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HARRY POTTER Y EL SECRETO DE LA PROFECIA


Lara Legend

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Lo primero, pedir disculpas por mi ausencia del foro.

Lo segundo, pedir que me borren todos los otros relatos que inicie, prometo que este lo llevare adelante.

 

Para los que hayan leido "el misterio del principe", este es el desenlace que estoy creando. Algo reducido, quizá, pero espero os guste. Os traigo el primer capítulo.

 

Capítulo 1

La profecía de Sybill

 

El sol acababa de ponerse para los vecinos de Darret Vine, una destartalada calle del oeste de Londres donde reina la humedad, el mal olor y el descuidado aspecto del entorno. Dos figuras encapuchadas cruzaban la calle velozmente, aunque no se avistaba a lo lejos el foco de ningún automóvil. Cada una de ellas, cuyos pasos resonaban en la acera desierta, llevaba en la mano, firmemente agarrada, una varita mágica de la que surgía un foco de luz centelleante.

Las dos personas se detuvieron ante la oxidada verja cerrada del número 13. Parecía la casa más cuidada de las treinta que formaban Darret Vine, pero había elementos decorativos muy exagerados, entre ellos gruesas cuerdas atadas a las cornisas y adornadas con estampas de gatos negros. En el buzón, casi irreconocible ante la débil luz de las varitas, se podía leer:

 

“Sybill Trelawney”.

 

Era un buzón muy viejo, cubierto de polvo y vacío. Uno de los encapuchados, con una voz fría y áspera, susurró un encantamiento y la puerta de la verja estalló. Alguien gritó, y una de las ventanas superiores de la casa se iluminó con la luz interior. Alguien había despertado, pero los individuos no mostraron la mínima inquietud. Cruzaron la verja y se acercaron a la puerta.

Entonces ésta se abrió, y se asomó una mujer muy despeinada, con unas gafas de considerable tamaño.

- ¿Quién es? –preguntó.

- Vaya, vaya. Podría haberlo deducido tu ojo interior, Sybill –respondió aquella misma voz, fría y áspera, que la mujer reconoció de inmediato.

- ¡Severus! ¿A qué debo esta visita nocturna? El sol acaba de ponerse. ¡No se distinguen los gatos negros entre las sombras! ¿Quieres pasar? Tu acompañante también, claro. Y... eh... bueno, en realidad no lo predije porque... eh... dormía.

- ¿Dormías? –preguntó la otra voz, que pertenecía a una mujer- ¿A quién se le ocurre estar durmiendo cuando el sol aún acaba de ponerse? ¡Yo aún no he cenado!

- El Ojo Interior necesita un mayor descanso que la mente humana, querida –contestó Sybill, fríamente-. Pero pasad, que vais a coger frío.

 

Severus Snape entró en la casa, seguida de la mujer. En cuanto Trelawney cerró la puerta tras ellos, se quitaron las capuchas. La acompañante de Snape era morena, de párpados gruesos y mandíbula cuadrada. Miraba a su anfitriona con desconfianza.

- ¿Seguro que es ella, Severus? –susurró la mujer.

- Te doy mi palabra, Bella –contestó Snape.

Trelawney les condujo al comedor, que era bastante pequeño y estaba muy desordenado, y les invitó a sentarse en el viejo sofá mientras ella subía a vestirse.

Era una sala bastante curiosa. Adornos de calaveras y hojas de té colgaban del techo, había una gran colección de tazas rojas, azules y verdes en las vitrinas, y una colección considerable de libros de adivinación reposaban en la estantería.

- Oye, Severus –dijo Bellatrix-, no sé si hemos venido al lugar correcto. ¿Estás completamente seguro de que esa loca es quien recitó la profecía que busca nuestro amo?

- ¿Acaso desconfías de mí, Bellatrix? Después de la muerte de Dumbledore, ha dejado de tener protección. ¿Te imaginas cómo me recompensará el Señor Tenebroso? No sólo quito de en medio al único mago del que prefería mantenerse alejado, sino que además estoy a punto de hacer que pueda escuchar la profecía completa, algo que lleva esperando bastante tiempo. No creo que tarde demasiado en llegar.

- ¿Qué? –exclamó Bella, sobresaltada- ¡No me dijiste que él iba a venir!

- ¿Desde cuándo nosotros tenemos que estar informados de lo que él decide o no hacer? ¡Por favor, Bella, contente! ¡Sybill se llevará una buena sorpresa!

- O algo más...

En ese momento, Sybill Trelawney regresó junto a ellos con la misma vestimenta que solía llevar en las clases de Adivinación de Hogwarts.

- ¿Queréis tomar algo? –preguntó.

- No, nada –dijo Bellatrix, malhumorada.

- ¿Severus?

- No, gracias. He venido aquí a hablar contigo, Sybill. No puedo entretenerme mucho.

- Mira, Severus –dijo Sybill-. Antes de nada he de confesarte que nunca deposité demasiada confianza en ti. Mi Ojo Interior me decía continuamente que nunca dejarías de estar del lado de esos impresentables seguidores de... de...

- No te dispares, Sybill, por favor. Sé que nunca he tenido muy buena imagen en Hogwarts por parte de aquellos que no formaban parte de la casa Slytherin. Algo que nunca llegaré a entender. Siempre quise enseñarles el arte de defenderse contra el mal, pero Dumbledore nunca me lo permitió, hasta este curso pasado. A decir verdad, no sé por qué los alumnos me tenían en tan bajo rango de confianza. Siempre hubiese querido fundar un lazo de amistad con Harry Potter, pero él se mantiene siempre distante –Bellatrix contuvo una risita burlona al ver cómo Trelawney parecía creer completamente lo que Snape le contaba-. Un gran chico, Potter. Se escabulló de las garras del Señor Oscuro en cinco ocasiones desde el momento de su nacimiento. Prodigioso. Realmente increíble. Pero... A lo que iba, Sybill. Necesito que me hagas un favor. Es por el bien de Potter, para evitar su muerte. Para evitar que le ocurra nada malo. Es sencillo, Sybill. Sólo necesito un... recuerdo.

- ¿Un recuerdo mío? –respondió Sybill, extrañada- ¿De qué va a servirle el recuerdo de una vidente a Harry Potter?

- Verás, Trelawney... Es un recuerdo importante. Necesito saber qué sucedió exactamente aquella noche, en Cabeza de Puerco, cuando Dumbledore te contrató. Puede que tú no lo recuerdes, pero esa noche ocurrió algo crucial, algo que podría poner en juego el futuro de Harry Potter.

En ese momento llamaron de nuevo a la puerta. Trelawney corrió a abrir, y regresó al salón seguida de un nuevo individuo encapuchado. Llevaba una larga túnica negra que le cubría pies y cabeza, y una capucha que le ocultaba completamente el rostro. A decir verdad, lo único que se veía de él era la túnica. Respiraba profundamente, expirando un aire frío que hizo a Trelawney sentirse inquieta. El nuevo visitante tomó asiento al lado de Severus, y le susurró algo al oído que ni Bellatrix ni Sybill escucharon. A continuación, Snape se lo pidió otra vez.

- Sybill, es importante. Necesito que me des ese recuerdo.

- No sé, Severus... No puedes venir aquí, un día cualquiera al anochecer, y pedirme un recuerdo que dices ser crucial... Mi respuesta, sintiéndolo mucho, es no. Mis recuerdos están bien en mi cabeza, pues si no se tiene cuidado podrían llegar a manos de...

- ¿DE QUIÉN? –inquirió Bellatrix, que se acaba de levantar y fulminaba a Sybill con la mirada.

- Siéntate, Bella. Y tú, Sybill Trelawney, más te vale entregarme ese recuerdo, aquí y ahora.

Sybill soltó un grito de terror y se echó contra la pared. Aquello último lo había dicho el encapuchado, con una voz fría y penetrante, severa y amenazadora.

- No... Es... No... Él en... mi casa... No... ¡Fuera! –abrió la ventana y asomó la cabeza- ¡LLAMAD AL MINISTERIO! ¡SOCORRO! ¡EL SEÑOR TEN...!

Se interrumpió cuando la punta de una varita mágica le apretó el cuello. Cerró la ventana y miró a su atacante. Tenía el rostro pálido, los ojos rojos, la mirada fulminante. Era lord Voldemort.

- La pequeña Sybill. ¿Sabes? Has hecho muy bien en confiar en Severus Snape todos estos años –dijo-. No sé si lo sabes, pero era él quien escuchó la conversación que mantuviste con Albus el día que te contrató. Fue él quien cada curso, en Hogwarts, buscaba alguna forma de engatusarte. Y fue él, Severus Snape, quien mató a Albus Dumbledore.

Trelawney estaba demasiado aterrorizada para hablar. Voldemort la agarró de los pelos y apretó más la varita contra su cuello.

- Y ahora vas a darme ese recuerdo.

Sybill asintió débilmente. Voldemort la soltó, sin dejar de apuntarle con la varita. Snape se acercó, y sacó un pequeño frasco de cristal del bolsillo de su túnica. Trelawney se sacó lentamente la varita del bolsillo y, temblando, se tocó la cabeza, extrajo un hilillo plateado y lo depositó en el interior del frasco de Snape, que lo cerró y lo guardó. Voldemort rió por lo bajo.

- Muy bien, pequeña. Has hecho lo que debías hacer, pero ya no nos eres de utilidad.

A Sybill Trelawney le dio tiempo a gritar con todas sus fuerzas antes de que lord Voldemort agitase su varita.

- ¡Avada Kedavra!

Los tres se pusieron las capuchas de nuevo y salieron de la casa. Antes de ponerse en camino, Bellatrix Lestrange lanzó su varita hacia el cielo, pronunció un conjuro, y una imponente calavera verde con lengua de serpiente se alzó sobre el número 13 de Darret Vine.

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Y aki sigue...

Capítulo 2

Bill y Fleur

 

Al día siguiente de aquella noche fatídica en Darret Vine, faltaban apenas unas horas para que se celebrase una boda.

Harry Potter, un chico dieciséis años, delgado, con una cicatriz en forma de rayo y los cabellos despeinados, acababa de levantarse. Estaba en La Madriguera, el hogar de la familia Weasley, de su amigo Ron, que roncaba abiertamente en la cama gemela. Como ya entraba luz por la ventana, Harry se vistió, y sin hacer ruido, abandonó la habitación. Consiguió mantener la alegría de la boda hasta las escaleras, momento en el que todos los recuerdos le borraron los rastros de sueño y se le acumularon en la mente. Mientras bajaba, recordó con angustia muchas cosas. Recordó cuando había recuperado la piedra filosofal, cuando salvó a Ginny Weasley de la Cámara de los Secretos, cuando salvó a su padrino de los dementores. Pero también recordó cuando lord Voldemort había regresado a la vida, asesinando a Cedric Digory. Recordó también el momento en el que el hechizo de Bellatrix Lestrange acabó con la vida de su padrino, y cuando Severus Snape asesinó a Albus Dumbledore, delante de sus narices, sin que pudiese hacer nada.

Y entonces recordó los horrocruxes. Las partes en las que lord Voldemort había dividido su alma. Según su teoría, la de Dumbledore, había siete: dos ya habían sido destruidos (el anillo de Sorvolo y el diario de Tom Ryddle), y por lo tanto quedaban cuatro ocultos, y el último residiría en el cuerpo de Voldemort. Una tarea complicada, sin duda.

Acababa de sentarse en la mesa del comedor y despertar de sus pensamientos. Allí se encontraba la señora Weasley, que estaba preparando el desayuno; Fleur Delacour, que le ofrecía continuamente su ayuda, y Hermione, que leía el diario El Profeta un poco asustada.

- ¿Ocurre algo, Hermione?

- ¿Eh? Ah, buenos días, Harry... Bueno, míralo tú mismo.

Su amiga le pasó el periódico. Estaba abierto por la página 27, donde había un reportaje encabezado con la extravagante fotografía de Sybill Trelawney, su profesora de Adivinación. Antes de que empezara a leer, Ron bajó las escaleras y dio los buenos días. Harry leyó en alto.

 

Nuevo asesinato en Darret Vine

Los mortífagos siguen actuando a la ligera, asesinando sin

tregua. En esta ocasión podemos destacar la muerte de Sybill

Trelawney, profesora de Adivinación en el Colegio Hogwarts

de Magia y Hechicería. Tal asesinato cuenta con rasgos de extrañar

para la forma de actuación de los mortífagos. La puerta estaba cerrada,

y toda la casa estaba en orden. No se sabe con exactitud cuál pudo ser

la causa de ello, pero expertos del ministerio afirman una posible teoría.

“Es obvio –nos explicaba David Theron, investigador del ministerio-

que no nos encontramos ante un caso de asesinato común.

En el pasado, antes del nacimiento de Harry Potter, estos casos

se daban en contadas ocasiones, y normalmente se debían a un

error de la víctima. Me refiero a que lo más posible es que algún

conocido de Sybill entró a su casa como invitado. No sé si me

entiende, me refiero a alguien que fuese mortífago, pero que ella

no lo supiese. Algo que podría ponerse en duda, de todas formas,

siendo el asesinato de una vidente. Pero, a lo que iba. Alguien habría

ido a su casa amistosamente, yo creo que para pedirle algo que

El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado necesitase, y cumplida la

entrega, la habrían matado. Ésa es mi teoría”.

 

- ¡Ha sido Snape! –saltó Ron- ¡Snape fue quien escuchó la conversación, aquella vez, cuando Dumbledore la contrató! ¡Fueron allí a buscar la Profecía!

- Espera, hay más –dijo Harry, y continuó con la lectura.

 

Expertos del ministerio afirman haber encontrado, cerca del

cadáver de Sybill Trelawney, restos de alguna sustancia

plateada. Tras contundentes estudios se ha llegado a la

conclusión de que son restos de un recuerdo. Lo que nos lleva

a preguntarnos, ¿qué antoja el Señor Tenebroso de la mente

de una vidente? ¿Por qué es un recuerdo tan importante para

las fuerzas del mal? Se admiten teorías vía lechuza.

 

- ¿Se admiten teorías vía lechuza? –repitió Hermione, disgustada- ¿A qué juegan? Eso no me lo esperaba, Harry. ¿Cómo se le ocurre tomárselo a broma? Claro, ellos sólo saben que es una vidente muy poco fiable, y algunos creen (o saben, ya no sé que pensar) que es un poco absurdo que Vo-Voldemort... No pasa nada, Ron... Que Voldemort mate en persona a una loca mentirosa por un “simple” recuerdo. Si supiesen lo que contiene...

- Sí, pero no deben saberlo –observó Harry-. Dumbledore me lo dijo, y tenía razón.

- Bueno, Harry –interrumpió Ron-. ¿Y si hacemos algo interesante? No me tienta la idea de quedarme sentado esperando a que sea la hora de la boda.

- ¡Oh, por Dios, la boda! –exclamó Hermione, inquieta- ¡Con todo el tema de los mortífagos se me había olvidado por completo! ¡Disculpadme, tengo que ir a avisar a tus padres, Ron! ¡Volveré a casa a por algo elegante!

Dicho eso salió pitando de la habitación. Harry y Ron intercambiaron miradas cómplices, y Ron susurró:

- Mujeres...

A lo largo de la mañana, Harry y Ron jugaron dos partidas seguidas de ajedrez mágico, y Harry ganó ambas. Cabe destacar la forma en que la reina de Harry machacó la cabeza del rey blanco con su espada.

Cuando acabaron la segunda partida, en la que el rey de Ron, esta vez el negro, murió “injustamente”, según Ron, a manos de un simple peón, se cansaron de jugar, y la señora Weasley les concedió media hora para jugar al quidditch antes de subir a cambiarse. Con la varita Harry levantó tres grandes aros metálicos a unos diez metros del suelo, y estuvo tirándose la quaffle a Ron, que hacía las veces de guardián. No jugó mal, aunque Harry consiguió colarla doce de los treinta intentos.

Al fin subieron a cambiarse. La señora Weasley les había dejado las túnicas de gala sobre la cama, y Ron comprobó horrorizado que eran las mismas que habían llevado en un baile de Navidad, tres años atrás, solo que alargadas con magia. Cuando se hubieron vestido, bajaron con los demás. La señora Weasley llevaba un elegante vestido naranja y guantes blancos a juego con sus zapatos. Iba cogida del brazo de su marido, que lucía un esmoquin de color negro, de procedencia muggle, aunque no parecía tener muy buena idea de la forma de atarse una pajarita.

 

Harry se asomó al jardín trasero de los Weasley y se llevó una sorpresa. No había ni rastro de los gnomos, y el césped estaba perfectamente cortado. Una larga alfombra roja conducía desde la puerta trasera de la casa hasta un hermoso altar blanco, y a ambos lados de la alfombra había un gran número de sillas blancas; dos de ellas eran bastante más anchas que las demás, y Harry se imaginó quién las iba a ocupar.

Cuando el señor Weasley dio la señal, los invitados fueron ocupando los asientos. Harry, que había sido elegido padrino, tuvo que esperar. La primera fila la ocuparon la mitad de los Weasley (faltaban Charlie y los gemelos, que no cabían allí) y los padres y hermana de Fleur Delacour. Las siguientes filas fueron ocupadas por demás familiares de los prometidos, el resto por los amigos y conocidos, y las dos sillas anchas, colocadas al final del pasillo derecho, tomaron asiento Hagrid y Madame Maxime, que iban cogidos de la mano. Luego llegó Bill. Llevaba un traje muy elegante, adornado con un jazmín, y tenía el pelo recogido en una coleta, muy bien peinado. Se dirigió al altar acompañado por Monique, una buena amiga de Fleur que ésta había elegido como madrina.

Al verlos, Harry recordó con horror que tenía que acompañar a la novia, y él estaba allí, mirando. Corrió a la cocina, donde estaba Fleur. Harry se quedó impresionado. Lucía un hermoso vestido de tela fina y tirantes, adornado con retales de terciopelo azul celeste. Llevaba también guantes blancos, zapatos azules de tacón y una pequeña corona de plata, y en la muñeca lucía una bonita pulsera de oro. Con una sonrisa de gran felicidad, tomó a Harry del brazo, y ambos salieron por la puerta trasera. Harry se sintió un tanto extrañado, llevando del brazo a una novia y dirigiéndose a un altar, y sintió un agradable escalofrío al pensar que quizá algún día sería él quien estaría esperando junto al altar, y su amigo Ron llevaría del brazo a Ginny Weasley...

Sin que se diera cuenta llegaron al altar. Harry soltó a Fleur y se apartó, y el sacerdote tomó la palabra.

Cuando llegaron a la parte de los anillos, Harry se los sacó del bolsillo y se los dio a Bill. Y por fin llegaron a la parte trascendental, cuando el sacerdote concluyó:

- Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

Entonces Bill y Fleur se sumieron en un beso apasionado, y luego se volvieron, y Fleur lanzó el ramo. Éste cayó en manos de Hermione, y a Harry le pareció ver cómo las orejas de Ron se coloreaban de rojo.

Y después de eso se retiró el altar, y las sillas, y se hizo un gran banquete. Todos comieron hasta hartarse, y aquella noche, Harry durmió feliz, aunque soñó con el Ministerio de Magia, donde había una Marca Tenebrosa...

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Bueno, pues sigo:

 

Capítulo 3

El mal de Percy

 

Harry se encontraba en un lugar que no reconocía. Todo estaba oscuro, muy oscuro. Pero entonces reconoció un edificio ante él, del que colgaba un cartel que decía: “Las Tres Escobas”. Entonces él se alzó en el aire, y comenzó a volar, sin escoba, ni nada. Él solo. Lo más extraño era que no sentía el viento en la cara. Voló a gran velocidad por encima de un frondoso bosque, luego pasó sobre una cabaña de la que salía humo por la chimenea, y de repente se encontró de bruces con las puertas de Hogwarts...

- ¡Harry! ¡Harry!

Harry dio un sobresalto. Estaba en su cama, en La Madriguera. Sudaba mucho, y le ardía la frente. Ron estaba frente a él, mirándolo con preocupación.

- ¿Estás bien? Te echaste todas las mantas hacia atrás e intentaste echar a volar o algo así... ¿NO ME DIGAS QUE...?

- ¡Calla! –interrumpió Harry. Aquello no presagiaba nada bueno. No recordaba tener sueños extraños, incontrolados, desde casi dos años atrás, cuando lord Voldemort le había hecho creer que tenía preso a Sirius Black en el Departamento de Misterios. ¿Por qué esos sueños volvían a aparecer? ¿Y por qué le volvía a arder la cicatriz?

- ¡Harry! ¡Se supone que no ibas a volver a tener más sueños de esos!

- ¡Ya lo sé! ¡Yo tampoco lo entiendo!

Malhumorado, se levantó de la cama y se vistió. Durante el desayuno, no habló con nadie, a pesar de que todos estaban bastante animados por la boda del día anterior, y Fleur le besó en la mejilla cuando le vio. Pero él mordía, masticaba y tragaba su tostada lentamente, absorto en sus pensamientos. Aquello no tenía sentido. Tampoco podía estar seguro de que aquel sueño fuese obra de su conexión con Voldemort, pero estaba inquieto, y aún temblaba. La señora Weasley pareció darse cuenta de que estaba un poco pálido, y le aconsejó que volviera a la cama, pero él no aceptó. Ni siquiera escuchó la pregunta. Siguió así, ausente, pensando en aquello, hasta que salio de la cocina y Hermione le detuvo.

- ¡Quieto ahí, Harry! Ron me lo ha contado.

- Hermione, yo...

- ¡No, Harry! ¡Escúchame! –interrumpió ella, malhumorada- ¿Es que no te das cuenta? ¡Para algo estudiaste Oclumancia hace dos años! ¡Se supone que ya nos habíamos olvidado de esos sueños, de esas visiones!

- ¡Por favor, Hermione! Yo... No estoy seguro de que haya tenido nada que ver. Lo más seguro es que fuese un simple sueño, sin más... ¡Además, olvida lo de la Oclumancia! ¿Crees que me sirvió de algo? ¡Snape sólo intentaba abrir mi mente a Voldemort, y lo sabes!

- Harry, Snape...

- ¡SNAPE MATÓ A DUMBLEDORE! –al decir eso, la imagen del momento fatal en que, ante sus narices, el profesor Dumbledore volaba por los aires al recibir el impacto de una maldición asesina, le volvió a la mente, y las tripas se le revolvieron. Hermione le miraba con mezcla de susto y temor, y acto seguido desapareció tras la puerta de la cocina. Furioso, Harry subió a su cuarto, o más bien al de Ron y él, y se tiró sobre su cama.

Pensó que tal vez se estuviese comportando como dos años atrás, cuando nadie le daba a entender nada y él perdía los estribos. Tenía que controlarse. Era lo que Dumbledore hubiese querido...

- ¡AAAAH!

Un grito de la señora Weasley, proveniente de abajo. Harry sacó la varita y bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó a la cocina se encontró ante una terrible escena. La madre de Ron estaba tirada en el suelo, tiritando. Tenía los pelos revueltos y la chaqueta rasgada, y sangraba. Ron y Hermione apuntaban con la varita a Percy Weasley, que apuntaba a su madre con la varita, erguido, mirándola impasible. Harry reconoció en sus ojos el mismo tipo de mirada que recibió de Víktor Krum en el laberinto encantado, la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos en que había participado. Entonces cayó en la cuenta.

- ¡Ron, Hermione! ¡No es él! ¡Actúa bajo la maldición Imperius!

Entonces Percy se dio cuenta de que él estaba allí, y le apuntó con la varita.

- ¡Expelliarmus!

La varita de Percy saltó por los aires, y Hermione le inmovilizó con el Petrificus Totalus. El señor Weasley, Bill y Fleur bajaron en tropel, seguidos por Ginny. Ayudaron a la madre de Ron a levantarse.

- ¿Estás bien, Molly, querida?

- S-Sí... Yo... N-no sabía que... P-Percy... N-No...

- Querida –interrumpió el señor Weasley-, alguien le había lanzado la maldición Imperius. No sé quién, ni por qué, pero te juro que lo averiguaremos.

Entonces Percy volvió en sí. Se levantó y miró a Harry, que le apuntaba con la varita.

- ¿Potter? ¿Qué...? ¿Qué hago yo aquí? Estaba en el despacho del Ministro y...

- Baja la varita, Harry –dijo Bill-. Ya se ha terminado.

- ¿Terminado? ¿El qué? –inquirió Percy.

- Alguien te había echado la maldición Imperius, hijo. Atacaste a tu madre, y estuviste a punto de hacerle lo mismo a Harry.

Percy se paseó por la cocina, rascándose la nuca, confuso. Recogió su varita y se marchó, sin decir nada, ni mirar siquiera a su madre. Como había dicho el señor Weasley el año anterior, era más fácil para Percy mantenerse alejado que pedir disculpas a alguien. Algo que Harry no entendía.

 

La señora Weasley pasó dos días en reposo. El hechizo de Percy no le había causado daños graves ni mucho menos, pero la repentina actitud de su hijo nada más regresar a casa le había conmocionado. En una ocasión que sólo Harry estaba con ella en el cuarto, la señora Weasley se lo contó.

- Necesito contártelo, Harry. Tienes que saberlo. Percy... Percy entró en la cocina... Llevaba la varita en la mano y tenía una mirada extraña... Miró a Ron y a Hermione... Y luego me miró a mí... Me miró con rabia... Luego me apuntó con la varita... Me preguntó que dónde estabas tú, que dónde te había escondido... Que tenía ordenes de llevarte donde... Donde su amo... –entonces se le escaparon unas lágrimas, y esperó un poco para continuar- Pero yo... Yo no se lo dije... Se enfadó y... Me atacó... Me atacó con Diffindo... Grité y... Ron y Hermione sacaron las varitas... Pero él les amenazó con hacerme más daño... Y entonces llegaste tú y... Le desarmaste...

Entonces echó a llorar otra vez. Harry comprendió que no tenía fuerzas para continuar. Le convenció de que descansara, y salió del cuarto sin hacer ruido.

Hermione llegaba en aquel momento, y Harry y ella se encontraron peligrosamente cerca, tanto que cada uno podía sentir la respiración del otro. Hermione dejó escapar una risita nerviosa, se apartó, y corrió al cuarto que compartía con Ginny. Harry sintió entonces un cosquilleo similar al que había experimentado la primera vez que miró a Cho Chang a los ojos, que se acercó a ella bajo unos ramilletes de muérdago, rodeados de cojines y libros.

A diferencia de lo que creía ese recuerdo no lo afectó, pero su mente lo machacaba con el nombre de Hermione. ¿Qué le estaba ocurriendo?

La llegada del señor Weasley le borró todos los pensamientos y alegrías de la mente. Días antes de la boda entre Fleur y Bill le había comentado que debía hacer una última visita a sus tíos, los Dursley. Habían decidido que el señor Weasley le llevaría al día siguiente, es decir, dos días antes del cumpleaños que le convertiría en mayor de edad. Harry no estaba seguro si debía alegrarse o no por ello, pero el hecho de pasar con los Dursley la víspera de su cumpleaños no era una idea muy tentadora. Sin embargo, el padre de Ron le había prometido que iría a buscarle la noche anterior al aniversario, para que pudiese celebrarlo en La Madriguera.

Aquel día, por primera vez en bastante tiempo, la cena fue silenciosa. Harry agradeció que la señora Weasley rompiese el silencio empezando a hablar de los próximos mundiales de quidditch, porque su mente ya lo había empezado a atormentar. Tenía la extraña sensación de que no sabía cuál de las tres imágenes que su mente le ofrecía era más importante para él: la de una chica morena que lloraba bajo ramilletes de muérdago, la de otra pelirroja que le besaba tras ganar un partido de quidditch, o la de una gran amiga rubia que le defendía ante un supuesto asesino en una casa abandonada.

Aquella noche Harry se quedó a dormir muy deprisa, y soñó nuevamente que volaba hacia Hogwarts, que atravesaba el Gran Comedor y se encontraba con Minerva McGonagall, que lo expulsaba del castillo...

 

Por la mañana, a eso de las nueve y media, Harry ya tenía la maleta lista. No llevaba demasiadas cosas, pues no había mucho que hacer en casa de los Dursley durante dos días. Cuando el señor Weasley estuvo listo, Harry sintió un nudo en el estómago cuando Ginny le besó la mejilla, y un cosquilleo por todo el cuerpo cuando Hermione hizo lo mismo (cuando eso ocurrió, le pareció ver cómo las orejas de Ron enrojecían).

- ¡No te aburras mucho, Harry!

- ¡Piensa que sólo son dos días!

- ¡Te esperaremos para la fiesta de cumpleaños!

La señora Weasley le abrazó, y Harry acompañó al señor Weasley hacia el nuevo coche que el Ministerio de Magia le había proporcionado.

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Capítulo 4

Adiós, Big D

 

Llegaron a Privet Drive temprano; apenas hacía un par de horas que había salido el sol. Harry sintió un pinchazo de amargura en la garganta cuando el señor Weasley detuvo el coche frente a un cuidado y silencioso chalet, en cuya verja un desgastado indicador marcaba el número cuatro.

- ¡No desesperes, Harry! ¡Intenta divertirte! –exclamó el señor Weasley mientras le daba la mano a través de la ventanilla- ¡Mañana al anochecer vendré a buscarte!

Harry alzó la mano a modo de despedida, y se sintió sumido en la soledad cuando vio cómo el coche desapareció al doblar la esquina. Con paso firme, pero sin gana alguna, abrió la verja, que chirrió de manera alarmante en medio del pesado silencio de Privet Drive. Caminó hasta la puerta con suma lentitud, y luego, con una mueca de asco, hizo sonar el timbre.

Las consecuencias fueron desastrosas. Una mujer gritó, un perro gimió, alguien escupió y se oyó el ruido de un plato al caer y romperse en pedazos. Segundos después la puerta se abrió de golpe, y Harry miró a unos ojos enfurecidos, los de su tío Vernon. Había engordado aún más, si eso era posible, y lo miraba con una furia que habría intimidado a alguien como Malfoy. Harry le sostuvo la mirada. El tío Vernon, por su parte, parecía haberse quedado de piedra; mantuvo la misma expresión durante un largo rato, sin mover un músculo, sin apartar el brazo del umbral de la puerta, hasta que la voz de tía Petunia dijo algo que Harry no escuchó, y su rostro asomó por encima del brazo estirado de tío Vernon. Petunia hizo una mueca de dolor, y entonces el tío Vernon reaccionó y se echó hacia atrás.

- Tú... ¡Tú otra vez! Si lo que pretendes es...

- Tranquilo, sólo voy a pasar dos días aquí. Luego... Bueno, no volveréis a verme el pelo. Disculpad.

Se abrió paso entre sus tíos y entró al comedor. El tío Vernon corrió hacia él, se le interpuso y dijo, tembloroso:

- ¡Ya nos has hecho bastante, chico! ¿Crees acaso que puedes venir aquí como si nada, tirar tus maletas al sofá y tirarte en la cama? ¡PUES NO! ¡SE ACABÓ! Estoy más que harto. Maldito seas, chico. Maldito sea el día en que te recogimos siendo un bebé. ¡Maldito sea el día que ese viejo te dejó ante...!

Pero no pudo continuar. Harry le apuntaba con la varita, mirándole con más ira que nunca.

- ¡No... insultes... a... Dumbledore... delante... DE MI!

Harry sentía un deseo irresistible de venganza. No sólo por insultar a Albus Dumbledore. También por los diez años y los cinco veranos que tanto sufrió en el hogar de sus tíos. Deseaba que el tiempo se adelantase dos días, que fuese mayor de edad en el mundo mágico y pudiese echar una maldición a los Dursley. Al ver cómo le apuntaba, el tío Vernon se cubrió la cabeza con las manos, y dijo, medio asustado:

- ¿Qué es lo que quieres?

- ¿Querer? Yo no quiero nada –dijo Harry, impasible-. Si por mi fuera estaría en la casa de mis amigos, pasándomelo bien. Pero resulta que, según el viejo loco, tengo que pasar aquí un corto periodo. Tranquilo, cuando me vaya, estaréis contentos de perderme de vista. Sí, yo también me alegraré de no tener que volver a ver a un gorrino, una escoba y un hipopótamo bigotudo.

Harry sentía una gran satisfacción. Llevaba muchos años deseando decirles a la cara, a los Dursley, lo que pensaba de ellos. Al fin se había desahogado, pero el tío Vernon pareció haberse dado cuenta de que había bajado la guardia, porque se le echó encima y le arrancó la varita mágica de las manos. Por primera vez, Harry sintió algo de pánico hacia su tío, que había agarrado la varita como si fuera una pistola y le apuntaba con ella, rabioso.

- ¿Con que un hipopótamo bigotudo? ¡Ya te enseñaré yo a insultarme! ¿Cómo se usa esto? ¡Abra cadabra, pata de cabra!

El tío Vernon agitó la varita, pero ésta pareció volverse contra él, pues empezó a vibrar y a ponerse roja como si se estuviese calentando. Al final el tío Vernon la soltó y se cayó. Harry se extrañó; recordaba que Barty Crouch hijo había conjurado una Marca Tenebrosa durante los mundiales de quidditch con su varita, y no le había pasado nada. Aunque quizá sí, el no lo vio. En realidad no supo quién lo había hecho hasta pasados varios meses, a fin de curso...

Mientras Harry recogía su varita, tía Petunia intentaba reanimar a tío Vernon, y Dudley le miraba con una mezcla de sorpresa y terror, asustado y a la vez sorprendido de verle allí. Tras guardarse la varita en el bolsillo, Harry recogió la maleta, la Saeta de Fuego y la jaula vacía de Hedwig y subió las escaleras hasta lo que los Dursley llamaban “segunda habitación de Dudley”, el cuarto que normalmente le concedían durante las vacaciones. Dejó las cosas en una esquina y se echó sobre la cama. Empezó a pensar. Quizá se hubiese pasado con sus tíos. Una parte de su cabeza le decía que no, que se lo merecían por haberse comportado tan mal con él durante toda su vida. Pero la otra, la que le instaba a actuar como el mago mayor de edad que pronto sería, le aconsejaba mantenerse a raya. Sintió una especie de pequeño terremoto y apareció Dudley en su habitación, mirándole con rabia y miedo.

- ¡Dice mamá que te quedes ahí! ¡Vamos a llevar a papá al médico, no se encuentra bien! ¡Y tú, quédate ahí y no hagas nada raro!

Antes de que Harry pudiese responder, un nuevo terremoto le dio a entender que su primo había bajado las escaleras. Esperó a oír el portazo, y se levantó de un salto. ¡Quedarse ahí! Harry no tenía ningunas ganas de esperar a que los Dursley volvieran para echarle la bronca. Él no tenía la culpa de que el tío Vernon hubiese cogido su varita y empezado a decir los trucos absurdos de los falsos magos de circo, y mucho menos de que su varita se hubiese revelado contra él.

Harry decidió salir a tomar el aire, y regresar al anochecer, cuando los Dursley ya habrían regresado. Fue a la habitación de sus tíos y les cogió prestados algunos billetes de la cartera que había en la mesilla. Ya se los devolveré, pensó Harry. A fin de cuentas, no iba a quedarse todo el día sin comer para llegar a casa y sentarse ante uno de los suculentos platos de tía Petunia.

Salió de casa de sus tíos, con la varita en el bolsillo por si acaso (recordó los dementores que, dos años atrás, habían intentado atacarle por orden de Dolores Umbridge), y echó a andar. No tenía ni idea de lo que haría, ni a dónde iría, pero estaba seguro de que aquel sería un día muy largo. Las calles de Surrey estaban vacías, y hacía un calor espantoso, que no recordaba haber experimentado en La Madriguera. Al cabo de unas horas, decidió descansar en un banco hasta la hora de la comida. Fue hasta el parque, y se recostó contra el respaldo...

Estaba en Hogsmeade... las casas estaban tiradas por los suelos, y él rompía de un pisotón un cartel de madera que decía “Las Tres Escobas”... Luego echaba a volar hacia un castillo de color oscuro, plagado de torres... Aquella vez, atravesó el ventanal de una de las torres altas, y llegó a una estancia redonda, donde había una mesa, cientos de artilugios extraños y una espada en una vidriera... Las paredes estaban llenas de retratos, y en uno de ellos, un anciano con gafas de medialuna y una larga barba blanca le miraba con asombro...

Harry se sobresaltó. Había caído del banco y estaba en medio de la acera. Al menos no había nadie a la vista. Miró su reloj, marcaba las dos y media de la tarde. Tenía que ir a comer. Decidió que iría al restaurante Fideu’s, al otro lado de Privet Drive. Echó a andar hacia la calle donde vivían sus tíos, sintió una punzada en la frente, cada vez más intensa...

- ¡Eh, Harry!

Era Gordon, uno de los estúpidos amigos de Dudley. Pero Harry no respondió, ni le miró siquiera; contemplaba el cielo. Una reluciente calavera verde con lengua de serpiente se alzaba imponente sobre el número 4 de Privet Drive. Gordon miró también, pero hizo como si aquella señal fuese algo normal.

- ¡Gafotas, ven conmigo! ¡Piers está deseando que vayas a hablar con él!

Pero Harry ya había echado a correr hacia la casa de los Dursley. Quizá no hubiesen vuelto aún y aquello no fuese más que una trampa, como había ocurrido pocos meses atrás...

Al entrar en la casa, Harry vio todo tirado por los suelos, destrozado, desordenado. Entró al salón, y se quedó helado viendo cómo tía Petunia recibía un haz de luz verde en el pecho y saltaba por los aires, para caer junto al cuerpo inerte de su marido y el de su hijo. Harry miró a la varita de la que había surgido la maldición. Estaba en la mano de alguien que llevaba una larga túnica negra, con la cara oculta en una capucha, y la respiración lenta, que se volvió hacia él, apuntándole con la varita...

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:O :O Dios mio que **** hace Voldemort en el Nº4 de Privet Drive :O joe pon otra entrega te lo suplicooooooooooooooooooooo joe lo dejaste muy interesante... joe pero me da pena por los Dursley :naughty:

 

Salu2 y Felicidades lo estas haciendo muy bien :P

 

¿Quien ha dicho que solo Voldemort tenga la respiracion lenta?

Tambien está el que mato al director XD

Bueno, miercoes 29, capitulo 5... Y note digo el titulo que revela mucho.

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Os traigo... ¡El capítulo 5!

Que por cierto, aquí hay algo importante para el futuro del relato...

 

Capítulo 5

La toma del castillo

 

Harry sabía que aquel asesino era un mortífago. Pero lo que nunca imaginó fue que, cuando se quitó la capucha, dos capas de grasiento pelo negro bordearon un rostro que le clavaba una oscura mirada y le lanzaba una sonrisa satisfactoria.

- Potter... –dijo lentamente, en un grave susurro- Qué lástima, ¿verdad? Puedes considerarte el último de la sangre de los Potter. Ah, y creo recordar que también has perdido a un gran mago que...

- ¡VOY A MATARTE! –Harry sacó su varita, furioso. Lanzó conjuros sin cesar, pero al igual que la última vez, Severus Snape los bloqueó todos.

- No intentes hacerme daño, Potter. No lo vas a conseguir con tus ridículos hechizos de colegio.

Pero Harry estaba realmente furioso. Y sintió un derroche de placer cuando lanzó a Snape un último hechizo, recordando una especie de consejo que le había dado la asesina de su padrino.

- ¡CRUCIO!

Snape soltó un grito y cayó al suelo de rodillas. Luego rió débilmente.

- Muy bien, Potter. Pensaba que nunca llegarías a hacer magia de verdad. Pero tu padre...

- ¡CRUCIO! ¡CRUCIO! ¡CRUCIO! –Snape se retorció y gimió, pero en esta ocasión ya estaba serio, y no reía.

- Has pasado de un extremo, Potter. ¡Vas a acabar como todos aquellos a quienes querías! ¡Avada Kedavra!

Harry esquivó la maldición, pero Snape lo repitió varias veces. La última de ellas, pasó rozando un segundo encapuchado que había aparecido detrás de Harry. Mostró su rostro, y Harry vio a la mujer que había matado a su padrino. Tenía ante él a dos personas que habían matado a dos seres muy queridos. Empezaba a volverse loco de rabia y odio.

- Severus –dijo Bellatrix-, creo que al amo no le agradará enterarse de que has hecho el trabajo que él mas ansía hacer... ¿Cómo se te ha ocurrido intentar matar a Potter? ¡Potter es para él! Oh –dijo con una sonrisa, mirando a Harry a los ojos-, veo que has aprendido a torturar. Si sigues así, dentro de unos cuantos años podrás hacer lo que hice yo con los Longbottom... Si vives, claro.

Bellatrix y Snape rieron con ganas. Harry, en el centro, estaba a punto de estallar. Dos de las tres personas que más odiaba en el mundo estaban a su alcance. ¿Iba a quedarse sin hacer nada, sin vengar a Sirius ni a Dumbledore? Lanzó una nueva maldición de tortura, con más odio que nunca, contra Bellatrix Lestrange, que gimió, se retorció y cayó al suelo. Ahora Harry estaba en medio de dos asesinos que lo miraban con tanto odio como él a ellos. Entonces, los dos a la vez lanzaron un haz de luz verde desde sus varitas, Harry se lanzó al suelo, y miró. Bellatrix esquivó por los pelos la maldición de Snape, pero éste recibió la suya en el pecho, chocó contra la pared y cayó al suelo, mirando al techo sin verlo, con la boca entreabierta. Lestrange soltó un grito de terror, posiblemente imaginando cómo reaccionaría lord Voldemort al enterarse de lo que había ocurrido. Lanzó una última mirada de desprecio a Harry, y desapareció por la puerta.

Instantes después, varios aurores del Ministerio de Magia, encabezados por Rufus Scrimgeour, entraron en la sala donde se encontraba Harry, con las varitas preparadas. El ministro se dirigió a él.

- Harry Potter. Qué oportuno –se acercó a él con paso firme, forzando una sonrisa-. Es una grave tragedia. Supongo que... Sentirás mucho la pérdida.

- Sí, desde luego –respondió irónicamente. Había olvidado por un instante la muerte de sus tíos, pues el júbilo había vencido la batalla. Severus Snape había pagado la muerte de Dumbledore con su vida. Pero aún quedaban dos asesinos y un imbécil.

- Comprendo, comprendo. Y dime, ahora que Severus Snape ha muerto... ¿Es algo que pueda llenar tu... vacío?

- Mire –saltó Harry-, lo primero, no tengo muy claro si usted es el ministro o un redactor de El Profeta que ha venido a entrevistarme, y no el ministro de magia. Y otra cosa, ¿a usted qué le importa que mis tíos, o que el asesino de Dumbledore, hayan muerto? Sólo busca excusas para acercarse a mí.

- Eres inteligente, Potter. Pero... Creo que te tienes en muy alta estima. Los del Ministerio tenemos la costumbre de acercarnos a investigar a donde aparecen las Marcas Tenebrosas.

- Ya, claro. Y seguro que usted, el ministro de magia, participa activamente en todas las indagaciones –dijo Harry, de nuevo con ironía.

- Bueno, Harry Potter, los asuntos en los que yo me inmiscuya no son asunto tuyo.

- Sin embargo, en qué se metía Dumbledore hace unos meses sí que incumbían al Ministerio.

- Mira –respondió Scrimgeour, cansino-. No he venido aquí a hablar de eso, Potter. Vengo a contarte algo que quizá sí te interese. Pero léelo tú mismo, ya que, al parecer, a viva voz no me vas a creer.

El ministro de magia le entregó a Harry un ejemplar de El Profeta. En primera plana aparecía una foto de Hogwarts, con una gran Marca Tenebrosa en lo alto. Harry leyó el artículo.

 

LA TOMA DEL CASTILLO

Al parecer, la gente ya empieza a tomarse en serio aquello que

Minerva McGonagall, que sucedió a Albus Dumbledore en el cargo

de dirección de Hogwarts, dijo: que estaba considerando el hecho

de cerrar definitivamente la escuela de magia.

Pero en realidad no ha sido causa suya, ni Hogwarts ha cerrado sus

puertas. No, no ha llegado a cerrarlas. Apenas un día después de que

McGonagall abandonara el castillo para tomarse unas vacaciones,

la Marca Tenebrosa apareció sobre la torre más alta de Hogwarts.

Después de complicadas investigaciones e indagaciones, el actual

ministro de magia, Rufus Scrimgeour, nos ha hecho llegar la más

terrible de las declaraciones: el Señor Tenebroso se ha hecho con el

control de Hogwarts.

¿Qué hará El-que-no-debe-ser-nombrado en el despacho del director?

¿Se abrirá una escuela ilegal de Artes Oscuras? ¿Usarán Hogwarts para

causar una mayor conmoción al mundo mágico reclutando jóvenes

mortífagos?

Si su hijo desaparece de casa, avise al Ministerio, y recuerde:

Hogwarts ya no es un lugar seguro.

 

Harry permaneció inmóvil, con el periódico en la mano, temblando. No era posible. Lord Voldemort no había podido tomar Hogwarts.

- ¿Potter?

Sin que Harry se inmutara, Scrimgeour le quitó el periódico, y alguien le cogió de los hombros.

- Harry... –dijo la voz del señor Weasley- Creo que es hora de volver a casa.

 

De nuevo en La Madriguera, Harry se percató de lo mucho que le rugían las tripas. Ron y Hermione fueron con él a la cocina, pero no dijeron nada, por orden de la señora Weasley, hasta después de la comida. Cuando Harry les contó lo ocurrido, Ron lanzó un grito de júbilo, y lanzó algunas malas palabras contra la tumba de Severus Snape. Sin embargo, Hermione notaba algo extraño, algo inquietante, en los ojos de Harry.

- Harry... No nos lo has contado todo... –comenzó, medio asustada- Harry... ¿qué está pasando?

Harry la miró a los ojos unos segundos, luego desvió la mirada, y una pequeña lágrima resbaló por su mejilla.

- Voldemort ha tomado Hogwarts.

Ron dejó escapar un gemido, y Hermione se llevó la mano a la boca, maldiciendo en susurros por qué habría decidido dejar de recibir El Profeta. Pero Harry, con la mirada perdida, no pensaba en el castillo. Tampoco se podía hacer mucho, pensó. Pero lo que de verdad le preocupaba no era Hogwarts. Lo que realmente le inquietaba era lo que le podría estar ocurriendo, en aquel mismo instante, a un buen amigo suyo que vivía en una cabaña en los lindes de un bosque.

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Capítulo 6

Herencia Black

 

La noticia de la toma de Hogwarts se extendió rápidamente por el mundo mágico, pero en La Madriguera, a todos les preocupaba más lo que le pudiese ocurrir a Hagrid. No podían escribirle porque interceptarían las lechuzas, y nadie se atrevía a acercarse. Harry llegó a tener el impulso de hacerlo, pero sabía que era una locura acercarse a lo que se había convertido en el cuartel general de lord Voldemort, así que no había mucho que hacer.

No obstante, el día de su decimoséptimo cumpleaños todos se alegraron cuando Harry recibió una lechuza de parte de Hagrid, que llegaba muy cansada y cargaba con un paquete que contenía una de las suculentas tartas que solían poner a prueba la resistencia de la dentadura. Lo primero que hizo Harry, cuando Ron y Hermione se le echaron encima, fue leer la carta, que era bastante breve:

 

Querido Harry:

 

¡Feliz cumpleaños! Ya eres un mago mayor de edad. Bueno, a lo que iba. No tengo mucho tiempo para escribir, así que seré breve. No es fácil vivir cerca de Hogwarts cuando... cuando quien tú ya sabes se ha hecho con el control, pero bueno, entre Grawp y yo hemos improvisado una vivienda más o menos cómoda en un claro del Bosque Prohibido. Fang va de aquí para allá, y no estoy teniendo tantos problemas con los centauros como imaginaba. Aunque, la verdad, no tengo la más remota idea de dónde puede andar Firenze. Bueno, amigo, cuídate. No me escribas, y no te acerques a Hogwarts. Un abrazo para todos,

 

Rubeus Hagrid

 

- Pero... –empezó a decir Harry- ¿Y está tan tranquilo? Tiene que esconderse en un bosque lleno de bestias, cercano al cuartel de Voldemort, ¿y sólo le preocupan los centauros? No sé, esto me da mala espina.

- Bueno, Harry –intentó explicar Hermione-, piensa que... Bueno, supongo que no querrá asustarnos, o que nos preocupemos por él. De todas formas, creo que podrá ocultarse bien en el bosque, y entre él y Grawp pueden defenderse perfectamente.

- Hermione, por mucha defensa que tengan, morirán ante el Avada Kedavra.

Hermione iba a replicar cuando los padres de Ron entraron en la cocina y se dirigieron a Harry.

- ¡Harry, querido! –saludó la señora Weasley- Hoy es el día perfecto para recibir... lo que te corresponde.

- No entiendo.

- Bueno –dijo el señor Weasley, sentándose a su lado-, es hora de que recibas la herencia de tu padrino. Deberías ir a la mansión Black, Harry. Ante la muerte de Sirius, quizá... quizá Kreacher haya “deducido” que la orden de guardar nuestros secretos ha muerto con él y... eso nos traería problemas.

- Sí, bueno... Supongo que no queda más remedio.

Una hora más tarde, Harry, Hermione, Ron y los padres de éste iban en coche hacia Grimmauld Place. Harry sintió un pinchazo en el estómago cuando el coche se detuvo cerca del hueco que había entre los números 11 y 13, y recordó con angustia, a cámara lenta, cómo su padrino caía tras un velo. Casi no se dio cuenta cuando bajaron del coche. Al fin reaccionó, pensó en el número 12 de Grimmauld Place, y una grande y antigua casa se abrió paso entre las otras dos, echándolas a los lados. Cuando abrió la puerta, ésta chirrió con fuerza, y unos instantes después, se oyeron los gritos de una mujer, insultándolos.

- Iré yo –dijo el señor Weasley, y echó a correr hacia donde se encontraba el cuadro de la señora Black. Acto seguido, entraron los demás.

Nada más pisar la polvorienta alfombra del vestíbulo, Harry imaginó que, por honor a Sirius, nadie había pisado la casa desde su muerte. Nadie, excepto Kreacher, y quienes fuesen a recoger las pertenencias de la Orden del Fénix. ¿O quizá alguien más? Harry sintió un escalofrío imaginando a Bellatrix Lestrange entrando en el número 12 de Grimmauld Place, riéndose de las pertenencias de su primo y llevándose a Kreacher. No es que a él le agradase la idea de quedarse al elfo doméstico (si por él fuera, le habría dado una prenda cuanto antes), pero el hecho de que conocía ciertos secretos de la Orden del Fénix era un tanto intranquilizador.

Después de silenciar a la señora Black, el señor Weasley volvió junto a Harry. Parecía algo intranquilo.

- Harry... La casa está demasiado tranquila. Empiezo a pensar que ese elfo...

- Le ayudaré a buscarlo –interrumpió Harry. Fue al rincón que Kreacher había dispuesto como su dormitorio particular, pero no encontró nada. Nada, es decir, que el “dormitorio” del elfo doméstico había desaparecido. Se pasaron parte de la mañana buscándole, pero no aparecía. Cuando iban a darse por vencidos, Harry recordó algo que le dijo Dumbledore una vez, y no dudó ni un instante.

- ¡Kreacher, ven aquí!

Instantes después sonó un chasquido, y apareció, al fin, el elfo doméstico. Pero estaba muy cambiado. Podría decirse que se había aseado, incluso llevaba un nuevo pañuelo, y sonreía con burla a Harry.

- ¿Me ha llamado el joven amo, amigo de los traidores a la sangre? –dijo en alto.

- ¡Kreacher! Espero que no hayas olvidado las órdenes que te dio Sirius. Espero que no hayas olvidado que...

- ¿Guardar sus secretitos? –interrumpió el elfo- Sí, Kreacher siempre ha sido tratado tan bien por el antiguo amo. El amo golpeaba a Kreacher, le trataba como a un gusano. ¡Pero Kreacher tenía que guardar los secretos del amo! Pero cuando el amo murió, Kreacher decidió que las órdenes del amo ya se podían romper. ¡Oh, sí! La otra ama de Kreacher se porta muy bien. Ha cuidado a Kreacher, le ha dado un nuevo pañuelo. ¿Y a cambio de qué? Oh, Kreacher sólo tenía que contarle las estúpidas reuniones de la Orden del Fénix. ¡El estúpido amo murió, así que..!

No llegó a terminar la frase. Harry le propinó una patada que le envió contra la ventana, pero antes de chocar, el elfo soltó una carcajada, chasqueó los dedos y desapareció.

- Maldito traidor... –murmuró Ron, furioso.

- Bueno –dijo el señor Weasley, confuso-, no está todo perdido. Si es cierto lo que ha dicho, realmente no pasa nada. A ver –prosiguió, al ver las caras de incredulidad-, Kreacher ha dicho que le contó a Lestrange lo de las reuniones. Dime, Molly, ¿alguna vez hemos tratado lo más importante en las reuniones?

- ¡Por Dios, no! Los temas realmente importantes son confidenciales, y no se pueden tratar abiertamente.

Sin embargo, aquello no tranquilizó a Harry. Por la noche tardó en quedarse a dormir, pensando en lo que Kreacher podría haberle contado a Bellatrix Lestrange. Y cuando al fin se quedó dormido, las cosas no fueron a mejor, porque volvió a soñar.

Avanzaba por un despacho circular, con una mesa rectangular en el centro y decenas de extraños artilugios en las estanterías; entre ellos, una espada en una urna de cristal. En las paredes había una gran cantidad de cuadros de magos. Harry volvió la mirada hacia uno de ellos. Mostraba a un anciano con la barba y los cabellos blancos, con las gafas de medialuna colgando en la nariz mientras dormitaba. Con una voz fría e impasible, Harry dijo:

- Despierta.

Eso bastó para que el mago del cuadro abriera los ojos y le mirara, extrañado, adormecido.

- Dumbledore, sabes muy bien por qué estoy aquí –dijo Harry.

- Así es –respondió el antiguo director-. Estás aquí porque crees que aquí puedes esconderte. Dime, ¿cómo te sentiste al saber que, realmente, Severus no estaba de tu lado?

- ¡Snape siempre ha estado de mi lado! –gritó Harry, extendiendo una mano blanca de largos dedos- Y tú has sido tan estúpido como para creer que me había traicionado. ¡Él te mató, Dumbledore! Y aún así, sigues teniendo fe en él.

- No puedo tener fe en él, porque ha muerto. Pero deberías saber, Tom, que Severus me mató porque...

Harry no llegó a saber por qué Snape mató a Dumbledore, pues abrió los ojos, y vio el rostro preocupado de Ron, quien le había despertado.

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