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Tomb Raider El destino de los muertos


Luja

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  • 1 month later...

Capítulo 23 Caos

Lara salió despedida del agua con fuerza, y aterrizó en el suelo a varios metros de distancia. Esperó unos segundos tumbada para recuperar el aire, y entonces, lentamente, se incorporó.

Se encontraba en el centro de lo que parecían las ruinas de un antiguo panteón, rodeada de cadáveres por doquier, los cuales se hallaban ya enterrados bajo los escombros. Echó un vistazo en derredor y, por increíble que pareciera, descubrió que se hallaba en la sede del Crisol. Aquellas ruinas no eran otra cosa que el insólito templo al que le rendían culto.

Se dirigió hacia donde se suponía que debía estar la entrada, y bajó lo que quedaba de las escaleras. Un descomunal agujero en el techo de la sala le permitía observar el cielo, una inmensa masa negra sin estrellas.

 

No había nada ni nadie, todos parecían haber muerto o huido. Los únicos signos de vida eran los zarpazos en el suelo de los demonios que hace muy poco habían estado por allí.

La entrada de oro estaba bloqueada por un inmenso bloque de roca, y la única salida era la fisura del techo.

“He de hacerlo, por todos… por Kurtis…” Tomando aire e hinchando el pecho, Lara comenzó a trepar la pared de roca, sin más protección que sus manos desnudas.

* * *

Águeda abrió los ojos. Estaba mareada y sentía un intenso olor a polvo concentrado. Se levantó con cuidado, pero rápidamente perdió el equilibrio y cayó sobre algo blando. Extrañada, tanteó con cuidado sobre lo que había caído, y sintió que era algo viscoso y resbaladizo. Sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo, buscó en su bolsillo un mechero y lo encendió.

 

Se encontraba en un túnel muy extenso, de paredes de piedra resbaladiza, e inundado de forma parcial por aguas residuales. Cloacas. A su alrededor habían caído los trozos del asfalto hundido, y respiró aliviada al pensar que la podrían haber aplastado.

Bajo ella había una extraña masa rojiza, hecha un ovillo y con unas largas y afiladas garras. De un brinco Águeda se apartó de la bestia, ya muerta por la colisión, y se llevó una mano al corazón. Por un momento le había parecido que estaba viva. “bah… tonterías mías…” se reprochó.

 

Solitaria, como siempre, se decidió a buscar una forma de salir a la superficie.

-No sé qué es lo que está pasando… pero debo averiguarlo… además ¿qué podría hacer yo aquí?-se dijo, en parte para tranquilizarse, y en parte para ordenar sus pensamientos.

Una vez se hubo puesto a caminar sin destino, un extraño ronquido la hizo girarse sobre sus talones. Los bloques de asfalto destruido se estaban levantando, como si algo los empujara desde abajo… Entonces lo comprendió.

Habían sido tres bestias las que habían caído con ella. De nuevo, y olvidándose de la aprensión que sentía hacia esa agua sucia, salió escopeteada en busca de una salida a la superficie.

 

A menudo, se veía interrumpida por temblores, y por galerías derrumbadas que le obstruían el camino. Más de una vez tuvo que dar media vuelta y escoger otro camino.

 

Finalmente, una escalera medio derruida apareció ante ella. La subió con torpeza y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, destapó la alcantarilla. Entre el revuelo de llamas, niebla y destrucción, lo único que Águeda pudo distinguir fue una figura colosal que se alzaba sobre Atenas, vestida con una armadura negra, y armada con una enorme lanza en llamas.

* * *

Una larga caminata separaba a Lara de la ciudad de Atenas. A lo lejos el cielo negro se tornaba rojo, y una columna de humo grisáceo se elevaba cubriéndolo todo. Algo malo estaba pasando allí, algo desastroso. Pero su instinto le decía que no sólo ocurría allí, si no que estaba ocurriendo en todas partes, en todo el mundo.

 

Aún por el camino, en la lejanía, podían distinguirse algunas figuras ensangrentadas y monstruosas, que lanzaban graznidos al aire, y corrían sobre sus cuatro patas hacia la ciudad.

 

Desarmada, sedienta y cansada, Lara continuó andando sin detenerse. Le temblaban las piernas y tenía los brazos entumecidos. Hacía horas que no comía ni bebía nada, por no hablar de que no se había parado a descansar desde que saltase del helicóptero, en ese mismo lugar, varias horas atrás.

Tenía las manos arañadas y ensangrentadas por la escalda, las botas rajadas, la camisa estaba hecha jirones, y la trenza se le había deshecho. Quienquiera que la viera en aquellas condiciones no la reconocería. Observó su rostro en un charco enfangado, y se sorprendió al verse. Tenía las mejillas arañadas, el labio roto y un hilo de sangre le caía por la ceja izquierda.

Con un perezoso gesto con la mano, se terminó de quitar la trenza y dejó que la cabellera le cayera por los hombros.

Una vez hubo descansado unos escasos minutos, rehizo la caminata, con la melena castaña azotada por el viento.

* * *

Kurtis observó con tristeza el lugar por el que había desaparecido Lara. Ya no quedaba nada en la basta orilla, todos los demonios y criaturas se habían esfumado por los portales. Pensó con detenimiento en alguna forma de escapar y ayudar a Lara, rebuscó en sus recuerdos y en los restos de los de Esteffany, pero solo encontró rencor y odio.

Era consciente de que Lara no encontraría ninguna manera de devolverlo a su mundo, no porque no lo intentase o porque no fuese capaz de hacerlo, si no porque no existía modo de que volviera.

-¿triste?- preguntó una voz a sus espaldas, arrastrando las palabras y andando lentamente. Kurtis se dio la vuelta. Varios personajes extraños lo observaban desde la orilla, excepto uno de ellos que se había adelantado, al cual Kurtis reconoció enseguida.

-¿Por qué he de estarlo? –le contestó.

-Quizás porque jamás volverás a tu mundo…-Joachim Karel estaba eufórico. Tras él había muchos otros a los que Kurtis no conocía, o al menos no directamente. Sin embargo pudo distinguir a Eckhardt, y a Gunderson. Junto a ellos había una mujer rubia, muy bella y de aspecto autoritario, un hombre de mediana edad de pelo castaño y rostro demacrado, otro corpulento y de aspecto amenazador y varios más.

-Llegáis tarde-anunció el Lux Veritatis- Lara ya no está. –se oyeron varias maldiciones, pero cuando Karel habló, todos callaron.

-No importa. Nos conformamos contigo.-y soltó una carcajada. Kurtis lo miró, y por una extraña razón que ni siquiera él llegó a comprender, comenzó a reírse también.

-No me dais ningún miedo. Tú y tu pandilla de condenados podéis hacerme lo que queríais, pronto volveréis a estar muertos.

-Ya… ¿y quién se supone que va a hacer eso?-inquirió el nephilim mirando por encima del hombro de Kurtis – Yo no veo a nadie…

-A… ¿¿¿no??? Pues déjame que te revise la vista…-Kurtis le dio un puñetazo que Karel no esquivó. Sin inmutarse lo más mínimo, el nephilim le agarró el brazo y le retorció la muñeca, inmovilizándolo.

-se ve que has perdido facultades… ¡Matadlo!- Karel lo golpeó y Kurtis rodó por el suelo a la vez que los otros individuos se acercaban con malicia. –Por favor, Sophia, no seas muy cruel, Bartoli, no le saques los ojos, quiero que vea cómo muere lentamente…

 

* * *

Lara ya podía ver la ciudad desde lo alto de una colina situada al este. La ciudad era pasto del fuego, la destrucción y el caos. Una nube negra de niebla se había establecido sobre Atenas y la hundía en la oscuridad, que de vez en cuando se disipaba y dejaba ver una enorme figura negra destrozando todo cuanto se cruzaba por su camino.

A Lara le pareció ver que la ciudad oponía resistencia, pudo divisar algunos tanques que se afanaban por derribar al coloso, pero todos sus intentos eran en vano, el gigantesco pie de Hades caía sobre ellos dejando una simple mancha en el asfalto.

 

Cuando por fin se decidió en entrar en acción, sin ni siquiera saber cómo hacer para devolver a aquella enorme criatura al infierno, se deslizó hacia el pie de la colina, con la intención de seguir la carretera hasta la ciudad. Y entonces apareció. Con un foco roto, la matrícula medio colgando y los cristales rotos, un viejo y destartalado coche rojo se paró junto a ella.

-¡Ronald! –exclamó, atónita. -¡Estás vivo!

-Y en perfecta forma –sonrió, aunque era evidente que había sufrido el ataque de varias bestias- ¡Sube, te sacaré de aquí!

-¿Sacarme?

-¡Por supuesto! ¿es que no has visto esa cosa? –inquirió Ronald cada vez más y más sorprendido. -¡No pretenderás ir! ¿No?

-Pues sí, eso es exactamente lo que pienso hacer. Ya estoy harta de que tu madre me toque las narices. Esta vez voy a mandarla a un lugar del que no escapará fácilmente.

Ronald dudó durante unos segundos. Parecía estar batiéndose entre el peligro de volver y las tantas mentiras y frustraciones que su madre le estaba haciendo sentir.

-De acuerdo, sube. –Lara saltó sobre el capó y se sentó junto a Ronald. El coche arrancó, derrapó y giró sobre sí mismo 180º, enfrentándose a la ciudad destrozada.

 

 

 

Bueno, perdonadme que no haya terminado el cap´tulo antes, por favor... esque e tenido problemillas... así que...

saludos!! ;)

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  • 2 weeks later...

Por favor, perdonadme la tardanza... como ya he dicho e tendi complicciones... pero ya estoy terminando el último capítulo. Ya está decidido que el destino tendrá 24 capítulos y una continuación, con menos capítulos pero más largos y con una historia más definida y mucho mejor escrita. Así que... espero no haber perdido lectores por la tardanza...

 

Saludos!!! :wink:

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¡¡Uff!! Me alegra mucho no haberte perdido!! Eres uno de mis más fieles seguidores:p, de todas formas, no me importa quien lea mi relato, solo que quien lo lea lo haga por que le gusta y porque lo disfruta^^ Así, ya sabéis intentaré que no vuelva a ocurrir como con este capítulo, que me olvidé de vosotros y centré mi atención en otros aspectos...

 

Saludos!!!

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  • 4 weeks later...
Espero que os guste.

 

1ª Parte

 

Capitulo 1 Terror en la noche

Lara se sobresaltó. Se apartó las sábanas de encima y fijó la vista en la negrura. Algo la había despertado. Se deslizó despacio hacia la mesita de noche y accionó el interruptor de la luz. Nada, no había electricidad. Con cuidado se levantó y a tientas bajó los escalones hasta la sala contigua. Se dirigió hacia el escudo con el emblema Croft y giró las dagas que se encontraban a cada lado. El escudo se abrió por la mitad y dejó al descubierto dos pistolas RGP Match 5. Las cogió y las cargó. Pasó junto al sofá acolchado blanco y fue hasta el vestidor. Rebuscó en el armario hasta dar con su mochila, de dónde extrajo la pequeña linterna que siempre usaba. La encendió y se puso firme. Una pesadilla y un apagón no eran motivos suficientes para que Lady Croft se asustara, pero no había sido sólo eso. La habían llamado, alguien había pronunciado su nombre. Una voz tan escalofriante que habría hecho vibrar hasta al último cristal de la mansión. No había sido Winston, en esos momentos estaba en España, en el funeral de una de sus primas. Un ladrón era muy improbable, ya habían intentado robar más de una vez pero el individuo no había conseguido ni llegar hasta la puerta de entrada. Lara estaba segura de que no lo había soñado, esa voz le había susurrado en el oído, y le había erizado los pelos de la nuca. La habitación, ahora iluminada por un tenue resplandor blanquecino, no mostraba la mínima huella de que alguien hubiera estado allí exceptuándola a ella. Las ventanas estaban cerradas, la puerta también, pero de algún modo alguien había entrado. Mantuvo la linterna en alto mientras avanzaba hacia el baño con paso decidido. Abrió la puerta con suavidad y se puso frente al espejo. Su pelo castaño cobrizo se deslizó por los hombros hasta quedar colgando a la altura de su pecho. Unos ojos marrones miel la observaban desde el otro lado, y le escudriñaban el rostro demacrado por el cansancio. Hacía varios meses que no dormía, siempre la misma pesadilla. Aquella misma noche la estaba viviendo más que nunca, incluso había habido unos momentos en los que había pensado que era real. “Me estoy volviendo loca” pensó. Lanzó las pistolas contra el suelo, se apoyó en la pared y resbaló hasta el suelo, donde se quedó hecha un ovillo. La pesadilla siempre era la misma: una Lara de dieciséis años acompañada de un Werner Von Croy muy joven corrían por la selva persiguiendo un extraño artefacto. El objeto era un pequeño recipiente de cristal, con el tapón con forma de calavera, y relleno de un extraño líquido azulado. Cuando ambos conseguían alcanzarlo, Werner era brutalmente asesinado a manos de la propia Lara, la cual sostenía aquel recipiente y lo observaba con gran emoción. Instantes después una voz estridente la llamaba, la conducía por un extraño sendero, y finalmente ella misma era asesinada por una sombra desconocida a los pies de un bello ángel alado. Esa noche la voz la había aterrado tanto, que momentos después de despertar la seguía oyendo. “Estúpida” se dijo “ya no diferencias ni la realidad”.

-Lara...-la misma voz estridente y escalofriante de todas las noches la sobresaltó sobremanera.-Lara... ¡Lara!

-¡cállate, cállate!-gritó la mujer cubriéndose los oídos con ambas manos.- ¡déjame en paz!-de pronto una bocanada de vaho empañó el cristal del espejo, y en él aparecieron escritas estas palabras: Tú me mataste y pagarás por ello.

El rostro de Lara se ensombreció, no podía creer lo que estaba ocurriendo. La joven enloqueció, se incorporó y le asestó un puñetazo al espejo, que provocó que el cristal se rompiera y saltara en mil pedazos. La sangre le recorrió la mano dejándole una mancha carmín en la manga del camisón.

-¡Lara! ¡Lara! ¡Lara! –la voz era cada vez más potente, y sus gritos más desesperados. La arqueóloga saltó sobre las pistolas, y en un ataque de locura comenzó a disparar a bocajarro sobre cada sombra y objeto que veía.- ¡no puedes matarme, ya lo has hecho!- una fuerza desconocida la impulsó hacia atrás provocando que la joven saliera disparada por la puerta y fuera a parar al dormitorio. Lara se incorporó y salió de la habitación a trompicones. Corrió a lo largo del oscuro pasillo mientras oía como la voz se acercaba más y más a sus espaldas. Lanzó una lluvia de balas hacia atrás, y se precipitó hacia el salón. Abrió la puerta y cerró dando un portazo tras de sí. Saltó sobre la barandilla y calló en el sofá del piso inferior. Del fuego de la chimenea sólo quedaba un pequeño rescoldo que crepitaba de vez en cuando, era el único sonido audible de toda la casa. La voz parecía haberse acallado, la tranquilidad volvía a reinar en la mansión. Lara se levantó, fue hasta la caja de fusibles y los accionó. Encendió la luz y se quedó observando con detenimiento la puerta por la que había salido segundos antes. Ya tenía otro motivo para no dormir.

 

me encanto esta super bueno

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  • 8 months later...

DIOS MIO DE MI VIDA Y DE MI CORAZÓN

 

Hace milenios que no me paso por aquí. Pero bueno, tengo otras cosas en mente.

De todas formas ya que empecé debo acabar. Y aquí os traigo el capítulo 24.

 

Siento decirso que serán algunso más.

 

 

Capítulo 24 Batallas paralelas

Kurtis se incorporó con rapidez y extrajo el churigai de su cinturón. Frente a él estaban todos y cada uno de los enajenados que un día osaron enfrentarse a Lara o a él mismo, blandiendo armas blancas o simplemente sus puños. Todos irradiaban odio y venganza por los cuatro costados; sus ojos brillantes sedientos de un cuerpo caliente al que destrozar. Kurtis sonrió, burlón, y escupió sangre a un lado, resultado del puñetazo que le había propinado Karel momentos atrás. Si tenía que morir, lo haría con la cabeza bien alta, ya que, fuera como fuese, estaba encerrado allí para siempre. ¿Qué diferencia había?

 

 

Paseó la mirada entre sus contrincantes, observando sus puntos débiles y sus posibles tácticas de ataque. Eran muchos -Kurtis creyó contar veinte- pero a juzgar por sus aspectos, no parecían poder aguantar más de un asalto cada uno. Con suerte, acabaría con todos ellos para centrarse en el único que realmente le preocupaba: Joachim Karel. Sin embargo, éste no parecía prestarle mucha atención. Se dedicaba a pasear de un lado a otro alrededor de sus secuaces, repartiendo instrucciones, pero sin apartar la vista del lugar por el cual Lara había desaparecido.

 

Era más que obvio que planeaba algo.

 

 

Entonces, sin previo aviso, el combate comenzó. Todos saltaron sobre él a la vez, aullantes como lobos, rápidos como arpías, con sus armas por delante o simplemente azotando el aire con sus uñas y dientes. Pero para sorpresa de ellos, ninguno llegó a tocarle. El churigai salió despedido hacia sus cuellos, dejando una hilera de cuerpos en el suelo y un reguero de sangre sobre la arena; mientras que los que quedaban por detrás saltaban sobre sus colegas caídos y se precipitaban hacia él de nuevo, casi de forma irracional y automática. Pero Kurtis ni siquiera se movió de su sitio, pues no hacía falta. Los cuerpos caían, con sus cuellos sesgados, sus piernas amputadas, con horribles tajos en el costado o incluso cortados por la mitad. Sólo de vez en cuando usaba su poder para lanzar por los aires a cualquiera que escapase del filo letal del churigai, para volver a concentrarse en su enigmática arma.

Y entonces, la avalancha de personas cesó.

 

 

En pie sólo quedaban Karel y cuatro personas que no habían corrido hacia él histéricamente, como el resto. Kurtis las conocía a todas. Pieter Van Eckhardt, Marten Gunderson, Sophia Leigh y Marco Bartoli. En aquellos momentos, agradeció haber estudiado a fondo a Lara antes de la escaramuza en el Louvre, y conocer bien la historia de aquellos personajes. Entonces, estiró la mano y el churigai acudió a su llamada, cual fiel servidor.

 

-Bravo, bravo, bravo… -susurró Karel, aplaudiendo con fingida excitación-. Sigue así, mi querido guerrero, y pronto no podrás ni pestañear.

 

Kurtis no quiso admitirlo, pero era cierto que el exceso de esfuerzo mental le estaba pasando factura, y rogó para que ese pequeño descanso se prolongara un poco más. Así que urgió una distracción.

 

-¿Qué pretendes, Karel? ¿Enzarzarnos en una lucha hasta que me mates? ¿Y entonces qué? ¿Seguiremos combatiendo? –arguyó, limpiándose la sangre que aún le caía por la comisura de los labios-. ¿Hasta cuando?

 

-Cierto es que te debo un escarmiento, y este sería el momento idóneo para hacerlo ya que no está tu maldita arqueóloga aquí. Pero tengo asuntos más urgentes a los que responder, dejaré que sean ellos quienes se deshagan de ti.

 

-No han podido acabar conmigo entre dieciséis, ¿crees que lo harán estas cuatro?

 

-Búrlate ahora, Lux Veritatis. Sonríe ahora que puedes hacerlo, porque no tardarás mucho en reencontrarte con tu putita. Y cuando lo hagas, no creas que va a ser agradable, porque lo que le vamos a hacer ni siquiera tiene nombre. El dolor que va a experimentar es cien veces el fuego del lago negro que tienes a tu espalda. Y tú, querido guerrero, estarás ahí para verlo.

 

 

Kurtis no se había dado cuenta, bien por el cansancio, bien por un simple despiste, pero los cuerpos que se habían amontonado, supuestamente muertos, se convulsionaban una y otra vez, arrastrándose hacia él en los pocos pedazos en los que se habían convertido.

 

 

* * *

 

El destartalado coche rugía como un perro viejo mientras zigzagueaba entre las calles revueltas de la gran Atenas. Cruzando las colinas atenienses, habían llegado hasta la entrada este de la ciudad y habían conseguido cortar distancias con la bestia, que era visible desde cualquier punto de la capital.

 

-¿Llevas armas? –le preguntó Lara, seriamente.

 

-¡Estás loca! –balbuceó-. ¿Cómo voy a tener armas? Y aunque las tuviera... ¿Acaso servirían de algo contra ese monstruo?

 

-Quien sabe... nunca viene mal tener algún que otro misil en la manga contra bichos tan grandes... –sonrió.

 

-Apuntas alto ¿ehh? ¿Dónde pretendes que consigamos un lanzacohetes ahora?

 

-Podemos "tomar prestado" lo que queramos de donde queramos. ¡Mira a tu alrededor, Ronald, es el caos total!

 

Ronald la miró con perspicacia y giró por una calle justo a tiempo para no atropellar a dos peatones que huían despavoridos de las bestias demoníacas que saltaban sobre ellos.

 

-Por cierto, ¿cómo has conseguido este coche? ¿Y cómo llegaste hasta la ciudad? –inquirió Lara, volviéndose hacia Ronald en el asiento.

 

-No lo sé –fue su única respuesta.

 

-¿Cómo que no lo sabes?

 

-¡Te digo que no lo sé! –exclamó, mientras conducía el coche por una larga avenida repleta de gente que gritaba sin parar-. Yo estaba en la sede, allí en el crisol, cuando de repente todo se puso a temblar, oí una estridente carcajada... sentí como si me elevaran por el aire...

 

-¿Y? –apremió la arqueóloga, exasperada.

 

-Y aparecí aquí, en Atenas. Fue algo muy extraño, de repente ya estaba aquí, tirado en la cera e inconsciente. Me desperté, y cuando me di cuenta de lo que ocurría... pues cogí el primer coche que vi y me largué.

 

-O sea... que me encontraste de pura chiripa... Muy bonito... –le reprochó, burlona.

 

-No logro entender cómo puedes estar tan tranquila en momentos como este –farfulló.

 

-Pura fachada, Ronald –respondió la arqueóloga, arreglándose el pelo en el espejo del coche-. Aunque no te lo creas, también soy humana. Y ante esto, hasta yo tiemblo de miedo.

 

-¡¿Entonces por qué diablos sigues adelante?! –estalló, frenando el auto en seco, y girándose para mirarla con la cara desencajada.

 

-Porque si sucumbiese al miedo cada vez que sucede algo estaría perdida. Porque el llanto y los gritos no sirven para nada y porque, si no lo hago yo, ¿quién va a salvaros a todos el pellejo?

 

-Pero... huir es siempre más fácil –dijo.

 

-Sí, pero no siempre es lo correcto. Y, si no te importa, dejemos la clase de ética y moral para otro momento. Así que arranca el coche si no quieres que te arranque yo a ti otros "motores".

 

 

De repente, toda la ciudad se quedó a oscuras. La luna, las estrellas y la extraña bola de fuego que portaba el dios eran las únicas fuentes de luz que iluminaban la capital. El suelo seguía crujiendo bajo sus colosales pisadas, y los pobres infelices que trataban de huir acababan asediados por los demonios o, si viajaban en cualquier tipo de vehículo, simplemente se estrellaban contra los escombros que caían del cielo sin cesar.

 

Lara sabía que así no llegarían muy lejos, y que lo mejor que podían hacer ahora mismo era bajarse del coche y seguir a pie. Aunque allí dentro estuviesen a salvo de aquellos bichejos repugnantes que devoraban por doquier a todo el que se cruzaba en su camino, en el automóvil eran un blanco fácil para la lluvia de centellas que salían disparadas de las fauces de Hades y envolvían Atenas en llamas, que la calcinaban poco a poco.

 

 

Así que, cuando todo el barrio por el que cruzaban en aquellos momentos se iluminó como si el mismísimo sol estuviese cayendo sobre ellos, Lara no pudo más que empujar a Ronald fuera del coche y saltar ella hacia el exterior. Casi al instante, el coche explotó en mil pedazos, lanzando a la joven a varios metros de distancia, donde aterrizó en un mar de cristales rotos que se le clavaron por todo el cuerpo, infligiéndole un daño atroz y punzante. Sin embargo, se levantó, temblando aún por la conmoción del golpe, y sintiendo cada uno de los fragmentos de cristal atravesando su piel.

 

 

Como pudo, llegó hasta donde había quedado Ronald, y para su sorpresa, descubrió que estaba intacto, tendido en la acera y con la explosión aún reflejada en sus pupilas.

 

-¡Dios mío, Lara! ¿Te encuentras bien? –exclamó, corriendo a su encuentro.

 

-Sí… no son más que gajes del oficio…

 

-¡**erda, Lara, mira tu brazo! –chilló, llevándose loas manos a la cabeza.

 

Al principio no quiso hacerlo, pero cuando empezó a notar el intensísimo ardor que le atravesaba el antebrazo derecho, no tuvo más remedio. Si no hubiese sido porque era consciente de que estaba mareada y conmovida, habría jurado que tenía toda una ventana clavada en el codo.

 

-**erda… -murmuró, tragando saliva y restos de sangre del labio mordido. Aferró el trozo de cristal, que podía ser como su propia mano de largo, y lo extrajo con un agudo grito de dolor. La sangre siguió brotando, y el dolor le inmovilizó el brazo entero. Se aferró la herida con fuerza y extendió la mano sana a Ronald, quien entendió enseguida su gesto y se rasgó la camisa para tenderle el harapo. Entre gritos y gemidos de auténtico dolor, se vendó como pudo el destrozo y se incorporó, dispuesta a seguir.

 

-Lara… no… Pierdes mucha sangre…

 

-Cállate y sígueme –le ordenó, apretando los dientes.

 

Aunque lo hizo cojeando y con notable dificultad, llegó hasta el final de la calle, donde un grupo de soldados griegos luchaban en una barricada contra los demonios que no paraban de aparecer de la nada.

 

Uno de ellos corrió a recibirla.

 

 

-¡¿Qué hace?! –le gritó, obviamente en griego-. ¿Está loca?

 

-Usted déme un arma, y yo haré el resto.

 

-Pero…

 

-¡Hágalo, maldita sea! –Ronald llegó a su lado y los miró con expresión ceñuda. No entendía el griego.

 

- A él déle otra. Venimos a ayudar.

 

El soldado no rechistó, se sacó una pequeña pistola automática y se la tendió a Ronald, y tras hablar con alguno de sus compañeros –entre tiros, explosiones y restos de metralla que caían alrededor- le tendió una parecida a Lara.

 

 

Los demonios caían como moscas, pero siempre que uno se derrumbaba en el asfalto, otro aparecía para ocupar su lugar. Aunque los coches, cubos de basura y demás escombros que habían utilizado para hacer la barricada habrían servido para detener a un centenar de hombres, eran ridículamente fáciles de saltar para aquellas criaturas de potentes patas traseras.

 

Lara yacía sentada sobre el capó de un coche policial, jadeante y agotada, pero lista para disparar a todo aquél bicho que osase acercarse a ella, a Ronald, o a cualquiera de los otros soldados que, junto a la policía local y nacional, hacían lo posible por poner a los supervivientes a salvo. Cada cierto tiempo llegaba un camión en el que montaban a los habitantes para sacarlos de la ciudad, donde los escoltaban hasta dejarlos en un campamento fuertemente vigilado que habían preparado en cuestión de horas. Habían tratado de llevarse a Lara en incontables ocasiones, pero ella se había negado.

 

 

En cuanto a Hades, por suerte, no se trasladaba. Se había emplazado en la acrópolis, como queriendo protegerla, y desde allí disparaba sus bolas de fuego y dirigía a sus huestes por el resto de la ciudad.

 

Aunque no decía nada en voz alta y no compartía con él sus pensamientos, Ronald sabía que Lara estaba planeando algo. Seguía sin comprender cómo aquella mujer podía sentirse tan culpable, o tan responsable con lo que estaba sucediendo. Tenía la sensación de que ella llevaba sobre sus hombros la misión de salvarlos a todos, y por nada del mundo compartiría esa carga con nadie. ¿Pero cómo pretendía hacerlo en su estado?

 

Ya le habían sustituido las vendas y le habían cosido la herida como bien habían podido, pero había sido una chapuza y aquello seguía sangrando de forma casi incontrolable. Ya sangraba menos, pero Lara perdía color por momentos. Aún tenía pequeños cristales clavados por la cara y por el pelo; y allí, tan malherida y rota, parecía incapaz de sostenerse en pie, y mucho menos de disparar un arma. Pero lo hacía, y de forma tan certera como de costumbre.

 

-He pasado por situaciones peores –decía cada vez que le preguntaban si se encontraba bien.

 

Y Ronald se preguntaba, a su vez, si no habría sido mejor huir de la ciudad antes, cuando había tenido la ocasión.

 

 

Saludos... y siento la tradanza de medio año XD

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  • 5 weeks later...

Bueno, veo que no se comenta mucho por aquí XD pero bueno, no es ninguna novedad así que tampoco me preocupo. Lo que os iba a decir, es que si estáis verdaderamente interesados en que termine el relato, po´déis proponer lo que se os ocurra, porque sinceramente estoy muy mareado con exámenes y tal que es la última semana, y no tengo muchas ganas de pensar en el relato, pero quiero terminarlo.

 

Así que nada, propuestas abiertas.

 

Saludos!

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  • 1 year later...

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