogar estaba amenazado, que otra fuerza destruiría su refugio en poco tiempo. También sabía que la luz del sol representaba dolor, incluso la muerte, y sabía que los dos humanos que corrían delante de ella eran la causa de todo aquello, eran el instrumento de su destrucción inminente.

Uno de los humanos se detuvo, apuntó con una arma y disparó. Los proyectiles le atravesaron la carne exterior hiriéndola, pero sin penetrar hasta el núcleo. Al igual que había ocurrido con las quemaduras provocadas por el sol, la criatura dejó caer la materia herida y siguió avanzando hasta casi alcanzarlos. Ya estaba lo bastante cerca para oler el terror del humano. Se lanzó hacia adelante y lo derribó.

¡******!

Billy aterrizó en el suelo mientras la reina monstruo saltaba sobre él. Uno de los tentáculos lo había atrapado por un pie y lo había hecho caer. Intentó rodar para alejarse, pero tenía el tobillo derecho firmemente agarrado. Maldiciendo, Billy se acercó a la masa de la criatura y pisoteó con todas sus fuerzas el tentáculo que lo atrapaba. El apéndice se retrajo y el monstruo se retorció, apartándose de él.

Billy se puso en pie de un salto, vio a Rebecca en la pared oeste, ocupada con el panel de control. Se volvió hacia el este, corrió y miró hacia atrás para asegurarse de que la cosa iba tras él.

«La secuencia comenzará en siete minutos.»

Fantástico. Si no quieres chocolate, toma dos tazas.

Billy corrió más deprisa, forzándose hasta el límite, y el monstruo lo seguía demasiado de cerca para su tranquilidad.

Cuando hubo llegado lo suficientemente lejos para arriesgarse, se volvió y vio a Rebecca en otro panel de control al otro lado de la nave. El monstruo fue a por él, pero aún se hallaba demasiado lejos y sus patas estiradas al máximo quedaron a un metro de Billy. Éste le clavó un tiro en lo que parecía ser el rostro, luego se volvió y siguió corriendo, tambaleándose sobre unas piernas que parecían de mantequilla. La cosa lo siguió, al parecer incansable.

Vamos, Rebecca, rogó en silencio y se obligó a correr más deprisa.

Rebecca llegó hasta el cuarto y último cierre cuando la grabación los informó de que les quedaban seis minutos. Agarró la ruedecilla que servía de llave manual, la giró y… estaba medio atascada. Necesitó de toda su fuerza sólo para darle media vuelta. Se esforzó más y sintió que los músculos le pedían clemencia mientras conseguía media vuelta más.

Ya casi…

—¡Rebecca, muévete!

Lanzó una mirada a su espalda y vio que, de alguna manera, la reina se le había acercado mucho, demasiado; estaría sobre ella en treinta segundos, pero no podía correr, no quería correr, sabía que no le quedaba el tiempo necesario para dar la vuelta e intentarlo de nuevo.

Billy estaba disparando, la segunda bala penetró en una carne líquida aterradoramente próxima. No miró, sabía que perdería el valor si veía lo cerca que realmente estaba.

—¡Vamos! —gritó, mientras tiraba de la obstinada rueda con todas las fuerzas que le quedaban… Y la rueda se desatascó, justo cuando un grueso y húmedo tentáculo le rodeaba el tobillo izquierdo, un tentáculo horriblemente vivo con un movimiento sinuoso y enfermizo.

Con un pesado chirrido de oxido pulverizado, los cielos se abrieron y la luz los bañó a todos.

¡La luz! ¡La luz!

El enjambre gritó mientras la muerte le llovía encima, primero escaldándole la piel, luego hirviéndola. Miles de sanguijuelas fueron muriendo, cayendo ante un ardor peor que el del fuego porque estaba por todas partes a la vez. Intentó escapar, buscar refugio contra esa tortura, pero no había ninguno, ningún lugar adonde ir.

Los dos humanos corrieron y desaparecieron por un agujero en la pared, pero la criatura no se fijó, no le importaba. Se retorció y se revolcó agónicamente, grandes haces de carne se le iban rasgando y cayendo, capas de su cuerpo se iban deshaciendo y emplastando en el suelo de hormigón, y, finalmente, su centro, rosa y palpitante, quedó expuesto a la luz asesina y cruel, la luz purificadora del día.

Cuando el edificio explotó, unos minutos después, ya casi no quedaba nada de la cosa, sólo un puñado de desorientadas sanguijuelas que se ahogaban en el charco de muerte que había sido su padre, que una vez había sido James Marcus.

 

 

Saludos

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Hola amigos, aqui les mando el capitulo final

 

CAPÍTULO 17

 

Corrieron a trompicones, rodeando los troncos de los árboles bajo el fresco aire de la mañana. A Billy le daba la sensación de algo surreal, enloquecido. Había pasado de estar disparando en la oscuridad a una sanguijuela monstruosa a estar corriendo por el bosque, con los pájaros trinando sus canciones matutinas y una ligera brisa que le alborotaba el cabello sucio y apelmazado. Siguieron adelante. Billy contaba en silencio hasta que llegó cerca de cero.

Se detuvo y miró a su alrededor mientras Rebecca también se detenía, jadeando pesadamente. Habían salido de los bosques y se hallaban en un pequeño claro, en lo alto de una colina desde la que se veía la parte este del bosque de Arklay.

—Aquí parece estar bien —dijo Billy. Tomó una gran bocanada de aire limpio y se estiró en el suelo; sus músculos lo agradecieron. Rebecca lo imitó, y unos segundos después la cuenta atrás llegó a su final.

La explosión fue devastadora; el suelo tembló y el fragor cubrió el bosque y se extendió sobre el valle que se abría más allá. Pasado un momento, Billy se sentó y observó las nubes de humo que se alzaban sobre la copa de los árboles. A pesar de lo agotado que estaba, a pesar del dolor, del hambre y el cansancio emocional, se sintió en paz al contemplar como el humo de aquel terrible lugar desaparecía en el nuevo día. Rebecca se sentó a su lado, también en silencio y con una expresión casi soñadora. No había necesidad de decir nada; ambos habían estado allí.

Billy se rascó la muñeca distraídamente al sentir un escozor, y las esposas cayeron al suelo, aterrizando sobre la hierba con un sonido apagado. Billy sonrió. En algún momento, la esposa suelta se debía de haber caído. Meneó la cabeza y pensó en lo bien que hubiera estado haberlas perdido doce horas antes. Luego las cogió y las lanzó hacia un grupo de árboles. Rebecca se puso en pie, le dio la espalda al humo y se protegió los ojos del sol.

—Aquél debe de ser el lugar del que hablaba Enrico —dijo. Billy se obligó a levantarse y se puso a su lado. Allá, a unos dos o tres kilómetros por debajo de su mirador, se veía una enorme mansión semioculta entre los árboles. Las ventanas centelleaban bajo la luz matutina y le daban una apariencia cerrada y vacía.

Billy asintió, y de repente no supo qué decir. Ella debía de estar deseando reunirse con su equipo. Y en cuanto a él…

Rebecca alargó la mano, le cogió las chapas de identificación y tiró con fuerza. La cadena se soltó. Rebecca se las ató a su delgado cuello mientras contemplaba la mansión.

—Supongo que ha llegado el momento de despedirnos —dijo.

Billy la miró, pero ella no le devolvió la mirada, sólo se quedó contemplando su nuevo destino, la silenciosa casa medio escondida entre los árboles.

—Oficialmente, el teniente William Coen está muerto —añadió Rebecca.

Billy intentó reír, pero no le salió.

—Sí, ahora soy un zombi —se burló, un poco sorprendido por la inesperada sensación de nostalgia que le oprimió el pecho.

Rebecca se volvió y lo miró a los ojos. Él vio sinceridad y compasión en ellos, y también fuerza. Vio que ella sentía la misma extraña añoranza, la misma vaga tristeza que había caído sobre él como una sombra.

Si las cosas hubieran sido de otra manera… Si las circunstancias no fueran las que son…

Rebecca hizo un ligerísimo gesto de asentimiento, como si le hubiera leído la mente y estuviera de acuerdo con lo que pensaba. Luego se irguió, alzó la cabeza, cuadró los hombros y lo saludó militarmente sin dejar de mirarlo a los ojos.

Billy imitó su postura, le devolvió el saludo y lo mantuvo hasta que ella bajó la mano. Sin mediar más palabras, Rebecca comenzó a alejarse y se dirigió hacia la ligera pendiente que descendía entre los árboles.

Billy la contempló hasta perderla de vista entre las sombras del bosque, luego se volvió y buscó su propio camino. Decidió que el sur podía estar bien y comenzó a andar, disfrutando del calor del sol en los hombros y del canto de los pájaros que le llegaba desde los árboles.

 

 

EPÍLOGO

 

La distante explosión se notó en la mansión Spencer e hizo temblar ligeramente el suelo. El polvo se removió sobre las mesas. Cayó tierra sobre el suelo de los túneles subterráneos. Y las criaturas que aún seguían vivas volvieron sus ciegos ojos muertos hacia las ventanas y las paredes, escuchando, andando a tientas en la oscuridad, esperando que el ligero movimiento significara que pronto llegaría comida. Estaban hambrientas.

FIN DEL RELATO

 

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