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TOMB RAIDER. El Cataclismo


Lara Legend

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¡Muy buenas! He conseguido regresar al mundo de Internet, y sobre todo a esta estupenda comunidad de fans de TR. Os traigo mi nuevo fic, que espero os guste.

 

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CAPÍTULO 1

La Llave

 

Las calles estaban completamente desiertas. Lo único que se oía era, a veces, el aullido de algún gato o el paso lejano de los coches más allá de la ciudad.

En el cielo plagado de estrellas, la luna llena relucía sin nubes que amenazasen con cubrir su luz plateada de oscuridad.

Era el momento.

Salió corriendo calle abajo, rápido como pudo. Sólo disponía de unos diez segundos hasta que el guardia que patrullaba las calles circundantes a la Mansión Croft llegase al perímetro donde ella se encontraba. Con una agilidad sobrehumana saltó a una farola, se zarandeó y, dando un impresionante salto, cayó en los jardines de la mansión. Comprobó el edificio: ninguna ventana estaba iluminada. El reloj de pulsera marcaba la una de la madrugada. Era hora de actuar.

El Maestro le había dado las instrucciones necesarias para encontrarlo. Si no se equivocaba, Lara estaría acostada, posiblemente durmiendo como un tronco. Según los informes del Maestro, apenas unas horas antes Lara Croft había regresado en avión desde Bolivia con la legendaria espada del rey Arturo, Excalibur.

Pero los planes del Maestro eran mucho más importantes que una espada legendaria. Si salía bien… El mundo daría un cambio radical.

Pero no había tiempo para pararse a pensar en ello. Había que actuar, actuar con rapidez.

Sigilosamente, se acercó a la puerta y sacó las ganzúas. No tardó más de siete segundos en abrir la puerta, que no hizo el más mínimo ruido.

El vestíbulo era enorme. Las escaleras estaban a mano izquierda, y a la derecha había una sala con paredes de cristal y mesas con varios ordenadores. Enfrente suyo había una chimenea, y a cada lado de ésta, una puerta.

Buscó en su mochila y sacó el papel que le había dado el Maestro con las instrucciones.

Lo leyó rápidamente, memorizando lo que decía, y volvió a guardarlo. Subió las escaleras a gatas hacia la izquierda, hasta llegar a una puerta. La abrió con cuidado y accedió a un extenso pasillo, al final del cual había otra puerta. Entró con cuidado y la cerró tras él.

Se hallaba en una biblioteca de dos plantas. Enfrente había una mesa con un ordenador, y allí dormía un hombre con la cabeza apoyada en el teclado del portátil. Tenía el pelo bien peinado y llevaba gafas. Acarició el cinturón, donde llevaba dos pistolas gemelas con silenciador. Avanzó con el máximo sigilo, de puntillas. Estudió la sala. A cada lado de la mesa había un pulsador en el suelo. Justo a su derecha había un hueco en la pared, bajo las escaleras, donde reposaba una mesilla móvil. Sonrió y la arrastró con cuidado hasta el pulsador. Cuando lo hizo éste emitió un leve chasquido. El hombre se revolvió. Se llevó la mano a la pistola derecha, pero se tranquilizó al ver que seguía durmiendo. Siguió buscando, y pronto se mordió el labio. La otra mesilla estaba colgada a un metro sobre ella, apoyada en un saliente metálico de las estanterías. Miró de reojo al durmiente, sacó las pistolas y disparó a los engranajes que sostenían el saliente. La mesilla cayó, produciendo un golpe sordo. Maldijo por lo bajo.

- ¡Eh! ¿Quién diablos…?

El hombre se había despertado. Sin dudarlo, se volvió hacia él, con las dos pistolas en alto.

- Tú… -susurró.

- Lo siento mucho, Alister.

Los disparos no se oyeron gracias al silenciador, y la alfombra quedó manchada de sangre. Arrastró el cadáver y lo ocultó detrás de la mesa. Acto seguido colocó la mesilla sobre el segundo pulsador, y a su derecha, un pasadizo se abrió.

Activó la linterna y entró. Estaba realmente oscuro, y había varias cajas obstruyendo el camino. Al final del pasillo encontró lo que buscaba: un rostro dorado sacando la lengua. Sonriendo, la acarició.

Se llevó un susto cuando el pasadizo se abrió hacia el dormitorio de Lara, y al mismo tiempo, oyó un “click” más atrás. Regresó por el pasadizo y encontró otro rostro de oro. Al acariciar su lengua, al lado apareció en la pared un grabado:

 

Sobre las aguas, las gemelas se dieron la espalda y dejaron desprotegida la senda

 

Volvió a sacar el papel. Según el informe, el acertijo se refería a las dos estatuas que había sobre la piscina de la mansión.

Con suma cautela regresó al vestíbulo y consultó el plano de la Mansión Croft que le había facilitado el Maestro. Siguió por la puerta que estaba a la derecha de la chimenea, y llegó hasta un patio donde estaba la piscina. ¿Cómo podría llegar hasta la parte superior? Se fijó en las estatuas a ambos lados de la piscina. Lanzas, bordillos… parecía todo preparado de antemano para llegar arriba. subió a un saliente, saltó a la primera lanza y se balanceó. Llegó sin problemas a una terraza superior, pero las estatuas estaban al otro lado. Hizo un par de piruetas más y llegó al lugar. Había dos estatuas idénticas, mirándose la una a la otra. “Las gemelas se dieron la espalda”, decía el grabado. Así que las giró hasta ponerlas de espaldas, y en la pared que quedaba entre ellas se dejó ver un nuevo grabado, que decía así:

 

En la Cámara del Saber, legajos en cerúleo, topacio, glauco y carmesí revelan en orden sus arcanos

 

Ese parecía más complicado. La Cámara del Saber debía ser la biblioteca. La palabra legajos podía referirse a libros. Siguiendo esa teoría, debería buscar en la biblioteca un libro azul, uno amarillo, otro verde y otro rojo, y accionarlos en ese orden. ¿Accionar libros? Qué extraño, pensó.

Miró al cielo. La luna había descendido, y su reloj de pulsera marcaba las dos menos cuarto. Debía darse prisa, alguien podría despertarse para hacer de vientre.

Cuando llegó a la biblioteca, se encontró con la grata sorpresa de que había cuatro libros que sobresalían en las estanterías, de los cuatro colores que ella necesitaba. Los metió en su sitio por el orden establecido, y una estantería se movió, dejando a la vista otro grabado.

 

Sobre el Hogar, efigie y semblante, rozados fugazmente, agitan a la protectora

 

Sobre el Hogar… Seguramente se refería al vestíbulo. Efigie y semblante eran dos palabras que podían usarse para referirse a un rostro. regresó al vestíbulo, pero sin bajar las escaleras. A cada lado había un rostro de oro sacando la lengua. “Rozados fugazmente”, quizá quería decir que no podía pasar mucho tiempo entre que tocase la una y la otra. Acarició la lengua del que tenía más cerca, y saltando al otro lado, la del otro. Éste giró para mostrar un nuevo grabado.

 

Atenea alzada torna hacia el Sol, y la carga del astro revela el dorado laurel

 

Había llegado el momento decisivo. Una estatua muy hermosa, que representaba a la diosa Atenea, se alzó en el centro del vestíbulo, y un pulsador con el Sol marcado en él se activó junto a las escaleras.

Entonces sólo le quedaba rezar porque Lara Croft no hubiese descubierto ese detalle, y porque el Maestro estuviese en lo cierto. Descendió junto a la estatua.

Si seguía las instrucciones del grabado, es decir, giraba la estatua hacia la ventana y pulsaba, se revelaría el “Dorado Laurel”. Pero no era eso lo que venía a buscar. Leyó con atención las últimas indicaciones de la hoja que le había dado el Maestro.

Tomó aire, y giró la estatua de Atenea hasta ponerla de espaldas a la ventana, mirando a la sala acristalada de los ordenadores. Lentamente, se acercó al pulsador del Sol, y lo accionó.

Y ocurrió lo que el Maestro había previsto. Si lo accionaba con la estatua mirando al Sol, Atenea bajaba y el dorado laurel subía. Al hacerlo a la inversa, la estatua de Atenea ascendió hasta rozar el techo con la punta de su lanza, y en el lugar donde tendría que alzarse un pilar con el escudo de oro, se abrió un hueco en el suelo. Tomó aire nuevamente. Había llegado el momento crucial, un momento histórico. Al fin lo tendría en sus manos.

Se dejó caer por el hueco, que no era demasiado profundo (sí lo suficiente para que cupiese ella de pie).

A la misma altura de sus ojos había un hueco en el muro, donde descansaba un objeto muy valioso. Mucho más que el Emblema de Oro, que la espada Excalibur o que el cayado de Viracocha.

Alargó el brazo, y al tomarlo entre sus dedos, sintió su tremendo poder. Lo extrajo y lo contempló con sus propios ojos.

Era una llave. Pero no una llave cualquiera.

Era más grande que la palma de su mano, tanto en alto como en ancho. Estaba tallada en oro con detalles tallados en cerúleo, topacio, glauco y carmesí. Emitía un extraño brillo, que no sabía por qué, pero le resultaba siniestro.

Pero era tan hermosa… Tanto, que incluso sintió la tentación de tomarla para sí y no entregarla al Maestro, pero lo descartó de inmediato, pues el castigo por ello sería la muerte.

Guardó la Llave del Equilibrio en el fondo de la mochila, se agarró al borde del agujero y saltó al vestíbulo. Automáticamente, el agujero quedó oculto de nuevo, y la estatua de Atenea se hundió para desaparecer de nuevo.

Sonrió por última vez, y se dirigió hacia la puerta de salida.

- ¡Alister! Oh, Dios… ¡ALISTER!

¡Maldición! Era la voz de Lara. Abrió la mochila, sacó el pasamontañas y se cubrió el rostro, acto seguido corrió y agarró el pomo de la puerta.

- ¡No huyas!

Volvió la mirada. Lara bajaba las escaleras, en camisón, con las dos pistolas en las manos, apuntándole directamente.

Abrió la puerta de golpe y salió rodando. Lara disparó en ese momento y agujereó la puerta.

Corrió hacia la verja. Maldijo por lo bajo. ¿Cómo iba a salir? Estaba muy alto. La puerta de la mansión volvió a abrirse, y Lara salió a su encuentro. Su rostro denotaba una furia que no la hacía parecer ella misma.

- ¡Me las pagarás por matar a Alister!

Echó a correr, y Lara la siguió. En la parte trasera había un árbol, lo suficientemente cerca del muro exterior como para poder saltar a la calle y huir. Aceleró mientras zigzagueaba para esquivar los disparos de su perseguidora, saltó al tronco del árbol y trepó. Lara no la imitó, sino que permaneció en tierra firme, disparando sin cesar. Conseguía esquivar las balas a duras penas. Cuando llegó a la punta de la rama que más fácil se lo ponía para saltar, se volvió hacia ella y dijo:

- Lo siento, Lara.

Lara sonrió con amargura, y aprovechó el momento. Dos disparos. Los dos acertaron, uno en cada hombro. Se tambaleó, a punto de caer de la rama. Se agarró, y el dolor de los hombros se intensificó. Sentía como la sangre se derramaba por sus brazos. Escupió, y sin usar los brazos, saltó al otro lado, cayendo sobre un contenedor de basura.

 

Lara guardó las pistolas y regresó con lentitud a la mansión, con los ojos humedecidos y la mente corrompida por la rabia. Cuando entró, se encontró con Zip y Winston, que bajaban el cadáver. Lara miró directamente a los ojos cerrados de Alister, a su rostro empalidecido.

- Juro… sobre los cimientos de mi casa… que el autor de este crimen me las va a pagar muy caras. ¡Lo juro!

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Me alegro de que os guste.

 

CAPÍTULO 2

En el Nilo

 

El entierro y el funeral de Alister ocuparon los dos días de aquel lluvioso fin de semana. Lara no lloraba, ni siquiera se lamentaba. Estaba cegada por la rabia. Aquella persona, quien quiera que fuese, había ido a su casa, había matado a uno de sus mejores amigos y se había ido con las manos vacías. ¿Por qué? No encontraba respuestas. No le entraba en la cabeza que alguien entrase furtivamente en su mansión, con el único objetivo de matar a alguien que no había hecho nada.

Pero cumpliría el juramento.

 

El lunes por la mañana amaneció nublado, y amenazaba tormenta. A Lara no le importaba. Había lavado ella misma, a mano, la alfombra donde se derramó la sangre de Alister, y permaneció en el interior de la mansión toda la mañana, sin ir al gimnasio o hacer ejercicio, cosa que era extraña para alguien como ella.

Después de comer, decidió que debía hacer algo. No iba a vengar a Alister quedándose en el sofá junto a la chimenea los días de tormenta. Haría lo que siempre había hecho: buscar pistas, resolver enigmas, explorar las tumbas.

Subió a su cuarto y buscó algo cómodo para ponerse. Cogió las pistolas, el gancho, la linterna, todo. Metió algunas provisiones en la mochila, y sin despedirse de Zip ni Winston, se marchó, sin los auriculares.

Cuando tuvo la ciudad ante ella, entraron las dudas en su mente. ¿Quién sería el asesino? ¿A dónde tendría que ir? La gente cruzaba la calle, ante ella, por detrás, a los lados. Era como si el mundo siguiese su rutina mientras ella se perdía en el tiempo y el espacio.

 

 

- Maestro… He conseguido la Llave .

Estaba arrodillada ante un altar, en una sala circular, muy oscura.

- Buen trabajo.

Le dio un escalofrío. La voz del Maestro era ancestral, poderosa, siniestra. El Maestro tomó la Llave y la examinó.

- No cabe duda de que es auténtica. Temía por que cayeses en la tentación de quedártela, pues tendría que matarte, y eres muy valiosa –depositó la Llave sobre el altar-. Esta noche termina el plenilunio. Hemos de hacerlo hoy, de otro modo tendremos que esperar hasta el próximo.

- Sí, Maestro.

- Entonces, vamos.

Acompañó al Maestro por el largo túnel de salida. La luz le deslumbró, y la arena quemó sus pies descalzos. Contempló la pirámide que se alzaba en la lejanía, ante ella.

- No te entretengas –ordenó el Maestro.

Avanzaron hasta la orilla del Nilo. El Maestro hizo un ágil movimiento con las manos, y las aguas se abrieron, igual que en un pasaje del Antiguo Testamento de la Biblia. Cruzaron el río y el Maestro volvió a cerrar las aguas. Se encontraban en una inmensa llanura de arena, a los pies del Sahara. Al norte de donde se encontraban estaba la más importante de todas las pirámides. No la más grande, sino la que más secretos albergaba en su interior.

- Maestro… ¿Puedo haceros una pregunta? –dijo mientras se dirigían a la pirámide.

- Habla.

- ¿Qué hacía la Llave del Equilibrio en la mansión Croft?

El Maestro tardó un poco en contestar.

- Es una historia muy larga.

- La pirámide aún está lejos.

El Maestro suspiró, y asintió.

- La Llave nunca ha pertenecido a los Croft, sino al Ghód-Ahi, una hermandad egipcia de hechiceros que actuaban a favor de los dioses pero en contra de los faraones. Actuaban en secreto, venerando a los dioses y conspirando contra los líderes egipcios. Su líder, Who-Fhe-Huv, fue el autor de la Llave. La forjó en oro y la adornó con cerúleo, topacio, glauco y carmesí, los colores que representaban a los cuatro clanes que formaban el Ghód-Ahi. Cuando Seth fue derrotado por Horus y encerrado en una tumba para toda la eternidad, Who-Fhe-Huv entregó la llave como último sello de la tumba de Seth. Los dioses le recompensaron, dándole a él y a toda su descendencia poderes sobrenaturales, y a los descendientes de los demás miembros del Ghód-Ahi les entregó cantidades ingentes de riquezas. Who-Fhe-Huv mató al faraón y ocupó su cargo, y usó sus poderes para crear el bien y la prosperidad en su pueblo. Se casó con Ghena, líder del Clan Carmesí, y tuvieron dos hijas, a las que llamaron Shara y Kayla. Cuando Who-Fhe-Huv y Ghena murieron, dejaron a Shara como heredera, pero Kayla se reveló, pues quería ser ella la faraona. Así, las dos hermanas pelearon en una gran guerra. Shara no quería usar sus poderes para algo tan infame, pero Kayla los aprovechó al máximo, y mató a su hermana en la batalla, dejando a su hijo Salazar huérfano de madre. Kayla se casó con Shaddre, hijo del Clan Topacio, y tuvo una hija llamada Hylia y un hijo llamado Eru. La Llave, que Shara había ocultado antes de la batalla, la encontró Salazar, y la llevó consigo a Inglaterra, donde la perdió. Veintiún mil años más tarde, una mujer llamada Amelia Croft encontró esa Llave durante unas excavaciones, la llevó a su mansión y la ocultó bajo el suelo del mismo vestíbulo, sin que su marido ni su hija de dos años conocieran su existencia. Cuando esa niña creció huérfana, convirtiéndose en la Lara Croft que es ahora, no conoció jamás la existencia de la Llave, ni se molestó en investigar por qué su madre no quería que ella anduviese demasiado por el vestíbulo.

- Es una historia increíble… -comentó ella.

- Pero es cierta, y no es nada bueno. Si Lara Croft la descubre, sabrá dónde tiene que buscarte.

- ¿Buscarme? –se asustó- ¿Para qué querría Lara buscarme?

- ¿No lo sabes? –el Maestro se detuvo y la miró a los ojos, deslumbrándola con parte de su calva perfectamente afeitada, y ocultando las manos en las gruesas mangas de la túnica negra- Has matado a uno de sus mejores amigos y robado una importante reliquia. Removerá cielo y tierra para vengarle, y si llegase a conocer la historia que acabo de contarte, y el robo que has cometido, no sólo tendrá más razones para perseguirte, sino que además sabrá dónde buscarte: aquí, en Egipto.

- ¿Qué sugerís que haga, Maestro?

- No tenemos mucho tiempo. Antes de que empiece a buscarte, hay que actuar. Podemos hacer una cosa. Yo me encargaré por mi cuenta de cumplir nuestro cometido en la Cámara. Me llevará tiempo llegar, pues hay infinidad de trampas, salas y magia que la protegen. Pero tú no vengas conmigo –puso la mano en su barbilla y le hizo alzar el rostro-. Harás lo siguiente: habla con Frederic y que te lleve en su helicóptero cerca de la mansión Croft, pero no demasiado. Rastrea todas las bibliotecas del perímetro y elimina todos los documentos que tengan algo que ver con el Ghód-Ahi. Luego acércate a la mansión, asegúrate de que Lara no esté y entra, y haz lo mismo en su biblioteca. Tenemos que asegurarnos de que no encuentre nada que le lleve hasta aquí.

- Pero… Maestro… -parecía confusa- ¿Cómo se supone que voy a eliminarlo todo en tan poco tiempo?

El Maestro se acercó más a ella y le puso las manos en los hombros. Las retiró al darse cuenta de que estaba herida.

- Tú eres descendiente de Hylia. La sangre de Who-Fhe-Huv corre tanto por mis venas como por las tuyas. Usa los poderes que te ha concedido la herencia de la sangre, y así podrás hacerlo sin perder tiempo y sin que Lara Croft dé contigo.

- Sí, Maestro.

Regreso por donde había venido. Poco después se detuvo y volvió la mirada. El Maestro era ya un punto en el horizonte, que se acercaba a la pirámide. Suspiró, y siguió caminando. Entonces llegó al Nilo. Se dio cuenta de que ella nunca había usado sus poderes, no de manera consciente, al menos. Intentó hacer lo mismo que el Maestro: imitó el movimiento de las manos, y el agua se abrió mostrando un camino. Con cautela, avanzó. Estaba nerviosa, no sabía si sus poderes serían suficientes.

A medio camino sonó un chasquido, los muros de agua se revolvieron y cayeron sobre ella, volviendo a formar el río. Lanzó un chillido desgarrador antes de ser tragada por las furiosas aguas del Nilo.

 

 

Lara avanzó sin rumbo por las calles. De pronto, algo sonó en su mochila. Qué extraño, ella no recordaba haber metido nada que produjese ese pitido. Rebuscó, y encontró un busca.

¿Qué demonios…?, pensó.

Había un mensaje:

 

¡¡Lara, regresa a la mansión!!

:yes:

Zip.

 

¿Lara maldijo por lo bajo. ¿Quién le habría metido un busca en la mochila? Quizá hubiese sido el propio Zip, o Winston. Dio media vuelta y caminó, esta vez calle arriba, de regreso a la mansión. Volvió a mirar el busca. En el mensaje había puesto un emoticone, quizá significase que estaba preocupado, o que había ocurrido algo no demasiado agradable. Aceleró el paso, ya alcanzaba a ver los muros de su hogar.

 

 

El Maestro contempló la inmensa pirámide que se alzaba ante él. La entrada estaba sellada con una gran roca redonda, pero eso no era problema para él. Alzó la mano y la movió a un lado, y la roca imitó ese movimiento, dejando la oscura entrada al descubierto.

Se remangó las mangas de la túnica, dio una palmada de satisfacción y entró a la pirámide. Inmediatamente, la roca se cerró tras él, dejándolo sumido en la oscuridad.

- ¡Lúmina! –susurró. En la palma de la mano se materializó una esfera de luz que iluminó el largo pasillo en que se encontraba. Avanzó sin prisa, dejando resonar el eco de sus pasos, hasta que llegó a una bifurcación. Sonrió.

- Mostré.

Ante él apareció una flecha de luz que marcaba la ruta de la izquierda. La tomó, pero llegó al final del camino, y allí no había nada más. ¿O quizá sí? Examinó detenidamente el muro que tenía ante él, y descubrió que había unos grabados en jeroglífico egipcio.

- Tradocce.

Los jeroglíficos desaparecieron, y el grabado se tradujo a la lengua común.

 

Los dioses han cerrado el camino de los muertos para que los vivos no lo encuentren. El camino no se abre con la vida, no se abre con la muerte. El camino de los muertos engaña a los magos que burlan a la muerte.

 

Meditó unos segundos. Si lo que estaba buscando era el “camino de los muertos”, y ese camino engañaba a los magos, entonces debería haber tomado la otra ruta. Así que regresó a la bifurcación y tomó el otro camino, el de la derecha. Llegó hasta una abertura en el suelo, lo suficientemente grande como para dejarse caer.

- Revello.

Una esfera le mostró que, bajo aquel agujero, había una sala en llamas, llamas imperecederas que no expulsaban humo. Sonrió. Si realmente el camino de los muertos engañaba a la magia, cuando se dejase caer no ardería.

Se dejó caer, convencido de sus conclusiones, y cayó al agua. Sacó la cabeza para respirar, y vio con horror cuatro aletas de tiburón nadando en torno a él.

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CAPÍTULO 3

La pirámide

 

El Maestro sentía, por primera vez en su vida, el pánico recorriendo cada milímetro de su cuerpo. Los animales se acercaban a él cada vez más. Se sumergió, y vio que no había tiburón alguno. ¿Qué estaba ocurriendo?

Claro, el grabado. Las trampas. Al parecer, aquella pirámide no engañaba sólo a la magia, sino a todo aquel capaz de captar sensaciones visuales. En pocas palabras: engañaba al ojo humano. Volvió a sacar la cabeza, y fue a agarrar una de las aletas que nadaban en torno a él, pero su mano la traspasó.

Efectos ópticos, pensó.

Nadó por el único camino posible, hacia el oeste, y llegó a un punto sin salida. Tomó aire y se sumergió, vio que bajo sus pies había una abertura bastante profunda. ¿Conseguiría atravesarlo sin ahogarse? Volvió a llenar los pulmones y se sumergió, nadando a la mayor velocidad posible hacia abajo. Tras nadar un largo trecho, con los pulmones doliéndole por la falta de aire, cayó al suelo. Ya podía respirar. Extrañado, miró hacia arriba: un gran agujero ascendía sobre él, estaba lleno de agua y, de algún modo, ésta se mantenía ahí, sin derramarse donde él se encontraba. Se sacudió el agua del pelo y la túnica, se despejó los ojos y miró alrededor.

Se encontraba en una amplia estancia circular, con un zócalo de piedra en el centro, y nada más. Pero, ¿qué hacía ahí un obelisco? Quizá…

Desenfundó su espada y la examinó. Mathar, la Espada Madre. La había conseguido en la cámara de los tesoros de la tumba de Imothep I. Tenía la habilidad de poder quebrar cualquier otra hoja, romper el más duro de los minerales, incluso el diamante. No sabía de dónde habría salido aquel arma, cómo la habría conseguido Imothep, pero, después de observar detenidamente el zócalo, tuvo clara una cosa: la Espada Madre estaba relacionada con aquel lugar.

Con decisión, aferró la espada con las dos manos, la alzó sobre su cabeza y hundió la hoja en la ranura del zócalo. Algo estalló, la luz inundó la sala, y la mente del Maestro se apagó.

 

 

Abrió los ojos. Se encontraba en una cabaña, posiblemente en El Cairo. ¿Tan lejos estaba de donde había dejado al Maestro?

Lo último que recordaba era que sus poderes le habían jugado una mala pasada, y que había sido tragada por las aguas del Nilo. ¿Quién le habría rescatado?

En ese momento, un egipcio alto y atractivo, muy moreno, con los ojos azules y el cabello rubio recogido en una cola de caballo entró en el cuarto.

- Veo que has despertado. El sanador dijo que tardarías, al menos, dos semanas más en recuperar la consciencia.

- Me alegro de verte, Frederick.

- Y yo a ti, amiga mía. ¿Cómo acabaste en el río?

Su rostro ensombreció, pues recordó algo crucial.

- Frederick… -se levantó muy nerviosa- ¡Tenemos que irnos!

- Espera… El sanador ha dicho que debes guardar unos días de reposo.

- ¡Al cuerno con el sanador y sus reposos! –se llevó las manos a la cabeza- Frederick… Tienes que ayudarme. Estoy en peligro. Oh, Dios mío…

Se dejó caer sobre la cama, y se cubrió los ojos con las manos.

- ¿Qué te ocurre? –preguntó él, sentándose junto a ella.

- Es Lara. Le he robado algo… algo muy importante, aunque… no sé si ella siquiera conoce su existencia…

- Entonces, ¿dónde está el problema?

- ¡En lo que he hecho! Para poder robárselo he… Oh, Dios mío, ¡he matado a su mejor amigo! –parecía que acababa de darse cuenta de la gravedad del asesinato de Alister.

- Ah, ya lo entiendo. Esa Lara va a buscarte, ¿no? Y el Maestro te ha enviado para que te escondamos.

- No, no es eso –volvió a levantarse-. Tengo que regresar a Inglaterra. El.. objeto que robé… Si investiga sobre esto, y no dudo que lo hará, no sólo vendrá en mi busca, sino que todos nuestros planes, lo que llevamos preparando durante siete años, podría echarse a perder por su culpa. Por eso tengo que regresar a Inglaterra, y eliminar todo aquello que contenga información sobre la Llave.

- Ah, vale –Frederick se levantó-. Entonces, el Maestro te ha enviado para que yo te lleve a Inglaterra en helicóptero. ¿Me equivoco?

- No, has dado en el clavo.

- Entonces, no hay tiempo que perder.

 

 

Poco a poco se levantó. La luz deslumbrante había abandonado la sala, y el zócalo había desaparecido, con Mathar incrustada en él. Maldijo por lo bajo y se levantó de un salto. Era cierto que el zócalo ya no estaba, pero había dejado una abertura en su lugar. El Maestro miró abajo. Era una caída considerable. Podía lanzarse y arriesgarse a que la magia le fallase en el momento de frenar la caída, o quedarse. Aunque tampoco sabía cómo podría regresar. Suspiró, dedicó unos segundos de oración de súplica a los dioses, y se dejó caer.

La caída duró más de lo que pensaba. La velocidad iba en aumento, y proporcionalmente aumentaría el daño del golpe. Aunque, a tal velocidad, posiblemente no hubiese daño alguno, y el impacto le produjese la muerte instantánea. Tragó saliva, ya alcanzaba a ver luz abajo. Estaba a punto de caer, era el momento crucial.

- Detentus.

Afortunadamente la magia no le jugó una mala pasada, y sus pies se apoyaron con delicadeza en el suelo. Alzó la mirada, y sonrió de oreja a oreja. Había llegado, al fin.

Se encontraba en una sala colosal, plagada de inmensas columnas increíblemente gruesas. El suelo era de roca maciza de color rojo, al igual que las columnas. Era una sala tan inmensa que el techo no se veía, y la altura de las columnas se perdía en la oscuridad de la distancia. Todo era igual, había exactamente el mismo espacio entre columna y columna, unos diez metros, y no parecía haber nada más. La sonrisa del Maestro se desvaneció. Casi había olvidado lo que dictaban las creencias de los Ghód-Ahi. Se decía que los dioses habían sellado la tumba de Seth en la Cámara Nirumath, una inmensa estancia subterránea que abarcaba tanto espacio como el mismo Egipto, a las dos orillas del Nilo, y debajo de él. Si quería usar la Llave para romper el sello, tendría que encontrar la tumba… en aquel lugar. Sin duda se encontraba en la Cámara Nirumath, y por lo que había leído en el primer grabado de la pirámide, la magia no le iba a ser de mucha utilidad. Aunque, pensándolo bien…

El grabado decía que el camino de los muertos engañaba a la magia, pero él ya no estaba en el camino, había llegado a su destino. Así que, tal vez, la magia podría serle útil. Sonrió de nuevo, y alzando el brazo derecho, murmuró:

- Revello Seth Tombe.

Entonces sintió como si sus ojos se apartasen de su cuerpo, y recorrió la Cámara Nirumath por infinidad de caminos a gran velocidad, hasta que llegó a un muro tan alto como la misma cámara, en el que había un portón cerrado de unos diez metros de altura. Entonces volvió en sí, en el lugar donde estaba en realidad. Sonrió, había memorizado (más o menos) el camino.

No obstante, el viaje se le hizo eterno. Tardaba mucho más caminando que como lo había hecho con la visión mágica, le daba la sensación de que pasaba un largo rato entre cada columna y la siguiente.

Pero, al fin, llegó. Ante él se alzaba un enorme muro de roca negra como el carbón, un muro que se alargaba sin fin hacia los lados y hacia arriba. También había un enorme portón de la madera más resistente, firmemente cerrado, de al menos diez metros de altura. Al situarse junto a él, le hacía sentirse insignificante, y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando pensó qué clase de criatura podría estar allí encerrada para que los dioses necesitasen tal seguridad, y sobre todo, una entrada tan inmensa. Alzó el brazo hacia el portón, aunque aún estaba intimidado y le temblaba la mandíbula, y dijo:

- Aubrit.

El hechizo no funcionó, el portón no se abrió, ni siquiera tembló. Aquello le hizo perder la seguridad. Pero claro, si allí se encontraba la tumba sellada de Seth, habría sido protegida por los dioses, y eso no puede romperlo la magia de un mortal.

El Maestro Se acercó más al portón, y se quedó impresionado, y a la vez decepcionado. Más o menos a la mitad del portón en cuanto a altura había una cerradura en la que parecía encajar perfectamente la Llave. El Maestro escupió al suelo y maldijo a los dioses.

¿Esto es todo? Who-Fhe-Huv funda una sociedad secreta que lleva miles de generaciones venerando a los dioses, forja una llave sagrada para que los dioses sellen con ella la tumba de Seth, ¿y lo único que hacen es cerrar con ella una puerta?, pensó con odio.

Entonces, los dioses habían insultado a su clan, a su gente, a su sangre, a su estirpe. La Llave del Equilibrio no era una llave normal y corriente, una llave vulgar con la que cerrar una puerta, por grande que sea. Se sentía sucio, como si su vida no hubiese tenido sentido. Y entonces, el pánico volvió a invadirle. Si la Llave sólo abría la puerta, ¿cómo iba a romper el sello, el equilibrio?

 

 

Lara entró corriendo a la mansión, chocó con Zip y ambos cayeron rodando por el suelo. Se levantaron rápidamente.

- Zip –saltó Lara, furiosa- ¿qué pretendes metiendo un busca en mi mochila?

- ¡Eso no es importante ahora! ¡Tenemos que llevarnos todo lo que sea imprescindible y salir de aquí cuanto antes!

- ¿De qué demonios hablas, Zip? ¿Y dónde está Winston? –Lara comenzaba a asustarse, Zip parecía muy nervioso.

- Yo… ¡Tengo que recoger mis cosas, Lara! ¡Más te valdría a ti llevarte lo que pudieses echar de menos!

Lara cogió a Zip del cuello de la chaqueta y le lanzó una mirada amenazante.

- ¡¡NO PIENSO MOVERME HASTA QUE NADIE ME DIGA QUÉ ESTÁ PASANDO!!

Le soltó, y Zip cayó al suelo de rodillas. Miró a Lara desesperado.

- Tienes que salir de aquí, Lara… Sólo quedan unos minutos antes de que…

Zip calló, y Lara no dijo nada, estaba muy asustada. Y entonces, en medio del silencio, sus horrores se confirmaron. Algo sonaba, cada segundo, algo que parecía a la vez cercano y lejano…

PIP…

PIP…

PIP…

PIP…

PIP…

 

 

El Maestro estaba asustado, pero no le quedaba otro remedio. Metió la mano en el único bolsillo de su túnica negra y sacó el objeto que llevaba en él, una hermosa llave dorada decorada en cerúleo, topacio, glauco y carmesí, los colores de los cuatro clanes del Ghód-Ahi.

- Levetter.

La Llave quedó suspendida unos centímetros sobre su mano. Hizo con ésta un movimiento ascendente, y la Llave levitó hasta la altura de la cerradura. Hizo un último movimiento con la mano, la Llave se metió limpiamente en la cerradura, y giró.

Al principio no pasó nada, pero entonces el portón crujió, y otra vez, y otra más, cada vez más fuerte, y los ecos resonaban hasta perderse en la inmensidad de la Cámara Nirumath. El Maestro se alejó poco a poco del portón, y, al fin…

Con un leve chasquido, el portón se fue abriendo lentamente, muy despacio, produciendo un desagradable chirrido a cada centímetro. El Maestro se quedó mirando, inmóvil, hasta que, por fin, el portón se abrió del todo, y volvió a reinar el silencio absoluto. Mantuvo la mirada fija en la penetrante oscuridad que se abría ante él, y entonces…

PUM.

Un golpe, y el suelo tembló levemente.

PUM.

Otra vez, más cerca.

PUM.

PUM.

PUM.

Algo se acercaba, algo muy grande, algo que había estado esperando durante mucho tiempo a que aquel portón se abriese y le dejase salir de nuevo. Sonaron algunos golpes más, peligrosamente cercanos, y volvió el silencio.

Entonces…

Dos ojos rojos se abrieron en la oscuridad, como dos puntos luminosos, en la parte más alta de la zona de oscuridad, del camino ensombrecido que el Maestro acababa de abrir. Y entonces, aquello que había despertado, que había clavado su mirada en el Maestro, lanzó un rugido desgarrador, que desgarró el silencio de una forma brutal. Un rugido ensordecedor que despertó Egipto, que resonó en las costas y en los llanos, en los montes y en los valles. Un rugido que hizo temblar el mundo, los mismos cimientos de la Tierra.

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Lara_Legend! Debo decirte que tu historia esta genial! Tienes una forma de escribir muy pecualiar y me ha gustado mucho! Realmente escribes muy bien y engancha mucho tanto tu forma de escribir como tu historia! Felicidades y siguela porque esta genial aparte de que nos has dejado con la intriga!

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Lara_legend, estoy desenad k llegue el embotellamientoXDXD La verdad es que nos has dejado a todos intrigados. Escribes muy bien, me encanta. Sobre todo el argumento... ¿quién será esa mujer? ¡escribe! :hello:

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DIOSSSSSSSSS !!!!!!!!! hasta el lunes sin capitulos :wink: xD espero con ansias el lunes

 

El relato cada vez esta mejor :cry:escribes muy bien ademas de que se vive el relato con esos "sonidos" que haces :hello: por cierto que pasara con la mansion de Lara ??? Pobrecilla...

 

Espero que el lunes tengas 3 o 4 capitulos por que si no te mato xD

 

Salu2 y sigue asi !!!

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Ya estoy aqui!!

 

Ahora sos traigo un capitulo, por la tarde os traere otro, mañana otro y asi XD (tampoco tanto que nos cansamos y se pierde la intrigaXD).

Espero que os guste y que saquéis conclusiones XD.

 

CAPÍTULO 4

Contrarreloj

 

Lara se había quedado petrificada.

Una bomba.

Habían puesto una bomba en su casa.

¿Sería capaz de desactivarla? ¿O dejaría que su casa, la mansión Croft, el único recuerdo de su familia y la mayor herencia de sus padres, desapareciese para siempre, de un plumazo?

¡No podía permitirlo!

- Zip –dijo, intentando relajarse-. Por favor, dime dónde está la bomba.

Zip se tambaleó, más nervioso aún, y muy asustado.

- ¿Para qué quieres saberlo?

- ¡Dímelo de una vez, Zip! ¡Voy a intentar salvaros el pellejo, y de paso, no quedarme en la calle!

Zip temblaba como si hubiese cogido una pulmonía.

- Está en… en… la sala de ordenadores… -Lara abrió los ojos impresionada, pues Zip no solía salir de allí-. yo… sólo fui al baño, y al volver oí los pitidos constantes, y…

Lara le apartó de un empujón y se dirigió a la sala acristalada. Bajo la mesa del ordenador principal de Zip había una bomba, en efecto. El contador marcaba 7:53. Cada segundo era vital.

- ¡Zip, la caja de herramientas!

Éste se la llevó corriendo. Lara buscó, tardó en encontrar los alicates. ¿Dónde estaban? Vació la caja en el suelo, rebuscó en el montón. Al fin los encontró. Los cogió con fuerza, el sudor empapaba su frente, sus manos, su espalda. Miró de reojo el contador. le quedaban seis minutos y medio.

 

 

El Maestro se echó atrás, sobresaltado. El rugido le había erizado el vello de la nuca, el pelo de la cabeza, le había echo ondearse la túnica como si de un vendaval se tratase.

Entonces, la bestia dio dos ensordecedores pasos más hacia delante, y la luz de la Cámara Nirumath la iluminó. El Maestro se quedó de piedra, pálido como la luna y rígido como una estatua.

Sabía lo que era.

 

 

- ¿Este cacharro no puede ir más deprisa? –se quejó. Frederick rió por lo bajo, mientras conducía el helicóptero.

- ¡Lo siento, pero si aumentase la potencia se acabaría el combustible, y no creo que quieras ir a pie hasta la casa de tu amiguita!

Ella se cruzó de brazos, indignada. No quería admitir que Frederick tenía razón, pero el helicóptero tampoco era tan lento, ya alcanzaba a ver los primeros edificios de Londres.

 

 

Lara despegó con cuidado la bomba de la mesa. El contador marcaba 4:50. Se secó el sudor de la frente y dejó los alicates en el suelo, a un lado. Destapó la bomba, y se encontró con los tres cables decisivos: rojo, azul y amarillo. ¿Cuál debería cortar? No sabía si aquella era una bomba normal, pero era la primera vez que admitía que tenía miedo. Tendría que haber sido alguien muy astuto para entrar, colocar la bomba y salir mientras Zip hacía de vientre, pero le resultaba diabólico. No le cabía en la cabeza quién habría sido capaz de poner una bomba en su casa, y al imaginarlo, nuevos pensamientos le atormentaron. ¿Y si aquella mente perversa había cambiado el color de los cables sabiendo que ella intentaría desactivarla? ¿Y si estaba trucada para explotar en cuanto cortase cualquiera de ellos?

PIP…

PIP…

PIP…

Lara despertó de sus pensamientos, y se puso aún más nerviosa. Se había distraído demasiado, le quedaban dos minutos.

 

 

- ¿Has hecho lo que te dije, Amanda?

- Sí, señor –miró su reloj de pulsera-. Sólo faltan dos minutos para que Lara y todo lo que le pertenece se convierta en cenizas. Y pensar que todo esto ha ocurrido porque no quiso darme la espada…

Amanda acarició la hoja de Excalibur, impresionada. Era un artefacto realmente hermoso, y con un poder increíble.

- Funcionará, ¿verdad? –Amanda parecía asustada.

- ¿De qué hablas?

- La bomba. Acabará con ella, ¿no es cierto?

- ¿Qué es lo que te preocupa, Amanda?

Ella se paseó de espaldas a él, acariciando la hoja de Excalibur.

- Que pase lo mismo que en Paraíso, pero a la inversa. Que sea yo quien crea que la otra está muerta, y luego aparezca cuando menos me lo espero. Dime que la bomba la matará para siempre, Peter. Júramelo.

- No estoy en su casa para averiguarlo –le puso la mano en el hombro-. Pero no debes preocuparte por eso. La bomba es efectiva, no se librará a menos que no esté allí en ese momento, lo cual es poco posible. Ya sabes que esa bomba está trucada para explotar si no se cortan a la vez los tres cables. Pero si llegase a sobrevivir, ¿qué más da? Saca conclusiones demasiado precipitadas de cada cosa que descubre. Ya la oíste durante su búsqueda de las piezas de Excalibur. ¿A quién se le ocurre relacionar el mito artúrico con el cayado de Viracocha? ¡Es totalmente absurdo!

- Conozco a Lara desde pequeña –dijo Amanda-, y sé que siempre saca conclusiones precipitadas. Tienes razón, el cayado y Excalibur dos cosas completamente diferentes. Pero por eso es por lo que tengo miedo, Peter, por el mero hecho de sacar conclusiones precipitadas. ¿Y si la conclusión que saca es que la bomba se la he puesto yo por no haberme permitido la entrada a Ávalon?

- Amanda, Amanda… No debes preocuparte tanto. Estás siendo muy precipitada. ¿Qué te hace pensar eso? Vamos, no creo que pase tal y como me lo cuentas. Sería… demasiada casualidad.

Amanda suspiró.

- Sí, supongo que tienes razón. Pero es que, desde que destruyó a mi criatura, me siento desprotegida, insegura… incluso me siento sola en el mundo…

- Eh, tranquila –le rodeó los hombros con el brazo-. No estás sola, me tienes a mí. Sé que la pérdida de mi hermano James dejó en ti un vacío que no puedo llenar, pero tampoco está vacío del todo. Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras.

Amanda sonrió, asintió, y los dos se levantaron.

Estaban en casa de Peter, una mansión a las afueras de Londres, heredada de su hermano James. Al morir éste, Peter era el último descendiente de los Rutland. Amanda bajó al vestíbulo, donde esperaba Carl, el mayordomo.

- ¿Se marcha ya la señorita?

- Aún no, pero no muy tarde tampoco, gracias.

Amanda giró a la derecha y cruzó el pasillo hacia el comedor. Era una sala muy amplia, con una larga mesa con espacio para, al menos, treinta comensales.

- ¿Uno en cada extremo? –ofreció Peter, que acababa de llegar- así no sentirás tan cercana mi presencia –dejó escapar una carcajada.

- A veces me sorprende tu estupidez –comentó Amanda, y se sentó en el extremo de la mesa que tenía más cerca. Peter se sentó enfrente de ella, en el lado opuesto, y llamó a Carl.

- La comida, por favor.

- Sí, señor.

 

 

A una distancia considerable de aquel apacible almuerzo en una mansión de las afueras, una arqueóloga observaba con nerviosismo el contador de una bomba, que marcaba 1 minuto y 15 segundos.

Lara cogió los alicates y acarició el cable azul, luego el rojo y por último el amarillo.

¿Cuál debería cortar?

En el momento en que el contador marcaba el último minuto, la puerta de entrada se abrió de golpe, y Anaya Imanu, vieja amiga de Lara, irrumpió en el vestíbulo. Llevaba dos pistolas gemelas en las manos, y miraba a Lara con desconfianza.

- ¿Qué significa esto, Anaya?

- Nada –se guardó las pistolas como si no hubiese pasado nada-. Sólo quería… saber cómo estabas.

- ¿Que como estoy? ¿Que cómo estoy? –Lara estaba a punto de estallar- ¡Nada! ¡No me pasa nada, salvo el pequeño detalle de que tengo delante una bomba que explotará dentro de cincuenta segundos!

El rostro de Anaya ensombreció.

- Apártate –dijo con autoridad. A Lara no le gustaban esos modos, pero no obstante obedeció.

 

 

- Amanda –llamó Peter desde el otro lado de la mesa-. Dime, ¿encuentras alguna relación entre Excalibur y el cayado de Viracocha?

Ella negó con la cabeza.

- No sé, te lo pregunto porque me parece muy extraño. Lara Croft, célebre arqueóloga que siempre encuentra lo que busca y ata todos los cabos de los enigmas, relaciona dos mitos completamente diferentes.

Amanda asintió.

- Hay algunos puntos que quizá sean parecidos, pero es una barbaridad relacionar a Arturo con Viracocha.

- A ver –Peter meditó unos segundos-, Viracocha… Si no recuerdo mal, Viracocha fue un soberano inca cuyo auténtico nombre era Hatun Túpac Inca, y la única relación que tiene con Arturo es que ambos fueron grandes gobernantes que ganaron muchas batallas, y para ganar la batalla contra los chancas, el dios Viracocha se le apareció y le reconoció como su hijo en la Tierra, convirtiendo las rocas en guerreros y asegurándole así la victoria.

- Algo así –dijo Amanda-. Sí, Viracocha fue un soberano a la altura de Arturo, pero no guarda ninguna relación con él.

Los dos se encogieron de hombros, y comenzaron a almorzar.

 

 

Anaya se inclinó sobre la bomba.

40 segundos.

Se puso el guante, y examinó el interior de la bomba y los cables.

30 segundos.

Ella también sudaba. Se secó la frente y rebuscó entre las herramientas. Cogió la linterna, y probó a encenderla. No tenía pilas.

20 segundos.

Entre las herramientas había un paquete de pilas, quedaba una. Anaya la sacó rápidamente, abrió la tapa de la linterna y metió la pila.

10 segundos.

Lara caminó de espaldas hacia la puerta, asustada. Los pitidos se intensificaron, y ya no sabía si Anaya lo conseguiría. Ésta iluminó el interior de la bomba con la linterna, y encontró lo que buscaba: el símbolo de una calavera negra mirando de lado con una flecha atravesada en la mandíbula.

5 segundos.

Había llegado el momento crucial. Mientras Anaya cogía los alicates, Lara abrió la puerta, y Zip puso pies en polvorosa.

2 segundos.

Lara dio un salto, lo más lejos que pudo, echándose al suelo con las manos cubriéndose la cabeza, al mismo tiempo que los alicates de Anaya se cerraban, cortando algo, cuando el contador marcaba 1 segundo.

 

Después de que leais, sólo un pequeño anexo: más de uno podría sacar esa conclusion, y quiero desmentirla porque daría dolores de cabeza XD.

Creo que ha quedado bastante claro que Amanda es quien ha puesto la bomba, pero también quiero que quede muy claro que Amanda NO es la chica que se andaba antes por la Mansión Croft.

Uuuuh XD

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Me alegro que osguste tanto, ¿de verdad escribo tan bien XD?

 

CAPÍTULO 5

La tumba

 

El Maestro reaccionó y miró a la bestia a los ojos. O mejor dicho, al ojo. Era un cíclope. Un tremendo gigante de un solo ojo, que tal vez los dioses hubiesen puesto como otra de las protecciones del sello de la tumba de Seth.

El cíclope clavó la mirada en él. Su ojo era grande, perfectamente redondo, e inyectado en sangre, tal vez por el aburrimiento, la furia o la falta de luz. El Maestro sonrió, eufórico. A pesar de conocer la magia y tener pruebas de la existencia de los dioses, jamás había imaginado que llegaría a ver un titán. La bestia lanzó otro rugido desgarrador y le mostró los dientes. Un espectáculo espeluznante, pues estaban amarillo negruzcos y agrietados. ¿Habría estado comiendo rocas?

Alargó el inmenso brazo hacia él y extendió los dedos, con la intención de agarrarle. El Maestro dio un salto hacia atrás, asustado. Extendió la mano y lanzó una bola de fuego a la palma de la mano de la bestia, que no se inmutó, a pesar de que la piel se le había ennegrecido levemente y expulsaba volutas de humo, como si sus dedos estuviesen fumando pipa.

El cíclope se miró la mano y rugió con más potencia aún, haciendo temblar cada una de las cientos de columnas de la Cámara Nirumath. El Maestro se tambaleó y cayó al suelo. La bestia lanzó un puño contra él. rodó por el suelo para esquivarlo, corrió y se ocultó tras una columna. Si conseguía alejar a la bestia de allí, podría entrar a la tumba de Seth sin tener que pelear contra ella.

Volvió a correr y se ocultó tras una columna más alejada de la puerta. El cíclope le buscó con la mirada, paseó para intentar dar con él, pero nunca se alejaba demasiado de la gran puerta que daba a la tumba sellada.

Avanzó hasta otra columna, pero la bestia le vio antes de que se ocultase y caminó pesadamente hacia él, haciendo temblar cada centímetro de la colosal Cámara Nirumath a cada paso.

Entonces cerró el puño y golpeó con fuerza la columna. El Maestro, que estaba apoyado contra ella en el lado opuesto, salió despedido y cayó boca abajo varios metros más adelante. El cíclope alzó la mano, complacido, y en ella se materializó un arco tan grande como su brazo. Se colocó en posición para disparar, y una flecha se materializó, lista para ser lanzada. Apuntó al Maestro, que no se movía, y disparó. En el momento en que iba a alcanzarlo, el cuerpo del Maestro desapareció tras una densa nube de humo negro, y cuando ésta se disolvió, no había rastro de él, y la flecha estaba partida en el suelo. El cíclope rugió y dio un pisotón de la rabia. Todas las columnas temblaron, y cayó gravilla del suelo. El Maestro se cubrió la cabeza, oculto tras la columna más cercana a la tumba.

 

 

Amanda y Peter se encontraban en la biblioteca de la mansión de éste, buscando información. Amanda era muy entusiasta, y todo lo que ansiaba buscaba conseguirlo de todas las formas posibles, especialmente desde aquel incidente en Bolivia con Lara y Excalibur, su intento fallido de visitar Ávalon.

Tras la charla que habían tenido durante el almuerzo, Amanda y Peter compartían una fascinación: dominar el mundo, como todo el mundo quiere, según ellos. Decidieron que buscarían el cayado de Viracocha, o cualquier cosa que les convirtiese en dueños de su ejército de piedra.

- Mira esto –dijo Amanda, con un pesado tomo de mitología egipcia-. No tiene mucho que ver con lo que buscamos, pero es muy interesante. Siempre me ha fascinado la mitología egipcia.

Peter cogió el libro que le ofrecía Amanda y leyó.

 

De acuerdo con el relato egipcio de la creación, al principio sólo existía el océano. Entonces Ra, el sol, surgió de un huevo (una flor, en algunas versiones) que apareció sobre la superficie del agua. Ra dio a luz cuatro niños, los dioses Shu y Geb y las diosas Tefnet y Nut. Shu y Tefnet dieron origen a la atmósfera. Ellos se sirvieron de Geb, que se convirtió en la tierra, y elevaron a Nut, que se convirtió en el cielo. Ra regía todas las cosas. Geb y Nut después tuvieron dos hijos, Seth y Osiris, y dos hijas, Isis y Neftis. Osiris sucedió a Ra como rey de la tierra, ayudado por Isis, su esposa y hermana. Seth, sin embargo, odiaba a su hermano y lo mató. Isis entonces embalsamó el cuerpo de su esposo con la ayuda del dios Anubis, que se convirtió así en el dios del embalsamamiento. Los poderosos hechizos de Isis resucitaron a Osiris, quien llegó a ser rey del mundo inferior, la tierra de los muertos. Horus, hijo de Osiris e Isis, derrotó posteriormente a Seth en una gran batalla erigiéndose en el rey de la tierra.

 

- Sí –admitió Peter-, es una mitología muy interesante. Pero, ¿qué es lo que pasa, Amanda?

- Seth. Seth es lo que pasa.

- ¿Y bien?

Amanda se cruzó de brazos, pensativa.

- Es que… No sé, no me cuadra. Seth fue un dios muy temido y poderoso, tanto que tuvieron que encerrarlo en tumba para toda la eternidad. Me extraña que venga tan poca información sobre él, que sólo lo nombren de pasada. Es extraño que, en todo el libro, sólo se le nombre en este pasaje, cuando se cuenta la historia completa de todos los demás.

Peter sonrió y se acercó a ella.

- Eres muy rebuscada, ¿no crees? No me parece sensato ponerse así porque no hablan de Seth en un libro. Quizá los autores no tenían suficiente información sobre él…

- ¿Tú crees? –saltó Amanda, poniéndose a la defensiva- Pues a mí me parece que sí tenían información suficiente, y más –cerró de un golpe seco el libro y señaló la portada-. ¡Lee!

A Peter le extrañaba esa actitud en Amanda, no obstante obedeció. La portada del libro era marrón, vieja y polvorienta. El título, en caracteres dorados, rezaba “Mitologías del mundo”. Antes de que pudiese observar las runas que lo decoraban, Amanda lo abrió por la primera página y señaló un pequeño texto que había en la esquina.

 

En este libro se tratará de profundizar lo máximo posible en las grandes mitologías de la historia de la civilización. Intentaremos dar al lector la mayor cantidad posible de información. Las mitologías que se tratarán y quién se encargará de escribir cada una, a continuación.

- Mitología griega: por Apolus Raedus, arqueólogo ateniense

- Mitología egipcia: por Voreth Cothel, ex sacerdote egipcio

- Mitología azteca: por Fafno Oharo, especialista en el pueblo azteca

- Mitología nórdica: por Khod Vascardi, estudioso escandinavo

 

- Sigo sin entenderte –dijo Peter, cansado y aburrido.

- ¡Pues vuelve a leerlo! –Amanda parecía a punto de subirse por las paredes- ¡Dice bien clarito que todo lo referente a mitología egipcia lo escribió alguien que fue sacerdote egipcio! ¡Los sacerdotes lo saben todo sobre los dioses, Peter!

Peter suspiró, y dejó reposar la cabeza contra el respaldo de su silla.

- Hay que ver… Recapitulemos, Amanda. ¿Estás perdiendo los nervios conmigo porque no veo nada extraño en que un libro de mil quinientas páginas no nombre a Seth más de tres veces?

- ¡No! –Amanda se dejó caer sobre la silla, vencida por su propia rabia- ¡Estoy así porque un especialista en dioses no dice absolutamente nada sobre el dios egipcio más peligroso, sobre un ente que tuvo que ser encerrado eternamente en una tumba sellada para que no pusiese el mundo patas arriba!

Peter suspiró y se cubrió el rostro con las manos.

- Muy bien, Amanda. Tú ganas. ¿Qué conclusiones has sacado de esta terrible tragedia? –preguntó con sarcasmo.

- Que el mundo, la cultura y la religión egipcia nos esconden algo. Que nadie nos lo ha contado todo. Que Seth es más peligroso de lo que parece, más peligroso incluso que Satanás para los cristianos. Peligroso para todos, Peter. Te diré lo que creo: creo que muy pocos conocen la verdadera naturaleza de Seth, y que esos pocos elegidos no quieren revelarla al mundo por alguna razón.

- ¿Y tú que propones?

Amanda se levantó, excitada.

- Nos gusta resolver los misterios, ¿no? Entonces, si nadie nos habla de Seth, tendremos que conocerle por nuestra cuenta.

Peter frunció el ceño.

- ¿Qué insinúas?

- Que hagamos una visita a Seth. Que entremos en su tumba sellada y le liberemos.

 

 

El Maestro asomó la cabeza. Para su pesar, el cíclope se había situado ante la puerta, y miraba alrededor, con el arco en una mano y una flecha en la otra. Calculó que le daría por la rodilla, y le dio un escalofrío.

Se quedó pensando unos minutos. Pero allí quieto no iba a hacer nada. Tendría que plantar cara y usar la táctica, la estrategia. Recordó aquel dicho, “más vale maña que fuerza”. No estaba seguro de que fuese cierto, pero no le quedaba otra opción. Salió de su escondite y silbó. El cíclope se volvió hacia él y rugió.

- ¿Sabes correr? –susurró el Maestro, y puso pies en polvorosa. Con ayuda de la magia corrió a gran velocidad y sin cansarse, pero no era suficiente. Mientras corría volvió la cabeza. La bestia corría tras él, cada paso era ahora un terremoto. Montones de piedras se desprendían del techo y las columnas temblaban cada vez más. Entonces…

¡BUM!

El Maestro cayó al suelo, y se volvió hacia el cíclope. Éste había chocado con una columna y la había hecho caer, golpeando a la siguiente y así produjo un movimiento en cadena. El Maestro contempló como todas las columnas de la Cámara Nirumath iban cayendo, y el techo cedía. Una gran roca cayó sobre la cabeza de la bestia, arrancándole la vida.

El Maestro corrió hacia la tumba de Seth, esquivando las columnas que caían y las rocas del techo que se le venían encima, y a la vez evitando caer por el incesante terremoto que producía el efecto en cadena. Justo en el momento en el que entró en la tumba, una columna cayó contra la puerta, cerrándola.

El Maestro sintió, aterrorizado, cómo al cerrarse la puerta, al quedar sumido en la oscuridad, la Llave del Equilibrio la sellaba de nuevo y caía al suelo, pero estaba al otro lado.

No conocía ningún hechizo capaz de abrir esa puerta o atraer la llave.

Estaba perdido.

Lentamente se volvió. Había una tenue luz rojiza, no sabía si estaba lejos o cerca, pero no había más que hacer, así que se dirigió hacia ella, sin darse cuenta de que cientos de ojos siniestro le observaban desde todos los rincones de la oscuridad.

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